Había pasado una buena porción de su tiempo en la selva tropical y había aprendido a respetarla realmente. Uno tenía que tener cuidado todo el tiempo, como los buzos en el océano. Sus hermosos alrededores podían atacarla en un momento, pero el estar con Conner alejaba ese borde de temor. Creía que nada podía sucederle mientras estuviera cerca de él. Conner exudaba confianza absoluta y la acumulaba sobre ella.
¿Era posible aprender a ser como él? ¿Podía aprender sus habilidades? ¿Tener su poder y fuerza? Deseaba que fuera verdad. Adoraba subir a los árboles y avanzar por el dosel. Se sentía como vivir en las nubes a pesar del fuego y la fauna de los que huían. Sentiría el latido del corazón de la selva tropical a través de su gata, la alegría y libertad de estar tan cerca de la naturaleza.
– ¿Por qué no tienen miedo de nosotros? Los animales. ¿No olemos como depredadores para ellos? Puedo oler a tu felino cuando estás cerca de mí y tú puedes oler a la mía.
– Nuestro pueblo siempre ha sido guardián de la selva tropical. Con el paso de los años, por supuesto, nuestro pueblo se ha casado con humanos y han ido a las ciudades, pero el instinto de proteger está en todos nosotros y los animales responden a ello.
Él se estiró hacia atrás y le tomó la mano, le metió los dedos en el bolsillo de atrás.
– Quédate cerca de mí. Nos acercamos al río. Tendrán una emboscada.
El corazón de Isabeau saltó en el momento que los dedos rozaron los suyos. Era peor que guardarlos en los bolsillos de los vaqueros. El calor de su piel parecía rodearla, envolverla en un capullo de calor. Realmente podía sentirlo moviéndose, la ondulación de músculos, los pasos fluidos, más animal que hombre. Trató de sentir a su gata, emular el cuerpo fluido, pero parecía un poquito fuera de sincronización, tropezando ocasionalmente sobre el suelo desigual.
Ella siempre había tenido una buena visión nocturna, pero su vista no era como había sido antes, cuando su felina había estado cerca. Ahora conocía la diferencia, así como sabía que había sido bastante experimentada en la selva tropical, no como Adán, pero había estado magnífica con su gata cerca.
– Se siente bien, ¿verdad?
Su voz fue un hilo desnudo de sonido, proyectado casi en su mente en vez de oído. Sintió la vibración atravesando el cerebro como una ola de calor. Ella curvó los dedos alrededor del borde del bolsillo, una reacción involuntaria, e instantáneamente él se detuvo y medio se giró hacia ella, inclinando la cabeza, la palma le ahuecó el costado de la cara, el pulgar le rozó de modo tranquilizador la mejilla.
– No tendrás miedo, ¿verdad? No dejaré que nada te suceda, Isabeau. Sé que no tienes razones para confiar en mí, pero te doy mi palabra de que te protegeré con mi vida. No hay necesidad de tener miedo. Tenemos amigos cerca. Si es demasiado difícil aquí en el suelo, puedo llevarte de vuelta al dosel y puedes esperar mientras les ayudo a limpiar el camino.
Ella sacudió la cabeza.
– Quiero permanecer contigo. No tengo miedo.
– Estás temblando.
¿Lo estaba? No lo había notado. No era porque tuviera miedo de los hombres enviados a matarles o más bien a matar a Adán. Excitación. Anticipación. Estar cerca de Conner otra vez.
– Sólo nervios -dijo, simplificando sin mentir-. No quiero tener que matar a alguien. Creo que podría si estuviera defendiendo a alguien más, pero temo que vacilaría y conseguiría que nos mataran a todos.
Había una parte de ella que quería apartarse de un tirón y decirle que dejara de tocarla, pero otra, la parte más masoquista anhelaba cada roce de los dedos, cada mirada intensa e irresistible de su abrumadora mirada.
– No quiero que tengas que hacer las cosas que yo hago, Isabeau. No hay necesidad. Te enseñaré todas las cosas que necesitas saber para defenderte a ti y a cualquiera que ames, pero cuando caes en ello, pierdes una parte pequeña de ti misma cada vez que matas. No es tan malo en la forma de leopardo. Nuestros felinos son depredadores puros y eso ayuda, que es por lo que muchos de nosotros escogemos esa forma al cazar. -Indicó la noche.
Ella escuchó. Al principio sólo oyó su propio corazón latiendo. El sonido de aire entrando y saliendo de los pulmones. Era agudamente consciente de Conner tan cerca de ella, del calor de su cuerpo calentándola, su gran forma protegiéndola. A la derecha, oyó el suave roce de pelaje contra algo áspero, un tronco de árbol, adivinó. Inhaló y olfateó algo salvaje. La piel hormigueo cuando reconoció el olor de un leopardo.
Conner dio un paso más cerca de ella, deslizó el brazo en torno a ella para atraerla con más fuerza contra él. Presionó los labios contra la oreja.
– Está cazando algo cerca de nosotros. Busca información. Incluso sin tu gata cerca, puedes utilizar sus sentidos. Tienes una clase de radar. Debes haber sabido quién estaba en tu puerta a veces antes de abrirla.
Ella asintió.
– Los bigotes de un felino están incrustados profundamente en el tejido y las terminaciones nerviosas transmiten información al cerebro. Puedes utilizar esa información como un sistema de guía, como si sintieras tu camino en la oscuridad. Puedes leer objetos, dónde está todo y todos en la selva, cómo de cerca estás tú de ello y qué es. -Las puntas de los dedos se deslizaron sobre la cara-. Como el Braille. En este momento, Elijah sabe exactamente dónde está su presa, su posición y dónde debe golpear para dar el mordisco mortal.
Conner no podía resistirse a tocarla. Los gatos eran táctiles y no sólo necesitaba mantener las manos sobre ella, sino también frotar su olor sobre ella. Ella se frotó la cara por su pecho y garganta, sin darse cuenta de lo que hacía. Él recordó con qué frecuencia lo había hecho cuando habían estado juntos, desnudos, piel contra piel. Debería haberse dado cuenta entonces. El olor y el toque eran tremendamente importantes para su especie, una cosa necesaria.
Isabeau le había enseñado a jugar. Con ella, se había sentido diferente, se había sentido más . A menudo, cuando había estado acurrucado en la cama, echando una siesta después de un largo y agradable encuentro sexual, ella lo había acechado y se había abalanzado sobre él, para acabar en un juego desordenado que les llevaba a juegos mucho más sensuales.
Había echado de menos todo sobre ella, especialmente la manera en que frotaba su olor por todo él, como ahora. Sentir su suave cuerpo apretado contra el suyo, el perfume femenino alzándose en torno a él, envolviéndolo, para que cuándo inhalara la tomara en sus pulmones. Quería sostenerla para siempre, enterrar la cara en ese lugar dulce entre el cuello y el hombro y aspirarla hasta que supiera que era real otra vez.
Se tensó cuando Elijah hizo su movimiento, a escasos diez metros de ellos, lanzándose sobre el pistolero, arrastrándolo al suelo y sujetando a su presa con una mordedura asfixiante en la garganta hasta que toda lucha cesó. Oyó el suave ruido sordo del cuerpo, olió la sangre y luego la muerte. Todo el tiempo mantuvo los brazos en torno a Isabeau, agradecido de tener una razón para estar cerca de ella.
Supo el momento exacto en que ella olfateó la muerte. Su cuerpo tembló ligeramente y se acurrucó un poco más en él, pero Conner estaba orgulloso de ella. Estaba allí erguida. Allí en la oscuridad, con enemigos en la noche, violencia y muerte, pero estaba erguida. Esa era la clase de madre que deseaba para sus niños. Una compañera que estaría con él sin importar las circunstancias.
¿Cómo demonios había estado tan ciego? ¿Cómo podía haber echado a perder su oportunidad con ella? La había más que decepcionado. Su primera experiencia, su primer amor la había traicionado, la había dejado con nada excepto un padre muerto y demasiadas preguntas. Ella no había sabido ni su nombre verdadero. ¿Cómo conseguía uno el perdón para esa clase de traición?
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