Era la obertura de La tribu de los Brady .
La espantosa música se me lanzó encima y miré mientras una voz canturreaba «Esta es la historia de un tipo llamado Alex, quien se sentía solo, aburrido y buscaba… un cambio». Después, los tres primeros cuerpos modificados aparecieron a la izquierda de la cara risueña de Doncevic. Los miró y sonrió, mientras la canción proseguía. Incluso le devolvieron la sonrisa, gracias a las máscaras de plástico fijas con pegamento a sus caras.
La línea blanca volvió a recorrer la pantalla, y la voz continuó: «Es la historia de un tipo llamado Brandon, que gozaba de tiempo libre». La foto de la cara de un hombre apareció en el centro. ¿Weiss? Tendría unos treinta años, más o menos la misma edad de Doncevic, pero no sonrió, mientras la canción continuaba: «Eran dos chicos que vivían juntos, hasta que Brandon se quedó solo de repente». Tres ventanitas aparecieron en el lado derecho de la pantalla, y en cada una apareció una imagen oscura y borrosa que se me antojó tan familiar como la canción, pero de una forma algo diferente: eran tres tomas extraídas del vídeo de Dexter en acción.
La primera mostraba el cuerpo de Doncevic tirado en la bañera. La segunda mostraba el brazo de Dexter levantando la sierra, y la tercera era la sierra trinchando a Doncevic. Las tres eran breves, bucles de dos segundos que se repetían una y otra vez, mientras la canción continuaba.
Weiss miró desde la ventanita del centro, en tanto la voz cantaba «Hasta el día que Brandon Weiss pille a este sujeto, y prometo que la suerte no le salvará. No puedes hacer nada para escapar de mí. Porque me has convertido en un cabrón enloquecido».
La alegre tonada prosiguió, mientras Weiss cantaba: «Un cabrón enloquecido. Un cabrón enloquecido. Cuando mataste a Alex me convertí en un cabrón enloquecido».
Pero entonces, en lugar de una sonrisa feliz y la llegada del primer espacio publicitario, la cara de Weiss llenó toda la pantalla y dijo: «Yo quería a Alex, y tú me lo arrebataste, justo cuando acabábamos de empezar. En cierto modo es muy curioso, porque era él quien decía que no debíamos matar a nadie. Pensaba que sería… más cierto…». Hizo una mueca. «¿Eso es una palabra?» Lanzó una carcajada breve y amarga, y continuó: «Se le ocurrió a Alex la idea de robar cuerpos del depósito de cadáveres, para no tener que matar a nadie. Y cuando tú te lo llevaste, te llevaste lo único que me impedía matar».
Por un momento, se limitó a mirar a la cámara. Después, dijo en voz muy baja: «Gracias. Tienes razón. Es divertido. Voy a hacerlo más veces». Me ofreció una especie de sonrisa torcida, como si hubiera descubierto algo divertido, pero no tuviera ganas de reír. «Te admiro, ¿sabes?»
Entonces, la pantalla se puso en blanco.
Cuando yo era mucho más joven, solía sentirme estafado por mi carencia de sentimientos humanos. Percibía la enorme barrera que me separaba de la humanidad, un muro hecho de sentimientos que yo jamás experimentaría, y lo lamentaba. Pero uno de aquellos sentimientos era la culpa (uno de los más comunes y poderosos, de hecho), y cuando me di cuenta de que Weiss me estaba diciendo que yo le había convertido en un asesino, también me di cuenta de que debería sentir un poco de culpa, y me sentí muy agradecido de que no fuera así.
En lugar de culpa, sentí alivio. Oleadas de alivio, que recorrieron todo mi cuerpo y aliviaron la tensión que se había enroscado en mi interior. Experimentaba un enorme alivio, porque ya sabía lo que él quería. Me quería a mí. No se había verbalizado, pero estaba claro: la próxima vez serás tú y sólo tú . Y tras el alivio llegó una sensación de fría urgencia, un lento despliegue de garras interiores cuando el Oscuro Pasajero recogió el desafío de la voz de Weiss y respondió de la misma guisa.
Eso también significó un gran alivio. Hasta ahora, el Pasajero había guardado silencio, sin nada que decir acerca de cuerpos tomados prestados, incluso cuando los transformaban en muebles de patio o cestas de regalo. Pero ahora existía una amenaza, otro depredador que olfateaba nuestro rastro y amenazaba un territorio que ya habíamos marcado. Era un desafío que no podíamos permitir, ni por un momento. Weiss nos había comunicado la noticia de que se acercaba y, por fin, el Pasajero se estaba levantando de la siesta y sacando brillo a sus dientes. Estaríamos preparados.
Pero ¿preparados para que? No me creía ni por un momento que Weiss fuera a huir. Eso ni siquiera era una pregunta. ¿Qué haría?
El Pasajero susurró una respuesta, una respuesta obvia, pero me di cuenta de que estaba en lo cierto porque era lo que nosotros habríamos hecho. El mismo Weiss me lo había dicho: «Quería a Alex y tú me lo arrebataste…». Por lo tanto, iría a por alguien cercano a mí, y al dejar la foto en el cadáver de Deutsch, me había informado de quién. Serían Cody y Astor, porque eso me heriría de la misma forma que yo le había herido a él, y me conduciría ante su presencia según sus condiciones.
Pero ¿cómo lo haría? Ésta era la gran pregunta, y me parecía que la respuesta era muy evidente. Hasta el momento, Weiss había sido muy directo. Volar una casa no era nada sutil. Yo debía creer que actuaría con rapidez, cuando pensara que las probabilidades le favorecían más. Y como yo sabía que me había estado vigilando, debía dar por sentado que conocía mi rutina diaria… y la rutina de los niños. Serían más vulnerables cuando Rita fuera a recogerlos al colegio, cuando salieran de un entorno seguro al Miami del todo vale. Yo estaría lejos, en el trabajo, y él no tendría problemas en imponerse a una mujer relativamente frágil y confiada con el fin de apoderarse de uno de los niños, como mínimo.
Por lo tanto, lo que yo debía hacer era adelantarme a él y esperar su llegada. Era un plan sencillo, y no exento de riesgos: podía salir mal. Pero el Pasajero estaba susurrando su aprobación, y pocas veces se equivocaba, de modo que decidí salir de trabajar antes, justo después de comer, y apostarme en las inmediaciones de la escuela de enseñanza primaria para interceptar a Weiss.
Y una vez más, mientras me preparaba para el gran salto a la yugular del enemigo inminente…, mi teléfono sonó.
—Hola, colega —dijo Kyle Chutsky—. Se ha despertado, y pregunta por ti.
Se habían llevado a Deborah de la unidad de cuidados intensivos. Padecí un momento de confusión al contemplar la UCI vacía. Lo había visto en media docena de películas, cuando el héroe contempla la cama de hospital vacía y sabe que su ocupante ha muerto, pero yo estaba convencido de que Chutsky me habría contado lo del fallecimiento de Deborah, así que volví por el pasillo hacia la zona de recepción.
La mujer del mostrador me hizo esperar mientras hacía cosas misteriosas y muy lentas con un ordenador, contestaba al teléfono y hablaba con dos enfermeras que haraganeaban en las cercanías. El airé de pánico apenas controlado que todo el mundo había exhibido en la UCI había desaparecido por completo, sustituido por un interés al parecer obsesivo por las llamadas telefónicas y las uñas de los dedos. Pero al final, la mujer admitió que existía una ínfima posibilidad de encontrar a Deborah en la habitación 235, que estaba en la segunda planta. Eso me pareció tan sensato que hasta le di las gracias, y fui en su búsqueda.
Estaba, en efecto, en la segunda planta, justo al lado de la 233, de modo que, con la sensación de estar en paz con el mundo, entré y vi a Deborah incorporada en la cama, con Chutsky al otro lado, prácticamente en la misma postura que había mantenido en la UCI. Aún había un imponente despliegue de máquinas alrededor de ella, y continuaba conectada a diversos tubos, pero cuando entré en la habitación abrió un ojo y me miró, y logró forzar una semisonrisa en mi honor.
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