Y entonces, como si necesitara más pruebas de que le estaban transmitiendo sus ideas desde una nave nodriza situada en órbita más allá de Plutón, Rita empezó a bajar la cara sobre mi pecho, sobre mi estómago, sin dejar de sollozar, ya sabéis, y dejando un rastro de lágrimas que enseguida se enfriaron.
—Tú quédate quieto —dijo—. No deberías hacer esfuerzos con una conmoción cerebral.
Como ya he dicho, nunca sabes cuál va a ser el programa cuando una mujer conecta el canal de las lágrimas.
Desperté en plena noche y pensé: Pero ¿qué quiere ése? No sé por qué no me había formulado antes esa pregunta, y no sé por qué se me ocurría ahora, tumbado en mi cama calentita al lado de Rita, que roncaba suavemente. Pero allí estaba, dando vueltas en la superficie del lago Dexter, y tenía que hacer algo al respecto. Aún notaba rígido el interior de mi cabeza, como si estuviera rellena de arena mojada, y durante varios minutos fui incapaz de hacer nada con mi pensamiento, salvo repetirlo: ¿Qué quiere ése?
¿Qué quería Weiss? No estaba simplemente alimentando a su propio Pasajero, de eso estaba bastante seguro. No sentía punzadas de empatía del mío cerca de Weiss o de sus trabajos manuales, cosa que ocurriría en circunstancias normales en presencia de otra Presencia.
Y su forma de trabajar, empezando con los cuerpos ya muertos en lugar de crear los suyos propios (hasta que había matado a Deutsch), indicaba que perseguía algo diferente por completo.
Pero ¿qué? Rodaba vídeos de los cuerpos. Rodaba vídeos de la gente mirando los cuerpos. Y había rodado un vídeo de mí en plena faena, unas tomas únicas, sí, pero nada de eso tenía sentido para mí. ¿Dónde estaba la diversión? Yo no veía ninguna, lo cual imposibilitaba que me metiera dentro de la cabeza de Weiss y adivinara sus intenciones. Con psicópatas normales y equilibrados, que mataban porque era preciso y encontraban un placer sencillo y honrado en su trabajo, nunca había tenido ese problema. Les comprendía demasiado bien, puesto que yo era uno de ellos. Pero con Weiss no existía punto de contacto, ningún lugar donde sentir empatía, y por eso no tenía ni idea de adónde iría ni cuál sería su siguiente paso. Tenía el horrible presentimiento de que, fuera cual fuera, no me iba a gustar, pero no presentía cuál sería, y eso no me gustaba nada.
Me quedé un rato más en la cama pensando en ello, o intentando pensar, puesto que el estupendo barco Dexter aún no estaba preparado para zarpar a toda máquina. No se me ocurrió nada. No sabía qué quería. No sabía qué haría a continuación. Coulter iba a por mí. También Salguero y, por supuesto, Doakes nunca había tirado la toalla. Debs seguía en coma.
En el lado positivo, Rita me había preparado un caldo estupendo. Era muy buena conmigo. Se merecía algo mejor, aunque estaba claro que no lo sabía. Pensaba que lo tenía todo, por lo visto, entre un servidor, los niños y nuestro reciente viaje a París. Y aunque ciertamente tenía estas cosas, ninguna se parecía ni remotamente a lo que ella creía que eran. Era como una ovejita entre una manada de lobos, y a su alrededor sólo veía lana esponjosa, cuando en realidad la manada se estaba relamiendo y esperando a que le diera la espalda. Dexter, Cody y Astor eran unos monstruos. Y París… Bien, cierto que hablaban francés allí, tal como ella había esperado. Pero París había demostrado que poseía un tipo de monstruo único, tal como vimos en nuestro maravilloso intervalo en la galería de arte. ¿Cómo se llamaba? La pierna de Jennifer . Muy interesante. Después de tantos años de trabajar en el oficio, aún era posible ver algo que me sorprendiera, y por ese motivo ahora sentía cierta simpatía por París.
Entre Jennifer y su pierna, la excéntrica prestación de Rita, y lo que estuviera haciendo Weiss, la vida estaba llena de sorpresas últimamente, y todas se reducían a lo mismo: la gente recibe lo que se merece, ¿verdad?
Puede que no me conceda mucho mérito, pero consideré aquella idea muy reconfortante, y me volví a dormir poco después.
A la mañana siguiente la cabeza se me había despejado mucho. Fuera por las atenciones de Rita, o por mi risueño metabolismo natural, lo ignoro. En cualquier caso, salté de la cama con un cerebro potente y eficaz a mi servicio de nuevo, lo cual me pareció estupendo.
El lado negativo del asunto era, no obstante, que cualquier cerebro eficaz, al darse cuenta de la situación en que me encontraba, también se encontraría combatiendo una sensación de pánico perentoria, así como el impulso de hacer las maletas y huir hacia la frontera. Pero incluso con mis poderes mentales a pleno rendimiento, no se me ocurría ninguna frontera que pudiera protegerme del lío en que me había metido.
De todos modos, la vida nos depara muy pocas alternativas, y la mayoría son espantosas, de modo que me fui a trabajar, decidido a seguir la pista de Weiss y no cejar hasta encontrarle. Aún no le entendía, ni lo que estaba haciendo, pero eso no significaba que no pudiera encontrarle. No, la verdad. Dexter es mitad perro sabueso y mitad bulldog, y cuando sigue tu rastro, será mejor que te rindas y te ahorres molestias innecesarias. Me pregunté si habría una forma de transmitir ese mensaje a Weiss.
Llegué al trabajo temprano, y así conseguí apoderarme de una taza de café casi auténtico y me dispuse a trabajar. O para ser más preciso, me puse a mirar la pantalla de mi ordenador y a tratar de pensar en la forma correcta de ponerme a ello. Había agotado casi todas mis pistas, y me sentía como en un callejón sin salida. Weiss iba siempre un paso por delante de mí, y tenía que admitir que podía estar en cualquier parte, Escondido cerca o incluso en Canadá, no había forma de saberlo. Y si bien había pensado que mi cerebro funcionaba a pleno rendimiento de nuevo, no me estaba ofreciendo ninguna forma de averiguarlo.
Y entonces, muy lejos, en 1a cumbre del pico cubierto de nieve del lejano horizonte de la mente de Dexter, una bandera de señales ascendió a lo alto del poste y ondeó al viento. Miré a la lejanía, intenté leer la señal, y al final lo logré: ¡Cinco! , decía. Parpadeé para defenderme del resplandor y la volví a leer. Cinco .
Un número encantador, cinco. Intenté recordar si era primo, y descubrí que no conseguía recordar qué significaba eso. Pero era un número muy bienvenido en este momento, porque había recordado el motivo de su importancia, fuera o no primo.
Había cinco vídeos en la página de YouTube de Weiss. Uno para cada uno de los sitios en que había dejado sus cadáveres modificados, uno para Dexter en acción… y uno más que todavía no había visto cuando Vince entró como un elefante en una cacharrería y me llevó a trabajar. No podía ser otro espacio publicitario de la «Nueva Miami» protagonizado por el cadáver de Deutsch, porque Weiss aún estaba filmando cuando llegué a la escena del crimen. De modo que contenía otra cosa. Y si bien no esperaba que me dijera cómo llegar hasta él, me informaría casi con absoluta certeza de algo que yo ignoraba.
Agarré el ratón y fui ansioso a YouTube, sin dejarme intimidar por el hecho de que me había visto ahí más a menudo de lo que la modestia permitía. Fui a la página de la «Nueva Miami». No había cambiado: el fondo naranja todavía iluminaba la pantalla detrás de las letras llameantes. Y en el lado derecho había cinco vídeos, alineados en una galería de ventanitas, tal como los recordaba.
El número cinco, el último de abajo, no mostraba imagen en su ventanita, tan sólo una zona de oscuridad borrosa. Moví el cursor por encima y cliqué. Por un momento, no pasó nada. Después, una gruesa línea blanca tembló sobre la pantalla de izquierda a derecha, y sonó una fanfarria de trompetas que me sonó vagamente familiar. Y entonces, apareció una cara en ella (Doncevic, sonriente, con el pelo erizado) y una voz empezó a cantar: «Ésta es la historia…», y comprendí por qué me sonaba familiar.
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