– ¿Estás loco? -Dio un paso atrás-. Yo no puedo trepar eso.
– Sí, puedes. Eres poderosa y fuerte, Isabeau. Has vivido un ciclo vital ya como felina, conmigo. Regresará a ti. Confía en tu gata y déjala libre. No surgirá completamente, pero te hará subir al árbol.
– ¿He mencionado alguna vez que tengo un problema con las alturas?
– ¿Tienes algún problema con las balas?
Ella parpadeó, se dio cuenta de que le estaba gastando una broma y le envió un ceño.
– Eso no es gracioso. -Pero ante la ceja levantada, una pequeña sonrisa logró moverse furtivamente. Él no parecía preocupado. La miraba como si creyera que podía hacer lo imposible.
Respiró y miró al largo tronco del árbol. Estaba cubierto con vides, una multitud de flores y hongos.
– ¿Cómo?
Él le sonrió, los dientes blancos.
– Buena chica. Sabía que lo harías.
Ella juraba que los caninos eran un poco más largos, un poco más afilados de lo que lo habían sido antes y se pasó la lengua sobre sus propios dientes para verificarlo. Parecían los bastante normales y casi se decepcionó. La sonrisa de él envió un estallido de orgullo que canturreó por sus venas y eso no era tolerable así que mantuvo su atención en el árbol.
– Entonces sabes más que yo. Dime cómo.
– Quítate tus zapatos, átalos alrededor de tu cuello.
Ella vaciló, pero él ya estaba haciendo lo que aconsejaba así que hizo lo mismo de mala gana, metiendo los calcetines dentro de los zapatos y atándolos juntos para poder colgárselos alrededor del cuello. Se sentía tonta, pero se puso de pie y esperó con torpeza.
– Dime primero cómo funciona esto.
– Estaré justo detrás de ti. Has visto trepar a los gatos. Utilizan las garras para anclarse a sí mismos al tronco. Los leopardos son enormemente fuertes. Tienen sus garras y su fuerza.
Le tendió la mano.
– ¿Te parece que tengo garras?
Él tomó la mano en la suya, dándole la vuelta, examinándola. La mano parecía pequeña y un poco perdida en la de él. El toque fue suave, pero cuando ella involuntariamente intentó arrancarla, él apretó el puño, evitando que escapara. Él le mantuvo la mirada, levantó las puntas de los dedos a su cara, rozando deliberadamente las puntas de los dedos en las cuatro ranuras que tenía allí, siguiendo las cicatrices de un extremo a otro.
– Tienes garras.
Ella se humedeció los labios otra vez, el corazón latía con un ruido sordo.
– No quise hacer eso. No lo sabía. -Odiaba disculparse; él merecía las cicatrices, pero ella todavía se avergonzada de la violencia, de la manera en que había sido tan ingenua, de las cosas que había hecho con él y que todavía quería hacer. Todas ellas. Agachó la cabeza, medio convencida de que él podía leerle la mente-. Quise abofetearte, no marcarte.
– Lo sé. Y no te culpo -dijo, soltando de mala gana la mano-. Pienso en ello como tu marca sobre mí.
La matriz se le apretó y luego sufrió espasmos. Esa reacción era totalmente inadecuada y molesta, pero aún así se encontró húmeda y dolorida. Él hipnotizaba a la gente. No era sólo a ella. Tenía que recordarse que si él volvía ese encanto magnético hacia Imelda Cortez, ella reaccionaría exactamente de la misma manera. No era real.
– Dime cómo hacer esto. -Era su única salida y, aunque aterrorizada, trepar al dosel era mejor que los pensamientos de Conner Vega llevando su marca.
– Da un paso junto al tronco. Finge que eres una ecologista fanática de esas que abrazan a los árboles. -Arrojó el arma sobre la espalda, dejando sus brazos libres,
Isabeau hizo lo que decía. Instantáneamente él dio un paso detrás de ella, sus brazos la rodearon, curvó los dedos, las puntas contra el tronco. Ella lo sintió a su espalda. Era… íntimo. Chocante. Cuando él respiraba, también lo hacía ella. Cada terminación nerviosa en alerta.
Él inclinó la cabeza aún más cerca hasta que los labios estuvieron contra la oreja de ella y el mentón le rozó el hombro.
– Está bien. Imita lo que hago. No tengas miedo. No mires hacia abajo. Solo trepa conmigo. No te dejaré caer. Confía en tu gata. Habla con ella. Ahora. Dile que trepe al árbol. Dile que debemos escapar de los hombres y el fuego. Siéntela. Alcánzala. Ella no puede surgir completamente, pero ya te ha demostrado que vendrá en tu ayuda.
Sonaba tan absurdo pero le oyó susurrando en la oreja o quizá era su mente. Vida o muerte. La supervivencia de nuestro compañero. Tómanos. Es más duro en esta forma, pero ella no puede surgir completamente. Llámala. Déjala olerte. Tranquilízala.
Mientras ella miraba, las manos de Conner se curvaron en dos garras. Ella olió algo fiero, salvaje, indomable. El almizcle de un gato macho en la flor de la vida. Sintió la reacción instantánea dentro de ella, su propia gata saltando hacia el olor, alzándose cerca, tan cerca que sintió el aliento caliente en los pulmones y la fuerza que se vertía por su cuerpo. La adrenalina corrió rápidamente por su sangre y rompió a sudar. La piel le picaba y sintió el pelaje deslizándose justo bajo la superficie de la piel. La boca le dolió, los dientes le dolieron. Las coyunturas chasquearon y pincharon. Los dedos de las manos y los pies hormiguearon y ardieron.
Isabeau jadeó y forzó aire por los pulmones, echándose para atrás. La cabeza golpeó el hombro de Conner y descansó allí mientras respiraba alejando los sentimientos extraños y espantosos.
– Lo estás haciendo bien, Isabeau. Ella está cerca. La sientes. Se está alzando para ayudarte.
Ella sacudió la cabeza.
– No puedo hacerlo. No puedo.
Los labios de Conner le rozaron un lado de la cara. ¿A propósito? Un accidente. En cualquier caso su toque la calmó. Él no se había movido, apretado tan cerca de ella que podía sentirlo como una manta protectora que la rodeaba.
– Por supuesto que puedes. Bloquea el fuego. Las armas. Ellos no importan. Sólo tu gata. Supera el temor. No perderás quién eres, crecerás. Suéltate y alcánzala.
Se sentía como si se entregara a él de nuevo, ¿pero cómo podía explicárselo a él? Su voz mágica, tan suave, tan lenta, como la melaza espesa que se movía sobre ella y en su interior, llenando cada espacio vacío con él. El humo vagó entre los árboles, los animales trepaban por encima de sus cabezas y la ceniza llovía sobre ellos. Oyó el sonido de disparos de armas y una lluvia de balas golpeó en torno a ellos, pero él nunca se estremeció, nunca se mostró impaciente. Sólo esperó, la espalda expuesta al peligro, su cuerpo protegiendo el de ella.
Isabeau se dio cuenta de que se sentía completamente viva por primera vez desde que había sabido la verdad sobre él. Y eso la asustaba más que nada.
Durante un largo momento, Isabeau permitió que su cuerpo se recostara en el consuelo de Conner. Sería preferible morir intentando huir que ser disparada por los asesinos de Imelda Cortez o muerta en su fuego. Era un argumento para tratar de trepar al árbol, mucho mejor que querer complacerlo, demostrarle que tenía tanto valor como él, bien, que probarse a sí misma. Una cuestión de orgullo. Cerró los ojos y se forzó a pensar en un leopardo, a imaginarse a la gran gata en su mente. Necesitaba el sonido de la voz de Conner, su ánimo.
– Dime cómo es ella.
Ella sintió más que oyó la rápida inhalación de Conner. Los labios cuchichearon sobre el lugar vulnerable entre el hombro y el cuello.
– Es hermosa, como tú. Muy inteligente y eso se muestra en sus ojos. Todo era siempre un desafío para ella y podía estar de un humor muy variable, un momento amorosa, al siguiente, arañándome con las garras.
Había una suave nota casi seductora en su voz y él no parecía notar que estaba hablando como si hubiera conocido a su leopardo íntimamente.
Читать дальше