DR. CONROY: ¿Qué debería, Viktor?
#3643: Nada.
DR. CONROY: ¿Acaba de sentir un arrebato violento, Viktor?
#3643: No, doctor.
DR. CONROY: ¿El otro día sintió un arrebato violento?
#3643: ¿Qué otro día?
DR. CONROY: Cierto, disculpe mi imprecisión. ¿Usted diría que el otro día, mientras golpeaba la cabeza de mi psicólogo contra el cuadro de mandos, tenía un arrebato violento?
#3643: Ese hombre estaba tentándome. “Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo”, dice el Señor.
DR. CONROY: Mateo, capítulo 5, versículo 19.
#3643: En efecto.
DR. CONROY: ¿Y qué hay del ojo? ¿De la agonía del ojo?
#3643: No le comprendo.
DR. CONROY: Ese hombre se llama Robert, tiene esposa y una hija. Usted le mandó al hospital. Le rompió la nariz, siete dientes y le causó una fuerte conmoción, aunque gracias a Dios los celadores lograron reducirle a usted a tiempo.
#3643: Supongo que me puse un poco violento.
DR. CONROY: ¿Cree que podría ponerse violento ahora, de no tener las manos atadas con correas a los brazos de la silla?
#3643: Si quiere podríamos averiguarlo, doctor.
DR. CONROY: Será mejor que demos por concluida la entrevista, Viktor.
Morgue Municipal
Martes, 5 de abril de 2005. 20:32
La sala de autopsias era un lugar frío, pintado de un incongruente malva grisáceo que no servía en absoluto para alegrar el lugar. Sobre la mesa de autopsias, una lámpara de seis focos le regalaba al cadáver sus últimos minutos de fama ante los cuatro espectadores que debían determinar quién le había sacado de escena.
Pontiero hizo un gesto de asco cuando el forense colocó el estómago del cardenal Robayra sobre la bandeja. Un olor pútrido se extendió por la sala de autopsias cuando procedió a abrirlo con el bisturí. La peste era tan fuerte que cubrió incluso el olor a formaldehído y al cóctel químico que usaban allí para desinfectar los instrumentos. Dicanti, de forma absurda, se preguntó qué sentido tenía tanta limpieza del instrumental antes de hacer las incisiones. Total, no es como si el muerto fuera a coger una bacteria ni nada.
—Eh, Pontiero, ¿sabes porqué cruzó el bebé muerto la carretera?
—Si, dottore , porque iba grapado a la gallina. Me lo ha contado seis, no, siete veces con ésta. ¿No se sabe otro chiste?
El forense canturreaba muy bajito mientras hacía los cortes. Cantaba muy bien, con una voz ronca y dulce que a Paola le recordaba a Louis Armstrong. Sobre todo porque la canción era “ What a wonderful world ”. Sólo interrumpía el canto para atormentar a Pontiero.
—El auténtico chiste es ver como luchas por no vomitar, vice ispettore . Je je je. No creas que no me divierte todo esto. A éste le dieron lo suyo...
Paola y Dante cruzaron una mirada por encima del cuerpo del cardenal. El forense, un viejo comunista recalcitrante, era un gran profesional, pero a veces le fallaba el respeto a los muertos. Al parecer encontraba terriblemente cómica la muerte de Robayra, algo que a Dicanti no le hacía la más mínima gracia.
— Dottore , he de pedirle que se ciña al análisis del cuerpo y nada más. Tanto a nuestro invitado, el superintendente Dante como a mí nos resultan ofensivos y fuera de lugar sus pretendidos intentos de hilaridad.
El forense miró a Dicanti de reojo y continuó examinando el contenido del estómago de Robayra, pero se abstuvo de hacer más comentarios socarrones, aunque entre dientes maldijo a todos los presentes y a sus ancestros. Paola no lo escucho, porque estaba más preocupada del rostro de Pontiero, que estaba de un color entre blanco y verdoso.
—Maurizio, no se porqué te torturas así. Nunca has aguantado la sangre.
—Mierda, si ese meapilas puede resistirlo, yo también.
—Le sorprendería saber en cuantas autopsias he estado, mi delicado colega.
—¿Ah si? Pues le recuerdo que al menos le queda otra, aunque me parece que yo la disfrutaré más que usted...
Ay Dios, ahí empiezan otra vez, pensó Paola, mientras trataba de mediar entre ambos. Llevaban así todo el día. Dante y Pontiero habían sentido mutua animadversión desde el principio, pero para ser sinceros al subinspector le caía mal todo aquel que llevara pantalones y se acercara a menos de tres metros de ella. Sabía que la veía como a una hija, pero a veces exageraba. Dante era un poco frívolo, y desde luego no el más ingenioso de los hombres, pero por ahora no justificaba el encono que le prodigaba su compañero. Lo que no entendía es cómo un hombre como el superintendente había llegado a ocupar el lugar que ocupaba en la Vigilanza . Sus bromas constantes y su lengua mordaz contrastaban demasiado con el carácter grisáceo y callado del Inspector General Cirin.
—Tal vez mis distinguidos visitantes puedan reunir la educación suficiente como para prestar atención a la autopsia que han venido a ver.
La voz rasposa del forense devolvió a Dicanti a la realidad.
—Continúe, por favor —lanzó una helada mirada a los dos policías, para que dejaran de discutir.
—Bien, la víctima no había comido nada desde el desayuno, y todo indica que lo tomó muy temprano, porque apenas he hallado algunos restos.
—Por tanto, o se saltó la comida o cayó antes en poder del asesino.
—Dudo que se saltara la comida... estaba acostumbrado a comer bien, como es evidente. Vivo, pesaría unos 92 kilos y medía 1,83.
—Lo que nos indica que el asesino es un tipo fuerte. Robayra no era una plumita, —intervino Dante.
—Y hay cuarenta metros desde la puerta trasera de la Iglesia hasta la capilla —dijo Paola—. Alguien tuvo que ver cómo el asesino introducía el cadáver en la iglesia. Pontiero, hazme un favor. Envía a cuatro agentes de confianza a la zona. Que vayan de paisano, pero con sus insignias. No les digas qué ha ocurrido. Diles que ha habido un robo en la iglesia, que averigüen si alguien vio algo por la noche.
—Buscar entre los peregrinos sería perder el tiempo.
—Pues no lo hagas. Que pregunten a los vecinos, especialmente a los ancianos. Suelen tener el sueño ligero.
Pontiero asintió y salió de la sala de autopsias, visiblemente agradecido por no tener que seguir allí. Paola le siguió con la mirada y cuando las puertas se cerraron tras él se dirigió a Dante.
—¿Se puede saber qué le pasa a usted, señor del Vaticano? Pontiero es un hombre valiente que no soporta la sangre, eso es todo. Le ruego que se abstenga de continuar con ésta absurda disputa verbal.
—Vaya, así que hay más de un bocazas en la morgue —rió el forense con voz queda.
—Usted a lo suyo dottore , que ahora seguimos. ¿Le ha quedado claro, Dante?
—Tranquila, tranquila, ispettora —se defendió el superintendente levantando las manos—. Creo que no ha comprendido lo que ocurre aquí. Si mañana mismo tuviera que entrar en una habitación en llamas pistola en mano y hombro a hombro con Pontiero, no dude que lo haría.
—¿Se puede saber entonces por qué se mete con él? —dijo Paola, absolutamente desconcertada.
—Porque es divertido. Estoy convencido de que a él también le divierte estar enfadado conmigo. Pregúntele.
Paola meneó la cabeza, murmurando cosas poco agradables acerca de los hombres.
—En fin, sigamos. Dottore , ¿sabe ya la hora y la causa de la muerte?
El forense consultó sus notas.
—Les recuerdo que es un informe preliminar, pero estoy bastante seguro. El cardenal murió en torno a las nueve de la noche de ayer lunes. El margen de error es de una hora. Murió degollado. El corte se realizó por detrás, por una persona creo que de su misma estatura. Soy incapaz de determinar nada acerca del arma, salvo que medía al menos quince centímetros, era de borde liso y estaba muy afilada. Podría ser una navaja de barbero, no lo se.
Читать дальше