Donna Leon - Testamento mortal

Здесь есть возможность читать онлайн «Donna Leon - Testamento mortal» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Testamento mortal: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Testamento mortal»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Al regresar de viaje, una joven traductora encuentra muerta a su vecina de abajo. La víctima es una señora mayor, encantadora y sin enemigo aparente. En la casa está todo en orden pero unas gotas de sangre junto a la cabeza del cadáver llaman su atención y decide llamar a la policía, de esta manera el caso queda en manos de Brunetti. El informe forense determina que la mujer tuvo un ataque al corazón y la sangre obedece a que al caer al suelo se golpeó la cabeza, pero hay ligerísimos indicios de violencia. Aunque nada apunta a un delito criminal, Brunetti tiene una intuición, no sabe qué es lo que no cuadra, pero no se conforma con esta explicación e investiga. El famoso comisario deberá descubrir si se trata de una muerte natural o hay algo criminal en ella.

Testamento mortal — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Testamento mortal», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Es tan fácil que hasta me hace pensar en cambiar mis procedimientos -dijo ella, y Brunetti casi quiso creerse esa mentira.

– Viviré con esa sola esperanza -respondió suavemente mientras miraba el primer papel, una copia de un documento escrito por una mano insegura, firmado con un garabato indescifrable al pie.

Otras dos firmas aparecían debajo.

– Debería ver el segundo papel, señor -sugirió la signorina Elettra.

Lo hizo y vio que se trataba del certificado de defunción de Marie Reynard.

En todos aquellos años, Brunetti nunca había decidido si la signorina Elettra prefería explicarle las cosas o hacer que las descubriera por sí mismo. Para ahorrar tiempo, preguntó:

– ¿Y qué busco?

– Las fechas, señor.

Volvió a mirar la primera hoja y vio que su fecha era cuatro días anterior a la del certificado de defunción. Señalándola, dijo:

– ¿Así que éste es el famoso testamento?

Era comprensible que hubiera causado tantos problemas: sólo un experto podía desentrañar aquella escritura.

– La tercera hoja es una transcripción, señor. La hicieron tres personas distintas y todas escribieron más o menos el mismo texto.

– ¿Más o menos?

– Nada importante. Ni tampoco en los papeles adjuntos.

Volvió a la tercera página y leyó que hallándose en pleno uso de sus facultades mentales, Marie Reynard legaba su entero patrimonio, incluyendo cuentas bancarias, inversiones, inmuebles y sus propiedades anejas, así como todo su patrimonio mobiliario al avvocato Benevento Cuccetti, y que este testamento derogaba e invalidaba todos los anteriores y constituía una expresión de su pleno deseo e irrevocable decisión.

– Bonita mezcla de poesía y legalidad: «Pleno deseo e irrevocable decisión» -recalcó Brunetti.

– Bonita mezcla, también, de bienes muebles e inmuebles -añadió la signorina Elettra, señalando con un movimiento de cabeza los papeles que tenía en la mano.

Brunetti volvió a la transcripción y encontró una lista de cuentas bancarias, propiedades y otras posesiones.

– ¿De qué más se ha enterado?

– El piso vendido a Morandi está detrás de la basílica, última planta, ciento ochenta metros.

– Si la propietaria era la mujer de Cuccetti, no puede haber formado parte de las propiedades de Reynard.

– No, fue suyo durante más de diez años antes de vendérselo a Morandi.

– ¿El precio declarado?

– Ciento cincuenta mil euros -respondió ella. Antes de que Brunetti pudiera replicar, añadió-: Probablemente hoy valdría más de diez veces esa cantidad.

– Y valdría al menos tres veces más cuando él lo compró -comentó Brunetti en tono neutro. Luego, concretando-: Es interesante que nadie en Hacienda cuestionara ese precio. Está clarísimo que es falso.

La signorina Elettra se encogió de hombros. Un hombre tan poderoso y rico como Cuccetti se había salido con la suya en cosas mucho peores durante su vida, y ¡quién no le debía un favor en Hacienda al avvocato Cuccetti?

Vianello apareció en la puerta.

– Signorina, el vicequestore desea hablar con usted.

A ninguno de los tres les extrañó que Patta no se hubiera limitado a usar el teléfono. De esta manera, que todos tomaran nota, el vicequestore podía mandar a Vianello a un recado arriba, obligar a la signorina Elettra a dejar lo que estuviera haciendo para acudir a su despacho, y dejar claro a Brunetti para quién trabajaba ella y a quién se suponía que debía lealtad.

Ella se fue, y Vianello, aunque no se le invitara, entró y se sentó frente a la mesa de Brunetti.

– He echado un vistazo a los libros de Derecho -dijo Brunetti, utilizando el pulgar para señalar la estantería que tenía detrás, la cual contenía volúmenes de Derecho civil y penal-. Y el asunto prescribió hace años.

– ¿Qué asunto?

– Falsedad en documento público. En este caso, un testamento.

– Yo no sé nada de eso -declaró Vianello, con especial énfasis en la primera palabra.

– ¿Qué quieres decir?

– Que si yo no sé nada de eso, es improbable que alguien como Morandi lo sepa, ¿no crees?

– ¿Y qué significa eso?

Vianello cruzó las piernas y los brazos, cargando su peso sobre la silla, y dijo, expresándose tan despacio que Brunetti casi pudo oír cómo el inspector juntaba las piezas mientras hablaba:

– Eso significa que una manera de que estas cosas encajen es dar por supuesto que la signora Sartori le dijo algo a la signora Altavilla sobre lo que hizo Morandi. O sea, sobre el testamento.

Brunetti lo interrumpió para preguntar:

– ¿Que sabían que era falso cuando actuaron como testigos?

– Quizá.

– La madre Rosa se refirió a la signora Altavilla como «tremendamente honrada» o algo así -dijo Brunetti, que no pudo recordar la frase exacta, aunque lo extraño de la expresión lo había sorprendido cuando la oyó-. Así pues, si la signora Altavilla supo algo por la signora Sartori, pudo haber sido capaz de enfrentarse a Morandi por esa causa.

– ¿Porque quería que confesara?

Brunetti consideró esa posibilidad por un momento, antes de responder:

– Ya pensé en eso. Pero ¿con qué propósito? La anciana, muerta; Cuccetti, su mujer y su hijo, muertos. El patrimonio desapareció: la Iglesia tiene lo que quedó de él. -Se encogió de hombros, en un gesto de incomprensión, y añadió-: Quizá creía que eso salvaría la reputación de Morandi, o su conciencia. -Y tras un instante-: O salvaría su alma.

Quién sabe. La gente cree en cosas aún más extrañas.

– Morandi no es la clase de hombre al que le preocupe su conciencia -objetó Vianello en tono brusco-. Ni su reputación.

El inspector optó por no comentar la tercera cosa.

– Te sorprenderías.

– ¿De qué?

– De lo importante que puede ser su reputación para las personas de las que menos esperaríamos que pensaran en ella.

– Pero es un hombre sin formación, con abundantes antecedentes penales, un ladrón conocido -argumentó Vianello, tratando de disimular su sorpresa.

– Podrías estar describiendo a muchos de los hombres que están en el Parlamento -replicó Brunetti, como si fuera una broma, pero de repente se sintió agobiado por la verdad que encerraban sus palabras.

En efecto, más allá de la broma, Brunetti había revelado una verdad, y lo sabía: incluso los peores hombres deseaban ser percibidos mejores de lo que eran. ¿Qué más podía elevar la hipocresía a alturas tan delirantes?

Volvió a pensar en su encuentro con Morandi. El anciano se había sorprendido de encontrarlo allí y reaccionó de manera instintiva. Pero en cuanto se percató de que Brunetti era un representante del Estado, y en el cumplimiento de su deber -un deber que él creyó consistía en ayudar a la signora Sartori-, su actitud se suavizó. Brunetti pensó en su propio padre, un hombre violento: aun en sus peores momentos, siempre se mostró deferente con la autoridad y con aquellos cuya buena opinión él valoraba. Siempre trató a su esposa con respeto y se esforzó por contar con el suyo. Qué despacio desaparecían esas viejas formas.

Vianello lo sacó de estas cavilaciones cuando dijo, aunque a regañadientes:

– Quizá tengas razón.

– ¿Sobre qué?

– Sobre que la buena opinión de la gente sería importante para él. ¿Has dicho que se mostraba protector con la mujer?

– Eso parecía.

– ¿Protector porque no quería que hablara contigo o porque no quería que la molestaras?

Brunetti tuvo que pensar en ello un momento antes de responder:

– Yo diría que un poco por ambas razones, pero más por la segunda que por la primera.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Testamento mortal»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Testamento mortal» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Testamento mortal»

Обсуждение, отзывы о книге «Testamento mortal» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x