Peter Lovesey - El Falso Inspector Dew

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El Falso Inspector Dew: краткое содержание, описание и аннотация

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A bordo del Mauretania, que zarpa de Southampton, en la primera semana de septiembre de 1921, viajan numerosos pasajeros que encarnan el lujoso y cosmopolita ambiente de los años veinte. Entre ellos, se encuentra un dentista que trata de huir de su tiránica esposa y que viaja con el nombre de un famoso detective, el inspector Dew. Sin embargo, durante la travesía se produce un crimen y el capitán decide recurrir al falso inspector para descubrir al asesino… El desafortunado dentista se verá en serios aprietos para responder a los antecedentes del dueño del nombre usurpado. El FALSO INSPECTOR DEW es una nueva muestra del talento de Lovesey para combinar sabiamente ingenio y humor con una trama muy emocionante.

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10

El señor Saxon condujo a Walter por otra escalera de hierro a lo largo de un corredor iluminado con lamparitas desnudas. La suela de sus zapatos golpeaba en el metal con un sonido que hería los oídos después de la suavidad de los corredores alfombrados de arriba. Sin embargo el señor Saxon caminaba con una decisión y un bamboleo que sugerían a un millonario avanzando por la sección más exclusiva de primera clase. Esa mañana el señor Saxon se sentía como un millonario. Había arrestado al estrangulador.

– No quise perturbar su sueño -se excusó con Walter, sus palabras resonando en el metal que recubría ambos lados del corredor-. No era necesario. En absoluto. Usted pasó momentos agotadores, inspector, exprimiendo su cerebro y recurriendo a toda su experiencia en Scotland Yard para descubrir los motivos del crimen. Merecía descanso. ¿Para qué molestarlo cuando teníamos al tipo seguro en la celda por el resto de la noche? Informé al capitán, por supuesto. Y me dio la impresión de que estaba bastante contento de que al fin y al cabo fueran sus hombres los que resolvieran el caso. De todas maneras estuvo de acuerdo conmigo en que se lo dijéramos por la mañana.

Walter no dijo nada. Ya había escuchado el relato de Barbara sobre el incidente de la noche anterior. No había dudas de que la chica creía haberse topado con el estrangulador. Jack Gordon sin duda había forzado su entrada al camarote. Pero afortunadamente el grito de ella había sido oído por un pasajero lo bastante responsable con para llamar al señor Saxon. Y tampoco había dudas de que cuando el señor Saxon y su ayudante llegaron al camarote, Jack había sido hallado sujetando a Barbara desde atrás, con una mano en su cuello y otra sobre la boca. Walter había constatado la marca en el cuello de la joven.

Delante de la celda había un hombre de guardia. Saxon le ordenó que abriera la puerta y la volviera a cerrar detrás de ellos.

– Usted y yo somos capaces de defendernos de un estrangulador de mujeres indefensas -le comentó a Walter-. Los hombres que hacen ese tipo de cosas son unos asquerosos cobardes.

Jack Gordon todavía tenía puesta su camisa y pantalones de noche. Le habían quitado la corbata y los zapatos. Cuando se levantó del colchón desnudo en que lo encontraron acurrucado, tuvo que sujetarse los pantalones con la mano. Tenía los ojos enrojecidos y el pelo, antes prolijamente peinado, le caía sobre la frente.

– Ya conoce al inspector Dew -comentó el señor Saxon.

Gordon hizo una seña de asentimiento.

– Siéntese, por favor -pidió Walter, con el tono de voz que usaba cuando iba a efectuar alguna cirugía dental. El señor Saxon colocó en medio de la habitación una silla para su prisionero y se situó detrás. Walter se apoyó contra el borde de la mesa.

– Acabo de hablar con la señorita Barbara Barlinski -le dijo a Gordon-, Y vi las marcas en su cuello.

– ¿Marcas? -repitió Jack de manera distraída.

– Las marcas que le dejaron sus manos.

Jack sacudió la cabeza.

– ¿La estaba sujetando tan fuerte?

El señor Saxon habló desde detrás de él.

– No ponga esa voz inocente, Gordon, lo pesqué cuando la estaba estrangulando.

Jack se dio la vuelta abruptamente.

– ¡Eso es mentira! Estaba tratando de que dejara de gritar.

– De respirar -acotó Saxon.

– ¡No!

– El inspector Dew ha visto las marcas.

– Esto es una locura. Yo no la estaba estrangulando.

– Y tampoco estranguló a la otra -se burló Saxon.

– No sabe de lo que está hablando.

Walter se dirigió a Jack.

– Señor Gordon, ¿usted niega haber estrangulado a la señorita Masters?

– Por Dios, no he estrangulado a nadie.

Saxon se adelantó y le habló al oído a Jack.

– Tenemos dos mujeres, una muerta, con las marcas de los dedos del estrangulador en el cuello y la otra por suerte, mucha suerte, viva y con las marcas de sus manos.

– ¿Me quieren escuchar? No son las mismas.

– ¿A qué se refiere?

– A las marcas.

Hubo una pausa. Saxon se enderezó y sonrió. Casi susurró.

– ¿Cómo lo sabe? -se echó a reír y habló en voz más alta-. ¿Cómo lo sabe, Gordon, cómo lo sabe, cómo lo sabe? -Se sacudía nerviosamente por la excitación de su triunfo.

Jack Gordon dejó caer la cabeza sobre el pecho y se cubrió los ojos.

– Lo sabe porque vio las marcas en el cadáver -replicó más calmado el señor Saxon, con tono cantarino-. Usted vio el cuerpo.

– Sí -replicó Jack sin levantar la vista. Empezó a sollozar.

– Son todos iguales -comentó Saxon a Walter-, tan compasivos con sí mismos cuando uno los pesca, pero sin la menor compasión con sus víctimas -el hombrecito sudaba de tanta excitación. Sacó un pañuelo y se secó la frente y los extremos de su bigote colorado-. Será mejor tomarle declaración ahora que lo ha admitido.

– Bien, entonces no me van a necesitar más -dijo Walter-. Usted tiene un hombre en la puerta y yo puedo encontrar solo mi camino de vuelta, gracias.

De pronto Jack Gordon levantó la vista.

– No soy el asesino. Por el amor de Dios, escúcheme. Yo no estrangulé a Katherine. Era mi mujer.

Walter miró a Saxon, que se había situado detrás de su prisionero. La cara de Saxon denotaba incredulidad. Sacudió la cabeza. Parpadeó. Se golpeó la frente con un dedo.

– Está bien, inspector, si prefiere dejarme esto a mí…

Jack se levantó y tomó a Walter del brazo.

– No, por favor, quédese y escuche. Usted es la única posibilidad que tengo -pero mientras hablaba el oficial lo agarró desde atrás y lo volvió a sentar en la silla.

– Tendrá que aprender algo -masculló Saxon respirando en el oído de Jack mientras le empujaba la cabeza con el antebrazo-, A no poner nunca la mano sobre un oficial de policía. Puede conducir a escenas muy desagradables.

Walter se volvió hacia la puerta.

– ¿Su asistente me va a abrir si llamo a la puerta?

– Lo llamaré -respondió Saxon. Soltó a Jack y se dirigió hacia Walter.

Jack habló precipitadamente.

– Inspector Dew, ¿usted cree que un hombre podría matar a su propia mujer y arrojarla al mar?

Walter se estremeció. Hizo una seña con la mano para impedir que Saxon llamara a su ayudante.

– Parece muy poco probable. Está bien, será mejor que escuche lo que usted tiene que decir -volvió a la mesa y se inclinó sobre ella, frente a Jack.

El señor Saxon dio rienda suelta a su exasperación con un profundo suspiro.

– Soy un «marinero» -comentó Jack con voz más controlada-. Me gano la vida cruzando el océano, jugando a las cartas. Si no me creen busquen el mazo que hay en el cajón superior de la cómoda de mi camarote y déjeme mostrarles cómo las manejo. Kate era mi mujer y mi ayudante.

– Está mintiendo -interrumpió Saxon-. Maldito, está mintiendo para salvar el pellejo.

– Tenía una marca de anillo en el dedo. El doctor pensó que era casada.

– Sí, siempre lo dejaba en casa. Puedo decirles dónde está nuestro piso en Park Terrace. En los barcos nos hacíamos pasar por desconocidos. La gente no cae tan fácil con parejas establecidas. Hay demasiadas historias sobre los tahúres.

– Pues a mí no me puede contar nada nuevo sobre ese tema -exclamó Saxon con petulancia-. Los conozco a todos y usted no es uno de ellos.

Jack estaba más tranquilo.

– Conoce a los que no tienen éxito -continuó con voz calma-. Nuestra presa era un joven norteamericano, Paul Westerfield. Su padre es multimillonario y al muchacho no le faltaban los dólares. Usé una chica para sacarle la billetera…

– ¿Poppy? -preguntó Walter.

Jack abrió los ojos.

– Así es.

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