Åsa Larsson - Aurora boreal

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Aurora boreal fue galardonada con el Premio a la Mejor Primera Novela Negra por la Asociación Sueca de Escritores de Novela Negra, y Det blod spillts, la segunda entrega de la serie, con el Premio a la Mejor Novela Negra Sueca.
El cuerpo de Victor Strandgard, el predicador más famoso de Suecia, yace mutilado en una remota iglesia en Kiruna, una ciudad del norte sumergida en la eterna noche polar. La herman de la víctima ha encontrado el cadáver, y la sospecha se cierne sobre ella. Desesperada, pide ayuda a su amiga de infancia, la abogada Rebecka Martinsson, que actualmente vive en Estocolmo y que regresa a su ciudad natal dispuesta a averiguar quién es el verdadero culpable. Durante la investigación sólo cuenta con la complicidad de Anna-Maria Mella, una inteligente y peculiar policía embarazada. En Kiruna mucha gente parece tener algo que ocultar, y la nieve no tardará en teñirse de sangre.

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– ¡Chis!

La perra fue inmediatamente hacia ella y, para mostrar sumisión, intentó lamerle la boca. Era una perra husky mestiza. Tenía el pelo grueso y negro como una especie de marco alrededor de su femenina y pequeña cabeza. Los ojos eran brillantes, negros y alegres. Rebecka le pasó las manos por el pelo y luego se olió los dedos. Olía a detergente.

– Bonita -le dijo a Sara-. ¿Es tuya?

Sara no respondió.

– Dos terceras partes son de Sara y una tercera parte es mía -respondió Lova como el que tiene una lección bien aprendida.

– Ahora quiero hablar con Sanna -dijo Rebecka levantándose.

Lova la cogió de la mano y la llevó hasta la habitación. El piso de arriba se componía sólo de una gran cocina con una recámara y una habitación. Ésta había sido el dormitorio de los niños. Los abuelos dormían en la recámara. Sanna estaba tumbada en una de las camas, con las piernas recogidas, de manera que las rodillas casi le tocaban la barbilla. Tenía la cara vuelta hacia la pared y sólo llevaba puesta una camiseta y unas bragas floreadas de algodón. El pelo largo y rubio de ángel se extendía sobre la almohada.

– Hola, Sanna -dijo Rebecka débilmente.

La mujer de la cama no respondió, pero respiraba.

Lova cogió una manta que estaba doblada a los pies de la cama y se la puso a su madre por encima.

– Está en la burbuja -susurró.

– Entiendo -dijo Rebecka, conteniéndose.

Pinchó a Sanna en la espalda con el dedo índice.

– Ven aquí -dijo Rebecka, llevándose a Lova a la cocina.

Chapi las seguía después de comprender que no le pasaba nada a su ama, que estaba tumbada en la cama, quieta y callada.

– ¿Habéis comido? -preguntó Rebecka.

– No -respondió Lova.

– Tú y yo nos conocemos desde que eras pequeña -le explicó Rebecka a Sara.

– Yo no soy pequeña -gritó Lova-. Tengo cuatro años.

– Vamos a hacer una cosa -decidió Rebecka-. Vamos a limpiar la cocina, voy a preparar comida, vamos a calentar agua en el fuego y vamos a lavar a Lova y a Chapi.

– Y necesito otro jersey -dijo Lova-. ¡Mira!

Abrió el edredón y apareció con una camiseta llena de detergente.

– Y necesitas un jersey -suspiró Rebecka cansada.

Una hora más tarde Lova y Sara estaban comiendo salchichas con puré de patatas. Lova llevaba unos vaqueros de los primos de Rebecka y un descolorido jersey rojo pálido, con Astérix y Obélix en la parte delantera. Chapi estaba sentada a los pies de las niñas, esperando pacientemente su ración. En la cocina chisporroteaba el fuego.

Rebecka le echó un vistazo al reloj. Las siete ya. Ella y Sanna tenían que ir a la comisaría. La tensión le encogió el estómago.

Sara se reía del jersey de Lova.

– Hueles mal -le dijo.

– No es eso -suspiró Rebecka-. La ropa huele un poco rara cuando ha estado doblada en un cajón durante mucho tiempo. Pero su ropa aún está peor, así que eso es lo que hay. Dadle a Chapi las salchichas que sobren.

Dejó a las niñas en la cocina, fue hasta la habitación y cerró la puerta tras de sí.

– Sanna -llamó.

Sanna no se movió. Estaba en la misma postura que antes, con la vista clavada en la pared.

Rebecka se acercó a la cama y se quedó de pie, con los brazos cruzados.

– Sé que me estás oyendo -dijo con voz dura-. No soy la misma persona que antes, Sanna. Me he vuelto más mala y más impaciente. No pienso sentarme y pasarte la mano por el pelo y preguntarte qué te pasa. Levántate inmediatamente y vístete. Si no, llevo a tus hijas al servicio de urgencias de la asistencia social y les digo que, por el momento, no te puedes hacer cargo de ellas. Después cojo el primer avión que me lleve de nuevo a Estocolmo.

Ninguna respuesta. Ningún movimiento.

– De acuerdo -dijo Rebecka al cabo de un momento.

Respiró hondo, como para dejar claro que ya había esperado bastante. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta que daba a la cocina.

«Bueno, pues eso es todo -pensó-. Voy a llamar a la policía y les voy a decir dónde está. Que se la lleven a rastras.»

Justo acababa de poner la mano en el pomo de la puerta cuando oyó que Sanna se sentaba en la cama.

– Rebecka -dijo.

Rebecka tardó un segundo. Luego se dio la vuelta y se apoyó en la puerta. Volvió a cruzar los brazos sobre el pecho. Como una madre, con la expresión de «¿Qué es lo que quieres en realidad?».

Y Sanna permanecía como una niña pequeña, mordiéndose el labio inferior, suplicando con los ojos.

– Perdón -murmuró con voz ronca-. Ya sé que soy la peor madre del mundo y la peor amiga. ¿Me odias?

– Tienes tres minutos para vestirte y salir a la cocina a comer -le ordenó Rebecka, y cruzó la puerta.

Sven-Erik Stålnacke había aparcado el coche delante del servicio de urgencias. Anna-Maria se apoyó en la puerta mientras él buscaba la llave en uno de los bolsillos de su chaqueta. No era fácil respirar profundamente cuando el aire pinchaba como agujas, pero tenía que relajarse. El vientre se le había puesto duro como una bola de nieve en el corto paseo desde la sala de autopsias hasta el coche.

– En la Fuente de Nuestra Fortaleza hay tres pastores -dijo Sven-Erik, buscando en otro bolsillo-. Han accedido a recibir a la policía para que los interroguemos. No podrán estar más de una hora. Y no piensan dejarse interrogar de uno en uno, sino los tres a la vez. Dicen que quieren colaborar pero…

– … pero no quieren colaborar -añadió Anna-Maria.

– Exacto, y ¿qué cojones hacemos? -preguntó Sven-Erik-. ¿Vamos a tener que ir de duros o qué?

– No, porque toda la congregación se cerraría como una ostra. Pero me pregunto por qué no quieren hablar con nosotros de uno en uno.

– Ni idea. Aunque uno de ellos me lo explicó, Gunnar Isaksson, pero no entendí ni una palabra de lo que decía. Se lo puedes preguntar cuando los veas. Joder, Anna-Maria, los debería haber sacado de la cama esta mañana bien temprano.

– No -respondió Anna-Maria sacudiendo la cabeza-. No podías hacer otra cosa.

La aurora boreal reinaba todavía en el cielo con sus velos blancos y verdes.

– Es increíble -dijo echando la cabeza hacia atrás-. Ha habido aurora boreal todo el invierno. ¿Habías visto algo así antes?

– No. Son esas tormentas solares -respondió Sven-Erik-. Es bonito pero dentro de poco nos enteraremos de que también producen cáncer. En realidad deberíamos ir por ahí con una sombrilla de esas metalizadas para prevenir la radiación.

– Estarías guapo -se rió Anna-Maria.

Se sentaron en el coche.

– A propósito -continuó Sven-Erik-, ¿cómo está Pohjanen?

– No sé. No era momento de preguntarle.

– No, claro.

«Que le pregunte él mismo», pensó Anna-Maria, huraña.

Sven-Erik aparcó al pie de la iglesia y subieron andando la cuesta. Los montones de nieve a los lados del camino habían desaparecido y por todas partes había huellas de gente y de perros. Habían estado inspeccionando la zona en busca del arma homicida. Se esperaba que quien hubiera matado a Viktor Strandgård se hubiera deshecho del arma cerca de la iglesia o quizá que la hubiera enterrado debajo de uno de los montones de nieve. Pero no habían encontrado nada.

– Imagina que no encontramos el arma -dijo Sven-Erik aminorando el paso cuando se dio cuenta de que a Anna-Maria le faltaba el aliento-. Actualmente, ¿se puede juzgar a alguien por asesinato sin pruebas técnicas?

– Bueno, acuérdate de Christer Pettersson *-dijo resollando Anna-Maria.

Sven-Erik se echó a reír ruidosamente.

– Sí, es un ejemplo para consolarse.

– ¿Aún no habéis encontrado a la hermana?

– No. Von Post ha dicho que ha conseguido que venga a declarar a las ocho, así que veremos lo que sacamos.

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