Peter Lovesey - Sidra Sangrienta

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`Sidra sangrienta` es la historia de un crimen «con solera». Duke Donovan, un militar norteamericano de servicio en el Reino Unido, fue ahorcado en 1945 acusado de asesinato. Él y otro soldado ayudaron en la cosecha de manzanas en una granja, en la que se produjeron algunos disturbios. El descubrimiento de un cráneo humano en un barril de sidra condujo a la detención y condena de Duke. Un niño refugiado, Theo, fue el principal testigo en el juicio. Años después, en 1964, Theo está realizando un lectorado en una universidad y una muchacha norteamericana, Alice, que se presenta como la hija de Duke Donovan le convence para regresar al lugar de los hechos y tratar de demostrar la inocencia de su padre…

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Queríamos comer. Parece una cosa sencilla, ¿verdad? Pues no lo fue en absoluto en Bath, un domingo por la tarde, en el mes de octubre de 1964. Los restaurantes estaban todos completos y los hoteles se negaban a admitirnos. Habría que traducir al latín la frase «abierto sólo para residentes» e incorporarla al escudo de armas de la ciudad. Pudimos conseguir, finalmente, que nos admitieran a regañadientes en un sótano infecto de Great Pulteney Street, que hacía las veces de comedor y de sala de estar de un pequeño hotel particular llamado La Cura Anual. Si las circunstancias descritas favorecían el color local, no creo que contribuyeran a atraer clientes, puesto que éramos los únicos comensales.

Mientras Alice seguía pensativa, seguramente abstraída en la visita que acabábamos de hacer a los Ashenfelter, cogí el menú manchado de salsa y escrito con escasísimo respeto a la ortografía.

– Si te apetece algo fuera de lo común, veo que aquí sirven «hasado de la casa» con hache -comenté con voz demasiado alta, porque, invisible detrás de mí, estaba el dueño.

– Si no les gusta, pueden ir a otro lado -dijo el hombre, que parecía oriundo del centro de Europa.

Le señalé el error, lamentando para mis adentros la observación. Me arrebató la carta de las manos, corrigió la falta a lápiz, me la devolvió y, en tono ácido, preguntó:

– ¿Maestro de escuela?

– Algo así.

– Escogimos lenguado con patatas fritas a la francesa, sin meternos en los berenjenales de la ortografía, y Alice preguntó dónde estaba el lavabo antes de dirigirse escaleras arriba.

Al retirar la silla para levantarse, le comenté algo sobre nuestra partida de caza, que no pareció divertirla demasiado. Todavía no se había recuperado mentalmente y me parece que tampoco había hecho mella en ella el zarrapastroso ambiente que nos rodeaba.

Solo en la mesa, pasé revista a los descubrimientos del día. Era indudable que Alice saldría muy pronto del estado de introspección en que se había sumido y que no tardaría en lanzarse a un análisis a fondo de la cuestión que nos ocupaba. Mejor sería, pues, que pusiera mis pensamientos en orden.

Había hecho dos descubrimientos con respecto a Alice.

En primer lugar, era peligroso estar con ella. Al revelar su identidad a Bernard Lockwood, corrimos el riesgo de que éste nos pegara un tiro, aparte de que había tratado a Harry, otro carácter violento, con una absoluta falta de respeto.

En segundo lugar, en la columna del haber, había que consignar unos cuantos buenos resultados. Gracias a su manera abierta de enfocar las cosas, habíamos localizado a Harry identificándolo como su padrastro, aparte de que también nos habíamos enterado de que se había casado con Sally Shoesmith. Además, habíamos tenido una visión diferente de la relación existente entre Duke y Barbara. Según Harry, no existía una relación amorosa entre ellos, y el hecho de que yo supiera que aquello no era verdad, no restaba nada a su importancia. O Harry estaba engañado o era el malo de la película.

Pero había que hacer una estimación de Alice. Veía claras sus motivaciones. Una mujer capaz de pasar tan rápidamente del papel de muchachita abandonada al de compañera de cama distaba mucho de ser una ingenua. Se había servido de mí, me había manipulado, había explotado mis reacciones. A decir verdad, a mí todo esto no me importaba demasiado porque, más allá de los recovecos de su carácter, percibía una personalidad que me gustaba: era inteligente, adaptable, pese a que algunas veces fuera cabezona y, por otra parte, poseía una cualidad importante. En efecto, era valiente, muy valiente. Una chica diferente.

Ya he hablado de aquel momento en que, mientras secaba con la toalla su cabello ante la chimenea de la taberna, advertí que la deseaba. Para ser totalmente honrado con respecto a este punto -¿acaso no lo he sido hasta ahora?-, debo decir que aquel deseo existía solamente por mi parte, puesto que yo no había captado ninguna señal procedente de ella.

Bueno, prácticamente ninguna. De haber existido un momento de acercamiento mutuo, había sido antes. Sí, sonría si quiere, pero no me estoy refiriendo al momento en que estábamos los dos en cama, porque aquello no había sido más que una experiencia, un placer, algo tan excitante como mi cuerpo no había tenido nunca el privilegio de sentir, pero algo exclusivamente sensual.

Me refiero a otro momento. ¿Se acuerda de cuando fuimos a Gifford Farm y ella me cogió de la mano? ¿Y de cuando me deslizó el brazo alrededor de la cintura mientras estábamos en el desván del granero?, pues el hecho es que en aquellos momentos sentí que asomaban otras posibilidades, como la comprensión, el respeto y, quizá, el afecto.

¿Qué había ocurrido, sin embargo, en el viaje hasta Bath, cuando había tratado de besarla? ¿Qué había puesto aquel témpano entre los dos?

Recordé la conversación que habíamos sostenido en el desván del granero. Yo había eludido algunas de las preguntas íntimas que ella me había dirigido en relación con Cliff Morton y su agresión a Barbara. No es que me evadiera, sino simplemente que aquellos comentarios me hacían sentir incómodo y no podía evitar demostrarlo, lo que me hacía parecer evasivo.

En consecuencia, si quería llegar a Alice, tenía que construir algunos puentes y debía colaborar en relación con todo lo que había visto y oído.

Para empezar, debía centrarme en la visita a Gifford Farm. Bernard no habría podido demostrar más a las claras que le molestaba nuestra presencia en la granja. Su actitud nos decía que lo pasado había pasado y, hasta cierto punto, yo estaba de acuerdo con esta actitud, puesto que también yo la había adoptado hasta que Alice me había obligado a abandonarla. Aun así, ella no me había encañonado con una escopeta.

No podía entender que Bernard y sus padres quisieran olvidar el pasado. Desde la violación y el suicidio de Barbara habían tenido que pasar por toda una serie de incomodidades. Las pesquisas, el descubrimiento del cráneo en el barril y la ruina del negocio de la sidra, por no hablar además de la constante presencia de la policía en la granja, buscando incesantemente restos humanos. Por otra parte, también se había sospechado de George Lockwood como posible asesino de Cliff Morton, y la cosa no había terminado con la detención de Duke, ya que toda la familia había tenido que comparecer a juicio para prestar declaración.

En este punto se introdujo en mis pensamientos una idea un tanto mezquina. En su comprensible deseo de conseguir un veredicto positivo y hacer que toda aquella historia quedara sumida en el olvido cuanto antes mejor, ¿no habrían hecho los Lockwood excesivo hincapié en las pruebas contra Duke? El proceso se había centrado principalmente en el testimonio del forense, respaldado por las pruebas circunstanciales tanto de los Lockwood como mías. Entre todos habíamos presentado un cuadro de Duke convertido en amante vengador. No quería decir con esto que los Lockwood fueran culpables ni perjuros ni que yo comulgara con todo lo que Harry nos había contado pero, ¿no podía ser que hubiéramos interpretado erróneamente algunas de las cosas que había hecho Barbara?

Aquellos pensamientos volvieron a conducirme a Harry.

Su versión de los hechos había sido sensacional. O quizá fantástica sería la palabra más adecuada. Según él, Duke no sentía interés ninguno por Barbara y, para conseguir que la acompañase, había que convencerlo, por no decir obligarlo. Al decir de Harry, aquellos románticos paseos al atardecer por los prados de Somerset no incluían a Duke y, la tarde en la que se produjo la violación y el asesinato, éste se había mostrado deprimido, aunque no a la manera de quien acaba de volar los sesos de un semejante.

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