Jeff Lindsay - Dexter por decisión propia

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Dexter por decisión propia: краткое содержание, описание и аннотация

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Psicópata desde la infancia, Dexter Morgan fue instruido por su padre en el arte del camuflaje: el forense diurno de la policía de Miami deja paso, cuando cae la noche, al asesino en serie de aquellos criminales que han escapado a la acción de la justicia. Pero haber conseguido el disfraz perfecto le va a servir de poco.
Al regreso de su luna de miel parisina, Dexter debe investigar la aparición de una serie de cadáveres dispuestos como obscenas obras de arte. Y, cuando su hermana es salvajemente atacada por el asesino, nuestro lunático favorito se verá luchando por salvar aquello que tanto le había complicado la vida: su propia familia.
En el cuarto episodio de su entrañable personaje, Jeff Lindsay vuelve a mostrarse tan sangriento como ingenioso. Y los fans de la serie televisiva disfrutarán aún más, ya que estas aventuras siguen caminos paralelos pero diferentes a los de la pequeña pantalla.

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Dexter no exige que la vida se desarrolle siempre de una manera razonable. Al fin y al cabo, vivo aquí, y sé que la lógica, no. Pero esto era absurdo, a menos que aceptara la idea de que, si llamas a puertas al azar en Miami, una de cada tres personas que la abran estará dispuesta a matarte. Si bien esta idea poseía un gran atractivo, no me parecía muy probable.

Y para colmo, en aquel momento, el motivo por el que lo hizo no era tan importante como el hecho de que Doncevic había apuñalado a Deborah. Aunque no tenía ni idea de por qué eso había provocado una reunión de tal magnitud. Matthews, Capuccio, Salguero… Esta gente no se reunía a tomar café cada día.

Por lo tanto, sabía que algo desagradable se estaba gestando, y dijera lo que dijera iba a influir en ello, pero como no sabía de qué se trataba, qué podía decir para mejorar la situación. Había demasiada información que no llevaba a ninguna parte, y ni siquiera mi gigantesco cerebro daba abasto. Carraspeé, con la esperanza de que me concediera algo de tiempo, pero terminó en escasos segundos, y todos continuaban mirándome.

—Bien —repetí—. Hum, ¿el principio? Se refiere a, hum…

—Fueron a interrogar al señor Doncevic —dijo Capuccio.

—No, hum… En realidad, no.

—En realidad, no —repitió Simeon, como si alguno de nosotros desconociera el significado de aquellas palabras—. ¿Qué significa «en realidad, no»?

—Fuimos a interrogar a alguien llamado Brandon Weiss —repliqué—. Doncevic abrió la puerta.

Capuccio asintió.

—¿Qué dijo cuando la sargento Morgan se identificó?

—No lo sé —contesté.

Simeon miró a Capuccio y soltó «Táctica de cerrojo» en un susurro muy alto. Ella desechó su comentario con un ademán.

—Señor Morgan —continuó la mujer, y bajó la vista hacia el expediente que tenía delante—. Dexter. —Me dedicó un brevísimo tic facial que debió confundir con una sonrisa cálida—. No estás bajo juramento, no te has metido en ningún lío. Sólo necesitamos saber qué ocurrió antes del apuñalamiento.

—Lo comprendo —dije—, pero yo estaba en el coche.

Simeon se puso casi en posición de firmes.

—En el coche —repitió—. No en la puerta con la sargento Morgan.

—Exacto.

—De modo que no oyó lo que se dijo… ni lo que no se dijo —continuó, y alzó tanto una ceja que casi habría podido pasar por un diminuto tupé sobre aquella cabeza calva tan reluciente.

—Exacto.

Capuccio se inclinó hacia delante.

—Pero afirmaste en tu declaración que la sargento Morgan enseñó su placa.

—Sí —afirmé—. La vi hacerlo.

—Y él estaba sentado en el coche. ¿A qué distancia? —preguntó Simeon—. ¿Sabes qué podría hacer con eso en el tribunal?

Matthews carraspeó.

—No perdamos, hum… El tribunal no es, hum… No hemos de dar por sentado que esto terminará en los tribunales —dijo.

—Yo estaba muchísimo más cerca cuando intentó apuñalarme —proseguí, con la esperanza de ser un poco útil.

Pero Simeon desechó mis palabras con un ademán.

—Defensa propia —argumentó—. ¡Si ella no se identificó como agente de la ley de la manera apropiada, mi cliente tenía derecho a defenderse!

—Ella le enseñó su placa, estoy seguro —insistí.

—Usted no puede estar seguro. ¡Desde quince metros de distancia, no!

—Yo lo vi —dije, con la esperanza de no parecer irritable—. Además, Deborah nunca se olvidaría de eso. Conoce el procedimiento correcto desde que empezó a caminar.

Simeon agitó en mi dirección un largo dedo índice.

—Ésa es otra cosa que no me gusta del caso. Exactamente, ¿cuál es su relación con la sargento Morgan?

—Es mi hermana.

—Su hermana —dijo, en un tono como diciendo, «su malvado esbirro». Sacudió la cabeza de forma teatral y paseó la vista alrededor de la sala. Había conseguido atraer la atención de todo el mundo, y no cabía duda de que se lo estaba pasando en grande—. Esto se pone cada vez mejor —aventuró, con una sonrisa mucho más encantadora que la de Capuccio.

Salguero habló por primera vez.

—Deborah Morgan tiene un expediente impecable. Procede de una familia de policías, y está limpia en todos los aspectos, y siempre lo ha estado.

—Pertenecer a una familia de policías no significa estar limpio —dijo Simeon—. Significa la Muralla Azul, [6] Se refiere a la norma no escrita entre policías de Estados Unidos de no denunciar a los compañeros por delitos o faltas (N. del T.) y ustedes lo saben. Estamos ante un caso clarísimo de defensa propia, abuso de autoridad y encubrimiento. —Alzó las manos al aire y continuó—: Es evidente que jamás averiguaremos lo que sucedió en realidad, sobre todo con estas bizantinas relaciones familiares y entre departamentos de policía. Creo que tendremos que esperar a que los tribunales diriman el asunto.

Ed Beasley habló por primera vez, de una forma tan brusca y desprovista de histerismo que me dieron ganas de darle un caluroso apretón de manos.

—Tenemos a una agente en cuidados intensivos —dijo—. Porque su cliente le clavó un cuchillo. Y no necesitamos un tribunal para dirimir eso, soplapollas.

Simeon enseñó una hilera de dientes brillantes a Beasley.

—Puede que no, Ed, pero hasta que tus chicos no consigan abolir la Constitución, mi cliente goza de esa opción.

Se levantó.

—En cualquier caso —anunció—, creo que tengo bastante para sacar a mi cliente en libertad bajo fianza.

Saludó con un cabeceo a Capuccio y salió de la sala.

Siguió un momento de silencio, y después Matthews carraspeó.

—¿Tiene bastante, Irene?

Capuccio rompió el lápiz que sujetaba.

—¿Con el juez adecuado? Sí —confirmó—, Es probable.

—El clima político no es bueno en estos momentos —comentó Beasley—. Simeon puede revolver en la mierda y lograr que huela. Y ahora no podemos permitirnos más tufos.

—Muy bien, pues —terció Matthews—. Vamos a atrancar las escotillas en vista a la tormenta de mierda que se avecina. Teniente Stein, va a tener que esforzarse. Quiero algo en mi mesa para la prensa lo antes posible…, antes de mediodía.

Stein asintió.

—De acuerdo.

Israel Salguero se levantó.

—Yo también tengo trabajo, capitán. Asuntos Internos tendrá que empezar a revisar el comportamiento de la sargento Morgan ahora mismo.

—De acuerdo, bien —reconoció Matthews, y después me miró—. Morgan —dijo, y sacudió la cabeza—, ojalá nos hubieras ayudado más.

14

Así que Alex Doncevic estuvo en la calle mucho antes de que Deborah despertara. De hecho, Doncevic salió del centro de detención a las cinco y diecisiete minutos de aquella tarde, tan sólo una hora y veinticuatro minutos después de que ella abriera los ojos por primera vez.

Sabía lo de Deborah porque Chutsky me había llamado enseguida, tan entusiasmado como si acabara de cruzar el Canal de la Mancha arrastrando un piano.

—Se va a poner bien, Dex —dijo—. Abrió los ojos y me miró.

—¿Dijo algo? —le pregunté.

—No, pero me apretó la mano. Lo va a conseguir.

Yo todavía no estaba convencido de que un guiño y un apretón fueran señales seguras de que fuera a producirse una recuperación completa, pero era bonito saber que había hecho algún progreso. Sobre todo porque tendría que estar muy consciente para plantar cara a Israel Salguero y a Asuntos Internos.

Y yo sabía que Doncevic había salido libre del centro de detención porque en el tiempo comprendido entre la reunión en la sala de conferencias y la llamada de Chutsky había tomado una decisión.

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