Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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La técnica respiratoria aprendida en el alto Tíbet debería serle útil allí en el bajo Londres. El aire que obtuvo, en el sótano del 42 1/2de Threadneedle, era húmedo y viciado, pero volvió a sentirse en forma.

Sacó del bolsillo la vela y las cerillas. Encendió la vela y miró a su alrededor, a los laberínticos caminos del sótano, antes de aventurarse por el corredor.

El desorden no era desorden, el caos no era caos. Lo que parecían deshechos esperando en un rincón a ser tirados, no eran más que un hábil escondrijo para ácidos, gas de oxígeno y sopletes. Un bote de basura contenía unas gafas oscuras nuevas y unos guantes de trabajo bastante limpios, bajo una desagradable superficie de sucios harapos. Alguien se dedicaba a cortar y fundir metales.

Tap.

Se movió hacia el sonido.

Parecía provenir de una puerta situada pasillo adentro. La puerta tenía un panel de vidrio esmerilado. Tras el cristal se movió una sombra. Cuando Holmes se acercó, la silueta se definió como la figura de un hombre extremadamente alto y delgado, la frente trazaba una curva pronunciada, el rostro inclinado se movía a uno y otro lado sobre unos hombros redondos.

Moriarty.

Holmes se humedeció los dedos, apagó la llama de la vela y se la guardó en un bolsillo. Hasta un sonido tan leve como el de un soplido para apagar una vela podría alertar a su adversario. Se descubrió sacando el revólver y apuntando a la figura.

No era muy deportivo, pero uno no se muestra deportivo ante una cobra y le da una oportunidad.

Cuanto menor fuese la distancia, más certero el disparo, así que dio un silencioso paso más hacia ella. Cuando su peso presionó contra una loseta enclavada en el suelo de tierra, notó que algo se movía bajo sus pies. Y supo, mientras deseaba fútilmente que su pie deshiciera la presión, que había disparado algo en el interior de la habitación. Escuchó un golpe y un zumbido metálico al otro lado de la puerta.

Holmes nunca sabría si habría disparado o no, de no haber puesto en marcha el resorte. Moriarty ya tenía esa oportunidad deportiva que le había negado antes.

Moriarty ni se apartó ni apagó la luz de la habitación. Impávido, el Napoleón del crimen afrontó burlonamente su Waterloo.

Holmes disparó, con pulso firme y una tensa sonrisa.

La silueta giró pero no cayó. En vez de eso le hizo un guiño imposible. A través del mellado recuadro de fragmentos de vidrio que quedaban del panel de cristal, Holmes vio que la silueta no era más que una silueta, una figura de cartón recortada que se balanceaba lentamente colgaba de un cordel que la sujetaba al techo, y el guiño era un guiño producido por la luz de la linterna que había al otro lado, brillando a través del agujero de bala que Holmes le había hecho en la cabeza.

– Vamos, vamos, Holmes, ya sabía que no le sería tan fácil.

La burlona voz de Moriarty.

Holmes sonrió. Había sido tan estúpidamente humano como para clavar su mirada en la figura de cartón, del mismo modo que la audiencia de un ventrílocuo se fija en el muñeco que maneja. Pero, ¿de dónde, sino, podría haber venido su voz? Un examen rápido, pero completo, le reveló que no había nadie en la habitación, ni ningún sitio donde pudiera esconderse. La habitación estaba desprovista de mobiliario a excepción de una mesita que sostenía algo con una extraña forma de cornucopia.

Un gramófono.

De ahí venía la voz. Pero el disco había dejado de girar; la voz se había callado. El gramófono requería un examen más atento, y Holmes dio un paso hacia la linterna que colgaba de la pared.

No tan rápido. ¿Qué trampas podía haber instalado Moriarty entre la puerta y la pared?

Holmes volvió a encender su vela e iluminó el camino más allá de los brillantes trozos de cristal, hasta el interior de la habitación. Cerca de la mesa había un contrapeso. Un sólido cable sostenía el peso dando varias vueltas y formando un nudo.

El cable era un ovillo en el sentido original del término, remontándonos a Teseo e Ireneadler, perdón, Ariadne.

Holmes meneó la cabeza como para despejar un incipiente dolor de cabeza. Hay que seguir el ovillo.

El hilo llevaba, por un lado, del contrapeso a una palanca del gramófono. Por el otro lado, iba del contrapeso a las paredes a través de varias hembrillas, hasta un extremo suelto que reposaba en el suelo. Unas manchas húmedas de barro empapaban el último metro de hilo. Holmes apartó con cuidado las astillas de cristal para descubrir más manchas del mismo barro. Las manchas formaban una débil hilera en el suelo que conducía al umbral. El tirón del contrapeso hizo que el extremo roto del hilo entrara en la habitación, pero Holmes pudo seguir su recorrido bajo el umbral hasta la losa que había pisado.

Retrocedió y procedió a levantar la losa, encontrando lo que esperaba: bajo la losa, en una cavidad trabajosamente tallada, había un cuchillo. En el lecho de tierra se veía el extremo cortado del hilo, todavía anudado a un clavo profundamente hundido. El cuchillo había cortado el hilo, liberando el contrapeso, y éste accionó la palanca que activaba el mecanismo del gramófono.

Holmes devolvió la losa a su sitio y volvió a la habitación. Inspeccionó el gramófono. Una etiqueta con un perro inclinando una oreja hacia el cuerno de un gramófono indicaba que el fabricante era The Gramophone and Typewriter Co (La Voz de su Amo).

La aguja estaba al final del surco cerca del agujero central del disco.

Soy el zorro Renard jugando a las tres en raya.

Sigue mi rastro con la punta de tu nariz.

Holmes devolvió la palanca a su sitio, cogió la manivela para darle cuerda a la máquina, alzó el cuerno para situar la punta de la aguja al principio del disco y luego soltó la palanca para que se pusiera en marcha. Moriarty habló. A través de los duros tonos mecánicos, se distinguía una alegría maníaca.

– Estos gramófonos modernos son un invento notable. Supongo que no habrá tenido ningún problema para poner esta máquina en funcionamiento, dada su capacidad para la observación y la deducción, por no mencionar su familiaridad con las agujas. Sólo tiene que darle cuerda con la manivela, alzar el cuerno para situar la aguja al principio del disco y luego soltar la palanca para que se ponga en marcha.

Holmes miró a su alrededor. ¿Podría Moriarty provocarle así, sin estar en persona para disfrutar de su confusión?

– Oh, sí que estoy aquí, mi querido señor. A usted le corresponde encontrarme -pero quien habló fue la voz grabada.

Si Moriarty estuviese aquí, tendría que estar muy cerca, quizá vigilándole por una mirilla.

El tiempo pasaba con el disco girando sin decir nada. La cornucopia estaba desprovista de otro sonido que no fuera el rozar de la aguja y el zumbido del mecanismo.

Holmes miró la figura recortada que todavía oscilaba a uno y otro lado. Se había agitado movida por una corriente de aire. Examinó el marco de la puerta, tirando en el proceso más pedazos de cristal al suelo. La puerta encajaba perfectamente en el marco, así que la corriente que había antes de que el cristal se rompiera no provenía de allí. Holmes paseó la llama de la vela por toda la base de la pared del fondo. La llama se agitó. Golpeó la pared. No era sólida, pero no veía nada que traicionara una abertura.

– Necesita arrojar más luz sobre el asunto, Holmes.

Holmes aceptó la pista grabada. Dispuesto a apartarse de un salto si hacía falla, utilizó el cañón de su revólver para separar la linterna de su gancho. Notó cómo se ponía en marcha un mecanismo y retrocedió de un salto. El gancho se levantó, libre del peso de la linterna, y toda la pared se deslizó a un lado, duplicando el tamaño de la habitación.

Holmes contempló lo que podría haber sido el pabellón de un hospital.

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