Camilla Läckberg - Los Gritos Del Pasado

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años.
La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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– ¡Déjalos que hablen, joder! ¿Qué nos importa lo que la gente se dedique a murmurar en sus casas?

Robert apagó el cigarrillo con tal fuerza que volcó el cenicero. Solveig apartó enseguida su álbum.

– ¡Robert! ¡Ten cuidado, vas a quemar el álbum!

– Estoy tan harto de tus malditos álbumes… Día tras día, no haces otra cosa que pasarte las horas ahí sentada recolocando esas viejas fotografías. ¿No entiendes que eso ya pasó? Es como si hiciera cien años, y ahí estás tú, suspirando y ordenando las fotos. Papá está muerto y tú ya no eres la reina de la belleza. Si no me crees, ¡mírate!

Robert tomó los álbumes y los arrojó de la mesa. Solveig se lanzó con un grito a recoger las instantáneas que se habían esparcido por el suelo. Su reacción hizo que la ira de Robert aumentase aún más. El joven ignoró la mirada suplicante de su madre, se acuclilló, recogió un puñado de fotos y empezó a rasgarlas en pedazos.

– No, Robert, por favor, mis fotos no. ¡Por favor, Robert! -al gritar aquellas palabras, su boca parecía una herida abierta.

– Eres una vieja gorda y fea, ¿no lo entiendes? Y nuestro padre se ahorcó. Ya es hora de que lo pilles.

Johan, que había estado todo el tiempo impasible ante la escena, se levantó y le agarró la mano a Robert. Le arrebató los restos de las fotografías que su hermano tenía arrugadas en la mano y lo obligó a escuchar.

– Cálmate, esto es exactamente lo que ellos pretenden, ¿no lo entiendes? Quieren enfrentarnos, nos quieren desunidos. Pero no vamos a darles esa satisfacción, ¿me oyes? Hemos de mantenernos unidos, así que ayuda a mamá a recoger sus álbumes.

La ira de Robert se esfumó como el aire que se deja escapar de un globo. Se frotó los ojos y contempló horrorizado el desorden que había a su alrededor. Solveig estaba tendida en el suelo como una blanda masa de desesperación, sollozando y dejando caer entre los dedos los trozos de fotografías. Su llanto era desolador. Robert cayó de rodillas a su lado y la abrazó. Con mucha ternura, le retiró un grasiento mechón de pelo de la cara y la ayudó a levantarse.

– Perdona, mamá, perdón, perdón, perdón. Te ayudaré a recomponer el álbum. No puedo reparar las fotos rotas, pero no son muchas. Mira, las mejores están enteras. Fíjate qué guapa estás aquí.

Sostuvo entre sus manos una fotografía de Solveig, con el consabido traje de baño y con una banda en el pecho en la que se leía «Reina de Mayo, 1967». Y desde luego que era hermosa. El llanto cedió y se convirtió en entrecortados sollozos. Solveig tomó la fotografía y sonrió.

– Sí, ¿verdad que era guapa, Robert?

– Sí, mamá, eras muy guapa. La más guapa que he visto jamás.

– ¿Lo dices de verdad?

Solveig sonreía coqueta mientras le acariciaba el cabello y Robert la ayudó a sentarse de nuevo en la silla.

– Sí, de verdad. Palabra de honor.

Poco después lo habían recogido todo y Solveig estaba de nuevo sentada y feliz mirando sus álbumes. Johan le hizo una seña a Robert invitándolo a salir. Se sentaron en la escalinata de la entrada y encendieron un cigarrillo.

– Joder, Robert, no puedes perder los papeles así precisamente ahora.

Robert apartaba la gravilla con el pie, pero no dijo nada. ¿Qué iba a decir?

Johan dio una calada y dejó escapar el humo entre los labios.

– No podemos hacerles el juego. Te lo digo como lo pienso, tenemos que mantenernos unidos.

Robert seguía sin hablar. Estaba avergonzado. A sus pies, en la gravilla, se había formado un agujero. Arrojó en él la colilla y lo cubrió con arena; una medida absurda por demás: la tierra que los rodeaba estaba repleta de viejas colillas. Transcurridos unos segundos, se volvió hacia Johan.

– Oye, eso de que viste a la chica en Västergården… -dudó un instante, antes de terminar-, ¿es verdad?

Johan dio la última calada, tiró la colilla al suelo y se levantó sin mirar a su hermano.

– Pues claro que es verdad, joder.

Y dicho esto, entró en la casa.

Robert permaneció allí sentado un rato más. Por primera vez en su vida, advirtió que se abría un abismo entre él y su hermano. Y se sintió morir de miedo.

La tarde discurría en aparente calma. Patrik no quería precipitarse hasta tener más detalles sobre el cadáver de Johannes, de modo que podía decirse que no estaba haciendo otra cosa que esperar a que sonase el teléfono. Se sentía muy inquieto, así que salió a la recepción para charlar un rato con Annika.

– ¿Qué tal os va? -le preguntó, como de costumbre, por encima de las gafas.

– Este calor no facilita las cosas, precisamente -al mismo tiempo que respondía, notó una fresca brisa que surgía de la recepción de Annika. Un ventilador enorme zumbaba sobre su mesa y Patrik cerró los ojos con cara de satisfacción.

– ¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí también? Le compré uno a Erica, podría haber comprado otro para mi despacho. Será lo primero que haga mañana, te lo aseguro.

– Anda, es verdad, ¿cómo lleva el embarazo? Tiene que ser muy duro, con este calor.

– Sí, hasta que le compré el ventilador se volvía loca con este bochorno. Además, duerme mal, tiene calambres en las corvas, le resulta imposible tumbarse boca abajo, claro, y todo lo que tú ya sabes.

– Bueno, no creo, yo no lo sé -respondió Annika.

De pronto, Patrik cayó en la cuenta de lo que acababa de decir. Annika y su marido no tenían hijos, así que había metido la pata con su imprudente comentario. Ella intuyó su preocupación.

– Tranquilo. En nuestro caso, es por elección propia. Lo cierto es que nunca hemos querido tener hijos; nosotros tenemos más que suficiente con derrochar amor con nuestros perros.

Patrik notó cómo recuperaba el color.

– Vaya, temía haber dicho una inconveniencia. En cualquier caso, ahora mismo es una lata para los dos, aunque más para ella, claro. Lo único que queremos es que todo pase. Por si fuera poco, últimamente estamos siendo invadidos de vez en cuando.

– ¿Invadidos? -preguntó Annika enarcando una ceja.

– Parientes y conocidos que opinan que Fjällbacka en el mes de julio es una idea excelente.

– Y se ofrecen a haceros compañía, ¿no es eso…? -dijo Annika con ironía-. Sí, sí, nosotros también sabemos lo que es eso. Al principio teníamos el mismo problema con la casa de veraneo, hasta que nos cansamos y dijimos que… ¡fuera caraduras! Desde entonces, no hemos sabido de ellos, pero enseguida te das cuenta de que tampoco los echas de menos. Los que son amigos de verdad, vienen también en el mes de noviembre. A los demás, tanto da tenerlos como perderlos.

– Sí, qué razón tienes -convino Patrik-, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Claro que Erica despachó a la primera pandilla que se presentó, pero ahora tenemos la segunda tanda de huéspedes y nos comportamos como los mejores anfitriones. Y la pobre Erica, que se pasa el día en casa, tiene que dedicarse a atenderlos -se lamentó con un suspiro.

– En ese caso, quizá deberías portarte como un hombre y arreglar las cosas, ¿no?

– ¿Yo? -preguntó Patrik mirando a Annika como ofendido.

– Exacto. Si Erica está en casa estresada mientras tú te pasas los días aquí tranquilamente, tal vez deberías dar un puñetazo en la mesa y procurar que ella también disfrute de cierta tranquilidad. Para ella no debe de ser nada fácil, acostumbrada como está a tener su trabajo y su carrera, verse de repente ociosa y encerrada en casa con la barriga mientras que tu vida sigue su curso habitual.

– Vaya, pues no lo había considerado desde ese punto de vista -respondió Patrik con una expresión bobalicona.

– No, ya me figuraba yo que no. Ya sabes, esta noche te las arreglas para despachar a la visita, por más que Lutero te susurre al oído lo contrario, y luego te dedicas a mimar a la futura mamá como es debido. ¿Has hablado con ella siquiera? ¿Le has preguntado cómo se siente, tan sola encerrada todo el día? Supongo que tampoco puede salir con este calor, sino que estará prácticamente recluida en casa.

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