Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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– Excelente. Asegúrese de no hacerlo.

¡A ver qué pasa aquí!-protestó Jeremy Wollcott, todavía ante la abierta puerta de la calle-. ¡Cómo se atreve a entrar de esta manera! ¡No tiene ningún derecho!

James Farrington pasó junto a su mujer y avanzó cojeando, apoyándose en su bastón, para unirse a los demás. Aunque sus heridas habían afectado a su fortaleza, resultaba evidente que su espíritu militar seguía intacto.

– Estoy de acuerdo -dijo con voz de mando-. ¡Exijo saber quién es usted y que asunto le trae aquí!

– Es bastante justo, señor. Soy Sherlock Holmes. Mi amigo es el doctor Watson. Y le aseguro que nos mueven los mejores intereses. Además, pretendo servir a los intereses de lady Penèlope.

La anciana entraba en ese momento en el vestíbulo, con la cocinera empujando su silla de ruedas. Miró a Holmes con sus agudos ojos.

– ¡Pero yo no he solicitado su ayuda, señor!

Aunque quizá sea así, estoy aquí y no me iré hasta no haber hecho lo que vine a hacer. -La figura de Holmes, alta y enjuta era una presencia imponente, su expresión férrea y decidida-. Ya están todos aquí. ¡Espléndido! Les convertiré en testigos de algo muy distinto. Ahora síganme todos ustedes, si quieren saber cuál es el asunto que me trac aquí. Señora Farrington… ¿Supongo bien pensando que este es el camino al pasillo en cuestión?

Holmes ya caminaba hacia allí con decisión cuando la joven movió la cabeza asintiendo, Grace Farrington y su marido le siguieron, con los demás pisándole los talones. Yo iba en último lugar, para poder vigilarlos bien y asegurarme de que nadie dejaba el grupo sin ser advertido. Creí ver a Jeremy Wollcott y a Lester Thorn intercambiando una mirada de preocupación, pero no supe decir si se debía a alguna preocupación desconocida o simplemente a la brusca intrusión de Holmes.

Mi compañero nos condujo a paso vivo por el vestíbulo, llevándonos, con las indicaciones de Grace Farrington, hasta un largo pasillo salpicado de puertas. Una alfombra de elaborado dibujo oriental formaba un sendero en medio del corredor, dejando expuesto a los lados el suelo de madera. Caprichosamente situadas a lo largo de las paredes había repisas con jarrones de cerámica o piezas de escultura, además de varias librerías muy altas.

– Ya podemos empezar-dijo Sherlock Holmes cuando nos acercamos a la mitad del pasillo. La señora Farrington llamó mi atención sobre algo inusual que tuvo lugar aquí la semana pasada.

– La verdad, señor Holmes, no me esperaba esto -dijo Grace Farrington, obviamente incómoda-. Pensé que sería una investigación lo más discreta posible.

– Discúlpeme, mi querida señora. Ese era mi deseo, pero ahora la situación exige algo más.

La aguda y temblorosa voz de lady Penèlope se oyó a continuación.

– ¿De qué hablan, Jeremy? No se me ha contado nada.

– No había nada que contar -fue la irritada réplica de Wollcott-. Nada importante. Grace tuvo un mal sueño. Creía que ya estaba aclarado, pero ahora veo que no había dejado de pensaren ello, francamente, Grace, ¡traer a un extraño por algo tan trivial!

– Cuidado con lo que dice, señor -retrucó James Farrington-. Mi mujer nunca haría nada que no considerase necesario.

– ¡Pero aquí no sucedió nada extraordinario! ¡Véanlo ustedes mismos!

Diciendo esto, Jeremy abrió la puerta de la habitación.

La gran habitación que quedaba al descubierto era tal y como la había descrito aquella mañana Grace Farrington: espaciosa, bien decorada con mesas y sillas y aparadores, con una alfombra oriental en el suelo y flores en jarras de cristal. Era una habitación acogedora, con nada que sugiriera visiones aterradoras.

Holmes miró al interior, recorriendo la habitación con la mirada.

– Muy cierto -dijo cuando sus entornados ojos volvieron a clavarse en el grupo que tenía delante-. No hay nada extraordinario aquí. Piense, señora Farrington. Me dijo que bajó las escaleras, encontró abierta la puerta de la habitación y que el guante y el sonajero estaban en el suelo. Cuando su vela se apagó por un soplo de viento, miró a la habitación y vio una escena aterradora. Corrió para buscar a su marido, y luego volvió.

– Sí -dijo ella-. Es correcto, señor Holmes.

– ¿Y cuánto tiempo estuvo usted alejada de este lugar?

– Sólo unos momentos. Estoy segura.

– Quizá le pareciera eso en la excitación del momento, querida señora -le dijo Holmes gentilmente-. Pero, según su propia descripción, tanteó en la oscuridad durante el camino de vuelta. Tuvo que despertar a su marido, contarle lo ocurrido y luego convencerle de ello. En su presente estado no puede moverse muy rápido, y menos en las escaleras. Todo esto llevó su tiempo. De ahí mi argumentación de que usted no volvió hasta transcurridos unos buenos diez minutos desde su primera sorpresa. Tiempo suficiente para llevar a cabo la proeza.

– ¿Proeza? -preguntó James Farrington-. ¿Qué proeza? ¿Y por quién?

– La desaparición de una habitación llena de fantasmas -replicó Sherlock Holmes.

– ¡Esto es absurdo! -exclamó Jeremy Wollcott.

– En absoluto. Nunca dudé de que hubiera una explicación racional a lo que vio la señora Farrington. Y la fecha del suceso, junto a varios hechos aparentemente no relacionados, me llevaron a sospechar cuál era el motivo de todo ello. Mis investigaciones de la mañana, y lo que he descubierto en el tejado, confirmaron mis sospechas.

– ¿En el tejado? -Grace Farrington estaba claramente desconcertada.

– Claraboyas, mi querida señora -le dijo Holmes-. Hay dos de ellas en esta parte de la casa, situadas aproximadamente a unos treinta pies la una de la otra. Una puede verse en el techo de esta habitación, al no tener un segundo piso encima de ella. Pero, ¿dónde está la otra claraboya? ¿En el cuarto del servicio? ¡Me temo que no! ¿En el salón comedor? Demasiado lejos de esta habitación. ¿Dónde está entonces la habitación a la que miré desde el tejado hace unos minutos, y cuyo contenido me hizo recordar la forma en que murió lord Henry hace doce años?

– Entonces, ¿no estaba equivocada? ¿La habitación que vi, existe?

– Puede estar segura do eso, señora Farrington.

Holmes caminó por el pasillo, agachándose mientras se movía para estudiar el suelo. Rascó con la uña en el suelo de madera, junto a una librería, formando una hilera de una sustancia blanca.

– Jabón -anunció-. Y la pared de aquí no está tan ajada como el resto. Venga, Watson, necesitaré su ayuda en esto.

Me moví hasta donde él indicaba, frente a él y al otro lado de la librería. Era reticente a apartar la vista de los demás, aunque fuera sólo por un momento, pero estaba ansioso por conocer la verdad.

– ¡Empuje, Watson! -gritó Holmes.

Sherlock Holmes tiró hacia atrás de la gran librería mientras yo empujaba hacia delante. Al principio se oyó un breve gemido, deslizándose a continuación el mueble sobre el suelo enjabonado. La librería se movió con relativa facilidad, no obstante su peso. La desplazamos hasta una distancia de unos cinco pies. No se necesitaba más.

– ¡Miren! -gritó Grace Farrington.

Señalaba con tanta vindicación como sorpresa, pues ahora quedaba al descubierto una puerta cerrada que había estado oculta detrás de la librería. Holmes se dirigió rápidamente hacia ella, alargando una mano al pestillo.

– ¡Alto!

El furioso grito provenía de lady Penélope, y tenía una fuerza inesperada. Girándome para enfrentarme a ella, vi que la anciana había sacado una pistola de buen tamaño de entre los pliegues de su bata y que apuntaba a Holmes con ella. Se levantó de la silla y dio un paso hacia delante.

– Esto ha ido demasiado lejos, Jeremy. ¡Saben demasiado! -dijo con una voz notablemente diferente a la suya.

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