"Quita tus manos de ella, Lex." Renata se paro al pie de la cama, con las láminas enfundadas con su peso tentador a su alcance. "Hazlo. Ahora”.
Lex se mofó. "No hasta que yo haya terminado con ella."
Cuando él le dio a Mira una sacudida fuerte, Renata soltó una ráfaga de furia mental. Era sólo un hilo de energía, sólo una fracción de lo que ella podía darle, pero Lex aulló, su cuerpo se sacudió como si él hubiera sido golpeado por unos pocos miles de voltios de electricidad. Se tambaleó hacia atrás, dejando caer a Mira y alejándose de la cama, plantado su culo en el suelo.
"¡Perra!" Sus ojos despedían fuego ámbar, sus pupilas fragmentadas fuertemente en su centro. "Yo debería matarte por esto. ¡Debería matar a la pequeña mocosa y a ti- a ambas!"
Renata lo golpeó de nuevo, otra pequeña muestra de agonía. Él se dejó caer, agarrándose la cabeza y gimiendo con la segunda ráfaga debilitante. Ella esperó, mirando como él trabajaba para juntarse en una postura desgarbada en el suelo. El no representaba ninguna amenaza para ella como estaba ahora, pero en algunas horas él estaría recuperado y ella iba a estar vulnerable. En ese momento ella podría tener una pequeña pena que pagar.
Pero por el momento, Mira ya no era del interés de Lex, y eso era todo lo que importaba. Lex la fulmino con la mirada cuando él se arrastró hasta sus pies. "¡Fuera de mí… camino… maldita… puta!"
Las palabras estaban sofocadas, farfulladas entre sus jadeos mientras él torpemente se dirigía hacia la puerta abierta. Cuando él estuvo fuera de vista, con sus pasos arrostrándose a lo largo del pasillo exterior, Renata fue a lado de la cama de Mira y la hizo callar suavemente.
"¿Estás bien, muchacha?"
Mira asintió. "No me gusta él, Rennie. Él me asusta."
"Lo sé, cariño." Renata presiono un beso en la frente de la niña. "Yo no voy a dejarlo que te haga daño. Estás a salvo conmigo. Esa es una promesa, ¿entendido?" Otro gesto de asentimiento, más débil esta vez mientras Mira dirigía hacia atrás la cabeza de regreso a la almohada y exhalaba un suspiro soñoliento. "¿Rennie?" -ella le preguntó en voz baja.
"Sí, ratón?"
"No me abandones nunca, ¿si?"
Renata se quedó mirando fijamente a la pequeña cara inocente en la oscuridad, sintiendo a su corazón oprimiese fuertemente en su pecho. "No voy a abandonarte, Mira. Jamás… justamente como lo prometimos"
Traducido por Laura
La luna se elevaba alta, proyectando manchas de luz sobre el lago Wannsee en una zona exclusiva a las afueras de Berlin. Andreas Reichen se recostó sobre su silla almohadillada en el césped trasero de su finca privada Darkhaven, intentando absorber algo de la paz y tranquilidad de la tarde. A pesar de la cálida y apacible brisa y la calma del agua oscura, sus pensamientos eran más taciturnos, y turbulentos.
Las noticias del último asesinato de Gen Uno, esta vez en Francia, le dio un duro golpe. Le pareció que el mundo estaba volviéndose cada vez más loca alrededor de él. No solo el mundo de la Raza -su mundo- sino la humanidad también. Tanta muerte y destrucción. Tanta angustia a cualquier lado que mirara.
El tenía el terrible presentimiento, en el fondo de su estómago, que esto era solo el comienzo. Días más oscuros estaban por venir. Quizás ya habían venido hace tiempo y el había estado demasiado ignorante -demasiado atrapado en sus placeres personales- para darse cuenta.
Uno de esos placeres se acercaba por detrás de él ahora, sus elegantes e inconfundibles pasos mientras ella caminaba por los cuidados jardines de la finca y se sentaba sobre el césped.
Los pequeños brazos de Helene rodearon sus hombros. “Hola, cariño”.
Reichen se acercó para acariciar su cálida piel mientras ella se inclinaba sobre él y le besaba. Su boca era suave, persistente, la fragancia de su largo cabello negro con el más ligero rastro de aceite de rosas.
“Tu sobrino me dijo cuando llegué que has estado aquí fuera durante el ultimo par de horas” murmuró ella, subiendo su cabeza para mirar al lago. “Puedo ver por qué. Es una vista encantadora”.
“Es algo más que encantadora”, dijo Reichen, mientras el inclinaba su barbilla hacia arriba y la miraba.
Ella sonrió sin timidez, habiéndose acostumbrado a su adulación.
“Algo te está dando problemas, Andreas. No es como si te sentaras a quejarte de lo injusta que es la vida”.
¿Podía ella conocerle tan bien? Habían sido amantes durante el año pasado, un jugueteo amoroso casual que había de alguna manera girado a algo más profundo si no completamente exclusivo. Reichen sabía que Helene tenía otros hombres en su vida- hombres humanos- al igual que el ocasionalmente tomaba placer con otras mujeres. La suya era una relación plagada de celos o posesión. Pero eso no significaba que sintieran cariño. Compartían una preocupación mutua por el otro, y un vínculo de confianza que se extendía más allá de las barreras que generalmente hacían las relaciones humano y vampiro-raza imposibles.
Helene se había convertido en una amiga y, últimamente, en una compañera indispensable en el importante trabajo remoto de Reichen con los guerreros de vuelta a Boston.
Helene vino frente a la silla y se sentó sobre el amplio brazo. “¿Has transmitido las noticias a la Orden sobre el reciente asesinato en Paris?"
Reichen asintió. "Lo hice, sí. Y ellos me dicen que hubo también un intento de asesinato en Montreal hace unas noches. Al menos ese falló, un milagro del destino. Pero habrá otros. Me temo que habrá muchas más muertes antes de que el humo finalmente se aclare. La Orden está convencida de que detendrán la locura, pero hay veces que me pregunto si la maldad en el trabajo aquí no es más grande que cualquier cantidad de bondad.”
“Estas dejando que esto te consuma” dijo Helene mientras ociosamente apartaba su pelo de la frente. “Ya sabes, si estuvieras buscando algo que hacer con tu tiempo, podrías haber acudido a mi en lugar de a la Orden. Podría haberte puesto a trabajar en el club como mi asistente personal. No es demasiado tarde para cambiar de idea. Y te aseguro, solo los incentivos merecerían la pena."
Reichen se rió entre dientes. "Tentador, de hecho."
Helene se incline y mordisqueó su lóbulo, su respiración cosquilleante y caliente sobre su piel. “Sería solo un puesto temporal, por supuesto. Di veinte o treinta años -un parpadeo de tiempo para ti. Yo estaré arrugada y gris, y tu estarás entusiasta por un nuevo juguete más atractivo que pueda mantener el ritmo de tus salvajes exigencias”.
Reichen estaba sorprendido de oír la punzada de nostalgia en la voz de Helene. Ella nunca había hablado sobre el futuro con él, ni el con ella. Era más o menos comprensible que no podría haber un futuro, dado que ella era mortal con una esperanza de vida finita y él -a menos que prolongara su exposición a los rayos UVA o sufriera un daño masivo corporalmente- continuaría viviendo durante algo más cerca de la eternidad.
“¿Qué estás haciendo malgastando tu tiempo conmigo cuando podrías haber tenido a cualquier otro hombre?” el le preguntó, moviendo sus dedos a lo largo de la suave línea de su hombro. “Podrías estar casada con alguien que te adore, criando a una camada de guapos e inteligentes niños”.
Helen arqueó una impecablemente cuidada ceja. “Supongo que nunca fui de las que tomaría la elección convencional”.
Ni el tampoco, de hecho. Reichen admitía que sería muy fácil ignorar todo lo que el y la Orden habían descubierto hacía unos meses. El podía olvidar la maldad que habían perseguido hasta esa cueva montañosa en las colinas Bohemias. El podía fingir que nada de eso existió, incumplir su oferta para ayudar a los guerreros en su papel como líder de su Darkhaven y volver a sus libertinos y descuidados hábitos.
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