Cara Black - Asesinato En Paris

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Cara Black se ha forjado un renombre con las novelas que narran las aventuras de la detective Leduc, ambientadas en París. En sus páginas se puede disfrutar de La Ciudad de la Luz como si se paseara por sus calles. Es la serie de la que se habla en toda Europa.
Un misterioso rabino se acerca a Aimeé Leduc, detective parisina medio francesa y medio americana, y le pide que descifre una fotografía codificada de cincuenta años de antigüedad y se la haga llegar a una mujer en el Marais, el viejo barrio judío. Cuando lo hace, se encuentra con un cadáver en cuya frente alguien ha grabado una esvástica. Con la ayuda de su socio, un enano de extraordinarias habilidades informáticas, se decide a resolver este horrendo asesinato y se encuentra en el centro de un peligroso juego de política actual y viejos crímenes de guerra. Aimée recorre tejados y cloacas, los órganos del poder y los bajos fondos de París, para descubrir la historia de la ciudad que conforma su presente.

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– Abandoné el liceo en 1944 para trabajar en una fábrica de vidrio-dijo mientras pasaba las frágiles hojas.

– ¿Hay alguna foto de la clase?

– No puedo decirle que entonces fuéramos tan sofisticados-dijo Odile buscando en las sobadas páginas. Tarareaba a un tiempo con el raposo sonido del solo de clarinete-. Esto es lo más parecido a una fotografía de clase-dijo despegando algunas fotos

Aimée casi derrama el té caliente. Era la misma foto que había descifrado del disco codificado que Soli Hecht le había dado

– ¿Quién de ellos es Laurent?

El dedo retorcido de Odile señaló un chico alto, de pie junto a Lili, en la plaza Georges- Cain

– Laurent de Saux, si eso es a lo que se refiere. Vivía en el número 23, dos portales más abajo.

La foto en blanco y negro mostraba el café con los nazis ociosos y el parque con los alumnos

– ¿Cómo hicieron la foto?

– Madame Pagnol, la profesora de historia, la hizo para ilustrar la estatua de César Augusto. Mire-dijo señalando la estatua de mármol-, estábamos estudiando el imperio romano.

Aimée se dio cuenta en ese momento. Lo que le había parecido una escena tomada al azar en la calle, servía de ilustración para la magnífica estatua de César Augusto. Por eso la habían hecho.

– ¿Le dio una a casa alumno?

– Oh, no-repuso Odile-. Solo a los que podían permitírselo. Después de esto dejé la escuela. Nunca acabé

Hizo un esfuerzo por contener su excitación. He aquí la prueba…pero ¿la prueba de qué?

– laurent pasaba información sobre los alumnos durante la ocupación.

Odile cerró los ojos

– ¿O fue usted?-dijo Aimée

Los ojos de Odile relucían de furia

– Nunca.-Apartó el álbum a un lado

– La nostalgia ya no es lo que era.-Aimée estaba harta-. Esa historia de “cualquier tiempo pasado fue mejor” ya no vale.

Odile miraba por la ventana

– Nada desaparece, ¿eh?

– No, la cruda y horrible verdad no lo hace

Por fin Odile habló

– Laurent me pidió que informara. Los chivatazos anónimos conseguían cien francos. La Gestapo ofrecía varios cientos de francos por denuncias propiamente dichas. Pero yo me negaba. Veía el odio y el miedo en los rostros de mis compañeros cuando Laurent pasaba a su lado. El daba por supuesto que los nazis ganarían la guerra y lo protegerían.

– ¿Y usted?

– la persona equivocada en el momento equivocado. Di refugio a ese piloto de la RAF durante la ocupación. Así que me dieron una lección.-Señaló sus piernas marchitas

– ¿Quiénes?

– Los médicos de la Gestapo que investigaban sobre las terminaciones nerviosas de la médula. Me llevaron a Berlín y me expusieron como a un bicho raro

– Perdóneme, por favor.- Aimée movió la cabeza de un lado a otro-. Lo siento

– Yo también lo sentí.- Odile sonrió-. Pero sigo intentando recordar los pocos buenos momentos del pasado.

– ¿Qué le ocurrió a Laurent?

– Ya no lo vi hacia el final. Desapareció junto a un montón de gente. ¿Quién lo sabe?

– ¿Y su familia?-dijo Aimée

– Los fusilaron.-Señaló la calle-. Contra la pared. A su padrastro y a su madre en 1943. Se dice que informó sobre ellos

Aimée casi se atraganta con el té

– ¿Quién se hizo cargo del edificio?-consiguió decir al fin

– Un primo por parte de madre. Ya ve, él adoptó el apellido de su madre. Ella era la que tenía el dinero. Después de que ella muriera y su padre volviera a casarse, él mantuvo el apellido

– ¿Qué nombre?

– Siempre se llamaba a sí mismo De Saux. Odiaba a su padre por volver a casarse

Odile Redonnet hizo una pausa y miró a Aimée un momento

– Todo esto tiene que ver con él, ¿no es así?

Aimée asintió

– Era el diablo encarnado, pero ni siquiera puedo decir eso porque era amoral. Sin conciencia. Haría cualquier cosa por mantener el poder sobre alguien. Pero Laurent desapareció, igual que lo hicieron muchos otros colaboracionistas después de la guerra. Tenía diecisiete o dieciocho años cuando la liberación. ¿Quién iba a reconocerlo ahora con sesenta y tantos?

Aimée hizo una pausa al recordar la página arrancada del diario de Lili

– Sé que es él. Laurent.-La frase de Lili que Abraham le había repetido “No olvides Nunca”. Lili había reconocido a Laurent porque había mandado a su familia a los hornos. Nunca se lo perdonaría.

– Ha vuelto, ¿verdad?

– ¿Puedo quedarme con esto?-Aimée se puso en pie-. Tengo que averiguar quién es y esto podría ayudar

Metió la foto dentro de su bolso, llevo la taza a la cocina y la puso en el fregadero. La ventana de la cocina de Odile daba a una serie de ruinosos patios El número 23 era probablemente uno de ellos

Una vez en la puerta, Aimée se dio la vuelta

– Gracias-dijo-. Pero no estoy de acuerdo, Odile

– ¿Y eso?-preguntó Odile desde su silla de ruedas junto a la mesa.

– Estoy empezando a pensar que nunca se marchó.

El primer timbre que tocó lo contestó una mujer de cuarenta y tantos años vestida con un maillot de estampado de cebra, con las mejillas sofocadas y ligeramente perladas de sudor. Aimée podía oír el ruido de fondo del sonido rítmico de los tambores.

– ¿El dueño? No lo sé. Mando los cheques a una inmobiliaria-dijo casi sin respiración.

– ¿Y el portero?

– No hay.-En ese momento, comenzó a sonar el teléfono-. Disculpe-dijo antes de cerrar la puerta.

Nadie contestó cuando llamó a las otras puertas. Se dio una vuelta hasta la parte trasera del edificio donde se guardaban los contenedores de basura y buscó el contador de gas. Por fin lo encontró tras una puerta de madera podrida. Escribió el número de serie del contador. Era fácil obtener información si accedía a EDF (Electricidad de Francia), ya que de otra manera constituiría una tediosa búsqueda encontrar al dueño a través de la oficina de Hacienda. Por supuesto, quizá tendría que acabar acudiendo allí. Ahora lo que necesitaba era tener acceso a un ordenador y contempló la posibilidad de volver a entrar en la casa museo de Víctor Hugo y usar el teclado de su ordenador de última generación.

Viernes por la tarde

Llamó a Abraham Stein desde una cabina en la estación de metro de Concordia, ya que se le había acabado la batería del teléfono móvil. Contestó Sinta.

– Abraham está hablando con un policía de nariz grande

– ¿Uno que fuma continuamente y lleva tirantes?-preguntó Aimée

– Acertaste

– Por favor, dígale a Abraham que se ponga, pero no le diga que soy yo.-Aimée esperó mientras Sinta iba a buscarlo. Podía escuchar el ruido de fondo de las noticias de la radio y los lacónicos comentarios del periodista: “La policía antidisturbios ha tenido que acudir a disolver a los manifestantes que se encontraban frente al palacio del Elíseo donde se firmará el Tratado de Aranceles de la cumbre de la Unión Europea. Se están produciendo esporádicos enfrentamientos entre grupos neonazis y el Partido Verde tanto aquí como en zonas del distrito cuatro, fundamentalmente en el entorno de la Bastilla ”.

El teléfono rozó algo cuando contestó Abraham

– ¿Diga?

– Soy Aimée. No diga nada, solo escuche y conteste con un sí o un no, si puede

El emitió un gruñido y luego habló

– Sinta, ofrece una taza de té al detective

– ¿Se llama Morbier?

– Sí

– ¿Me ha mencionado? ¿Ha preguntado cuándo nos hemos visto por última vez?

– Sí a las dos

– ¿Algo que ver con el asesinato de Lili?

– Sí

De repente, oyó que Abraham carraspeaba y la voz grave de Morbier le llegó desde el otro lado del hilo telefónico

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