Camilla Läckberg - Los Gritos Del Pasado

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años.
La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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Una vez allí, Patrik le preguntó:

– ¿Has notado algo raro en Mellberg últimamente?

– Aparte de que no se queja, no anda criticando todo el tiempo, sonríe constantemente, ha perdido bastante peso y lleva un tipo de ropa que puede calificarse como perteneciente a la moda de los noventa, no, nada. -Martin sonrió como para subrayar que pretendía ser irónico.

– Pues hay algo raro. Y no es que me queje, que conste. No se mezcla para nada en la investigación y hoy me ha colmado de tantas alabanzas que me hizo sonrojar. Pero hay algo que…

Patrik meneó la cabeza, intrigado, hasta que los dos colegas olvidaron las consideraciones sobre el nuevo Bertil Mellberg, conscientes de que tenían cuestiones más perentorias que tratar. Había cosas de las que uno debía disfrutar sin cuestionarlas.

Martin le habló de la infructuosa visita al camping y le reveló que no habían sacado nada más interesante de Liese. Cuando le contó lo que Pia le había dicho sobre Tanja y cómo fue a pedirle que le ayudara a traducir unos artículos sobre Mona y Siv, Patrik se mostró muy interesado.

– ¡Demonios, sabía que ahí había alguna conexión! Pero ¿cuál puede ser? -exclamó al tiempo que se rascaba la cabeza.

– Por cierto, ¿cómo fue ayer la reacción de los padres?

Patrik tenía sobre el escritorio las dos instantáneas que le habían dado Albert y Gun, las tomó y se las entregó a Martin. Después le describió los dos encuentros, con el padre de Mona y con la madre de Siv, sin poder ocultar el rechazo que sentía hacia esta última.

– De todos modos, ha debido de ser un alivio saber que se han encontrado los restos de las chicas. Tiene que ser tremendo ver cómo pasan los años sin saber dónde están. No hay nada peor que la incertidumbre, aseguran quienes saben de estas cosas.

– Sí, aunque más nos valdrá que Pedersen confirme que el otro esqueleto pertenece a Siv Lantin porque, de lo contrario, nos habremos pillado bien los dedos.

– Cierto, pero casi me atrevo a prometer que podemos contar con ello. Otro asunto, ¿seguimos sin tener el resultado de los análisis del puñado de tierra hallado en los esqueletos?

– No lo tenemos aún, por desgracia, y la cuestión es saber qué nos aportará. Pueden haber estado enterradas en cualquier sitio, e incluso si averiguamos el tipo de tierra de que se trata, será como buscar una aguja en un pajar.

– Yo tengo más esperanzas en el ADN. Si damos con la persona en cuestión, lo sabremos enseguida, tan pronto como tengamos la posibilidad de analizar su ADN y compararlo con el que tenemos.

– Sí, claro, sólo falta ese «pequeño» detalle: encontrar a la persona en cuestión.

Ambos quedaron meditabundos y en silencio un instante, hasta que Martin disolvió la densa atmósfera levantándose de la silla.

– En fin, así no hacemos nada. Mejor será volver a la tarea.

Dicho esto, dejó a Patrik sentado y sumido en sus cavilaciones.

A la hora de la cena, se mascaba la tensión. Nada inusual, desde luego, a partir de que Linda se mudara a vivir con ellos, pero ahora podía cortarse el aire con un cuchillo. Su hermano le había mencionado brevemente la visita de Solveig a su padre, pero no se lo veía muy dispuesto a abundar en el tema y eso era algo que Linda no pensaba consentir.

– Así que no fue el tío Johannes quien mató a aquellas chicas. Pues papá debe de sentirse fatal, mira que acusar a su hermano y que ahora resulte que era inocente…

– ¡Cállate! No hables de lo que no sabes.

Todos los miembros de la familia que estaban alrededor de la mesa se sobresaltaron. Rara vez oían a Jacob levantar la voz, por no decir nunca. Incluso Linda se asustó por un instante, aunque se tragó el temor y continuó persistente:

– Pero, en realidad, ¿por qué creía papá que había sido el tío Johannes? A mí nadie me cuenta nunca nada.

Jacob dudó un segundo, pero comprendió que no conseguiría convencerla para que dejase de hacer preguntas, por lo que decidió que lo mejor sería satisfacer su curiosidad… al menos parcialmente.

– Papá vio a una de las chicas en el coche de Johannes la noche en que la joven desapareció.

– ¿Y qué hacía papá fuera a esas horas?

– Había venido a verme al hospital, y decidió al fin volver a casa en lugar de dormir allí.

– Entonces, ¿sólo por eso? Esa fue la razón por la que llamó a la policía y denunció a Johannes. Quiero decir…, debían de existir montones de explicaciones, incluso que Johannes se hubiese ofrecido a llevarla a su casa.

– Puede ser. Pero Johannes negó incluso haber visto a la muchacha aquella noche y declaró que, a esa hora, ya estaba durmiendo.

– ¿Y qué dijo el abuelo? ¿No se enfadó cuando Gabriel llamó a la policía para acusar a Johannes?

A Linda le parecía fascinante. Ella había nacido después de la desaparición de las jóvenes y no le habían contado más que fragmentos de la historia. Nadie deseaba hablar de lo que había sucedido de verdad y la mayor parte de lo que Jacob le estaba revelando era una novedad para ella. Jacob resopló con sorna.

– ¿Si el abuelo se enfadó? Pues sí, podría decirse que sí que se enfadó. Además, precisamente entonces estaba aislado y por completo concentrado en salvar mi vida, así que el abuelo se enfureció de verdad con papá, por ser capaz de hacer algo así.

Les dieron permiso a los niños para levantarse de la mesa. De lo contrario, se habrían pasado el rato haciendo chiribitas con los ojos al escuchar la historia de cómo el abuelo le salvó la vida a su padre. La habían oído muchas, muchas veces, pero no se cansaban nunca.

Jacob prosiguió:

– Al parecer se enfadó tanto que se planteó incluso modificar el testamento y poner a Johannes como heredero único, pero no tuvo tiempo de hacerlo antes de que Johannes muriese. Sí no hubiese muerto, puede que fuésemos nosotros quienes viviésemos en la cabaña del guardabosques en lugar de Solveig y los chicos. No lo sé, porque papá nunca ha sido muy hablador al respecto, pero el abuelo me contó muchas cosas que pueden explicarlo. La abuela murió al nacer Johannes y, a partir de ahí, viajaron mucho por todas partes acompañando al abuelo por toda la costa oeste mientras él predicaba y oficiaba sus celebraciones religiosas. El abuelo me dijo que no tardó en descubrir que tanto Johannes como Gabriel tenían el don de curar, así que cada oficio religioso terminaba en una serie de curaciones con gente del público, minusválidos y otros enfermos.

– ¿Papá era capaz de curar gente? ¿Todavía puede hacerlo?

Linda estaba atónita. De pronto se abría de par en par una puerta de acceso a una estancia de su historia familiar totalmente nueva para ella y no se atrevía ni a respirar por temor a que Jacob se cerrase en banda de nuevo y se negase a compartir con ella lo que sabía. Había oído decir que entre su hermano y el abuelo existió una relación muy especial, sobre todo después de que comprobasen que la médula del abuelo era compatible con la suya y que podía donársela a Jacob, que tenía leucemia, pero ignoraba que el abuelo le hubiese confiado tanto a su hermano. Y, claro está, también sabía que la gente llamaba al abuelo El predicador y que se rumoreaba que había amasado su fortuna con engaños, pero siempre había considerado las historias sobre Ephraim como simples habladurías. Además, era muy pequeña cuando el abuelo murió, de modo que para ella no representaba más que el anciano severo que aparecía en las fotografías familiares.

– No, no creo que aún sea capaz de hacerlo -respondió Jacob, sonriendo al imaginar a su perfecto padre como curador de enfermos y tullidos-. Por lo que a papá se refiere, es algo que nunca sucedió. Y según el abuelo, no es nada raro que se pierda el don al llegar a la pubertad. Puede recuperarse, pero no es fácil. Creo que tanto Gabriel como Johannes perdieron esa facultad cuando dejaron atrás la infancia. Y la razón por la que papá detestaba a Johannes es, seguramente, por lo distintos que eran. Johannes era muy bien parecido y se metía a la gente en el bolsillo con un guiño, pero no tenía remedio, era un irresponsable en todos los aspectos de su vida. Tanto él como Gabriel recibieron su parte de dinero mientras el abuelo aún vivía, pero a Johannes no le duró más que un par de años. El abuelo se puso furioso y por eso puso a Gabriel como único heredero, en lugar de repartir la fortuna a partes iguales entre los dos. Pero, ya te digo, si hubiese vivido lo suficiente, tal vez el abuelo habría vuelto a cambiar el testamento.

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