Y cuando lo hice, qué maravillosa sorpresa me llevé.
Por puro reflejo, eché un vistazo a mi correo electrónico antes de ponerme a trabajar. Había dos informes del departamento que exigieron mi inmediata desatención, y un anuncio que me prometía no sé cuántos centímetros más de longitud inespecífica, y una nota sin asunto que estuve a punto de borrar, hasta que vi de quién era: bweiss@aol.com.
No tendría por qué, pero el nombre tardó unos segundos en quedar registrado, y mi dedo ya estaba apoyado sobre el ratón para borrarlo, cuando algo hizo clic en mi cabeza y me detuve.
Bweiss. El apellido me sonaba. Tal vez fuera «Weiss, primera inicial be», como la mayoría de direcciones de correo electrónico. Eso sería lógico. Y si la be era de Brandon, eso sería más lógico todavía. Porque era el nombre de la persona que me disponía a investigar.
Qué detallazo ponerse en contacto conmigo.
Abrí el correo de Weiss con más interés del habitual, muy ansioso por averiguar qué podía decirme. Pero ante mi gran decepción, por lo visto no tenía nada que decir. Había un vínculo de Internet, subrayado y en letras azules, escrito en mitad de la página sin ningún comentario.
http://www.youtube. com/watch?v=99lrj?42n
Qué interesante. Brandon quería compartir sus vídeos conmigo. Pero ¿qué clase de vídeo sería? ¿Tal vez su banda de rock favorita? ¿O un montaje de clips de su programa favorito de televisión? ¿O más imágenes del estilo que había enviado a la Oficina de Turismo? Eso sería muy considerado por su parte.
Así que, con un creciente resplandor cálido y borroso en el lugar donde debería tener el corazón, cliqué el vínculo y esperé con impaciencia a que la pantalla se abriera. Por fin, la pequeña ventana apareció y le di al botón de reproducción.
Durante un momento sólo se vio oscuridad. Después, apareció una imagen granulosa, y vi porcelana blanca desde una cámara fija sujeta cerca del techo (la misma toma que aparecía en el vídeo enviado a la Oficina de Turismo). Me sentí un poco decepcionado. Me había enviado un vínculo de una copia de algo que ya había visto. Pero entonces se oyó un deslizar de pasos, y algo se movió en la esquina de la pantalla. Una figura oscura entró en el plano y dejó caer algo en la porcelana blanca.
Doncevic.
¿Y la figura oscura? Dexter de los Gallardos Hoyuelos, por supuesto.
Mi cara no era visible, pero no cabía duda. Era la espalda de Dexter, su corte de pelo de diecisiete dólares, el cuello de la preciosa camisa oscura envolviendo el precioso cuello de Dexter…
Mi sensación de decepción se había esfumado por completo. Era un vídeo nuevo de trinca, algo que no había visto nunca, y al instante ardí en deseos de verlo por primera vez.
Vi que Dexter Pasado se incorporaba, paseaba la vista alrededor, todavía, por suerte, sin mostrar su rostro a la cámara. Chico listo. Dexter salió de pantalla y desapareció. El bulto de la bañera se movió un poco, y después Dexter volvió y levantó la sierra. La hoja zumbó, el brazo se alzó…
Y oscuridad. Fin del vídeo.
Me quedé sentado en un estupor silencioso y estupefacto durante varios minutos. Se oyó un ruido en el pasillo. Alguien entró en el laboratorio y abrió un cajón, lo cerró y se fue. El teléfono sonó. No contesté.
Era yo. En YouTube. En glorioso color algo granuloso, en vivo y en directo. Dexter de los Hoyuelos Mortíferos, protagonista de un clásico cinematográfico de segunda fila. Sonríe a la cámara, Dexter. Saluda a nuestro simpático público. Nunca había sido muy aficionado a las películas caseras, y ésta me dejó más frío que ninguna. Pero allí estaba yo, no sólo capturado en película, sino colgado en YouTube para que todo el mundo me viera y admirara. Era más de lo que mi mente podía abarcar. Mis pensamientos corrían en círculos, como un clip que se repitiera en un bucle. Era yo. No podía ser yo, pero lo era. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? No sé, pero algo… Porque era yo…
Las cosas se estaban poniendo cada vez más interesantes, ¿verdad?
De acuerdo. Era yo. No cabía duda de que había una cámara oculta encima de la bañera. Weiss y Doncevic la habían utilizado para sus proyectos de decoración, y todavía seguía en su sitio cuando yo aparecí. Lo cual significaba que Weiss seguía en la zona…
Pero no, no significaba eso. Era ridículamente fácil conectar una cámara a internet y controlarla desde un ordenador. Weiss podía estar en cualquier parte, ir a recoger el vídeo y enviármelo…
A mí, tan anónimo. Dexter, el más modesto, que trabajaba en las sombras y nunca buscaba publicidad de ningún tipo por sus buenas obras. Pero por supuesto, en el horrible clamor de la atención mediática que había rodeado todo este asunto, incluido el ataque a Deborah, mi nombre habría salido mencionado, casi con absoluta seguridad, en algún sitio. Dexter Morgan, discreto prodigio de la ciencia forense, hermano de la casi asesinada. Una foto, una toma de algún telediario, y me habría descubierto.
Un nudo frío y horrible empezó a formarse en mi estómago. Así de sencillo. Tan sencillo que un decorador desquiciado podía descubrir quién y qué era yo. Yo había sido demasiado listo durante demasiado tiempo, y me había acostumbrado a ser el único tigre de la jungla. Pero había olvidado que, cuando sólo hay un tigre, es muy fácil para el cazador seguir su rastro.
Y lo había hecho. Me había seguido hasta mi guarida y tomado fotos de Dexter jugando, y ése era el resultado.
Mi dedo se movió casi sin querer sobre el ratón, y volví a ver el vídeo.
Seguía siendo yo. En el vídeo. Era yo.
Respiré hondo y dejé que el oxígeno obrara su magia en mis procesos mentales, o lo que quedaba de ellos. Tenía un problema, no cabía duda, pero como todos los demás problemas tendría una solución. Hora de aplicar la lógica, de aplicar toda la potencia del frío bioordenador de Dexter al problema. ¿Qué quería este tipo? ¿Por qué había hecho eso? Era obvio que estaba deseoso de provocar en mí alguna reacción, pero ¿cuál? Lo más evidente era que deseaba vengarse. Yo había matado a su amigo, ¿compañero? ¿Amante? Daba igual. Quería que supiera que él sabía lo que yo había hecho, y…
Y me había enviado el clip, no a alguien que, en teoría, habría hecho algo al respecto, como el detective Coulter. Lo cual significaba que era un desafío personal, algo que no deseaba hacer público, al menos de momento.
Salvo que ya era de dominio público. Estaba en YouTube, y sólo era cuestión de tiempo que alguien más topara con el clip y lo viera. Y eso significaba que existía un elemento tiempo. ¿Qué me estaba comunicando? ¿Encuéntrame antes de que ellos te encuentren?
De momento, estupendo. Pero después, ¿qué? ¿Un duelo estilo Salvaje Oeste, con sierras eléctricas a diez pasos de distancia? ¿O la idea consistía únicamente en torturarme, acosarme hasta que cometiera una equivocación, o hasta que se aburriera y enviara el reportaje a los telediarios nocturnos?
Era suficiente para crear, como mínimo, una idea de pánico en un ser inferior. Pero Dexter está hecho de un material más resistente. Quería que intentara encontrarle, pero ignoraba que tenía matrícula de honor en encontrar. Si yo era la mitad de bueno de lo que, con toda modestia, permitidme admitir que soy, le encontraría mucho más deprisa de lo que él sospechaba. Bien: si Weiss quería jugar, jugaría.
Pero íbamos a jugar siguiendo las reglas de Dexter, no las suyas.
«Lo primero es lo primero» había sido siempre mi lema, sobre todo porque es absolutamente absurdo. Al fin y al cabo, si lo primero fuera lo segundo o lo tercero, no sería lo primero, ¿verdad? De todos modos, los tópicos existen para consolar a los zopencos, no para aportar ningún significado. Como en aquel momento no me funcionaba muy bien la olla, me consoló un poco la idea, mientras sacaba la ficha policial de Brandon Weiss.
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