Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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»Es el hijo menor del padre Wainwright. El mayor, Jack, cuenta ahora dieciséis años y es un muchacho alto y bien formado. No se podría encontrar un contraste mayor. Va a la escuela Hereward de Reading, y la intención de su madre es que consiga una beca y estudie leyes.

»La señora Wainwright en sí resulta digna de estudio. Hija de un catedrático, conoció a Wainwright cuando era rector cerca de Oxford. Tiene una tremenda fuerza de voluntad y, desde luego, es la fuerza que mueve las ambiciones de Jack. Es ella la que ha intentado varias veces que su esposo se convierta en canónigo, algo que a él le es completamente indiferente. Parece completamente dedicado a la vida de un cura de parroquia. Esta es, pues, la casa de la vicaría de Buckley, una gran mansión, algo siniestra y cubierta de liquen, situada al borde del bosque de Quarry.

– Una casa singular, en verdad -observó con calma mi amigo.

– He trazado un círculo marcando el lugar para usted -explicó nuestro cliente entregando el mapa a Holmes, que procedió a examinarlo atentamente-. Y ahora llego al principio de la extraña, e incluso siniestra, secuencia de acontecimientos que me ha traído esta tarde aquí.

»Debe saber que es mi costumbre visitar al joven Peter un par de tardes por semana. Aunque es poco lo que puedo hacer, considero mi deber el visitarle, llevarle unos cuantos libros (le gusta mucho leer) y pasar un rato charlando con él e intentar subirle la moral. El muchacho está en la parte superior de la casa, en un pequeño ático frente a una ventana con celosía. Fue trasladado allí siguiendo mis instrucciones, al considerar completamente inadecuada la habitación en que estaba confinado desde los inicios de su enfermedad, escondida en la parte de atrás de la casa con una ventana muy pequeña, que le proporcionaba muy poca luz y aire.

»Recuerdo muy bien la tarde que empezó a contarme sus extrañas experiencias.

Había estado leyéndole La Isla del Tesoro, pero resultaba claro que, en esta ocasión, su atención estaba en otra parte. Afuera, empezaba a asomar el crepúsculo. La ventana aún estaba abierta y por ella entraba la húmeda fragancia de los lejanos pastizales. De- pronto, me di cuenta de que el muchacho me había cogido del brazo y me miraba fijamente a la cara con sus grandes ojos oscuros.

»-Doctor Agar-me dijo casi sin aliento-, ¿conoce a un hombre alto con una gran nariz ganchuda y que use chistera?

»Estuve a punto de reírme por la intensidad de su pregunta, pero algo en su voz me contuvo.

»-¿Por qué lo preguntas, Peter? -dije.

»-Porque viene a ese prado todas las tardes y mira mi habitación.

»Debo confesar que me recorrió un escalofrío al oír esas palabras, señor Holmes, pero intenté sonreír alegremente.

»-Vamos, Peter -le dije-. Te pasas aquí todo el día con tus libros y sin duda habrás leído algo en ellos que…

»-Usted cree que me lo estoy imaginando, doctor Agar -me interrumpió cortante-, pero no es así. Ha venido los tres últimos días.

»Le pregunté a qué hora vio a esa persona, y me informó que aparecía sin falta a media tarde. Pero, parece ser, no veía al hombre en sí, sino a su sombra, proyectándose en el prado junto a la casa de verano. Naturalmente, achaqué a su solitaria existencia lo que me decía. Pero, en mi siguiente visita, volvió a mencionar el asunto, esta ve/ con más intensidad. Había vuelto a ver al extraño dos días atrás, y esta vez podía describírmelo con más exactitud.

»-Bueno -le dije algo impaciente-, descríbelo.

»-Es muy alto y lleva un largo sobretodo con el cuello alzado. Tiene las manos en los bolsillos. Lleva una chistera muy alta y tiene una barbilla afilada y la nariz ganchuda.

»-¿Y en qué dirección estaba mirando?

»-Su cara estaba de perfil, pero en un ángulo que daba la sensación de mirar a mi ventana. Había algo espantoso en él, doctor Agar, algo tan siniestro, que no pude soportar seguir mirándolo. Me arrastré hasta mi cama y enterré la cabeza bajo las sábanas. Había desaparecido cuando me atreví a volver a mirar luego, esa misma tarde.

»Llevaba un rato dándole palmaditas en la mano, intentando reconfortarlo a mi pobre manera, y la puerta se abrió de repente y apareció el padre Wainwright. Sus oscuros y severos rasgos se oscurecieron más aún al mirarnos.

»-Así que para esto sirven sus visitas -dijo con voz amenazadora-. Para escuchar las estúpidas ensoñaciones de un niño. Sí, lo he oído, y puedo decirte, muchacho, que si sigues con estas tonterías, volverás al piso de abajo.

»-¡Pero, padre!-protestó el pobre muchacho-. Si tan sólo viniera aquí una tarde para verlo usted mismo… Le juro que…

»-¿Me juras? -El clérigo miró con desdén a su hijo-. ¿Te atreves a referirte a un acto solemne como ése en relación con un asunto tan trivial como éste? -Fue hasta la ventana y la cerró con firmeza-. Creo que sería aconsejable que nos dejase, doctor Agar. Y, ya que está usted aquí, quizá fuese el momento apropiado de decirle que mi esposa y yo preferiríamos que limitase sus visitas a sólo una por semana.

»-¡Mi querido señor…! -protesté.

»-Una vez por semana, doctor. Y considérese tratado de forma muy indulgente. Si estas tonterías continúan, le consideraré personalmente responsable y veré de contratar a otro médico.

»Iba a replicar a esta desagradable e injusta acusación, cuando el muchacho enterró de pronto la cabeza en las almohadas y empezó a llorar de forma convulsiva.

»-Calma, calma, hijo mío. -El clérigo posó una mano en la cabeza de su hijo y la acarició cariñosamente, pues es obvio, señor Holmes, que, a pesar de todo, quiere mucho a Peter-. Intentemos olvidar todo este asunto.

»Fue entonces cuando el muchacho volvió su pálido rostro hacia nosotros, con sus enormes y febriles ojos llenos del mayor terror.

»-¡Usted no lo comprende, padre! -gritó-. No se lo he dicho todo. También la he visto a ella, y a los niños… -las últimas palabras eran casi un chillido.

»Entonces fue cuando le tocó a Wainwright mostrar sus emociones. Adquirió una palidez mortal, se mordió el labio, y se pasó una mano por la frente.

»-¿Qué… qué quieres decir? -tartamudeó.

»-Ayer vi la sombra del hombre, tal y como la había visto en otras ocasiones. Y, entonces, los vi a ellos. Justo delante de él, y mirándole de frente, estaban las sombras de una mujer y dos niños.

»-Descríbelos -dije yo.

»-Ella era corpulenta, y llevaba una especie de abrigo grueso. Resguardaba a dos niños en los pliegues de su abrigo, y los tres parecían mirar fijamente al hombre.

»Pude ver cómo Wainwright daba media vuelta y se tambaleaba hasta la ventana. Se apoyó en el alféizar, y vi que el sudor le surcaba las mejillas. Me ofrecí a ayudarlo, pero me apartó con un gesto.

»-Váyase, Agar, en el nombre de Dios. Déjeme solo.

»Tras eso, me marché con toda la dignidad que me permitían las circunstancias.

»No obstante, mientras me dirigía hacia el camino, me vi invadido de pronto por la sensación de que estaba siendo vigilado. Miré hacia atrás, a las ventanas de la sala de estar y allí, perfectamente visible a través del cristal, estaba el padre Wainwright en persona mirándome fijamente. Un escalofrío me recorrió mientras le contemplaba. Había algo terrible en esos rasgos taciturnos, inamoviblemente fijados en mí.

»Me sentí aliviado de poder volver a casa e intentar olvidar todo el siniestro asunto. Entonces, casualmente, a cosa de las once de esa misma noche, me llamó un paciente de la granja Dean.

»Ya era medianoche cuando volvía a casa y decidí hacerlo por el viejo camino que pasa junto a la vicaría de Buckley, sólo por la sencilla razón de que hacía una noche espléndida y cálida con una brillante luna. Ya imaginará que, cuando pasé ante su puerta, mi mente volvió al extraño asunto que se desarrollaba allí. De pronto, fui consciente de un fuerte olor a quemado proveniente del jardín de la vicaría. Detuve la calesa y rodeé a pie el muro del jardín, que tiene forma de herradura y circunda el lugar, con una puerta de hierro forjado en el centro. Me descubrí subiéndome al tocón de un árbol y mirando sobre el muro. Afortunadamente, elegí un lugar que me proporcionaba una vista muy clara del prado de la parte de atrás de la casa. Todo él, y el gran cedro que lo dominaba, estaba bañado por la luz de la luna. Y allí, junto a las puertas de cristal, vi al reverendo Joseph Wainwright en persona. Parecía estar completamente loco, señor Holmes. Tenía el cabello alborotado y farfullaba algo para sí. Miraba a su alrededor como si fuera un gran mono, moviendo maderos y transportando combustible que arrojaba a un pequeño montón de troncos ardiendo, cuya luz iluminaba sus rasgos de forma chillona. Y vi que sonreía de forma diabólica, murmurando al mismo tiempo “Con esto valdrá. Con esto valdrá”. Al cabo de un rato se alejó y oí cómo se cerraba una puerta.

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