– ¡Pero, Holmes! -grité-. Ya he pasado al papel todo lo sucedido.
– Vamos, vamos, amigo mío. No podemos hacer más que lo que nos pide.
Yo suspiré profundamente.
– Muy bien. Tiene usted razón, por supuesto. Guardaré el relato con los demás casos de naturaleza delicada, y me limitaré a esperar que vean su publicación en alguna fecha posterior. -Guardé silencio durante un largo momento-. Pero hay algo que sigue preocupándome. El gran temple que tuvieron Wollcott y los demás para continuar con su impostura incluso después de la llegada de los Farrington, e incluso cuando nosotros entramos en escena.
– No tenían otra elección -dijo Sherlock Holmes-. Para entonces ya estaban muy metidos en su plan. Además, mi querido Watson -añadió con un guiño-, ¿cuándo ha visto usted a un actor, sea bueno o malo, que no prefiera tener una audiencia mayor?
EL REGRESO DE LA BANDA DE LUNARES –Edward D. Hoch
El mes de abril del 83 siempre será recordado como la época en que mi buen amigo Sherlock Holmes y yo viajamos a Stoke Moran, en Surrey, con motivo de ese caso tan singular y escalofriante que he titulado en alguna parte como «La Aventura de la Banda de Lunares». Hasta ahora nada he escrito sobre los sucesos aún más extraños que conformaron una especie de secuela a aquel notable asunto. Acabaron relacionándonos con un criminal especialmente astuto y despreciable, y con una situación tan peligrosa como la de la memorable noche en que Holmes y yo hicimos guardia en el dormitorio de Helen Stoner en Stoke Moran.
Pero estoy adelantándome a los acontecimientos. El caso empezó realmente en septiembre del 83, unos cinco meses después de la conclusión del asunto de la banda de lunares. Estábamos pasando una temporada tranquila en Baker Street, y Holmes aprovechaba la calma para empezar a trabajar en su monografía sobre orejas humanas. Yo leía el Times de la mañana, cuando llamó la señora Hudson anunciando la llegada de un visitante.
– ¿Hombre o mujer? -preguntó Holmes, alzando la mirada de su manuscrito.
– Un hombre, señor. Alto, con cabellos negros como el carbón y ojos oscuros. Dice que es muy importante.
– Hágale entrar, entonces, señora Hudson.
Ella volvió un momento después con un hombre que era tal y como lo había descrito. Dijo llamarse Henry Dade y aceptó el asiento que le señaló Holmes.
– Gracias por recibirme tan pronto -empezó. En su voz había trazas de algún acento, pero no pude localizarlo-. Es muy importante.
– Ah, señor Dade -dijo Holmes, dando un paso hacia delante con una sonrisa en los labios-. Veo que ha renunciado a la vida errante de un gitano y se ha establecido en el noble comercio de la herrería.
El hombre de cabello negro se echó hacia atrás alarmado.
– ¿Quién le ha dicho que soy un gitano? ¿Ha venido Sarah antes que yo?
– No, no. Me he limitado a observar el agujero casi cerrado que hay en cada lóbulo de sus orejas, donde antes estaban los pendientes. Y su camisa chamuscada por la poca familiaridad con el manejo de los fuelles; la zona chamuscada se detiene abruptamente en el sitio donde la cubriría un mandil de herrero.
– Es usted un mago, señor Holmes. Todo lo que he oído sobre usted es cierto.
– Siéntese y deje que le prepare una taza de café caliente. El aire de estas mañanas de septiembre resulta algo frío. Y le ruego que me cuente la misión que le trae a mi morada.
Henry Dade dirigió una mirada insegura en mi dirección.
– Es de naturaleza confidencial…
– Watson es mi mano derecha. Estaría perdido sin él.
– Muy bien. -Dade aceptó el comentario y se sentó para contar su historia-. Como ya sabe, hace poco que abandoné la vida vagabunda de un gitano para convertirme en herrero, en la aldea de Stoke Moran, al oeste de Surrey…
Las palabras tuvieron un efecto inmediato en Sherlock Holmes.
– ¡Stoke Moran! ¿Era usted el herrero de ese lugar en abril de este año?
– Lo era, señor. Estoy al tanto de sus tratos con el doctor Roylott. Quizá haya oído que tuvimos una disputa la última semana de marzo, poco antes de su visita. Roylott me arrojó a un río por encima del parapeto. Quería haber hecho arrestar al hombre, pero su hijastra, Helen Stoner, me pagó una buena suma para acallar el incidente.
Holmes había llamado a la señora Hudson, y cuando ésta apareció le pidió que trajera café, dirigiéndose a continuación al visitante.
– Dígame, ¿cómo está la señorita Stoner desde los infortunados acontecimientos del pasado abril?
– Está de vacaciones en el sur de Francia, recobrándose de su penosa experiencia.
– ¡Bien, bien! Prosiga, por favor.
– Grimesby Roylott siempre fue un amigo para los gitanos vagabundos y les permitía acampar en sus terrenos. De hecho, de eso discutíamos el día en que me arrojó al río. Mi hermano Ramón se había quedado con la banda de gitanos en las propiedades de Roylott y quería que volviera con ellos. Se oponía a mi matrimonio con Sarah Tinsdale, una joven de la aldea. Decía que yo había traicionado el modo de vida gitano. Ese día acusé a Roylott de envenenar la mente de Ramón contra mí, y me arrojó al agua.
»Como ya sabe, Roylott era propietario de una cheetah y un babuino que vagaban libremente por sus tierras. Tras su muerte el pasado abril, la señorita Stoner decidió disponer de ellos. Mi hermano Ramón le hizo una oferta que ella aceptó. Se llevaría los animales, junto con cualquier otra clase de vida salvaje que pudiera encontrar en la propiedad. La señorita Stoner sólo quería librarse de ellos.
– Prosiga.
– Una de las cosas que mi hermano encontró en el lugar fue un compañero de la temible banda de lunares, la mortífera culebra de los pantanos, causante de los trágicos eventos del pasado abril.
– ¡Es imposible! -exclamé-. Sólo había una serpiente, y vi a Holmes arrojarla personalmente a la caja de hierro. La policía dispuso luego de ella.
– Roylott tenía una segunda serpiente en una jaula de alambre que guardaba en una de las cabañas anexas a la casa. Mi hermano la encontró y se la llevó junto con la cheetah y el babuino. Me temo que ahora pretende utilizarla del mismo modo que Roylott, para causarnos daño a mi esposa o a mí.
– ¿Le ha amenazado?
– Peor aún, ha amenazado a Sarah. Se cruzó con ella en la aldea hace dos días. Llevaba la serpiente consigo, en su carromato, y se la enseñó. Le dio un susto de muerte.
Holmes cogió su pipa y la llenó de tabaco.
– A mí me parece, señor, que su problema concierne a la policía local en vez de a un detective consultor de Londres. No hay ningún misterio que resolver, y no tengo por costumbre proporcionar servicio de guardaespaldas.
– He acudido a usted por el incidente anterior, señor Holmes. Dicen que la culebra de los pantanos es la serpiente más mortífera de la India. Usted se ha enfrentado a una y la ha vencido. Le suplico que nos proteja a Sarah y a mí de la ira de mi hermano.
Casi podía ver la indecisión escrita en la cara de Holmes. La señora Hudson entró en ese momento con un humeante puchero de café y la expresión fue sustituida por su familiar sonrisa.
– Ciertamente puedo hablar con él. Impedir un crimen por adelantado es preferible a resolverlo una vez se ha cometido el acto.
– ¿Entonces vendrá a Stoke Moran?
– Mañana tomaremos el primer tren que salga -prometió Holmes-. Puede reservamos una habitación en el mesón La Corona. Lo recuerdo como un alojamiento suficientemente agradable.
Nuestro visitante se marchó después de tomar el café, y Holmes observó por la ventana cómo se alejaba.
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