Isabeau estaba horrorizada.
– Conner, él no entregará las drogas y ellos lo matarán.
– Adán no muere tan fácilmente. Y queremos que los renegados le rastreen. Les necesitamos fuera del complejo.
– Muertos. Quieres decir que quieres a los renegados muertos. -Se encontró con su mirada fija.
– ¿Qué creías que íbamos a hacer? ¿Sonreír y pedirlo por favor? Enviaste por mí porque soy un bastardo. El bastardo más grande que conoces. Eso es lo que necesitas para recuperar a esos niños y asegurarte que no sucede otra vez. Ella despedazará esas aldeas una vez que nos vayamos si sigue viva. Me querías porque soy el único al que conoces que puede recuperarlos. Sabías exactamente qué estabas consiguiendo, así que no actúes como si estuvieras sorprendida. Cualquiera que nos contrata sabe lo que se tiene que hacer, sólo que no tienen las agallas de hacerlo por sí mismos.
Ella ignoró la amargura y el vistazo de dolor en su voz normalmente sin expresión.
– Tengo las agallas. Adán dijo que no. Y para tu información, no te estaba juzgando.
La ceja de Conner se disparó.
– Me has acusado de matar a tu padre. Estuve allí como un maldito idiota y casi me disparaste.
– ¿De qué hablas?
Él estudió la cara pálida durante un largo momento. Sus ojos cambiaron lentamente al dorado oscuro.
– No importa, Isabeau. Tenemos una tregua. Vamos a seguir con esto.
Ella le frunció el entrecejo, su expresión verdaderamente desconcertada.
– No comprendo que quieres decir. Te vi.
– Viste a tu padre poner un arma en mi cabeza. Casi me reventó el cerebro.
– Lo tenías atrapado. ¿Qué se suponía que iba a hacer?
– Entré desarmado. Traté de hablar con él para que se rindiera, de que saliera conmigo y dejara que el equipo eliminara a su jefe, pero no me escuchó. -Se aseguró de mirarla a los ojos. Ella no querría creerle, pero su felina sabría que decía la verdad. La gata se estaba volviendo lo bastante fuerte para emerger y cuanto más cerca de la superficie estuviera, más aumentaría las capacidades de Isabeau. Sabría si mentía o si decía la verdad.
Isabeau se negó a ser una cobarde, lo miró directamente a los ojos y se forzó a recordar el espantoso momento cuando había entrado en el cuarto y había visto a su padre caer, salpicando de sangre la pared detrás de él. Había habido tanta sangre. Al principio no había sabido qué había sucedido. No hubo sonido, el arma usaba silenciador. Había abierto la boca para chillar y su amante había estado sobre ella tan rápidamente que no pudo verle moverse ni siquiera, la mano se aplastó sobre la boca con fuerza, llevándola al suelo, los ojos fríos y duros y tan demoníacos que ella había estado aterrorizada.
Había estado bajo su cuerpo, mirando cómo la sangre se volvía negra y espesa alrededor de su padre y alrededor del hombre al que había amado con toda su alma, ahora un extraño que claramente trabajaba con el hombre que había disparado a su padre. Gracioso, apenas podía recordar al otro hombre, sólo el arma, a su padre cayendo y la cara de Conner, tallada en piedra, sombría, sin rastro del amor o el cuidado. Sin rastro de remordimiento. Él la había sostenido allí mientras los otros entraban con armas, la mano la sujetaba con tanta fuerza que apenas podía respirar. Ella les había mirado, sombríos y silenciosos, las armas entrecruzadas sobre sus cuerpos, moviéndose por el cuarto, dando un paso sobre su padre como si él fuera un pedazo de basura y no un hombre que había reído y había jugado con ella, enseñándole a conducir, sentándose toda la noche con ella cuando estaba enferma.
Isabeau tragó con fuerza y apartó la mirada. Estaba totalmente oscuro ahora, pero podía ver cuando debería haber estado ciega. No quería ver. Quizá permanecer ciega en la oscuridad era la mejor manera de supervivencia, porque que Dios la ayudara si aceptaba lo que Conner había hecho.
– Tenemos que irnos -dijo Conner.
Ella asintió, dejando salir el aliento en alivio. No podía pensar en esa noche. Había pasado demasiado tiempo excavando en los asuntos de su padre, sintiendo como si estuviera traicionándolo. Había pasado demasiadas noches en blanco, había tenido demasiadas pesadillas.
– Ponte los zapatos, no puedes andar descalza.
Ella se hundió sin discutir y se los puso, mirando como él hacía lo mismo. Sabía, por la manera que inclinaba la cabeza, que él estaba escuchando algo. Ella captó vibraciones de sonido, casi como un eco, pero no podía situarlo.
– ¿Están cerca? -Instintivamente bajó su voz.
– Alguien viene. No es uno de los nuestros.
– ¿Cómo puedes decirlo?
– Son demasiado ruidosos. Y puedo oler su sudor. No es un olor de leopardo ni Adán. Estaremos bien. Está solo y está siendo cazado.
– ¿Por qué yo no lo puedo oler?
– Tu gata se ha retirado. Las mujeres se acercan más y más a su leopardo emergente, pero ella viene y va bastante a menudo al principio. Nadie sabe porqué. Quizá es tan nerviosa como tú. Mi felino se ha calmado, lo que significa que el tuyo se ha alejado.
Ella sacudió la cabeza.
– Es difícil de creer. Si no lo hubiera visto o sentido, pensaría que estamos locos.
Los ojos de Conner se suavizaron. Líquidos. Sexys. Ella siseó. No podía culpar de su reacción a la gata cuando ésta estaba muy lejos. Esta era la mujer, lisa y llanamente, tan atraída por un hombre que estaba húmeda sólo de mirarlo.
– Sé que esto es mucho para que lo aceptes de repente, Isabeau, pero se volverá más fácil. Y no has huido chillando, ni siquiera con toda la muerte que has visto hoy y las revelaciones acerca de quién y qué eres.
Había orgullo en su voz, respeto incluso. Ese era su talento. La podía hacer sentirse especial. Más que especial, extraordinaria. La admiración en su voz acariciaba como dedos sobre la piel. ¿Cómo lo hacía? Su voz era tan irresistible. Tan real. No había manera de desensibilizar la piel después de que él la hubiera tocado con sus dedos o después de oír su voz. Era imposible, por lo menos para ella. Los nervios estaban en carne viva, pequeñas chispas eléctricas se arqueaban sobre los senos y bajaban por el estómago.
Ella no era lo bastante experimentada, no lo bastante sofisticada para ser casual con él. Todo lo que él hacía y el modo en que hablaba le afectaba física y emocionalmente. Él estaba tan fuera de su liga que ella no tenía ninguna oportunidad de ocultarle nada, así que se encogió de hombros y se aseguró de que sus zapatos estuvieran atados.
– No soy frágil, Conner. Sabía en lo que me estaba metiendo o por lo menos lo que costaría recuperar a los niños.
Un grito que helaba la sangre llenó la noche. Los escalofríos bajaron por su espina dorsal y se giró hacia el sonido. El grito horrendo se cortó en mitad de una nota. Isabeau estaba tiritando, dándose cuenta una vez más, que Conner había insertado su cuerpo entre ella y lo que había producido ese sonido horrible y horrendo. Él siempre la protegía, incluso en la cabaña cuando pensó que ella le quería muerto. Incluso cuando mataron a su padre. No se había sentido como protección entonces, él había evitado que gritara, pero su cuerpo había protegido al de ella a través de un terrible tiroteo.
Ella no quiso notar eso sobre Conner, cómo la protegía, porque esa pequeña vocecita en su cabeza empezaría a soñar, a susurrar que ella le importaba. Era un manipulador magistral y ella le había pagado para que viniera. Él no la había buscado. No había caído de rodillas y rogado perdón. Ni siquiera cuando le dijo que su gata no aceptaría a nadie más, él había sido práctico y poco entusiasta.
Bordeó el cadáver del hombre que había matado antes, guiándola hacia la oscuridad, caminando delante en silencio. No podía ni oírle respirar, pero sentía su presencia, muy sólido, cerca de ella. Se sentía como su sombra, conectada, pero no y el pensamiento la hizo sonreír. Todo en su vida estaba tan mezclado, tan del revés, pero estaba más viva de lo que lo había estado en un año.
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