– Me parece -dijo Kincaid con suavidad- que ya te has castigado bastante por errores que cualquiera podía haber cometido. Ninguno de nosotros tiene las respuestas por adelantado. ¿Por qué es demasiado tarde para Patrick y para usted? ¿Es que no puede contarle lo que me ha contado a mí? ¿Tiene algo que perder?
– Bueno… Él no quiere…
– ¿Cómo sabe lo que Patrick quiere o no quiere? No me ha dado la impresión de un hombre determinado a cortar toda relación.
A no ser, pensó Kincaid, que Patrick Rennie hubiera visto alguna ventaja en adoptar un nuevo papel, el del hijo afligido que ha encontrado a su madre.
– Qué raro -dijo Hannah, interrumpiendo su poco agradable especulación-. Después de todo lo que ha pasado, hoy me siento muy distanciada. Como si viera las cosas a través de un telescopio. Claras y lejanas. No creo que me dure. Pero veo claramente que no puedo perseguir a Patrick y esperar que llene los vacíos de mi vida.
La voz de Hannah se iba cargando de sueño. Kincaid recogió el servicio de té y volvió a su lado, pensando que no debía dejarla descansar todavía. Una pregunta pendía sobre él como un peso.
– Hannah, ¿pudo ser Patrick quien la empujó escaleras abajo?
Ella no se molestó, como hubiera hecho anteriormente ante una sugerencia de la culpabilidad de Patrick, sino que respondió pensativa y somnolienta.
– Ya lo he pensado. Sería idiota, si no. Pero no lo creo. -Hizo una pausa, buscando las palabras-. Había tanta… maldad en ese golpe. Lo noté. -Arrugó la frente, concentrada-. Hoy he visto un poco al verdadero Patrick, no mi versión idealizada de él. Hay un poco de rabia en la superficie, de amargura, pero también la habilidad de reírse de sí mismo, de poner los sentimientos en perspectiva. No me lo imagino albergando tanto odio. -Se puso de nuevo a temblar-. ¿Por qué me puede odiar alguien tanto?
– Qué le…
Una llamada a la puerta interrumpió su pregunta, pero Hannah levantó una mano para detenerlo mientras se levantaba.
– No le diré lo que me dijo de Cassie y Penny. Tendrá que preguntárselo usted.
Kincaid dudó y acabó por asentir. No tenía sentido intimidarla, había empezado a calibrar su testarudez. Además, lo comprendía.
Anne Percy aguardaba pacientemente junto a la puerta, con su maletín de médico. A Kincaid le dio un vuelco el corazón y se sintió imbécil.
* * *
Kincaid se encontró con el inspector jefe Nash en las escaleras.
– Vengo a tomar la declaración de su querida Hannah Alcock.
Se lo dijo sin preámbulos, con ese tono burlón que hacía que Kincaid se tragara una infantil respuesta insultante.
– Está la doctora Percy con ella. No parece tener nada grave.
– ¿En serio? -preguntó Nash, sarcástico-. Bueno, bueno. ¿No es extraño?
– ¿Qué insinúa, si se puede saber? -Kincaid hizo un esfuerzo por dominar la exasperación de su voz.
– Muchacho, ¿no le parece que es una caída muy apropiada? Sola, sin testigos, una pequeña caída por las escaleras…
– La encontré yo: ¡estaba inconsciente!
– Muy apropiado, como le he dicho, que la encuentre un policía bien dispuesto. -Nash soltó una risotada condescendiente-. Cualquiera puede fingir un desmayo.
Kincaid cerró los ojos y respiró hondo.
– ¿Tiene usted idea, inspector jefe, de por qué la señorita Alcock iba a correr el riesgo de partirse el cuello?
– Se me ocurre que si está liquidando gente a diestra y siniestra, parecer una víctima no está de más. Es un viejo truco.
– ¿Qué motivo podía tener para matar a Sebastian y a Penny?
– El mismo que cualquier otro. Dígamelo usted, muchacho. Es su amiguita.
Nash le sonrió malicioso, y Kincaid pensó que su conversación iba por camino de convertirse en una farsa.
– Siento no poder ayudarlo, inspector. Tendrá que preguntárselo usted.
* * *
Kincaid salió disparado por la puerta y sacudió la cabeza, como si el aire frío pudiera despejarle las ideas. Por muy pequeña que fuera la dosis de inspector Nash, se sentía como si hubiera vagado por una niebla densa. Quería hacerle unas preguntas a Patrick Rennie y no tenía intención alguna de invitar a Nash para que le estropeara la entrevista.
Caminó por el jardín, ya en sombras, lamentando no tener a Gemma o a Peter Raskin como equipo consultor. El primer piso de Followdale House estaba dividido en secciones por puertas antiincendios: una dividía la zona que contenía su suite y la puerta del balcón de la zona que contenía la suite de Hannah y la escalera principal. A su vez, esa zona estaba separada de las suites del otro lado de la casa por otra puerta. Kincaid recordó que al salir por la puerta entre su suite y la escalera, habría jurado oír que la puerta más lejana se cerraba.
En aquel momento no se paró a pensarlo, hasta que Patrick había llegado por la puerta de entrada, sonrojado y jadeante, al cabo de unos minutos de que él hubiera encontrado a Hannah; Kincaid no podía saber cuánto rato llevaba Hannah allí caída, pero tal vez fueran sólo unos minutos. Rennie pudo bajar corriendo por las escaleras traseras y dar la vuelta al edificio, ansioso por saber los resultados de su atentado contra la vida de Hannah.
Kincaid volvió a la casa y dudó un momento en el vestíbulo. ¿Dónde estaría Peter Raskin? ¿Alguien habría tomado declaración a los demás huéspedes?
Permaneció quieto, al acecho del menor ruido, de cualquier señal de vida o movimiento en el interior. Le sorprendía que una casa de aquel tamaño, con casi una docena de personas, pudiese dar esa sensación desértica. El barullo que se había creado en el cóctel del primer día era inimaginable ahora. Los huéspedes habían perdido interés en frecuentarse.
Caminó por la recepción en penumbra hacia la sala, donde una tenue lámpara proyectaba un solitario haz de luz. Un leve ruido en la barra del bar atrajo a Kincaid a la puerta.
Patrick Rennie estaba sentado solo en una mesa, taciturno, empujando un vaso por el pequeño charco de líquido condensado.
– Justo la persona que buscaba -dijo Kincaid, y Rennie levantó la cabeza de golpe.
– ¿Cómo está Hannah?
– La doctora Percy está con ella. No creo que tenga nada grave. -Kincaid cogió una cerveza de debajo de la barra y se sentó enfrente de Rennie-. ¿Dónde está todo el mundo?
– Encerrados en sus habitaciones esperando saber lo que va a ocurrir, me imagino. El inspector jefe Nash ha mandado al policía ese a tomar declaraciones. No sé si ha terminado la ronda. Oiga -Rennie cambió de táctica, para no distraerse de lo que tenía en mente-, hoy me he comportado muy mal con Hannah. -Y ahora esto. Rennie hizo un vago movimiento hacia las escaleras, luego su mirada se cruzó con la de Kincaid-. ¿Le ha contado algo de mí?
– Sí.
– ¿Y le ha contado mi odioso comportamiento de esta mañana?
– Me ha dicho que le ha dolido a usted su entrada a codazos en su vida -respondió Kincaid secamente.
Rennie se frotó la frente con sus largos dedos.
– Tiene que haber sufrido tanto… y encima yo la pisoteo con una sensibilidad de elefante. -Levantó las cejas y esbozó la sonrisa de autoirrisión que debió de haber visto Hannah-. Habrá sido el susto. Tantos años preguntándome quién sería, cómo sería, por qué me dio… lo recordé todo de golpe. ¿Cree que es demasiado tarde para volver a empezar?
A Kincaid el papel de consejero de corazones solitarios no le hacía ilusión en ningún caso, pero en particular cuando una de las partes podía haber intentado apresurar la desaparición de la otra.
– No sabría decirle. -Dio un trago a su cerveza y luego añadió, simplemente-. En buena parte dependerá de dónde haya estado hoy antes de volver.
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