Gemma sentía el pánico acechando sus pensamientos, dispuesto a saltar sobre ella en cuanto bajara la guardia. Había puesto tanto orgullo en su autosuficiencia que había hecho caso omiso de la aportación de Rob, pues no encajaba con la imagen de supermamá que se había forjado sobre sí misma. Ahora sufría las consecuencias. Sé práctica, se dijo, mira las opciones. Vender la casa y encontrar una situación menos cara para Toby no significaba el fin del mundo, pero aun así notaba el peso del fracaso como una piedra sobre su pecho.
El timbre del teléfono de la cocina la sacó de golpe de su abatimiento. Dejó el café en la encimera y levantó el auricular del supletorio, esperando no despertar a Toby.
– ¿Gemma? Ya sé que llamarte dos mañanas seguidas es una verdadera lata, pero quería saber si te apetece acompañarme hoy a hacer un par de visitas.
Esta otra llamada de Kincaid a primera hora de la mañana no la sorprendió, ni tampoco su voz «no oficial», con un deje de vacilación que nunca tenía en el trabajo.
– ¿Nada oficial? -preguntó.
– Bueno, al menos hasta mañana, pero tengo el resultado de la autopsia: sobredosis de morfina.
Gemma cogió el tazón y dio un sorbo al café tibio. Así que tenía razón, al menos en eso, y ella se había equivocado al pensar que la proximidad de él con la situación podría haber nublado su entendimiento.
– Sigues pensando que hago una montaña de un grano de arena -dijo él ante su silencio, y Gemma notó una nota divertida en su voz.
– ¿En quién estás pensando?
– En Felicity Howarth, la enfermera de Jasmine, en Kew. Y en su hermano Theo, en Surrey. Hace un día precioso para dar un paseo en coche -añadió, con la intención de tentarla.
– Mami.
Toby había entrado silenciosamente en la cocina descalzo, despeinado y soñoliento, sujeto a su sábana.
– Ven, cariño. -Gemma se arrodilló y lo abrazó.
– ¿Cómo? -preguntó Kincaid, perplejo.
Gemma se echó a reír.
– Es Toby, se acaba de levantar.
Aquella no era una excursión apropiada para Toby; debería pedir a su madre que se quedara con él, y luego su conciencia le reprocharía haberlo descuidado.
– ¿Gemma?
– Tengo que ver qué hago con Toby.
– Te recojo yo. ¿A qué hora?
– No. -Kincaid nunca había estado en su casa, y después de ver su piso el día antes se sentía todavía más reacia-. Es que… -añadió, dándose cuenta de que había sido muy brusca- tengo que llevar a Toby a casa de mi madre y de paso voy a buscarte yo.
Colgaron, y Gemma apreció el tacto de Kincaid al no recordarle que para llevar a Toby a Leyton High Street era difícilmente necesario que pasara por Hampstead.
***
Por lo visto, Kew había tentado a buena parte de la población londinense para iniciar los ritos de primavera. Gemma, sentada al lado de Kincaid en el MG con la cara vuelta al sol, se incluía en la observación. Tenía que recordarse continuamente que no estaba allí por su gusto, y hacía un esfuerzo por mantener los ojos en la carretera y no en el perfil de Kincaid. Normalmente prefería conducir ella, pero cuando había llegado al piso de Hampstead, él había insistido en que dejara el coche y la había hecho subir a toda prisa al Midget mientras le decía:
– Relájate, Gemma, al fin y al cabo, es tu día libre.
Ella había cedido sin mucha dificultad.
Dieron la vuelta a Kew Green, buscando sitio entre el tráfico. Las carreteras que llevaban a Kew Gardens y al río estaban abarrotadas de coches, pero en cuanto llegaron al extremo sur, dejaron lo peor del embotellamiento a sus espaldas. Se dirigieron al sudeste por las calles laterales hacia la dirección de Felicity Howarth, mientras pasaban delante de grandes casas con jardín, luego casas adosadas menos elegantes, y al final un callejón de bloques de pisos. Las aceras estaban llenas de basura sin recoger, y las casas daban impresión de suciedad, como si sus propietarios hubieran renunciado a esforzarse.
Gemma miró a Kincaid, sorprendida.
– ¿Es una enfermera particular? ¿Tienes la dirección correcta?
Él arqueó las cejas y se encogió de hombros.
– Vamos a ver.
La planta baja de Felicity Howarth, al contrario que la de muchos de sus vecinos, daba muestras de cierto cuidado. Las escaleras estaban barridas, la puerta pintada de un verde oscuro brillante y el llamador de bronce lustrado. Kincaid llamó al timbre y al cabo de unos minutos Felicity abrió la puerta.
Miró a Kincaid como si no supiera situarlo, luego su rostro se iluminó.
– ¡Señor Kincaid!
Gemma, que se esperaba por la descripción de Kincaid a una modelo elegante y uniformada de eficiencia almidonada, vio alterada su percepción. Aunque la altura y los colores de Felicity podían resultar llamativos en otras circunstancias, ahora no estaba en su mejor momento. Llevaba un chándal gastado, iba sin maquillaje, tenía una mancha de suciedad en la frente, y Gemma pensó que parecía cansada y no especialmente contenta de verlos.
– Estaba trabajando en el jardín -dijo, a modo de disculpa mientras se ensuciaba más la frente en un intento de limpiarla.
Kincaid le presentó a Gemma sólo por el nombre de pila, y añadió:
– Me gustaría hablar con usted de Jasmine.
– Pasen ustedes. -Felicity los hizo pasar al salón, luego dijo-: Voy a lavarme. -Vaciló mientras se alejaba y se dio la vuelta-: ¿Quieren un café? Iba a prepararme uno.
Gemma y Kincaid aprovecharon la ocasión para echar un vistazo a la estancia. Estaba ordenada y escrupulosamente limpia, como Gemma podía atestiguar tras pasar a hurtadillas un dedo por el borde de una estantería: ni una mota de polvo. Los muebles eran de buena calidad, pero no nuevos, y los adornos parecían más objetos de familia, le pareció a Gemma, que escogidos con un gusto decorativo determinado. Había un Sunday Observer abierto sobre el sofá, única prueba de una ocupación espontánea.
Kincaid se acercó a las ventanas traseras y miró fuera, al jardín lleno de zarzas.
– ¿Vive sola? -preguntó Gemma bajito cuando se hubo acercado.
– Eso parece, ¿no?
Felicity volvió con una cafetera y unas tazas chinas en una bandeja. La dejó en la mesita baja, cogió el periódico delator del sofá y lo puso fuera de las miradas, bajo una mesa. Parecía haber recuperado autoridad, con la cara y las manos limpias, y dirigió a Gemma y a Kincaid hacia el sofá mientras les servía; luego cogió una silla para ella. El sofá se hundía en la parte central y Gemma se esforzaba por no rozar con el muslo el de Kincaid mientras miraba a Felicity, quien estaba sentada altivamente en su silla. Vio la comisura de los labios de Kincaid esbozar una sonrisa divertida ante su apuro. Felicity había llevado a cabo una maniobra inteligente y ensayada, pensó Gemma, y no se sorprendió lo más mínimo cuando se hizo cargo de la entrevista.
– Entonces, ¿ya tiene los resultados de la autopsia? -preguntó Felicity a Kincaid, al tiempo que cruzaba las piernas y ponía la taza en equilibrio sobre la rodilla.
– El patólogo ha encontrado más morfina de la prescrita para una dosis para el dolor. ¿No podría…?
– Mire -lo atajó Felicity, inclinándose hacia él-, comprendo cómo se siente. Está impresionado porque no se lo esperaba, pero yo lo veo continuamente. No es inusual.
– Margaret cree…
– Usted y yo sabemos, señor Kincaid, que la asistencia a un suicidio es un delito grave. Estoy segura de que Jasmine se dio cuenta de que no podía arriesgarse a implicar a Margaret, y consideró que ésta tendría la sensatez de tener la boca cerrada sobre su anterior acuerdo. Jasmine no necesitaba ayuda, puesto que tenía acceso a la morfina líquida.
Читать дальше