Bill empezó a dejarse caer.
Todo se quedó en silencio durante un instante, pero sólo en mi mente. El espacio que tenía delante estaba despejado, y la mujer abandonó la lucha con Eric para saltar sobre el cuerpo de su príncipe. Lanzó un grito, largo y agudo, y como Bill ya no era una amenaza, dirigió su golpe hacia mí.
Le rocié con el zumo de limón de mi pistola de agua.
Ella volvió a gritar, pero esta vez de dolor. El zumo la había rociado en aspersión sobre el pecho y la parte superior de los brazos. La piel empezó a humear donde el limón había caído. Una gota debió de caerle en el párpado, ya que se echó la mano libre al ojo para frotarse la sensación de quemazón. Mientras hacía eso, Eric levantó su largo filo y le cercenó el brazo, para luego atravesarle el cuerpo.
Al instante siguiente, Niall ocupó la puerta, y los ojos me dolieron al verle. No llevaba el traje negro que acostumbraba a vestir cuando venía a visitarme al mundo humano, sino una especie de túnica larga y pantalones holgados remetidos en unas botas. Iba todo de blanco, y brillaba… con la salvedad de que estaba cubierto de sangre.
Se produjo un largo silencio. Ya no quedaba nadie más a quien matar.
Me dejé caer sobre el suelo, con las piernas tan endebles como gelatina. Estaba apoyada contra la pared, junto a Bill. No sabía si estaba vivo o muerto. Estaba demasiado conmocionada para llorar y demasiado horrorizada para gritar. Algunos de mis cortes se habían vuelto a abrir, y el olor de la sangre, mezclada con el de las hadas, llegó hasta Eric, que estaba aún enfervorecido por el combate. Antes de que Niall llegase hasta mi lado, Eric se había arrodillado junto a mí, lamiendo la sangre que manaba de un corte en mi mejilla. No me importaba; él me había dado la suya. Necesitaba recuperarse.
– Aléjate de ella, vampiro -dijo mi bisabuelo con una voz muy tranquila.
Eric alzó la cabeza, con los ojos cerrados de placer y se estremeció. Pero entonces se cayó a mi lado. Miró el cuerpo de Clancy. Todo el fervor de su cuerpo se evaporó en un segundo, y una lágrima roja se abrió paso por su mejilla.
– ¿Está Bill vivo? -pregunté.
– No lo sé -respondió. Se miró el brazo. También estaba herido: un feo tajo en el antebrazo izquierdo. Ni siquiera había visto cómo ocurrió. Vi que la herida empezaba a curarse a través de la manga raída.
Mi bisabuelo se acuclilló delante de mí.
– Niall -pronuncié con tremendo esfuerzo-. Niall, creí que no llegarías a tiempo.
Lo cierto es que estaba tan conmocionada que no sabía muy bien lo que estaba diciendo, ni a qué crisis me refería.
Por primera vez, seguir viva me pareció tan difícil que dudé si merecía la pena.
Mi bisabuelo me tomó en sus brazos.
– Ya estás a salvo -dijo-. Soy el único príncipe que queda. Nadie me podrá quitar eso. Casi todos mis enemigos están muertos.
– Mira alrededor -repliqué, apoyando la cabeza en su hombro-. Niall, mira todo lo que se ha perdido.
La sangre de Tray Dawson goteaba perezosa sobre la sábana hasta el suelo. Bill estaba hecho un ovillo junto a mi muslo derecho. Mi bisabuelo empezó a acariciarme el pelo mientras me abrazaba. Miré por encima de su brazo a Bill. Había vivido tantos años, sobrevivido a tantas adversidades. No había pestañeado al escoger morir por mí. Ninguna mujer, humana, hada, vampira o licántropo, podía quedar impasible ante ese hecho. Pensé en las noches que pasamos juntos, los ratos que pasamos hablando tumbados en la cama, y lloré, a pesar de sentirme demasiado cansada para siquiera producir lágrimas.
Mi bisabuelo se echó hacia atrás y me miró.
– Tienes que volver a casa -dijo.
– ¿Y Claudine?
– Está en la Tierra Estival.
Ya no podía soportar más malas noticias.
– Hada, he limpiado este sitio para ti -indicó Eric-. Tu bisnieta es mi chica, mía y sólo mía. Yo la llevaré a casa.
Niall atravesó a Eric con la mirada.
– No todos los cadáveres son de hadas -señaló Niall, apuntando con la mirada a Clancy-. ¿Y qué debe hacerse con él? -agitó la cabeza hacia Tray.
– Este tiene que volver a su casa -respondí-. Hay que enterrarlo como es debido. No puede desaparecer sin más. -No tenía la menor idea de qué habría preferido Tray, pero no podía dejar que las hadas arrojaran su cuerpo a cualquier hoyo. Se merecía algo mucho mejor. Y había que decírselo a Amelia. Oh, Dios, intenté estirar las piernas para levantarme, pero se me salieron los puntos y el dolor me recorrió como un calambre. Grité con los dientes apretados.
Miré al suelo cuando recuperé el aliento. Vi que Bill movió ligeramente uno de sus dedos.
– Está vivo, Eric -dije, y aunque el dolor era infernal, no pude evitar sonreír-. Bill está vivo.
– Eso es bueno -respondió Eric, aunque con demasiada calma. Abrió la tapa de su móvil y pulsó una tecla de marcación rápida-. Pam -ordenó-. Pam, Sookie está viva, y Bill también. Clancy no. Trae la furgoneta.
Aunque tengo una laguna temporal de ese momento, al final Pam llegó con una gran furgoneta. Tenía un colchón en la parte de atrás. Maxwell Lee y Pam cargaron con Bill y conmigo hasta el vehículo. Maxwell era un hombre de negocios negro que resultaba ser también un vampiro. Al menos ésa era la impresión que siempre daba. Incluso en esa noche de violencia y conflicto, Maxwell presentaba un aspecto impoluto y sereno. A pesar de ser más alto que Pam, nos introdujeron en la furgoneta con gran delicadeza, cosa que agradecí. Pam incluso me siguió la corriente con mis chistes, lo cual era todo un cambio agradable.
Mientras volvíamos a Bon Temps, escuché a los vampiros hablar en voz baja de la guerra de las hadas.
– Será una pena que abandonen este mundo -dijo Pam-. Me encantan. Son muy difíciles de cazar.
– Yo nunca he probado una -confesó Maxwell Lee.
– Ñam -dijo Pam; el «ñam» más elocuente que había oído nunca.
– Callaos -ordenó Eric, y ambos guardaron silencio.
Los dedos de Bill encontraron los míos y los aferraron -Clancy vive en Bill -dijo Eric a los otros dos. Recibieron la noticia envueltos en un silencio que me pareció muy respetuoso.
– Igual que tú vives en Sookie -susurró Pam.
Mi bisabuelo vino a verme dos días después. Tras abrir la puerta, Amelia se fue al piso de arriba a seguir llorando. Ella conocía la verdad, por supuesto, aunque el resto de la comunidad estaba espantada por que alguien hubiese irrumpido en casa de Tray para torturarlo. La opinión más extendida era que los asaltantes debían de pensar que Tray era un traficante de drogas, a pesar de que no se había encontrado parafernalia alguna relacionada con los estupefacientes durante los exhaustivos registros de la casa y el taller. La ex mujer de Tray y su hijo se encargarían de organizar el funeral, y lo enterrarían en la Iglesia de la Inmaculada Concepción. Haría todo lo posible para ir a apoyar a Amelia. Me quedaba un día para recuperarme algo más, pero me conformaba con poder estar tumbada en la cama vestida con un camisón. Eric no pudo darme más sangre para completar la curación. En los últimos días ya me había dado sangre dos veces, por no hablar de lo que habíamos compartido mientras hacíamos el amor. Dijo que nos habíamos acercado peligrosamente a un límite indefinido. Por otra parte, Eric necesitaba toda su sangre para curarse, e incluso recurrió a quitarle a Pam un poco. Así que dejé que el picor se adueñara de mis heridas mientras terminaban de curarse, si bien la sangre de vampiro había hecho el grueso del trabajo con las de las piernas.
Gracias a eso, mi explicación de las heridas (un conductor desconocido me había atropellado y se había dado a la fuga) resultó plausible si no se examinaban demasiado de cerca. Por supuesto, Sam supo de inmediato que eso no era verdad. Le acabé contando todo lo que había pasado la primera vez que vino a verme. Los parroquianos del Merlotte's me mandaban sus mejores deseos, según me dijo Sam la segunda vez que vino a visitarme. Me trajo unas margaritas y una cesta de pollo del Dairy Queen. Cuando creía que no le veía, Sam me miró con ojos sombríos.
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