– ¿No pensabas darle tú?
– Si tú resultabas irrecuperable… no, no le habría dado.
– ¿Por qué? -pregunté-. Vino a rescatarme. ¿Por qué enfadarse con él? ¿Dónde estabas tú? -La rabia me laceraba la garganta.
Eric se sobresaltó apenas un milímetro, toda una reacción en un vampiro de su edad. Apartó la mirada. No podía creer que estuviese diciendo esas cosas.
– Tampoco es que estuvieses obligado a venir a rescatarme -continué-, pero no hubo un momento, ni uno, en el que no desease que acudieras. Recé por que así fuera, pensé que me oirías…
– Me estás matando -me dijo-. Me estás matando. -Se estremeció a mi lado, como si apenas pudiera encajar mis palabras-. Te lo explicaré -añadió con voz queda-. Lo haré. Lo comprenderás. Pero ahora no queda tiempo. ¿Notas mejoría?
Pensé en ello. No me sentía tan mal como antes de tomar la sangre. Los agujeros de mi piel picaban de forma insoportable, lo que significaba que se estaban curando.
– Noto que estoy curándome -dije cuidadosamente-. Oh, ¿sigue Tray Dawson aquí?
Me miró con expresión muy seria.
– Sí, no han podido evacuarlo.
– ¿Por qué no? ¿Por qué no se lo ha llevado la doctora Ludwig?
– No sobreviviría a la evacuación.
– No -dije, pasmada a pesar de todo lo que había soportado.
– Bill me habló de la sangre de vampiro que ingirió. Esperaban que enloqueciera y te hiciera daño, pero que te dejara sola ya les fue de bastante ayuda. Lochlan y Neave se retrasaron; los encontraron un par de guerreros de Niall, les atacaron y tuvieron que luchar. Después, decidieron vigilar tu casa. Querían asegurarse de que Dawson no venía a socorrerte. Bill me llamó para decirme que él y tú fuisteis a casa de Dawson. Para entonces, él ya estaba en sus manos. Se divirtieron con él antes de…, antes de atraparte.
– ¿Tan mal está? Creía que los efectos de la sangre de vampiro ya se habrían pasado. -No podía imaginarme a ese hombretón, el licántropo más duro al que conocía, sufriendo una derrota.
– La sangre de vampiro que usaron no era más que un vehículo para el veneno. Nunca lo habían intentado con un licántropo, supongo, porque hizo falta mucho tiempo para que surtiese efecto. Y después practicaron sus artes en él. ¿Puedes levantarte?
Traté de convencer a mis músculos para realizar el esfuerzo.
– Creo que todavía no.
– Te llevaré yo.
– ¿Adonde?
– Bill quiere hablar contigo. Tienes que ser valiente.
– Mi bolso -dije-. Necesito coger algo.
Sin decir nada, Eric cogió el bolso de suave tela, ahora dañado y manchado, y lo dejó a mi lado. Con gran concentración, fui capaz de abrirlo y hurgar dentro. Eric arqueó las cejas al ver lo que sacaba, pero oyó algo fuera que mudó su expresión en alarma. Se incorporó, deslizó los brazos bajo mi cuerpo y se irguió con la misma facilidad que si llevase un plato de espaguetis. Se detuvo ante la puerta y yo conseguí girar el pomo. Empujó la puerta con un pie y salimos al pasillo. Comprobé que nos encontrábamos en un viejo edificio, una especie de pequeña empresa que había sido reconvertida a su actual función. Había puertas por todo el pasillo, así como una sala de control enmarcada en una cabina de cristal a medio camino. Pude ver a través del cristal que en el otro extremo había una especie de almacén en penumbra. La escasa luz bastaba para delatar que estaba vacío, salvo por algunos desechos, como estanterías desvencijadas y repuestos de maquinaria.
Giró a la derecha para entrar en la habitación del fondo del pasillo. De nuevo, hice los honores con el pomo, aunque esta vez no resultó tan agónico.
Había dos camas en la habitación.
Bill estaba en la de la derecha, y Clancy estaba sentado en una silla de plástico justo al lado. Estaba alimentando a Bill igual que Eric lo había hecho conmigo. La piel de Bill estaba gris. Le sobresalían los pómulos. Era el retrato mismo de la muerte.
Tray Dawson estaba en la otra cama. Si Bill parecía estar muriéndose, Tray parecía estar muerto ya. Su rostro estaba azulado. Le habían arrancado una oreja de un mordisco. Tenía los ojos muy cerrados. Había sangre reseca por todas partes. Y eso era apenas lo que podía ver en su cara. Sus brazos reposaban sobre la manta, ambos entablillados.
Eric me depositó junto a Bill. Sus ojos se abrieron, y al menos eran los mismos: marrones oscuro e insondables. Dejó de beber de Clancy, pero no se apreciaba ninguna mejoría.
– La plata ha entrado en su sistema -dijo Clancy en voz baja-. El veneno ha llegado hasta cada rincón de su cuerpo. Necesitará cada vez más sangre para eliminarlo.
Quise preguntar si se recuperaría, pero no fui capaz, no con Bill postrado ahí delante. Clancy se levantó de su sitio junto a la cama y emprendió una conversación susurrada con Eric; una muy desagradable a tenor de los gestos de Eric.
– ¿Cómo estás, Sookie? -preguntó Bill-. ¿Te curarás? -Su voz flaqueó.
– Era justo lo que quería preguntarte yo a ti -contesté. Ninguno de los dos teníamos la fuerza suficiente para entablar una conversación duradera.
– Vivirás -dijo, satisfecho-. Puedo oler que Eric te ha dado sangre. Te habrías curado de todas formas, pero ayudará a cicatrizar. Lamento no haber llegado antes.
– Me salvaste la vida.
– Vi cómo te secuestraban -explicó.
– ¿Qué?
– Vi cómo te secuestraban.
– Tú… -Quería preguntarle por qué no los detuvo, pero me pareció horriblemente cruel.
– Sabía que no podría derrotarlos a los dos -dijo llanamente-. Si lo hubiese intentado, me habrían matado y probablemente también a ti. Sé muy poco sobre hadas, pero había oído hablar de Neave y su hermano. -Bill parecía agotado con tan sólo pronunciar esas pocas frases. Intentó girar la cabeza sobre la almohada para mirarme directamente a la cara, pero apenas lo consiguió unos centímetros. Su pelo negro parecía lacio y deslustrado, y su piel ya no lucía el brillo que tan bello me pareció la primera vez que lo vi.
– ¿Entonces llamaste a Niall? -pregunté.
– Sí -respondió, apenas moviendo los labios-. O al menos llamé a Eric para contarle lo que acababa de presenciar y para que él llamase a Niall.
– ¿Dónde estaba la casa abandonada? -pregunté.
– Al norte de aquí, en Arkansas -dijo-. Nos llevó un tiempo encontrar tu rastro. Si hubiesen cogido un coche, todavía, pero se desplazaron a través del mundo feérico, y con mi olfato y el conocimiento de Niall sobre las hadas y su magia, pudimos encontrarte. Al fin. Al menos pudimos salvarte la vida. Creo que fue demasiado tarde para el licántropo.
No sabía que había compartido cautiverio con Tray. Tampoco es que hubiera supuesto demasiada diferencia, pero quizá me habría sentido menos sola.
Probablemente por esa razón las hadas no me dejaron verlo. Apuesto a que a la pareja de hermanos se les escapaban pocas cosas acerca de la psicología de la tortura.
– ¿Seguro que está…?
– Cielo, míralo.
– Todavía no estoy muerto -murmuró Tray.
Intenté incorporarme e ir hacia él. Aún quedaba fuera de mis capacidades, pero al menos pude girarme para mirarlo. Las camas estaban tan juntas que no me costaba nada oírle. Creo que podía verme, más o menos.
– Tray -dije-. Lo siento mucho.
Sacudió la cabeza sin decir nada.
– Fue culpa mía. Debí saberlo…, la mujer en el bosque… no estaba bien.
– Hiciste lo que pudiste. Si te hubieras resistido, estarías muerto.
– Ya me estoy muriendo -contestó. Intentó abrir los ojos. Casi logró mirarme a la cara-. Por mi maldita culpa -concluyó.
No pude reprimir las lágrimas. Parecía que se había quedado inconsciente. Me giré de nuevo lentamente para mirar a Bill. Su color había mejorado ligeramente.
Читать дальше