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Patricia Briggs: Cry Wolf

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Patricia Briggs Cry Wolf

Cry Wolf: краткое содержание, описание и аннотация

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Nunca tuve miedo de los monstruos, hasta que me convertí en uno. Ahora tengo miedo hasta de mi sombra. Anna desconocía la existencia de licántropos, vampiros u otras criaturas hasta que ella misma se convirtió en una. Tras sobrevivir a un brutal ataque, Anna descubre que se ha transformado en una mujer lobo. Durante tres años se ve obligada a soportar los continuos abusos a que es sometida por los miembros de su manada y a subsistir como una loba sumisa, el último escalafón de la jerarquía de los licántropos. Sin embargo, gracias a la intervención de uno de los Alfa más poderosos del país, Anna descubrirá que en realidad es una Omega, lo que la convierte en uno de los seres más extraños del grupo. El Alfa no tardará en reclamarla como suya… en todos los sentidos.

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Cuando abrió la puerta se olvidó completamente del tema de las cerraduras. Puede que el exterior de la casa fuese mundano, pero el interior no lo era en absoluto.

Como el suelo de su apartamento, el de aquel salón también era de madera, pero el parquet de Charles tenía un dibujo en madera oscura y clara que le recordó a los suelos nativos americanos. Gruesas alfombras persas de aspecto suave cubrían la parte central del salón y el comedor. En la pared del fondo había un enorme hogar de granito, hermoso y utilizado con frecuencia.

Diversos sillones y sillas de aspecto confortable se entremezclaban con mesas de arce hechas a mano y librerías. El cuadro pintado al óleo de una cascada rodeada de un pinar podría haber estado colgado en un museo y calculó que probablemente costaría más de lo que ella ganaría en toda su vida.

Desde la puerta se veía la cocina, donde encimeras de granito gris de brillo sutil contrastaban con las oscuras vitrinas de roble de estilo rústico con las irregularidades necesarias para estar hechas a mano, como ocurría con el mobiliario del salón. Los electrodomésticos de acero inoxidable ribeteados de negro deberían de haber resultado demasiado modernos, pero de algún modo armonizaban con el conjunto. Aunque no era una cocina demasiado grande, nada de lo que contenía hubiera estado fuera de lugar en una mansión.

Anna se quedó de pie, empapando de nieve el suelo cuidadosamente pulido y completamente consciente de que ni ella ni su caja encajaban en aquel lugar. Si hubiera tenido otro lugar al que ir, habría dado media vuelta y se habría marchado, pero lo único que le esperaba fuera era el frío y la nieve. Incluso si en aquel pueblo había taxis, solo le quedaban cuatro dólares en la cartera, y aún menos en la cuenta corriente. El cheque de su bolsillo la llevaría a medio camino de Chicago, siempre y cuando encontrara un banco para cobrarlo y una estación de autobuses.

Charles había pasado junto a ella y se había internado en la casa, pero se detuvo al darse cuenta de que ella no le seguía. La miró detenidamente y ella rodeó con más fuerza la húmeda caja. Tal vez él también se lo estaba pensando mejor.

– Lo siento -le dijo, apartando los ojos de su mirada dorada-. Lo siento por las molestias, lo siento por no ser más fuerte, mejor, lo que sea.

Una llamarada de poder le recorrió la piel y volvió a posar sus ojos en él bruscamente. Charles se había tumbado en el suelo y había empezado a transformarse en humano.

Era demasiado pronto, y estaba muy mal herido. Cerró apresuradamente la puerta exterior con la cadera, dejó la caja en el suelo y se acercó a él.

– ¿Qué estás haciendo? Detente.

Pero ya había empezado y no se atrevió a tocarlo. La transformación era dolorosa, en cualquiera de los dos sentidos, e incluso un pequeño roce podía provocar una gran agonía.

– Maldita sea, Charles.

Incluso después de tres años siendo una mujer lobo, a Anna no le gustaba presenciar la transformación; ni la suya ni la de otro. Había algo horrible en el hecho de observar cómo los brazos y las piernas de alguien se retorcían y se doblaban. Y además estaba aquella parte en la que el estómago se agitaba donde no había ni pelo ni piel para ocultar el músculo y el hueso.

Con Charles había sido distinto. Le había dicho que su transformación era más rápida debido a la magia de su madre o al hecho de haber nacido siendo ya un hombre lobo: casi le había parecido hermoso. La primera vez que lo vio transformarse, se había quedado asombrada.

Aquella vez no ocurrió lo mismo. Fue tan lenta y horrible como la suya. Charles se había olvidado de los vendajes, y estos no estaban hechos para cambiar con él. Anna sabía que tarde o temprano se rasgarían, pero aquello no significaba que no fuera doloroso.

De modo que se pegó a la pared para evitar tocarlo, y después corrió hacia la cocina. Abrió varios cajones frenéticamente hasta encontrar el que contenía los objetos punzantes y afilados, entre ellos, unas tijeras. Tras decidir que había menos probabilidades de herirlo con unas tijeras que con un cuchillo, cogió las tijeras y regresó al salón.

Anna se dedicó a cortar mientras él continuaba transformándose, ignorando los sonoros rugidos y esforzándose por introducir la hoja bajo la ropa demasiado ceñida. La presión adicional sería dolorosa, pero era mucho mejor que esperar a que la tensión sobre la tela la hiciera finalmente desgarrarse.

El ritmo de la transformación se aminoró cada vez más, hasta el punto que Anna creyó que iba a quedarse atrapado entre una forma y la otra: solía tener pesadillas sobre aquello. Finalmente, quedó hecho un ovillo a sus pies, completamente humano.

Anna pensó que eso era todo, pero entonces su cuerpo desnudo empezó a cubrirse de ropa, flotando sobre su piel como esta había flotado alrededor de su carne durante la transformación. Nada del otro mundo, unos simples téjanos y una camiseta blanca, pero jamás había oído que un hombre lobo pudiera hacer algo semejante. Auténtica magia.

No sabía qué otro tipo de magia podría llegar a realizar. Eran muchas las cosas que desconocía de él; de lo único que estaba segura era que, cuando estaba a su lado, su corazón se aceleraba y su habitual estado de semipánico se desvanecía.

Empezó a temblar, y entonces se dio cuenta de que la casa estaba helada. Charles debió de apagar la calefacción cuando se marchó a Chicago. Anna miró a su alrededor y encontró una pequeña colcha doblada sobre una mecedora y cubrió a Charles intentando no rozar demasiado su piel hipersensible.

Charles estaba tendido con la mejilla pegada al suelo, tembloroso y jadeante.

– ¿Charles?

Sentía el impulso de tocarlo, pero tras una transformación, eso sería lo último que querría. Debía sentir su piel nueva y en carne viva.

La manta resbaló de su hombro y cuando la levantó para colocarla de nuevo en su sitio, vio una mancha oscura que se extendía rápidamente por su espalda. Si las heridas hubiesen sido normales, la transformación las habría curado mucho más que aquello. Las heridas provocadas por balas de plata tardaban mucho más en curar.

– ¿Tienes un botiquín de primeros auxilios? -le preguntó.

El botiquín de su manada estaba equipado con lo necesario para hacer frente a las heridas que pudieran producirse durante las peleas medio serias que estallaban cuando la manada se reunía. Imposible pensar que Charles estuviera peor preparado que su… que la manada de Chicago.

– Lavabo. -El dolor hacía que su voz sonara a gravilla.

El cuarto de baño estaba tras la primera puerta que abrió, una espaciosa habitación con una bañera de patas en forma de garras, una gran ducha con mamparas y una pila de porcelana blanca con pedestal. En un rincón había un armario ropero. En la estantería inferior encontró un botiquín de tamaño industrial que trasladó al salón.

La habitualmente morena y cálida piel de Charles tenía ahora un color grisáceo. También tenía la mandíbula contraída por el dolor y los ojos oscuros y brillantes por culpa de la fiebre; los matices dorados que despedían armonizaban con el pendiente que llevaba en una de sus orejas. Se había incorporado y la colcha formaba remolinos en el suelo.

– Ha sido una estupidez. La transformación no ayuda mucho a las heridas de plata -le reprendió. Su repentino enojo se había visto alimentado por el dolor que Charles se había infligido a sí mismo-. Lo único que has conseguido es utilizar toda la energía que tu cuerpo necesita para curarse. Deja que vuelva a vendarte y te traiga algo de comer. -Ella también estaba hambrienta.

Charles le sonrió; una sonrisa muy débil. Entonces cerró los ojos.

– De acuerdo.

Tenía la voz ronca. Anna tendría que quitarle la mayor parte de la ropa con la que se había cubierto.

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