– Habilidades subacuáticas superiores -le corrigió ella-. Habilidades que estoy más que dispuesta a mejorar. No me importa practicar. De hecho, disfruto practicando.
Él sabía que estaba diciendo la verdad. Cada vez que sus labios rodeaban su pene, era idea de ella, y había algo tan increíble en sus ojos que a veces se preguntaba si eso era ya la mitad del placer, el modo en que ella lo amaba, el modo en que disfrutaba dándole placer a él. Ella le devolvía tanto como él le daba.
Su mano le acarició la piel desnuda. Bordeó su trasero, lo frotó y masajeó.
– ¿Eres buena conduciendo este barco? -en su voz se percibía un pequeño desafío para ella.
– Experta -ahí no había dudas.
– ¿En serio? -él agarró un montón de su pelo y le echó la cabeza hacia atrás para tomar su boca. Hambre oscura se extendió como el sol sobre las aguas. Deliberadamente se tomó su tiempo, explorando su dulzura, tomando lo que deseaba, besándola profundamente una y otra vez.
El barco continuó sobre el agua hacia su destino sin mucho más que un balanceo. Cuando liberó su boca, él le agarró el labio con sus dientes y mordisqueó. Su lengua le lamió las marcas.
– Tendrás que hacerlo mejor que eso -le susurró ella, una ronca invitación.
Sus manos agarraron un montón de tela a cada lado de su larga falda, llevando la tela hacia arriba cada vez más despacio para poder acariciarle su piel desnuda. No le importaba enfrentarse a desafíos, pero había algo increíble en deslizarse sobre el agua temprano por la mañana, con el sol sobre ellos, y sentir la suave y cálida piel en sus palmas. Creía que podía ser el hombre más afortunado del mundo.
Saboreó el momento, descansando su barbilla sobre su hombro, sosteniendo su cuerpo apretado al de ella y masajeándole las piernas y las nalgas, sintiendo la vibración del motor y el subir y bajar de las olas debajo de ellos. Se tomó su tiempo, deslizando su mano entre las piernas de ella para apretar contra la parte interior de sus muslos, insistiendo en que ella ampliara su postura. Ella tomó la dirección, sus caderas moviéndose hacia atrás contra él.
Él se inclinó sobre ella.
– Se supone que tú no te tienes que mover. Sólo estar ahí de pié. -Deliberadamente le mordió de nuevo el cuello, encontrando su suave piel demasiado caliente y tentadora para hacer nada más que quedarse ahí, así que añadió su marca, todo el tiempo ahuecando la palma de su mano sobre su montículo.
Él la sintió respirar con dificultad. Un húmedo y acogedor calor fue al encuentro de su palma. Se tomó su tiempo, usando una mano lenta y dulce, dedos rodeando y frotando, deslizándose en ella para poner a prueba esos tensos y sedosos músculos y atormentar su sensible capullo, sólo para apararse cuando sus caderas corcovearon contra su mano. No sabía quién tenía más control: si Rikki o él.
Su suave quejido, Lev , fue directo al corazón. Se puso de rodillas, quedando detrás de ella, inclinándose para tomar un mordisco de la deliciosa hendidura de su cadera, justo donde las gotas de lluvia empezaban, esas brillantes, tentadoras gotas cuyo rastro amaba seguir, ya fuera arriba o abajo, por su pierna. Empezó por abajo y encontró cada una, moviendo la lengua a lo largo del sendero ya conocido. Siguió las intrigantes gotas hacia arriba por su muslo, hasta su cadera.
– Creo que necesitas añadir esto a este tatuaje -murmuró él mientras la iba besando en su recorrido por la parte frontal de su muslo-. Necesitas una gota aquí -le mordisqueó el interior del muslo-. Y aquí -volvió a mordisquear, más alto, cerca del llameante calor-. Y aquí -su lengua se enterró profundamente y una de las manos de ella se cerró en un puño sobre los cabellos de él. Era lo suficientemente largo, lo suficientemente enmarañado, como para que le proporcionara un buen agarre, pero él la hizo volar de todos modos.
Ella gritó, un suave sonido de pájaros pescando le respondió mientras se hundían profundamente en el agua. Por favor .
Tengo la intención de hacerte siempre muchos favores.
Se puso de pie detrás de ella, su falda ondeando al viento, un brazo la rodeaba por la cintura, apresándola, y entró en ella, fusionándolos con su calor abrasador. Las vibraciones del motor subían por sus piernas hasta llegar a sus cuerpos unidos. El bote flotaba sobre el agua, su mano firme en el timón. Estaban unidos, una piel, corazones latiendo al ritmo del mar y nada, nada, podría ser mejor que eso.
Se encontraba precisamente donde quería estar. Dónde se suponía que pertenecía. Este era su mundo, Rikki, y lo tenía todo.
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