Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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– ¡Estúpida! -gritó Wollcott.

Entonces, con una rapidez que nos sorprendió a todos, James Farrington golpeó con su bastón la mano con que lady Penélope sostenía el arma. Ésta cayó al suelo, de donde la recogió Holmes. La anciana se lanzó hacia delante un instante después, intentando escapar, pero tropezó con el borde de su larga bata y cayó virtualmente a mis pies. Saqué mi propio revólver y lo tuve preparado.

Intentando aprovechar la confusión del momento, Jeremy Wollcott y Lester Thorn dieron media vuelta para huir en la dirección opuesta. No habían dado más de dos pasos, cuando Holmes les apuntó con la pistola incautada y se oyó su voz dominante.

– ¡Alto! ¡Alto, o dispararé!

Los dos hombres se detuvieron en seco, pues no podía dudarse de la sinceridad de las palabras de Holmes. Dieron media vuelta de mala gana, derrotados.

Holmes le entregó la pistola a James Farrington.

– Vigílelos, capitán, y también a la cocinera, hasta que estemos seguros de su inocencia. Pero dudo que el señor Trenton sea parte de esto.

El procurador empalideció y se enjugó la frente con un pañuelo.

– Desde luego que no -balbuceó-. ¡No había visto al tal Wollcott ni a lady Penélope antes de hoy!

– En lo que respecta a la última -replicó Holmes-, sigue siendo así.

Holmes fue hasta donde la anciana, o quien simulaba serlo, forcejeaba para levantarse del suelo. Alzando bruscamente a la persona para que diera la cara a los demás, Holmes agarró el velo transparente y el pelo gris que había bajo él y le quitó los dos de un tirón, provocando un grito de sorpresa en Grace Farrington. Bajo la peluca había un pelo cortado a cepillo de un color castaño oscuro, y, cuando Holmes le arrancó las hábilmente colocadas capas de gutapercha y pálido maquillaje, apareció la cara de un delgado joven.

– Este, a no ser que yerre en mi suposición, es un actor principiante llamado Anthony Cleason -anunció Holmes-. Tengo en el bolsillo un programa de una reciente producción teatral llamada «El dilema de la viuda», donde el señor Cleason interpreta el papel de una anciana. El nombre de Lester Thorn también aparece en él. El productor de la obra fue ni más ni menos que Jeremy Wollcott. Su nombre me resultó familiar cuando me lo mencionó usted esta mañana, señora Farrington. Todavía conservo un artículo del Daily Telegraph que habla de una ristra de obras producidas por el señor Wollcott, todas ellas rotundos fracasos. Fue esto, junto con su descripción del inesperado comportamiento de lady Penélope, lo que hizo que me preguntara si su primo no estaría preparando en la mansión Thaxton un drama de un tipo mucho más siniestro.

– Los sirvientes -dije abruptamente.

– Justamente, Watson. Debían ser despedidos, y no por problemas de dinero. Conocían a lady Penélope demasiado bien para no darse cuenta de la impostura. Pero, aunque Wollcott dijo a la señora Farrington que habían conservado a la cocinera, resulta obvio, por lo que supimos en la agencia, que la cocinera también fue despedida y reemplazada por otra. Eso me pareció enormemente sospechoso.

– Pero, ¿qué ha sido de lady Penélope, de la auténtica? -preguntó Grace Farrington angustiada.

– Creo que la respuesta a eso se encuentra aquí -replicó Holmes, moviéndose hacia la puerta antes escondida. Probó el pestillo y descubrió que no estaba echado. Abrió la puerta bruscamente.

– ¡Aquí tiene su habitación fantasma, señora Farrington! -dijo abriendo la puerta de golpe.

La joven contuvo el aliento cuando el interior de la habitación quedó al descubierto; luego frunció el ceño por la curiosidad y se acercó algo más para ver mejor. Cuando sus ojos recorrieron la habitación, una pasmosa revelación sustituyó a su curiosidad.

Sherlock Holmes entró en la habitación antes que ella, sus agudos ojos alertas al peligro.

– ¡Watson! -llamó-. Déme su revólver. ¡Rápido, hombre! Se requieren sus atenciones profesionales.

Me uní a él en la habitación, entregándole el arma al entrar. Holmes señaló un sofá junto a la pared, donde había una forma humana atada y parcialmente tapada por una cortina. Fui hasta ella y descubrí que era una mujer anciana.

– Tenía usted razón, Holmes. Ésta debe de ser la auténtica lady Penélope.

Grace Farrington se acercó más, llevándose la mano a la boca.

– ¿Está…?

– ¿Viva? ¡Sí! -grité-. Tiene pulso, pero parece estar drogada.

– Haga lo que pueda por ella, Watson -dijo Holmes.

Poco puedo hacer en este momento repliqué yo aflojando las cuerdas que la sujetaban a la silla-. Necesita aire fresco.

Holmes fue hasta una segunda puerta que había en una pared y, aunque estaba cerrada, consiguió abrirla a la fuerza. Al otro lado de ésta se veían los estantes del cuarto del servicio y, con las dos puertas abiertas, el aire empezó a correr por la habitación.

La habitación era más pequeña que el gran salón contiguo, pero también ésta tenía la altura de los dos pisos de la mansión. Arriba se veía la claraboya mencionada por Holmes, y la luz que entraba por ella iluminaba una habitación horriblemente abandonada. Había polvo por todas partes, y era obvio que el sitio llevaba muchos años sin ser utilizado. Las altas paredes forradas de madera oscura estaban llenas de trofeos de caza. Desde diversas alturas nos miraban las cabezas disecadas de antílopes y gacelas, de jabalíes y búfalos, con sus ojos de cristal brillando luminosos. Las telarañas que colgaban de las cabezas en espesas masas grises se agitaban mecidas por las corrientes de aire, dando la impresión de formas fantasmales. Las mesas contenían más trofeos un león aquí, un leopardo allí-, también polvorientos y llenos de telarañas. Había sábanas cubriendo sillas y vitrinas y, en un rincón, había un oso polar disecado, alzado sobre los cuartos traseros, con sus pezuñas alargadas de forma amenazadora.

– Ahora lo entiendo -dijo Grace Farrington arrodillándose junto a lady Penélope-. Este lugar es extraño y aterrador incluso a la luz del día. Pero, ¿qué era el brillo fantasmal que vi?

– La fecha es la clave -replicó Holmes-. Hace una semana hubo luna llena, y a la una de la madrugada debía quedar justamente encima de nuestras cabezas. Su fría luz entrando por la claraboya es lo que hizo que esta habitación fuera tan espectral. Las nubes debieron de oscurecer luego la luna, cuando miró en la otra habitación. En todo esto resultó crucial la oportunidad del momento. Si usted hubiera podido dormir y no hubiera bajado esa noche, nunca habría encontrado la puerta abierta y visto todo esto.

– ¿Y por qué estaba la puerta abierta?

– Estoy seguro de que su primo creyó que a esa hora no corría ningún peligro replicó Holmes-. En aquel momento debía estar aquí, en la habitación.

Grace Farrington acarició suavemente la frente de lady Penélope.

– ¿Quiere decir dragándola?

– Quizá, pero es más probable que buscara algo -Holmes se acercó a los aparadores que había junto a la puerta-. Recuerde que encontró ese sonajero y ese guante en el suelo. Eso sugiere una búsqueda apresurada.

– Pero yo no le vi, y no había ninguna lámpara encendida.

Holmes empezó a abrir cajones y a inspeccionar su contenido.

– Debió oírla venir y apagar la lámpara, si es que tenía una encendida. Era demasiado tarde para cerrar la puerta. Lo único que podía hacer era esconderse y ver quién era. Cuando usted se detuvo a recoger las cosas del suelo, aprovechó la oportunidad y apagó su vela, esperando no ser visto. No fue más que un afortunado accidente para él que usted se asustara del extraño aspecto del lugar y de los gemidos de lady Penélope.

– ¡Desde luego que me asusté! -dijo la señora Farrington.

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