—Yo, er, me has pillado desprevenido —repuse—. Estoy ocupado en algo, pero creo que es una gran idea.
—¿De veras? ¿Lo crees así?
—Por supuesto. Es algo perfecto para él.
—Confiaba en que dijeras eso, pero claro, no lo sabía. ¿Y si…? O sea, ¿lo dices en serio?
Lo decía en serio, y al final conseguí que me creyera, aunque tardé varios minutos, porque Rita es capaz de hablar sin respirar y, muy a menudo, sin terminar una frase, de modo que soltaba quince o veinte palabras inconexas por cada una de las mías.
Cuando al fin conseguí convencerla y colgó, estaba un poco más oscuro, pero por desgracia había bastante más claridad en mi interior. Las notas preliminares de la Suite de Dexter habían enmudecido, y la banda sonora de la llamada de Rita había aplacado en parte el ansia perentoria. De todos modos, estaba seguro de que regresaría.
Entretanto, sólo para aparentar que estaba ocupado, llamé a Chutsky.
—Hola, colega —dijo—. Ha vuelto a abrir los ojos hace unos minutos. El médico cree que está empezando a recuperarse un poco.
—Eso es maravilloso —comenté—. Me pasaré un poco más tarde. He de ocuparme de unos cabos sueltos.
—Algunos de los vuestros se han dejado caer para verla —me informó—. ¿Conoces a un tipo llamado Israel Salguero?
Una bicicleta pasó junto a mi coche. Golpeó el retrovisor y pasó de largo.
—Le conozco —reconocí—. ¿Ha estado ahí?
—Sí —repuso Chutsky—. Ha venido. —Guardó silencio, como si esperara que yo dijera algo. No se me ocurrió gran cosa, de modo que por fin continuó—: No me dio buena espina.
—Conocía a nuestro padre.
—Ajá. Pero hay más.
—Hum —dije—, es de Asuntos Internos. Está investigando el comportamiento de Deborah en relación con el caso.
Chutsky guardó un profundo silencio durante un momento.
—El comportamiento de ella —dijo al final.
—Sí.
—La apuñalaron.
—El abogado dijo que fue defensa propia.
—Hijo de puta.
—Estoy seguro de que no hay nada de qué preocuparse. Son las normas, tiene que investigar.
—Hijo de la gran puta —resopló Chutsky—. ¿Y se atreve a venir aquí, con ella en coma?
—Hace mucho tiempo que conoce a Deborah. Es probable que sólo quisiera comprobar que todo iba bien.
Siguió una pausa larguísima.
—Muy bien, colega —replicó Chutsky después—. Si tú lo dices… Pero no creo que le deje entrar la próxima vez.
No estaba muy seguro cómo se llevarían el gancho de Chutsky y la confianza absoluta en sí mismo de Salguero, pero tenía la intuición de que sería una confrontación interesante. Chutsky, a pesar de sus faroles y su jovialidad fingida, era un asesino sin escrúpulos. Pero Salguero llevaba años en Asuntos Internos, lo cual le convertía, en la práctica, en alguien a prueba de balas. Si llegaban a las manos, creo que el programa triunfaría en la televisión de pago. También pensé que debía callarme esa idea.
—De acuerdo —me limité a decir—. Hasta luego.
Colgué.
Y así, una vez solucionados todos esos pequeños detalles humanos, reanudé mi espera. Pasaron coches. Pasaron transeúntes. Me entró sed, y descubrí media botella de agua en el suelo del asiento trasero. Por fin, oscureció del todo.
Esperé un poco más para dejar que la oscuridad se instalara sobre la ciudad, y sobre mí. Me sentó de coña embutirme la fría y cómoda chaqueta nocturna, y aumentó la impaciencia, mientras escuchaba los susurros de aliento del Oscuro Pasajero, que me animaba a dejarle sitio y cederle el volante.
Y al final, lo hice.
Guardé en el bolsillo el nudo de sedal y un rollo de cinta adhesiva, las únicas herramientas que tenía en el coche en aquel momento, y bajé.
Y vacilé: demasiado tiempo desde la última vez, demasiado tiempo desde que Dexter se había dedicado a lo suyo. No había llevado a cabo mis investigaciones preliminares, y eso no estaba bien. No había forjado ningún plan, y eso era peor. La verdad era que no sabía qué había detrás de aquella puerta, ni qué haría cuando entrara. Titubeé un momento, parado junto al coche, y me pregunté sería capaz de improvisar mientras bailaba. Esa incertidumbre hizo mella en mi armadura y me dejó inmóvil sobre un pie en la peligrosa oscuridad, sin atreverme a avanzar.
Pero eso era una señal de estupidez y debilidad, y una equivocación. Algo indigno de Dexter. El Verdadero Dexter vivía en la Oscuridad, resucitaba en la noche afilada, disfrutaba acuchillando las sombras. ¿Quién era aquel tipejo irresoluto? Dexter no vacila.
Miré el cielo nocturno y lo aspiré. Mejor todavía: sólo había un pedazo de luna amarilla putrefacta, pero me abrí a ella y me lanzó un aullido, y la noche batió en mis venas, vibró en las yemas de mis dedos y cantó en la piel tensa de mi cuello, y noté que todo cambiaba, todo revirtió en lo que Debemos ser para hacer lo que Deseamos hacer, y después nos Sentimos preparados para ello.
El momento había llegado, ésta era la noche, era la Danza del Oscuro Dexter, y los pasos fluirían de nuestros pies como siempre habían sabido que sucedería.
Y las alas negras se desplegaron desde el interior, abarcaron el cielo nocturno y nos impulsaron hacia delante.
Nos deslizamos a través de la noche, dimos la vuelta a la manzana, inspeccionamos toda la zona. Al final de la calle había una callejuela, y nos adentramos en su oscuridad aún más profunda, un atajo hacia la parte posterior del edificio de Doncevic. Había una furgoneta baqueteada aparcada en un área de carga y descarga bien disimulada detrás. Un veloz y seco susurro del Pasajero, Mira: así sacaba los cuerpos y los trasladaba a los puntos donde los exponía . Pronto, él se iría por el mismo camino.
Dimos toda la vuelta y no descubrimos nada alarmante en la zona. Un restaurante etíope en la esquina. Música a todo volumen a tres puertas de distancia. Y entonces, llegamos a la puerta principal y llamamos al timbre. Él abrió la puerta y se quedó un momento sorprendido antes de que nos lanzáramos sobre él, le pusiéramos boca abajo sobre el suelo con el nudo alrededor del cuello y le cubriéramos la boca con cinta adhesiva, tras lo cual le atamos las manos y los pies con ella. Cuando estuvo inmovilizado por completo, registramos a toda prisa la vivienda y no encontramos a nadie más. Sí que encontramos algunos artículos interesantes. Algunas herramientas estupendas en el cuarto de baño, justo al lado de una bañera de buen tamaño. Sierras, tijeras y toda la pesca, adorables Juguetes de la Hora de Recreo de Dexter, y no cabía duda de que era el fondo de porcelana blanca de la película casera que habíamos visto en la Oficina de Turismo, la prueba, la única prueba que necesitábamos en esta noche de necesidad. Doncevic era culpable. Había estado parado al lado de la bañera sosteniendo aquellas herramientas, tras hacer cosas impensables, justo las cosas impensables que nosotros estábamos pensando hacerle a él.
Le arrastramos hasta el cuarto de baño, le acercamos a la bañera, y entonces nos paramos un momento. Un susurro muy tenue pero insistente insinuaba que no todo era correcto, escaló nuestra espina dorsal e invadió nuestra dentadura. Metimos a Doncevic en la bañera, cabeza abajo, y registramos toda la casa una vez más. No había nada ni nadie, todo iba bien, y la voz muy alta del Oscuro Pasajero estaba ahogando el débil susurro, exigiendo de nuevo que volviéramos a bailar con Doncevic.
De modo que volvimos a la bañera y pusimos manos a la obra. Nos dimos un poco de prisa porque estábamos en un lugar desconocido y no habíamos planificado nada, y también porque Doncevic dijo algo extraño antes de que le arrebatáramos para siempre el don del habla. «Sonríe», dijo, lo cual nos enfureció, y no tardó en ser incapaz de volver a hablar nunca más. Pero fuimos minuciosos, oh, sí, y cuando terminamos, nos sentimos muy satisfechos de un trabajo bien hecho. Todo había ido muy bien, y habíamos dado un gran paso adelante en conseguir que las cosas volvieran a ser como antes.
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