Donna Leon - Testamento mortal

Здесь есть возможность читать онлайн «Donna Leon - Testamento mortal» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Testamento mortal: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Testamento mortal»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Al regresar de viaje, una joven traductora encuentra muerta a su vecina de abajo. La víctima es una señora mayor, encantadora y sin enemigo aparente. En la casa está todo en orden pero unas gotas de sangre junto a la cabeza del cadáver llaman su atención y decide llamar a la policía, de esta manera el caso queda en manos de Brunetti. El informe forense determina que la mujer tuvo un ataque al corazón y la sangre obedece a que al caer al suelo se golpeó la cabeza, pero hay ligerísimos indicios de violencia. Aunque nada apunta a un delito criminal, Brunetti tiene una intuición, no sabe qué es lo que no cuadra, pero no se conforma con esta explicación e investiga. El famoso comisario deberá descubrir si se trata de una muerte natural o hay algo criminal en ella.

Testamento mortal — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Testamento mortal», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Brunetti se sentó en el banco, dejando un espacio entre Morandi y él.

El anciano se echó una mano al bolsillo y sacó papel de fumar y tabaco. Descuidadamente, dejando caer hebras de tabaco en los pantalones y en los zapatos, consiguió liar un cigarrillo y encenderlo. Dio tres profundas caladas y se recostó, ignorando los pájaros que, a su vez, ignoraron el tabaco caído a su alrededor. Levantaron la vista hacia él, pero su indignado piar no impresionó a Morandi. Dio una calada tras otra, hasta que su cabeza quedó envuelta en una nube y lo acometió otro acceso de tos. Cuando el ataque cesó, arrojó con desagrado el cigarrillo y se volvió hacia Brunetti.-Maria no me deja fumar en casa -dijo, en un tono casi de orgullo.

– ¿Por su salud?

El anciano se volvió hacia él, con el rostro desprovisto de emoción ante esa idea.

– Oh, ojalá -murmuró, y se apresuró a apartar la vista.

Morandi miró alrededor, abarcando la totalidad del campo, como si buscara a alguien que se preocupara de si fumaba o no. Se volvió para prestar atención a Brunetti, y dijo:

– Tiene que devolverme la llave, signore.

Se esforzó en emplear un tono razonable, pero sólo consiguió reflejar su desesperación. Su expresión era seria; trató de componer una sonrisa amistosa, pero luego dejó que se borrara.

– ¿Cuántos quedan?

Morandi entrecerró los ojos e inició una pregunta:

– ¿Qué es lo que usted…?

Pero desistió de su intento y se detuvo. Se cogió las manos, las puso entre los muslos y se inclinó hacia delante. Entonces se dio cuenta de la presencia de los pájaros, los cuales, sin demostrar temor, acercándose más a saltitos, empezaron a piar ante aquel rostro que les resultaba familiar. Él rebuscó en la chaqueta y sacó unos pellizcos de granos, que dejó caer entre sus pies. Los pájaros los picotearon ávidamente.

Con la cabeza todavía inclinada y la atención puesta, al parecer, en los pájaros, dijo:

– Siete.

– ¿Sabe lo que son?

– No -reconoció el anciano, rechazando la idea-. He ido a galerías y a museos para tratar de ver otros. Ahora entro gratis, por mi edad. Pero no puedo recordar lo que veo, y los nombres no me dicen nada. -Desdobló las manos y las separó, como para indicar su ignorancia y confusión-. Así que no tengo más remedio que confiar en el hombre que me dice lo que son.

– Y cuánto valen.

Morandi asintió.

– Sí. Él estuvo de paciente cuando Maria aún trabajaba en el hospital. Me habló de él. Lo recordé cuando… cuando tuve que venderlos.

– ¿Se fía de él?

Morandi se lo quedó mirando, y Brunetti percibió un destello de inteligencia cuando el anciano dijo:

– ¿Acaso tengo elección?

– Supongo que podría acudir a otro -sugirió Brunetti.

– Son una mafia -replicó Morandi con absoluta seguridad-. Vayas a uno o a otro, da lo mismo. Todos te engañan.

– Pero quizá alguien lo engañaría menos.

Morandi rechazó esta posibilidad con un encogimiento de hombros.

– A estas alturas todos saben quién soy y a quién pertenezco.

Hablaba como si estuviera seguro de que aquello era cierto.

– ¿Y qué pasará cuando se acaben? -preguntó Brunetti.

Morandi bajó la cabeza para contemplar los pájaros, que seguían reuniéndose alrededor de sus pies, mirando arriba, en demanda de alimento.

– Entonces se habrán acabado. -Su voz sonó resignada. Brunetti aguardó y, finalmente, el anciano dijo-: Podrían bastar para cubrir dos años.

– ¿Y luego? -preguntó Brunetti, con la tenacidad de un perro de presa.

El anciano alzó los hombros, al tiempo que emitía un ruidoso suspiro.

– ¿Quién sabe lo que pasará dentro de dos años?

– ¿Qué le ha dicho el médico? -se interesó Brunetti, señalando con un movimiento de cabeza la casa di cura.

– ¿Por qué lo pregunta? -replicó Morandi, volviendo a su anterior aspereza.

– Porque parecía usted muy preocupado. Antes, cuando habló de eso.

– ¿Y eso basta para que usted quiera enterarse? -preguntó Morandi, como si fuera un antropólogo que se enfrenta a una forma de conducta enteramente nueva.

– Parece una mujer que ha tenido muchos contratiempos en su vida -se arriesgó a decir Brunetti-. Espero que no tenga más.

Los ojos de Morandi se dirigieron a las ventanas del segundo piso de la casa di cura , ventanas que Brunetti pensó podían ser las del comedor donde vio por primera vez a la signora Sartori.

– Hay más y más contratiempos, y luego se acaban y ya no hay nada más. -Se volvió hacia Brunetti-. ¿No es así?

– No lo sé -fue lo mejor que se le ocurrió a Brunetti, aunque se tomó algún tiempo para hablar-. Espero que ella tenga cierta paz.

Morandi sonrió ante esa última palabra, pero no era algo agradable de ver.

– No la hemos conocido desde que nos mudamos.

– ¿A San Marco?

Asintió, y uno de los mechones se desprendió y se desplazó hasta apoyarse en su vecino.

– Antes las cosas iban muy bien. Trabajábamos, conversábamos y creo que ella era feliz.

– Y usted ¿no lo era?

– Oh -exclamó, y esta vez la sonrisa fue real-. Nunca había sido tan feliz en mi vida.

– ¿Y entonces?

– Entonces Cuccetti me ofreció la casa. Nosotros vivíamos en alquiler, en Castello. Cuarenta y un metros cuadrados, planta baja. Allí estábamos como una lata de sardinas -explicó, con la mente retrocediendo sin duda a aquel reducido espacio. Luego, con otra sonrisa, añadió-: Pero éramos unas sardinas felices.

Volvió a inspirar profundamente, tomando aire a través de las ventanas de la nariz y enderezándose de nuevo.

– Entonces habló de la casa que podríamos tener. Más de cien metros. Piso alto, dos baños. Sonaba tan maravilloso como si fuera un castillo.

Miró a Brunetti como si quisiera que aquel hombre, que no tenía idea de qué significaba vivir en un apartamento de cuarenta y un metros, imaginara lo que eso representaba para unas personas como ellos. Brunetti asintió.

– Así que le dije que lo haría. Y recurrí a Maria porque Cuccetti dijo que necesitaba dos testigos. Y entonces pensé en los dibujos que tenía la vieja. Le había hablado de ellos a Maria. -Ladeó la barbilla y formuló una verdadera pregunta-: ¿Cree que lo que hice estuvo mal? ¿Que fui codicioso por decirle que quería los dibujos?

– No lo sé, signor Morandi. No puedo emitir un juicio sobre eso.

– Maria sabe que desde entonces todo fue mal. Pero no sabe por qué -dijo el anciano, cuya desesperación era perceptible-. Así que no importa lo que yo piense sobre eso o lo que usted haga. Ella sabe que algo malo ocurrió.

Morandi sacudió la cabeza y luego continuó con su cabeceo, como si cada movimiento renovara su culpa por lo que hizo.

– ¿Qué pasó cuando fue a casa de la signora Altavilla? -preguntó Brunetti.

Dejó de mover la cabeza. Se quedó mirando a Brunetti y, de repente, cruzó los brazos sobre el pecho, como para dar a entender que ya tenía bastante de aquello y no quería continuar. Pero sorprendió a Brunetti cuando dijo:

– Fui a hablar con ella, a tratar de hacerle entender que necesitaba la llave. No podía hablarle de los dibujos. Se lo hubiera contado a Maria, y ella se habría enterado de lo que hice.

– ¿No lo sabía?

– Oh, no, nada -se apresuró a replicar-. Nunca los vio. Nunca estuvieron en casa. Cuando Cuccetti me los dio, los llevé directamente al banco, y yo pagaba en efectivo, una vez al año, por la caja. No había manera de que Maria pudiera conocer su existencia.

La mera posibilidad infundía temor en su voz.

– Pero ¿sabía que tenía usted la llave? -preguntó Brunetti, pensando que, con el transcurso de los años, con seguridad ella habría averiguado para qué era la llave.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Testamento mortal»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Testamento mortal» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Testamento mortal»

Обсуждение, отзывы о книге «Testamento mortal» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x