Paola salió al pasillo. Fowler la esperaba mirando fíjamente a la pared, sentado en un banco de madera. Se puso en pie al verla.
— Dottora , yo...
—Está bien, padre.
—No está bien. Se por lo que está pasando. Usted no está bien.
—Por supuesto que no estoy bien. Mierda, Fowler, no voy a volver a caer en sus brazos otra vez derrumbada de dolor. Eso solo pasa en las películas.
Se marchaba ya cuando apareció Boi junto a ambos.
—Dicanti, tenemos que hablar. Estoy muy preocupado por usted.
—¿Usted también? Qué novedad. Lo siento, pero no tengo tiempo para charlas.
El doctor Boi se interpuso en su camino. La cabeza de ella le llegaba al científico a la altura del pecho.
—No lo entiende, Dicanti. Voy a retirarla del caso. Ahora las apuestas son demasiado grandes.
Paola alzó la vista. Se le quedó mirando fijamente y habló despacio, muy despacio, con la voz helada, átona.
—Escúchame bien, Carlo, porque solo lo diré una vez. Voy a coger al que le hizo esto a Pontiero. Ni tú ni nadie tiene nada que decir al respecto. ¿Me he expresado con claridad?
—No parece tener muy claro quién es el jefe aquí, Dicanti.
—Tal vez. Pero sí tengo claro qué es lo que tengo que hacer. Hazte a un lado, por favor.
Boi abrió la boca para responder pero en lugar de ello se apartó. Paola, encaminó sus enfurecidos pasos hacia la salida.
Fowler sonreía.
—¿Qué es tan gracioso, padre?
—Usted, por supuesto. No me engaña. No pensó en retirarla del caso en ningún momento, ¿verdad?
El director de la UACV fingió asombro.
—Paola es una mujer muy fuerte e independiente, pero necesita centrarse. Toda ésta rabia que está sintiendo ahora puede ser enfocada, canalizada.
—Director... oigo palabras pero no escucho verdades.
—De acuerdo. Lo reconozco. Siento miedo por ella. Necesitaba saber que tiene dentro la fuerza necesaria para seguir. Cualquier otra respuesta que no fuera la que me ha dado habría hecho que la quitase de en medio. No nos enfrentamos a alguien normal.
—Ahora sí está siendo sincero.
Fowler vio que tras el cínico político y administrador había un ser humano. Le vio tal cual era en aquel momento de la madrugada, con la ropa acartonada y el alma rasgada tras la muerte de uno de sus subordinados. Puede que Boi dedicase mucho tiempo a autopromocionarse, pero le había cubierto las espaldas a Paola casi siempre. Aún sentía una fuerte atracción por ella, eso era evidente.
—Padre Fowler, he de pedirle un favor.
—En realidad no.
—¿Cómo dice? —se asombró Boi.
—No ha de pedírmelo. Tendré cuidado de la dottora , a su pesar. Para bien o para mal, solo quedamos tres en esto. Fabio Dante, Dicanti y yo mismo. Tendremos que hacer frente común.
Sede central de la UACV
Via Lamarmora, 3
Jueves, 7 de abril de 2005. 08:15
—No puede confiar en Fowler, Dicanti. Es un asesino.
Paola levantó su ojerosa vista del expediente de Karoski. Había dormido apenas unas horas y había vuelto a su mesa al rayar el alba. Algo inhabitual: Paola era de las que gustaban de largos desayunos y llegar al trabajo con calma, para luego marcharse bien entrada la noche. Pontiero le insistía que de esa forma se perdía el amanecer romano. La inspectora no lo apreció aquella mañana porque estaba honrando a su amigo de una manera bien distinta, pero desde su despacho el amanecer era particularmente bello. La luz se arrastraba perezosa por las colinas de Roma, mientras los rayos de sol se demoraban en cada edificio, en cada cornisa, saludando el arte y la belleza de la Ciudad Eterna. Las formas y colores del día aparecían tan delicadamente como si llamaran a la puerta para pedir permiso. Pero quien entró sin llamar, y con una sorprendente acusación, fue Fabio Dante. El superintendente se presentó media hora antes de lo acordado. Llevaba un sobre en la mano y serpientes en la boca.
—Dante, ¿ha bebido usted?
—Nada de eso. Le digo que es un asesino. ¿Recuerda que le dije que no se fiara de él? Su nombre hizo saltar una alarma en mi cerebro. Un recuerdo en el fondo de la cabeza, ya sabe. Así que investigué un poco sobre su supuesto militar.
Paola sorbió un café cada vez más frío. Estaba intrigada.
—¿Y no es militar?
—Ah, por supuesto que lo es. Capellán militar. Pero no está a las órdenes de la Fuerza Aérea. Es de la CIA.
—¿La CIA? Está usted de broma.
—No, Dicanti. Fowler no es un hombre a tomarse a broma. Escuche: Nació en 1951, en una familia adinerada. El padre tenía una industria farmacéutica o algo así. Estudió Psicología en Princeton. Terminó la carrera con veinte años y magna cum laude .
— Magna cum laude . La máxima calificación. Me mintió entonces. Dijo que no había sido un alumno especialmente brillante.
—Le ha mentido en eso y en más cosas. No fue a recoger su título universitario. Al parecer discutió con su padre y se alistó en 1971. Voluntario en plena guerra de Vietnam. Estuvo cinco meses de instrucción en Virginia y diez meses en Vietnam, con el rango de teniente.
—¿No era un poco joven para teniente?
—¿Está de broma? ¿Un licenciado universitario voluntario? Seguro que se plantearían hacerle general. No se sabe qué pasó por su cabeza en aquellos pero no volvió a Estados Unidos tras la guerra. Estudió en un seminario en Alemania occidental y se ordenó sacerdote en 1977. Después hay rastros de su pista en muchos lugares: Camboya, Afganistán, Rumanía. Sabemos que estuvo en China de visita y tuvo que salir a toda prisa.
—Todo eso no justifica que sea agente de la CIA.
—Dicanti, está todo aquí —Mientras hablaba le iba mostrando a Paola fotos, la mayoría en blanco y negro. En ellas se veía a un Fowler curiosamente joven, que iba perdiendo pelo progresivamente según las imágenes iban acercándose al presente. Vio a Fowler encima de una pila de sacos terreros en una jungla, rodeado de soldados. Llevaba galones de teniente. Le vio en una enfermería, junto a un soldado sonriente. Le vio el día de su ordenación, recibiendo el sacramento allí mismo, en Roma, del mismísimo Pablo VI. Le vio en una gran explanada con aviones al fondo, vestido ya con clergyman , rodeado de más jóvenes soldados...
—¿De cuando es ésta?
Dante consultó sus notas.
—Es de 1977. Tras su ordenación Fowler volvió a Alemania, a la Base Aérea de Spangdahlem. Como capellán militar.
—Luego su historia concuerda.
—Casi... pero no del todo. Un expediente que no debería estar aquí, pero está, dice que “ John Abernathy Fowler, hijo de Marcus y Daphne Fowler, teniente de la USAF, recibe un aumento de empleo y sueldo tras completar con éxito el entrenamiento de campo y especialidades de contraespionaje ”. En Alemania Occidental. En plena guerra fría.
Paola hizo un gesto ambiguo. No lo acaba de ver claro.
—Espere, Dicanti, que ahí no acaba la cosa. Como le dije antes, viajó a muchas partes. En 1983 desaparece unos meses. La última persona que sabe algo de él es un sacerdote en Virginia.
Ahí Paola comenzó a darse por vencida. Un militar que desaparece unos meses en Virginia sólo podía ir a un sitio: a la sede de la CIA en Langley.
—Continúe, Dante.
—En 1984 Fowler reaparece brevemente por Boston. Sus padres fallecen en un accidente de coche en julio. Él acude al despacho del notario y le pide que reparta todo su dinero y sus posesiones entre los pobres. Firma los papeles necesarios y se larga. Según el notario la suma de todas las propiedades de sus padres y de la empresa era de ochenta millones y medio de dólares.
Dicanti soltó un silbido inarticulado y desafinado de puro asombro.
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