Peter Lovesey - El Falso Inspector Dew

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A bordo del Mauretania, que zarpa de Southampton, en la primera semana de septiembre de 1921, viajan numerosos pasajeros que encarnan el lujoso y cosmopolita ambiente de los años veinte. Entre ellos, se encuentra un dentista que trata de huir de su tiránica esposa y que viaja con el nombre de un famoso detective, el inspector Dew. Sin embargo, durante la travesía se produce un crimen y el capitán decide recurrir al falso inspector para descubrir al asesino… El desafortunado dentista se verá en serios aprietos para responder a los antecedentes del dueño del nombre usurpado. El FALSO INSPECTOR DEW es una nueva muestra del talento de Lovesey para combinar sabiamente ingenio y humor con una trama muy emocionante.

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– Sí.

– Ese cuarto está cerrado y las laves se guardan aquí, junto con las de los consultorios y los armarios. Tengo un ordenanza que se ocupa de eso. El domingo estuvimos muy ocupados con las cosas usuales… mareos y pulgares doloridos. Tenía conmigo dos enfermeras y un ordenanza. En algún momento de la tarde llegó un pasajero a la oficina y le dijo al ordenanza que necesitaba la llave del depósito en donde está el cuerpo. Alegó algo sobre la ayuda que le habían pedido para la identificación.

– ¿Le dieron la llave?

– Sí. Esa tarde mi ordenanza era un muchacho joven, Topley. Éste es su primer viaje y está muy ansioso por hacer méritos pero no es muy brillante. Entregó la llave pero no recuerda cómo era el hombre. Descubrí esto porque al final del día la llave no estaba en su lugar habitual. Topley bajó a buscarla y la encontró en la cerradura.

– ¿Así que el pasajero no la trajo de vuelta? Eso suena un poco raro.

El médico le dirigió una mirada inquisitiva.

– El asunto es que fue allí sin autorización. Ni el capitán ni el sargento saben nada. ¿Por qué haría una cosa así un pasajero?

– Le iba a hacer la misma pregunta -comentó Walter.

– Si quiere puede hablar con Topley, pero no creo que le saque mucho.

– Voy a ahorrar saliva. De todas maneras gracias por mencionármelo -miró su pulgar lastimado y trató de moverlo-. Ya está un poco menos inflamado. No creo que necesite entablillarlo.

– ¿No me va a preguntar por las marcas?

Walter se estudió la mano.

– Las marcas en el cuello de la mujer -agregó el médico con un dejo de petulancia-. Yo fui el primero en notarlas.

– Felicitaciones.

– La estrangularon, inspector. Las marcas corresponden a un estrangulamiento típico.

– Sí -asintió Walter-. Muy desagradable. Y bastante tosco. El asesinato no tiene por qué ser tan brutal. Bueno, es casi la hora de almorzar. Gracias por su diagnóstico.

Una vez solo en su oficina el doctor se preguntó cuál sería el secreto del éxito del inspector Dew. Parecía tener el don de obtener información sin preguntar. Su estilo de interrogatorio era tan oblicuo que uno se olvidaba de que era un policía. Claro que se había retirado de Scotland Yard antes de la guerra. O había perdido la práctica o era endiabladamente listo. El doctor no había decidido cuál de las dos era la respuesta correcta.

3

Bajo el sol de la cubierta. Alma se sintió avergonzada por sus arranques nerviosos de la noche anterior. Estaba agotada. Necesitaba relajarse. Había menospreciado la tensión provocada por el asesinato. En el caso de Walter era comprensible porque todavía estaba bajo muchas presiones, pero no había ningún motivo para que ella estuviese así. Tenía que comportarse como cualquier otro pasajero. Así que cuando el camarero mencionó que se había divisado al Berengaria, se reunió con el grupo que se alineaba a lo largo de estribor para ver cómo se cruzaban los dos barcos de la Cunard.

Se alegró mucho de haberlo hecho. Se sintió estimulada por la visión del enorme barco avanzando a todo vapor hacia ellos, con su casco negro convirtiendo el agua azul en espuma, y su blanca cubierta bordeada de figuras saludando. Se cruzaron señales a través del agua y los dos barcos se detuvieron a varios cientos de metros para intercambiar correo por medio de una lancha. Hubo más saludos cuando las turbinas arrancaron de nuevo y las sirenas se unieron a la despedida. Alma miró hasta que sólo pudo ver el vapor de las tres chimeneas del Berengaria a lo lejos. No se había dado cuenta de que Johnny estaba a su lado y no le importó.

– Ya sabrá que ese barco fue botado por el Kaiser -le informó-. Era el Imperator hasta que la Cunard lo adquirió como su nave capitana. Despojos de guerra. Todavía es una nave gloriosa. A mí no me molesta. Me parece que navegar bajo diferentes banderas es una cuestión personal, ¿no cree, señora Baranov?

Si Alma se ruborizó, no se notó por el fuerte viento. Sonrió de manera neutral.

– Es sólo mi manera de traer a colación el asunto del baile de máscaras de mañana -explicó Johnny-. Supongo que irá.

– No lo he pensado.

– Tampoco yo, hasta esta mañana. Algunas de estas personas traen los trajes ya hechos, cosas profesionales, pero a mí eso no me gusta. Creo que debe ser algo espontáneo, ¿y usted?

– Sí, yo tampoco tengo un disfraz.

– Perfecto. Y le puedo asegurar que si hubiera traído sus mejores enaguas y una peluca y una canasta de naranjas, por lo menos habría otras dos Nell Gwynnes para arruinarle la noche.

Alma rió.

– ¿Qué se va a poner?

– Ése es el problema. Todavía no lo he decidido. Estoy tratando de inventar algo verdaderamente original. Tuve una idea un poco rara. ¿Cómo me vería como el doctor Crippen?

Alma trató de sonreír.

– No estaría mal, ¿no?

– No creo que todo el mundo lo apreciara.

– Tal vez tenga razón. De todas maneras soy demasiado alto. Era un hombre bajito, ¿sabe? Difícil. La gente creería que soy un político. A decir verdad tengo una idea mejor, pero voy a necesitar ayuda. Perdone la pregunta, pero ¿sabe manejar la aguja y el hilo?

– Depende de lo que pretenda.

– Nada muy elaborado. Unos pliegues aquí y allá -Johnny sonrió para sus adentros-. Por Jehová, éste será un ganador. Ahora tenemos que pensar en algo para usted.

4

Después del almuerzo Jack Gordon fue a buscar al inspector Dew. Lo encontró sentado en un sillón entre el piano y una palmera en el salón principal. Parecía dormido, Jack lo llamó y no obtuvo respuesta. Volvió a llamarlo y tocó la mano del inspector.

Walter abrió los ojos.

– ¿Inspector Dew? -preguntó Jack por tercera vez-, siento molestarlo.

– ¿Qué sucede?

– Me llamo Jack Gordon. ¿Le parece bien que hablemos del asunto que está investigando?

– ¿Eso? Ah, sí. Busque una silla.

Jack agarró una del otro lado de la palmera y se sentó enfrente de Walter.

– Allí no -pidió Walter-, Un poco más a la derecha. Quiero tener libre la vista del salón -guiñó un ojo-. Observación.

Jack miró sobre su hombro siguiendo la vista del inspector, pero todo lo que pudo ver fue a dos clérigos jugando a las damas.

– ¿Qué quería decirme, señor Collins?

– Gordon. Pensé en hablar con usted antes de que viniera a buscarme. Estuve con la señorita Masters la noche en que la mataron. Jugué a las cartas con ella en el salón de fumar. Fui su compañero de whist. Supuse que querría una declaración mía.

– Es muy meritorio de su parte hacerlo voluntariamente, señor Collins.

– En realidad me llamo Gordon, inspector.

– Ya lo oí la primera vez, señor Collins. No se ofenda, pero tengo la costumbre de llamar a los testigos por su apellido. Cuénteme esa partida de whist. ¿Quiénes eran sus contrincantes?

– Una pareja norteamericana joven. El se llama Westerfield, creo.

Walter sacó una libretita y un lápiz.

– Será mejor que lo anote. Soy un desastre con los nombres y en general dejo esa parte a la enfermera.

Jack lanzó una risita inquieta.

– Claro.

– ¿Y el nombre de la compañera del señor Westerfield?

– Eso es más difícil. Se llama Barbara, pero no pesqué el apellido.

– No tiene importancia, señor Collins. Ya me arreglaré para conseguirlo. En este momento me preocupa más la señorita Masters. ¿Eran amigos?

– No. Nunca nos habíamos visto antes del sábado a la noche. La partida se celebró después de la cena. Estaba sentado aquí con el señor Westerfield y mientras hablábamos apareció la señorita Masters a preguntar si queríamos colaborar en el espectáculo del barco. Ninguno de los dos estaba muy entusiasmado, pero en cambio decidimos jugar unas manos de whist. Le gustó la idea. Paul, el señor Westerfield, fue a buscar a Barbara para que fuera su compañera.

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