Camilla Läckberg - Los Gritos Del Pasado

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años.
La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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De pronto empezaron a identificarse los gritos y deseó poder alzar los brazos para cubrirse las orejas con las manos. Pero sus brazos colgaban flácidos e inútiles a ambos lados de su cuerpo y se negaban a obedecer sus instrucciones.

Cuando cesaron los lamentos y la trampilla que había sobre su cabeza se abrió para volver a cerrarse enseguida, fue arrastrándose sobre la fría y húmeda superficie hacia la fuente de los gritos.

Era el momento de procurar consuelo.

* * *

Mientras la tapa del ataúd empezaba a deslizarse, todos guardaban silencio. Patrik se sorprendió al darse cuenta de que, nervioso, se volvía a mirar hacia la iglesia. No sabía qué esperaba ver. Un rayo que surgiese de la torre y que los abatiese a todos en plena práctica hereje. Sin embargo, no sucedió nada semejante.

Cuando vio el esqueleto en el ataúd, se le encogió el corazón. Se había equivocado.

– Bueno, Hedström, vaya embrollo que has organizado con este asunto.

Mellberg movía la cabeza de un lado a otro, como lamentándose, y sólo con esa frase logró que Patrik se sintiera como si hubiesen colocado su cabeza de diana. En cualquier caso, su jefe tenía razón. Menudo embrollo.

– Bien, entonces, nos lo llevamos para constatar que es el tipo que creemos. Aunque no creo que nos llevemos ninguna sorpresa al respecto, porque no tendrás también alguna teoría sobre intercambio de cadáveres o algo así, ¿verdad?

Patrik no respondió, sólo meneó la cabeza al tiempo que se decía que, seguramente, merecía tanta ironía. Los técnicos hicieron su trabajo y, cuando el esqueleto, poco después, viajaba camino a Gotemburgo, Patrik y Martin se acomodaron en el coche para regresar a la comisaría.

– Podías haber estado en lo cierto. Tampoco era tan descabellado.

Martin intentaba consolarlo, pero Patrik seguía negando con la cabeza.

– No, tú tenías razón. Eran unos planes de conspiración demasiado grandiosos para que fuese verosímil. Supongo que tendré que aguantar más de una broma durante mucho tiempo.

– Pues sí, cuenta con ello -convino Martin compasivo-. Pero míralo de este modo: ¿podrías haber vivido tranquilo si no lo hubieses hecho y después se hubiese descubierto que tenías razón y que le había costado la vida a Jenny Möller? Así, por lo menos, lo has intentado y tenemos que seguir trabajando con todas las ideas que se nos ocurran, descabelladas o no. Es nuestra única posibilidad de encontrarla antes de que sea tarde.

– Si no lo es ya -remató Patrik sombrío.

– ¿Lo ves? Así es justamente como no debemos pensar. Aún no la hemos encontrado muerta, es decir, que sigue viva. No hay otra posibilidad.

– Tienes razón. Sólo que no sé en qué dirección continuar. ¿Dónde intentaremos buscar ahora? Siempre vamos a parar a la maldita familia Hult, pero nunca con argumentos suficientes como para obtener algo concreto sobre lo que trabajar.

– Tenemos la conexión entre los asesinatos de Siv, Mona y Tanja.

– Y nada que nos diga que existe relación entre ellas tres y la desaparición de Jenny Möller.

– Así es -admitió Martin-, pero en realidad eso no importa, ¿no crees? Lo principal es que hagamos cuanto podamos por encontrar al asesino de Tanja y al que secuestró a Jenny. Si es la misma persona o si se trata de dos sujetos distintos, ya lo veremos. Pero hemos de hacer todo lo que podamos.

Martin subrayó cada una de sus últimas palabras, con la esperanza de que el mensaje hubiese calado. Comprendía que Patrik se martirizase tras el fracaso de la exhumación del cadáver, pero en aquellas circunstancias no podían permitirse un jefe de investigación que careciese de confianza en sí mismo. Tenía que creer en lo que estaban haciendo.

Cuando llegaron a la comisaría, Annika los retuvo en la recepción. Tenía el auricular en una mano y cubría el micrófono con la otra, para que la persona con la que hablaba no oyese lo que iba a decirles.

– Patrik, es Johan Hult. Tiene mucho interés en localizarte. ¿Lo atiendes en tu despacho?

Patrik asintió y se dirigió aprisa a responder desde su mesa. Un segundo después, Annika le había pasado la llamada y sonó el teléfono.

– Patrik Hedström.

Escuchó con gran interés, interrumpió al interlocutor con un par de preguntas y, con renovada energía, echó a correr por el pasillo en dirección al despacho de Martin.

– Vamos, Molin, tenemos que ir a Fjällbacka.

– Pero ¡si acabamos de llegar de allí! ¿Adónde vamos?

– Vamos a mantener una pequeña conversación con Linda Hult. Creo que tenemos en marcha algo interesante, algo muy, muy interesante.

Erica esperaba que, al igual que la familia Flood, los nuevos huéspedes también quisieran irse a pasar el día en la playa y así podría librarse de ellos. Sin embargo, se equivocó por completo sobre ese particular.

– A Madde y a mí no nos va mucho el mar. Nos apetece más quedarnos aquí en el jardín haciéndote compañía. Tenéis unas vistas tan bonitas…

Jörgen contemplaba satisfecho el panorama del archipiélago, dispuesto a pasar el día al sol. Erica intentó reprimir la risa, pues su aspecto era ridículo. Estaba blanco como una aspirina y, a todas luces, pretendía mantenerse así. Se había embadurnado en crema protectora de la cabeza a los pies, lo que lo hacía parecer más blanco aún, pero en la nariz se había puesto una especie de loción de color fosforescente con más factor de protección. Completaba el look un enorme sombrero y, tras media hora de preparativos y entre suspiros de satisfacción, fue a echarse junto a su mujer en una de las tumbonas que Erica se sintió obligada a ofrecerles.

– ¡Ah!, esto es el paraíso, ¿verdad, Madde?

Jörgen cerró los ojos y Erica se dijo contenta que podría aprovechar para quedarse sola un rato, pero el invitado abrió un ojo:

– ¿Sería mucho pedir que nos trajeras algo de beber? Un buen vaso de refresco no estaría nada mal. Seguro que a Madde también le apetece.

Su mujer asintió, sin dignarse abrir la boca ni alzar la vista. Tan pronto como se instaló en la tumbona, se aplicó a la lectura de un libro sobre derecho fiscal y, a juzgar por su aspecto, también ella parecía sentir horror por las quemaduras solares: unos pantalones hasta los tobillos y una camisa de manga larga evitarían que ocurriese tal cosa. Además, también llevaba sombrero y la nariz fosforescente. Al parecer, toda precaución era poca. Así tumbados, uno junto al otro, se asemejaban a dos alienígenas que hubiesen aterrizado sobre el césped de Erica y Patrik.

Erica fue a la cocina a preparar el refresco. Cualquier cosa, con tal de no tener que charlar con ellos. Eran con diferencia las personas más aburridas con las que se había topado en su vida. Si, la noche anterior, le hubiesen dado a elegir entre pasar el rato con ellos o entretenerse observando cómo se secaba la pintura de una pared, no lo habría dudado ni un instante. Llegado el momento, ya le diría un par de cosas a la madre de Patrik por haberles dado tan generosamente su número de teléfono.

Al menos Patrik podía escaparse unas horas mientras estaba en el trabajo, aunque a ella no le había pasado inadvertido el hecho de que el caso lo tenía deshecho; nunca lo había visto tan afectado, tan ansioso de obtener resultados. Claro que, en otros casos anteriores, no era tanto lo que había en juego.

Le habría gustado poder ayudarle un poco más. Durante la investigación de la muerte de su amiga Alex, sus aportaciones fueron de utilidad para la policía en varias ocasiones; pero en aquel caso su implicación era también de tipo personal. Ahora, además, se veía encadenada a la ingente mole en que se había convertido su cuerpo. La barriga y el calor se confabulaban para, por primera vez en su vida, obligarla a una ociosidad involuntaria. Por si fuera poco, experimentaba la desagradable sensación de que su cerebro hubiese adoptado la posición de reposo. Todos sus pensamientos se orientaban al bebé que llevaba en su vientre y al esfuerzo hercúleo que se le exigiría en un futuro no muy lejano. Su mente se empecinaba en no centrarse durante mucho rato en otros asuntos, de modo que se preguntó cómo lo harían las embarazadas que trabajaban hasta el día previo al parto. Cabía la posibilidad de que ella fuese distinta pero, a medida que avanzaba el embarazo, se había visto reducida -o elevada, según se mirase-, a una palpitante incubadora, un organismo de alimentación y reproducción. Cada fibra de su cuerpo estaba preparada para dar a luz al bebé, de ahí que los intrusos despertasen en ella más irritación. Sencillamente, perturbaban su concentración. En efecto, no comprendía a qué se debía su anterior desasosiego al verse sola en casa; ahora, esa situación se le antojaba el paraíso.

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