Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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– Muy bien -decidió Holmes. Aquí no descubriremos nada más. Vamos a mirar al villano en su jaula. Quizá nos diga cómo se cometió el crimen.

Para mí, la culebra de los pantanos tenía el mismo aspecto que unas horas antes. Sus motas pardas me parecieron casi hermosas, y debí recordarme que era una mortífera asesina.

– Tiene casi tres pies de largo, Holmes -observé.

– Casi la longitud de un bastón.

– ¿Otra vez con eso? Ya examinamos los que estaban en el paragüero.

– Sí que lo hicimos. ¿Y no le pareció extraño que un gitano convertido en herrero, un hombre razonablemente vigoroso en la cuarentena, tuviera esos bastones? Desde luego, no los necesitaba para apoyarse en ellos, y no llevaba ninguno ayer en Londres. ¿Qué hacen en su salón? ¿Qué finalidad tienen?

– Holmes, ¡no puede creer que la serpiente estuviese oculta en uno de esos bastones! Y aunque hubiera sido así, ¿cómo consiguió Ramón recuperarla?

– Hablemos con Sarah Dade sobre esta cuestión tan interesante de los bastones superfluos.

Sarah pareció sorprendida ante la pregunta de Holmes, pero la respondió de inmediato.

– Pertenecían al padre del anterior herrero, que murió el año pasado. Cuando el herrero se trasladó, dijo que no le eran de ninguna utilidad y los dejó con nosotros. Me pareció que quedaban bien en el paragüero.

– ¡Qué simple resulta la explicación! -dijo Holmes con una carcajada Watson, deberá recordarme esto la próxima vez que le parezca demasiado pomposo y seguro de mis deducciones.

Se decidió que Sarah Dade pasase la noche en el mesón de La Corona, por si daba la casualidad de que hubiera dos serpientes, una de ellas aún libre y sin descubrir en la vivienda de la herrería. El alguacil había prometido para la mañana siguiente una búsqueda más exhaustiva del mobiliario y los armarios, cuando llegase la gente de Scotland Yard para unirse a la investigación.

Cenamos con Sarah en el mesón, y ella seguía comprensiblemente perturbada polla muerte de su esposo.

– Fui yo quien insistió en que acudiera a usted -le dijo a Holmes- ¡Tenía tanto miedo de que sucediera algo como esto! Ahora ha muerto, y no me queda más que el recuerdo del breve tiempo que pasamos juntos.

– Su asesino será entregado a la justicia -le prometió Holmes.

Yo había supuesto que nos retiraríamos temprano y que pasaríamos una noche tranquila, pero, una vez en nuestras habitaciones, mi amigo empezó a recorrer el cuarto de un lado al otro como un animal enjaulado, sumido en profundos pensamientos. Por fin pareció tomar una decisión.

– Hay cosas que deben hacerse esta noche, Watson. Acompáñeme, y traiga su revólver.

– Holmes…

Pero no me diría nada más y, antes de darme cuenta, estábamos dejando el mesón amparados por la oscuridad, saliendo precavidamente por la puerta de atrás. Nos movimos por callejuelas, llegando a la herrería por su trasera y abriendo en silencio la puerta de atrás.

– Antes, me tomé la libertad de abrir esta puerta -me explicó entre susurros-. Ahora muévase en silencio. Vamos arriba, a la vivienda.

– ¿Cree que la serpiente sigue allí?

– Y a veremos.

Le seguí en la oscuridad, apenas capaz de distinguirle mientras subía lentamente los escalones, probando primero cada uno de ellos para saber si crujían.

– Sáltese éste, Watson -susurró a medio camino-. ¡No haga ningún ruido!

Entramos en el salón donde habían matado a Henry Dade y me hizo señas para que me apostara detrás del sofá.

– Mi revólver, Holmes -dije, ofreciéndoselo.

Lo rechazó con un gesto.

– Manténgalo preparado, Watson, pero no lo utilice a menos que yo se lo diga.

Fue como la noche que pasamos en el dormitorio de la señorita Stoner, una terrible vigilia en la oscuridad, y medio esperaba volver a oír el suave y claro silbido con que Roylott llamaba a la banda de lunares. El tictaqueo del reloj que había en la repisa de la chimenea fue el único sonido que oímos durante largo rato. Una pierna se me acalambró debajo de mí e intenté moverla hasta una posición más cómoda.

En ese instante oímos un crujido en las escaleras. Alguien, algo, se acercaba. Cuando la puerta se abrió lentamente hacia dentro, aferré el revólver con más fuerza. La figura que entró apenas podía discernirse en la oscuridad. Cruzó rápidamente la habitación y pareció arrodillarse junto a una de las sillas.

Fue entonces cuando Holmes actuó. Encendió una cerilla y gritó:

– ¡No se mueva! ¡Somos dos!

La figura se sobresaltó y Holmes saltó hacia adelante, con el brazo derecho alzado como para detener un golpe. La cerilla cayó al suelo y se apagó, volviendo a sumimos en la oscuridad. Oí el forcejeo, la respiración agitada, y corrí con mi arma.

– ¡Holmes! ¿Se encuentra bien?

– Eso creo, Watson, aunque estuvo muy cerca. Encienda otra cerilla, ¿quiere?

Lo hice, y a su brillo vi que tenía a Sarah Dade inmóvil contra el suelo. En su mano derecha, cuidadosamente sujeta por la poderosa garra de Holmes, había un par de agujas hipodérmicas atadas la una a la otra con un cordel.

– Aquí, Watson -jadeó Holmes mientras la mujer forcejeaba por liberarse-. ¡Aquí tiene los colmillos de la banda de lunares, y no son menos mortales que los de verdad!

Sherlock Holmes se explicó, una vez se llamó al agente Richards, y Sarah Dade fue puesta a su custodia.

– Estaba seguro de que vendría esta noche a coger esas agujas. Los hombres de Scotland Yard registrarían el lugar por la mañana, y no podía arriesgarse a que las encontrasen.

– Sigo sin comprenderlo, Holmes -admití-. Henry Dade presentaba todos los síntomas de haber muerto por la mordedura de una serpiente.

– Todo fue un hábil plan para deshacerse de un marido con el que sólo se había casado por su oro. Pese al veredicto de muerte accidental, el crimen del doctor Roylott era muy conocido en la aldea, naturalmente, como también lo era mi papel en la investigación. Cuando Ramón, el hermano de Henry, le enseñó a Sarah la serpiente e hizo algunos comentarios ambiguos, ella decidió interpretarlos como amenazas. Incluso fue aún más lejos, convenciendo a su marido para traerme aquí para protegerlos. Estando nosotros en la escena del crimen, cuando Henry Dade fuera asesinado, seguramente sería considerado otro crimen como los anteriores relacionados con esa mortífera serpiente. Preparó el crimen de tal forma que pareciera imposible que ella lo había cometido.

– ¡Fue imposible, Holmes! -insistí-. Sarah Dade estaba con nosotros en la herrería cuando mataron a su marido.

– Eso me pareció en su momento, Watson. Pero recuerde que Henry subió para dormir un poco, y que incluso parecía dormir cuando entramos en la habitación. Es exactamente lo que hacía, dormir en su sillón, hasta que Sarah acabó con su vida en nuestra presencia, inyectándole veneno en el cuello.

– ¿Quiere decir que vimos cometerse el asesinato?

– Eso me temo, Watson. ¿Recuerda la forma en que se abrigó con el chal? Fue para ocultar las dos agujas que había preparado con anterioridad. Hasta le agitó para cubrir su involuntaria sacudida al inyectarle el veneno. Murió casi al instante, y ella le tapó la cara en esos cruciales segundos. Entonces ya sólo le quedaba deshacerse de las agujas. Simuló desmayarse y, mientras estaba en el suelo, las guardó en la aparte inferior del sillón. Intentaba recuperarlas cuando la sorprendimos.

– ¿Qué había en esas agujas, Holmes?

– El veneno que Ramón Dade ha extraído de los colmillos de la culebra de los pantanos. Recuerde que nos dijo estar haciéndolo para mayor seguridad y, sin duda, también se lo dijo a Sarah cuando le enseñó la serpiente. Estoy seguro de que pagó al tonto de Manuel para que robase el veneno y se lo trajera. Les hacía recados en ocasiones y no se daría cuenta de la importancia de su tarea.

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