– ¿Para timarlos?
– Supongo. Westerfield, el norteamericano, perdió su billetera y Gordon la encontró y se la entregó al comisario de a bordo. Por supuesto que Westerfield fue a agradecérselo y entre ellos se creó un lazo de mutua confianza. Mientras tomaban una copa apareció Katherine Masters, en teoría a reclutar voluntarios para el espectáculo. Y en lugar de eso se organizó una partida de cartas. A primera vista suena como un arreglo espontáneo.
– ¿Pero tú sospechas que ella estaba en combinación con Gordon?
– Se me ha cruzado esa idea por la cabeza. Sería un truco muy limpio. Gordon no me dijo nada de la billetera.
– ¿Es significativo?
– Lo es si la billetera fue sacada del bolsillo de Westerfield y puesta en algún lado para que Gordon la encontrara.
– ¿Quién podría haber hecho eso?
– Una tal Poppy, que subió a bordo con Westerfield.
– Me parece un fraude demasiado elaborado, Walter. ¿Ganaron mucho?
– Perdieron.
Alma sacudió la cabeza con compasión.
– Tu teoría trastabilla allí, ¿no?
– No. Como tú dices, es demasiado elaborado. Si hay algo, no creo que apuntaran a una sola noche de juego. Hubieran seguido subiendo las apuestas durante la semana y en la última noche se produciría la carnicería.
– Así que puede ser que hayan perdido de forma deliberada.
– Sí. En realidad parece que jugaron bastante bien durante unas manos y luego todo se vino abajo. Ella criticó su juego y él la hizo llorar al final de la velada.
– ¿Crees que todo estuvo planeado?
– No lo sé. De todas maneras convenció a los norteamericanos.
– ¿Pero cuál era el objeto?
– Convencerlos de que Gordon y la señorita Masters no se conocían, no se llevaban muy bien en el juego y se les podía ganar con facilidad. La chica norteamericana se quedó consolando a la señorita Masters y prometiendo jugar al bridge la noche siguiente.
– Empieza a sonar como algo verosímil -comentó Alma-. Eres un detective en serio.
La cara de Walter se iluminó.
– ¿Lo dices de veras?
– Pero eso no explica por qué asesinaron a la señorita Masters.
– No.
– Y ahora que está muerta será muy difícil probarlo.
Walter asintió, cabizbajo.
– A menos… -acotó Alma.
– ¿Qué?
– Que puedas descubrir si realmente estaba en el comité encargado de los espectáculos.
Giovanni Martinelli estaba en la peluquería haciéndose arreglar las manos y sosteniendo una animada conversación en italiano con el peluquero. Callaron de golpe al ver entrar a Walter.
– ¿Signor Martinelli? -preguntó Walter.
El gran tenor alzó las cejas.
– Disculpe que lo interrumpa. Soy Dew, inspector Dew, y estoy a cargo de la investigación de la muerte de la pobre señorita Masters. Hay un punto que creo me podrá aclarar. Me han informado que en la noche de su muerte se vio a la señorita Masters acercarse a algunos pasajeros para pedirles de parte suya si deseaban participar en el espectáculo del barco. Lo único que quiero es confirmar si eso es verdad y ella era un miembro acreditado de su comité.
Martinelli no respondió nada. Permaneció mirando a Walter.
– No hago más que comprobar las declaraciones de otros testigos. No es más que una formalidad -Walter sacó su cuaderno y lápiz para sonar más convincente.
La cara de Martinelli se suavizó en una amplia sonrisa.
– Sí.
Tomó el cuaderno y el lápiz de Walter, escribió algo y se lo devolvió.
Había escrito «G. Martinelli. Mauretania. 1921 ».
La aparente irritación entre Paul y Barbara durante la conversación con Walter continuó por la noche. Después de la cena se organizó el baile en el salón comedor y Paul se unió a los Cordell en su mesa. Se sentó enfrente de Barbara y tuvo la ocasión de acercarse más cuando Livy y Marjorie se levantaron para bailar un tango, pero no lo hizo. Pudo haberle hablado también, pero dedicó toda su atención a los bailarines. Barbara se empezó a preguntar por qué se había sentado en la mesa con ellos. Cuando el tango terminó, Marjorie volvió a la mesa.
– ¿No vais a bailar esta noche? No debéis permitir que la vieja generación os enseñe.
– Paul jugó hoy un partido de badmington agotador, mamá.
Paul ignoró la agresión y se dirigió a Marjorie.
– Cuando usted y Livy salen a la pista todos parecemos de madera.
– Adulador -agradeció Marjorie con un estremecimiento de placer que hizo brillar sus lentejuelas-. En ese caso Livy y yo nos vamos a sentar durante la próxima pieza para daros la oportunidad de luciros.
Era un vals. Dieron vueltas por la pista con aire solemne a los sones de I’m Forever Blowing Bubbles. Paul era un bailarín discreto, casi siempre capaz de distraer a su compañera de algún movimiento imperfecto con su agradable charla. Pero esa noche no quería o no podía divertir a Barbara.
– Lo siento -musitó ella al terminar.
– ¿Por qué?
– Porque mi madre te obligó a hacer esto.
– No fue así. Yo mismo te invité, ¿no?
Barbara asintió. Un redoble de tambores anunció el final de la pieza.
– Forman una hermosa pareja -comentó Marjorie cuando volvieron a la mesa.
Se quedaron sentados durante los dos valses siguientes y luego bailaron uno antiguo y demasiado intrincado para poder hablar.
– Me parece que me voy a acostar temprano -exclamó Paul cuando terminó-. No soy una compañía muy interesante.
– No es muy fácil con mis padres en la mesa.
– No los critico. Son simpáticos.
– Podríamos ir a dar un paseo por la cubierta.
– Hace demasiado frío. Se está levantando viento.
– Qué lástima -se lamentó Barbara-. Pero no me gustaría que te resfriaras por culpa mía -apenas pronunció esas palabras deseó no haberlas dicho nunca. No tenía la intención de darles ese tono de rechazo sino que expresaban su genuina frustración ante la incomodidad que se había instalado entre ellos-. Disculpa. Por favor, no vayas a acostarte.
Los ojos de Paul registraron su asombro.
– Barbara, olvidémonos de todo lo ocurrido hoy, ¿quieres? Tal vez mañana estemos en un mejor estado de ánimo. Buenas noches.
Barbara volvió sola a la mesa y explicó la ausencia de Paul arguyendo que no se sentía bien. Su madre le dirigió una mirada dura y comentó que algunos jóvenes eran más vulnerables de lo que creían las mujeres. Livy fue a buscar bebidas y volvió con la información de que Paul estaba en el salón de fumar.
– Creo que necesitaba un par de whiskis para asentar sus pensamientos -le comentó a Barbara-, Vamos, todavía no has bailado conmigo.
Barbara agradeció la consideración de Livy. Muchas veces limaba la aspereza de los comentarios de Marjorie y en ese momento la estaba ayudando a sobreponerse a la sensación de haber sido abandonada por Paul.
– No te preocupes -la consoló Livy-, le gustas. Lo he estado observando. Todavía tiene que aprender unas cuantas cosas de las damas, pero está tratando. Dale tiempo.
Barbara le dio un beso cariñoso en la mejilla.
– Eres muy bueno conmigo.
Decidió sentarse durante un par de piezas más y luego irse a la cama. Livy sacó a Marjorie a la pista para bailar un fox-trot. Barbara los contempló, preguntándose si Marjorie realmente apreciaba lo que tenía.
– ¿Sola? -preguntó una voz a sus espaldas.
Miró por encima de su hombro y vio a Jack Gordon inclinado hacia ella. Su pelo rubio y camisa blanca dominaban la luz de la pista.
– No del todo. Mis padres están bailando.
– Pero usted no. ¿Me haría el placer de acompañarme?
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