Camilla Läckberg - Los Gritos Del Pasado

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años.
La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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No lo reconocería ni bajo tortura, pero amaba a su hermano más que a nadie en el mundo y sintió un pinchazo en el corazón al ver su silueta en la semipenumbra del cobertizo. El joven parecía hallarse sumido en su pensamiento, a miles de kilómetros de allí, y su persona irradiaba la melancolía que Robert entreveía de vez en cuando. Era como si una nube de pesar se cerniese sobre el estado de ánimo de Johan y lo obligase a buscar el abrigo de un lugar oscuro y lóbrego durante semanas. No lo había visto así en todo el verano, pero en cuanto cruzó la puerta experimentó la sensación física de que estaba de ese modo.

– ¿Johan?

Este no respondió. Robert siguió adentrándose en la oscuridad sin hacer ruido. Se acuclilló junto a su hermano y le puso una mano en el hombro.

– Johan, ¿otra vez estás así?

Su hermano asintió sin más. Cuando volvió el rostro hacia Robert, éste vio con asombro que lo tenía hinchado por el llanto. Aquello no era habitual durante los períodos de melancolía de Johan y la desazón se apoderó de él.

– ¿Qué pasa, Johan? ¿Qué ha sucedido?

– Papá…

El resto de la frase se ahogó en sollozos mientras Robert se esforzaba por oír lo que decía.

– Johan, ¿qué dices de papá?

Johan respiró hondo un par de veces para calmarse y continuó:

– Ahora todos comprenderán que papá era inocente de la desaparición de aquellas dos chicas. ¿Lo entiendes? Ahora todo el mundo sabrá que no fue él.

– ¿Qué delirio es ese? -le preguntó zarandeándolo, aunque sentía que el corazón se le paraba en el pecho.

– Mamá ha estado en el pueblo y se ha enterado de que encontraron a una chica muerta y que, junto a su cadáver, hallaron también los esqueletos de las dos que desaparecieron. ¿Lo pillas? Han asesinado a una chica ahora y nadie puede decir que fue nuestro padre quien lo hizo.

Johan rompió a reír con un punto histérico. Robert seguía sin comprender de qué hablaba. Desde que encontró a su padre en el cobertizo con una cuerda al cuello, había soñado y fantaseado con oír las mismas palabras que Johan acababa de pronunciar.

– ¿No estarás quedándote conmigo, verdad? Porque, si es así, te vas a enterar de lo que es bueno.

Cerró el puño, pero Johan seguía riendo histéricamente mientras sus lágrimas, que brotaban de alegría, según comprendió Robert, no cesaban de recorrer sus mejillas. Johan se dio la vuelta y abrazó a su hermano con tal fuerza que éste apenas podía respirar y, cuando por fin vio claro que le decía la verdad, le devolvió el abrazo con todas sus fuerzas.

Por fin se haría justicia con su padre. Por fin su madre podría caminar por el pueblo con la cabeza bien alta, sin oír las habladurías a su espalda y sin ver los dedos que, discretamente, los acusaban cuando la gente creía que ellos no los verían. Ahora se arrepentirían todos aquellos borregos parlanchines. Durante veinticuatro años habían ido contando mentiras de su familia, pero ahora tendrían que enfrentarse a la vergüenza de haberlo hecho.

– ¿Dónde está mamá?

Robert se desprendió del abrazo y miró inquisitivo a Johan, que estalló en risitas incontroladas entre las que dijo algo indescifrable.

– ¿Qué dices? Cálmate y habla como hay que hablar. Te pregunto que dónde está mamá.

– En casa del tío Gabriel.

El rostro de Robert se ensombreció.

– ¿Qué coño hace en casa de ese tío?

– Decirle la verdad a la cara, creo. Nunca la he visto tan enojada como cuando llegó del pueblo y me contó lo que había oído. Así que decidió ir a la finca a explicarle a Gabriel qué clase de persona era, me dijo. De modo que a estas alturas, le habrá soltado una buena. Vamos, que tendrías que haberla visto. Con el cabello revuelto, casi despedía fuego por las orejas, que lo sepas.

La imagen de su madre con los pelos de punta y echando vaharadas de humo por las orejas hizo reír también a Robert. La mujer había sido una sombra que se arrastraba murmurando desde que él tenía uso de razón, con lo que resultaba difícil imaginarla en pleno acceso de ira.

– Habría dado cualquier cosa por ver la expresión de Gabriel cuando mamá entró arrasando en su casa. ¿Y te imaginas a la tía Laine?

Johan ejecutó una perfecta interpretación, con la expresión angustiada y retorciendo las manos junto al pecho mientras con voz chillona, declamaba:

– Pero, Solveig, querida Solveig, no deberías usar ese vocabulario, ¿no te parece?

Los dos hermanos se dejaron caer al suelo entre convulsas risotadas.

– Oye, ¿tú piensas en papá alguna vez?

La pregunta de Johan los devolvió a la seria realidad y Robert permaneció en silencio unos minutos antes de responder.

– Sí, claro que sí. Aunque me cuesta pensar en otra imagen que la del aspecto que tenía aquel día. Ya puedes estar contento de haberte librado de verlo. Y tú, ¿piensas en él?

– Sí, muy a menudo. Sólo que es como si estuviese viendo una película, no sé si me entiendes. Recuerdo lo contento que estaba siempre y cómo solía bromear, bailar y hacerme dar vueltas en el aire, pero lo veo como desde fuera, como en una película.

– Sí, entiendo a qué te refieres.

Estaban tumbados uno al lado del otro, mirando al techo, mientras la lluvia golpeaba el latón del tejado.

Johan dijo en voz muy baja:

– ¿Verdad que nos quería, Robert?

Éste respondió en el mismo tono quedo:

– Por supuesto que sí, Johan, claro que nos quería.

Oyó a Patrik sacudir un paraguas en la escalinata, así que se levantó como pudo del sofá para ir a la puerta y salir a su encuentro.

– ¿Hola?

Patrik entró preguntando y mirando con curiosidad a su alrededor. La calma y la silenciosa tranquilidad no eran, al parecer, lo que esperaba encontrar. En realidad, ella hubiese debido estar un tanto enfurruñada con él, pues no la había llamado en todo el día, pero la alegría de verlo en casa superaba sus deseos de reñirle. Sabía, además, que nunca se encontraba muy lejos y tampoco dudaba de que hubiese pensado en ella mil veces a lo largo del día, tal era la seguridad que reinaba en su relación, y era maravilloso poder confiar en lo que eso significaba.

– ¿Dónde están Conny y los bandidos? -susurró Patrik, pues seguía sin saber si estaban o no.

– Le puse a Britta un plato de macarrones con salchicha en la cabeza y no quisieron quedarse. ¡Desagradecidos!

Erica disfrutaba al ver el desconcierto pintado en la cara de Patrik.

– Sencillamente, exploté. Algún límite había que poner. Pero no creo que recibamos ninguna invitación de esa parte de la familia en los próximos cien años. Claro que no lo lamento. ¿Y tú?

– ¡No, por Dios! -exclamó alzando la vista al cielo-. ¿De verdad que lo hiciste? ¿Le pusiste un plato de comida en la cabeza?

– Te lo juro. Toda mi buena educación se esfumó volando por la ventana. Ahora seguro que ya no iré al cielo.

– Mmm, tú eres ya un trocito de cielo, así que no tienes que…

La acarició juguetón en el cuello, exactamente en el lugar donde sabía que le hacía cosquillas, y ella lo apartó entre risas.

– Voy a preparar un chocolate caliente y luego me cuentas todo sobre «el gran altercado» -dijo Patrik tomándole la mano y llevándola a la cocina, donde la ayudó a acomodarse en una silla.

– Pareces cansado -comentó ella-. ¿Qué tal va la cosa?

Patrik lanzó un suspiro mientras batía la leche para mezclar bien el O'boy.

– Bueno, va, pero poco más. Una suerte que la policía científica consiguiese revisar el lugar del crimen antes de que empezara a llover. Si las hubiésemos encontrado hoy y no anteayer, no nos habría quedado nada que buscar. Por cierto, gracias por el material que me conseguiste, ha sido de gran utilidad.

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