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Charlaine Harris: Unos asesinatos muy reales

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Charlaine Harris Unos asesinatos muy reales

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El “Asesinato del Mes” de repente adquirió una dimensión muy violenta y… real Cada mes, Real Murders, una asociación de aficionados al crimen de Lawrenceton, Georgia, se reúne para discutir sobre un asesinato famoso. Sus miembros son de lo más excéntrico: Gifford Doakes, el especialista en masacres; Jane Engle, amante de las historias de terror victorianas; Perry Allison, fan de Ted Bundy… Durante la noche de la última reunión, la bibliotecaria local, Aurora «Roe» Teagarden, descubrió el cuerpo mutilado de Mamie Wright en la cocina de la sede del club. Está segura de que el asesino pertenece a la asociación, ya que el crimen guarda un parecido escalofriante con el Asesinato del Mes. Y como quiera que después tuvieron lugar otros asesinatos de imitación, el único móvil parece un aterrador y extraño sentido de la diversión…

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»Para entonces, los vecinos están atemorizados. Wallace los llama desde el salón delantero, una estancia raramente utilizada.

»Allí está Julia Wallace, tumbada frente a la estufa de gas, sobre una gabardina. La gabardina, parcialmente quemada, no es suya. La han apaleado hasta matarla, con extrema brutalidad y fuerza innecesaria. No la han violado. -Me detuve de repente-. Doy por sentado que Mamie tampoco fue violada -dije débilmente, temiendo la respuesta.

– Hasta donde sabemos, parece que no -contestó Arthur, ausente, sin dejar de tomar apuntes.

Resoplé.

– Bueno, Wallace teoriza que Qualtrough, quien ha de ser el asesino si Wallace es inocente, llamó a la casa cuando él se marchó. Era alguien que evidentemente Julia no conocía bien, o puede que fuese un desconocido total, porque lo llevó al salón de los invitados. -Lo mismo que haría yo con un vendedor de seguros, pensé-. La gabardina, una vieja prenda de Wallace, quizá la utilizó ella para echársela sobre los hombros, ya que en el impoluto salón hacía frío hasta que la estufa, que aparentemente encendió, pudo paliarlo. El dinero robado no fue demasiado, ya que Wallace había estado enfermo esa semana y no había podido recaudar la cantidad habitual. Pero es de presumir que nadie más lo sabía.

»Lo que es seguro es que Julia no estaba teniendo ninguna aventura y jamás había ofendido personalmente a nadie, que la policía pudiera averiguar.

– Y ese es el caso Wallace.

Arthur se perdió en sus pensamientos, sus ojos azules fijados en alguno de sus flecos.

– Flojo, en todo caso -dijo finalmente.

– Así es -convine-. No hay ninguna prueba sólida contra Wallace, salvo que era su marido y la única persona que parecía conocerla lo suficiente como para matarla. Todo lo que dijo podría ser verdad…, en cuyo caso fue juzgado por la muerte de la persona a quien más quería en el mundo mientras que el asesino de verdad disfrutaba de la libertad.

– ¿Wallace fue arrestado?

– Y condenado. Pero tras una temporada en la cárcel fue liberado por un fallo único en la justicia británica. Creo que un tribunal superior determinó que no había pruebas suficientes para que un jurado condenara a Wallace, fuese cual fuese la opinión del jurado que sí lo condenó. Pero la prisión y toda la experiencia habían mermado a Wallace notablemente y murió dos o tres años después, aferrado aún a su inocencia. Decía que tenía sospechas de quién era Qualtrough, pero no tenía prueba alguna.

– Yo también habría apostado por Wallace, a tenor de las pruebas -dijo Arthur sin dudarlo-. La probabilidad apunta a Wallace, porque suele ser el marido quien tiene más motivos para eliminar a la esposa…, pero, como no hay pruebas determinantes en uno u otro sentido, casi me sorprende que el Estado decidiera siquiera procesarlo.

– Puede que -añadí sin pensar- la policía tuviese muchas presiones para arrestar a alguien.

Arthur parecía tan cansado y sombrío que intenté cambiar de tema.

– ¿Por qué te uniste a Real Murders? -pregunté-. ¿No es un poco raro para un policía?

– No para este -dijo tajantemente. Me hundí en mi sillón-. Mira, Roe, quería ir a la facultad de Derecho, pero no había dinero. -La familia de Arthur era bastante humilde, pensé. Creía recordar que fui al instituto con una de sus hermanas. Arthur debía de tener dos o tres años más que yo-. Pasé dos años en la universidad antes de darme cuenta de que no podría acabar de pagar toda la carrera, ya que no era capaz de trabajar y llevar los estudios. Para entonces, estudiar me había aburrido también, así que decidí abordar el Derecho desde otra perspectiva. No todos los policías son iguales, ¿sabes? -No era la primera vez que pronunciaba ese discurso-. Algunos polis parecen salidos de un libro de Joseph Wambaugh [8], ya que él lo era también y escribe buenos libros. Ruidosos, bebedores, machos, en su mayoría sin educación y en ocasiones brutales. Algunos están mal de la cabeza, como en cualquier oficio, y a otros les gusta pegar. No hay muchos Liberales, con L mayúscula, y muchos menos licenciados universitarios. Pero entre esas líneas generales puedes encontrar a todo tipo de personas. Algunos de mis amigos, algunos policías, se tragan todos los programas sobre la policía que pueden ver en la televisión, así que sabrán cómo actuar. Algunos de ellos -no muchos- leen a Dostoyevski. -La sonrisa casi resultaba extraña en su cara-. A mí me gusta estudiar viejos crímenes, ver cómo los enfocó la policía y analizar su procedimiento. ¿Alguna vez has leído algo sobre el caso de June Anne Devaney, de Balckburn, Inglaterra, eh…, a finales de los años treinta?

– ¿La asesina de niños?

– Sí. ¿Sabías que la policía convenció a cada adulto de Blackburn para que se dejaran tomar las huellas dactilares? -El rostro de Arthur casi se iluminó por el entusiasmo-. Así es como cogieron a Peter Griffiths. Comparando cientos de huellas con las que él dejó en el escenario. -Se perdió en la admiración por un instante-. Por esa razón me uní a Real Murders -dijo-. Pero ¿qué sacaba una mujer como Mamie Wright estudiando el caso Wallace?

– ¡Oh, vigilar a su marido! -dije con una sonrisa, pero luego sentí una punzada de abatimiento cuando Arthur volvió a abrir su cuadernillo.

Casi con dulzura, Arthur señaló:

– Bueno, este asesinato es de verdad. Un asesinato nuevo.

– Lo sé -dije, y volví a ver a Mamie.

– ¿Gerald y Mamie se peleaban mucho?

– Nunca, que yo sepa -indiqué rotundamente. Siempre creí que Wallace era inocente-. Solo parecía que ella lo vigilaba frente a otras mujeres.

– ¿Crees que sus sospechas eran fundadas?

– Nunca se me pasó por la cabeza. Gerald es muy tedioso y… Arthur, ¿crees que Gerald pudo hacerlo? -No me refería al aspecto emocional, sino al práctico, y Arthur me entendió.

– ¿Sabes por qué dijo Gerald que llegó tarde a la reunión y por qué Mamie fue sola por su cuenta? Gerald recibió la llamada de un desconocido, pidiendo información para un seguro para su hija.

Sabía que me había quedado con la boca abierta. La cerré lentamente, pero temía que no fuese a parecer más inteligente.

– Alguien nos está dando un bofetón en la cara, Arthur -remarqué lentamente-. Quizá te esté desafiando especialmente a ti. Mamie no fue asesinada siquiera por ser quien era. -Aquello era especialmente horrible-. Lo fue simplemente por ser la mujer de un vendedor de seguros.

– Pero te percataste de ello anoche. Lo sabes.

– Pero ¿y si hay más? ¿Y si copia el asesinato de June Anne Devaney y mata a un crío de tres años? ¿Y si copia los asesinatos del Destripador? ¿Y si mata a gente para comérsela, como hizo Ed Gein?

– No imagines tantas pesadillas -respondió Arthur bruscamente. Fue tan directo que seguramente ya lo había pensado por su cuenta anteriormente-. Bien, ahora tengo que anotar todo lo que hiciste ayer, empezando por cuando saliste del trabajo.

Si lo que pretendía era arrancarme de los horrores, lo consiguió. Aunque solo fuese sobre el papel, era una de las personas que debía dar cuenta de sus movimientos; no exactamente una sospechosa, pero sí una posibilidad. Además, mi llegada al club ayudaría a establecer el momento de la muerte. Si bien le había dado todas las vueltas posibles la noche anterior, volví a relatar mis quehaceres más triviales.

– ¿Tienes información sobre el caso Wallace que pudieras prestarme? -me pidió, levantándose del sofá a desgana. Parecía más cansado que antes, como si relajarse un momento no hubiese servido de nada más que para recordarle lo agotado que estaba-. También necesitaría una lista de los socios del club.

– Puedo ayudar con el asunto Wallace -dije-, pero la lista se la tendrás que pedir a Jane Engle. Ella es la secretaria de club.

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