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Charlaine Harris: Unos asesinatos muy reales

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Charlaine Harris Unos asesinatos muy reales

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El “Asesinato del Mes” de repente adquirió una dimensión muy violenta y… real Cada mes, Real Murders, una asociación de aficionados al crimen de Lawrenceton, Georgia, se reúne para discutir sobre un asesinato famoso. Sus miembros son de lo más excéntrico: Gifford Doakes, el especialista en masacres; Jane Engle, amante de las historias de terror victorianas; Perry Allison, fan de Ted Bundy… Durante la noche de la última reunión, la bibliotecaria local, Aurora «Roe» Teagarden, descubrió el cuerpo mutilado de Mamie Wright en la cocina de la sede del club. Está segura de que el asesino pertenece a la asociación, ya que el crimen guarda un parecido escalofriante con el Asesinato del Mes. Y como quiera que después tuvieron lugar otros asesinatos de imitación, el único móvil parece un aterrador y extraño sentido de la diversión…

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– Pensemos en otra cosa -dijo Lizanne en voz baja, aunque firme. Parecía muy segura de que yo fuese capaz de algo así-. Tonta de mí -continuó ella, encantadora-. No consigo interesarme en las cosas que le gustan a Robin Crusoe, como los asesinatos. Así que si a ti te gusta más, tienes vía libre. Creo que os entenderíais muy bien. Él no tiene ningún problema -añadió apresuradamente, por si me daba por pensar que me estaba ofreciendo mercancía dañada-. Pienso que sería más feliz contigo, ¿no crees? -preguntó persuasivamente. Estaba convencida de que lo que me hacía falta para sentirme mejor era un hombre.

– Lizanne -contesté con un par de sollozos ahogados-, eres maravillosa. No sé de nadie que te supere. No quedan muchos solteros de nuestra edad en Lawrenceton con los que salir, ¿verdad?

Lizanne parecía desconcertada. Sin duda ella no había notado escasez alguna de hombres con los que salir. Me preguntaba de dónde venían todos los que acababan saliendo con ella. Probablemente conducían desde muy, muy lejos.

– Gracias, Lizanne -dije, sin poder hacer nada.

El sargento Burns apareció en el umbral de la puerta y examinó la estancia. Estaba segura de que memorizaba todas y cada una de las caras presentes. Por el fruncimiento de su ceño al ver a Sally Allison, debía de saber que era periodista. Pareció contrariarse más aún cuando vio a Gifford Doakes, que paró en seco sus paseos a ninguna parte y le devolvió una mirada llena de hostilidad.

– Vale, amigos -dijo tajantemente, mirándonos más bien como si fuésemos unos extraños degenerados pillados medio desnudos-, ha habido una muerte.

Eso ya no impresionaba a nadie. A fin de cuentas, todos los que estábamos allí teníamos costumbre de recopilar pistas. Aun así, hubo un zumbido de desconcierto tras el anuncio de Burns. Unas cuantas reacciones quedaron marcadas. Una extraña sonrisa se dibujó en la cara de Perry Allison, y fui más consciente que nunca de que, en el pasado, Perry pasó por lo que a la gente le dio por llamar «problemas nerviosos», si bien desempeñó su trabajo en la biblioteca correctamente. Su madre contemplaba su expresión con evidente ansiedad. El rostro del escritor pelirrojo se encendió de emoción, aunque procuró mantenerse en los lindes de la decencia. Nada de todo aquello le tocaba en lo personal, por supuesto. Acababa de llegar a la ciudad, apenas conocía a nadie y era su primera visita a Real Murders.

Lo envidiaba.

Me pilló mirándolo, observando su emoción, y se puso rojo.

Burns dijo claramente:

– Les voy a llevar a la sala de al lado de uno en uno, y uno de nuestros agentes de uniforme les tomará declaración. Luego podrán irse a casa, aunque tendremos que volver a vernos más adelante, supongo. Empezaré con la señorita Teagarden, ya que es quien ha pasado por el peor trago.

Lizanne me apretó la mano cuando me levanté para irme. Al cruzar el pasillo, vi que el edificio estaba atestado de policías. Jamás imaginé que había tanto agente uniformado en Lawrenceton. Estaba aprendiendo muchas cosas esa noche, de un modo u otro.

Mi toma de declaración habría sido interesante de no encontrarme tan alterada y cansada. Después de todo, llevaba años leyendo acerca de los procedimientos policiales, sobre los interrogatorios a todos los posibles testigos de un crimen, y allí estaba, siendo interrogada por un policía de verdad acerca de un crimen de verdad. Pero la única impresión que me llevé fue la de la minuciosidad. Me hicieron cada pregunta dos veces, de maneras distintas. La llamada, por supuesto, se llevó una buena parte de la atención. La pena era que tenía muy poco que decir al respecto. Me preocupé un poco cuando irrumpió Jack Burns y preguntó persistentemente por Sally Allison, sus movimientos y su comportamiento, pero no me quedó más que asumir que, como Sally y yo habíamos sido las primeras en pisar el escenario del crimen (aunque en ese momento no teníamos la menor idea), recibiríamos el tratamiento más intenso.

Me tomaron las huellas también, lo que habría sido muy interesante bajo otras circunstancias. Al salir de la sala, eché una mirada a la cocina sin quererlo. Mamie Wright, ama de casa y amiga de los tacones altos, estaba siendo procesada como la «víctima del asesinato». No sabía del paradero de Gerald Wright. Como la sala de conferencias estaba vacía, lo debían de haber llevado a casa, o quizá a la comisaría. Claro que sería el principal sospechoso, pero no hallaba consuelo en esa idea.

No creía que él fuese el asesino. Creía que el culpable, fuese hombre o mujer, fue quien hizo la llamada al Centro de Veteranos, y dudaba mucho de que Gerald Wright hubiese recurrido a métodos tan sofisticados en el supuesto de querer matar a su mujer. Podría haberla enterrado en su sótano, como Crippen [7], pero no habría acabado con ella en el Centro de Veteranos para luego llamar y alertar al resto de los socios del club sobre sus acciones. En realidad Gerald no parecía tener mucho sentido de la diversión, por llamarlo de alguna manera. Ese asesinato tenía un extraño componente de travesura. Habían colocado a Mamie como una muñeca, y la llamada era como una burla infantil y un reto para ver si podíamos atraparlo.

Mientras me dirigía hacia el coche muy despacio, no paraba de darle vueltas a la llamada. Sin duda era una señal para alertar al club de que el asesinato había sido planeado y ejecutado por uno de sus miembros. Mamie Wright, esposa de un agente de seguros de Lawrenceton, Georgia, había sido apaleada hasta morir y dispuesta copiando del asesinato de la esposa del empleado de una aseguradora de Liverpool, Inglaterra. El asesinato había sido perpetrado en el lugar donde se reunía el club y la misma noche en que lo hacía para hablar de ese mismo caso. Puede que alguien de fuera tuviese una cuenta pendiente con nosotros, aunque no era capaz de imaginar qué. No, alguien había decidido divertirse a nuestra costa. Y estaba segura de que era alguien conocido, con toda probabilidad uno de los socios de Real Murders.

Casi no me creía que tuviese que caminar hasta mi coche sola, conducirlo hasta casa sola y entrar en ella, las luces apagadas, sola. Pero entonces recordé que todos los miembros de Real Murders, vivos o muertos, exceptuando a Benjamin Greer, estaban bajo investigación policial en ese mismo momento.

Yo era la persona más segura de Lawrenceton.

Conduje lentamente, tomé precauciones extra en las intersecciones con stop y puse los intermitentes mucho antes de realizar la maniobra. Estaba tan cansada que temía parecer ebria si me paraba una patrulla de carreteras…, si es que quedaba alguna en las calles. Sentí una inyección de alegría al aparcar el coche en el espacio que me era tan familiar, introducir la llave en la cerradura y adentrarme en mi territorio. Sorteando las brumas del cansancio, marqué el número de mi madre. Cuando descolgó le dije que, oyese lo que oyese, me encontraba bien y no me había pasado nada horrible. Corté todas sus preguntas, dejé el auricular descolgado y vi que el reloj de la cocina marcaba las nueve y media. Asombroso.

Me arrastré escaleras arriba quitándome el jersey y la camiseta mientras avanzaba. Me las arreglé para quitarme el resto de la ropa, ponerme el camisón y arrastrarme dentro de la cama antes de que el sueño me golpeara como un martillo.

A las tres de la madrugada me desperté empapada en sudor. Había soñado con un primerísimo plano de la cabeza de Mamie Wright.

Alguien se había vuelto loco, o es que era increíblemente depravado. O ambas cosas.

Capítulo 4

Abrí el grifo del todo para que el agua saliese bien caliente y me metí en la ducha. Eran las siete de una fría mañana de primavera y mi primer pensamiento consciente fue: «Hoy no tengo que ir al trabajo». El siguiente fue: «Me ha cambiado la vida para siempre».

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