El piloto, que les había seguido al exterior y estaba inmerso en algún tipo de tarea de mantenimiento, sonrió ante aquel comentario.
– Nunca pensé que vería a ese viejo indio tan exaltado.
Charles le dirigió una mirada y el piloto bajó los ojos, aunque no dejó de sonreír.
– Oye, a mí no me mires. Te he traído a casa sano y salvo, casi tan bien como lo habrías hecho tú, ¿verdad, Charles?
– Gracias, Hank. -Bran se volvió hacia Anna-. Hank ha de dejar listo el avión, así que será mejor que vayamos calentando la camioneta. -Colocó la mano bajo su codo en cuanto dejaron atrás la protección del hangar y se internaban en veinticinco centímetros de nieve. Charles rugió y Bran le devolvió el rugido, exasperado-. Ya es suficiente. Basta. No pretendo hacerle nada malo a tu dama, y el suelo está muy peligroso.
Pese a que Charles dejó de hacer ruido, caminaba tan cerca de Anna que esta acabó tropezando con Bran porque no quería hacerle daño. Bran la enderezó y frunció el ceño al lobo, pero no hizo ningún comentario más.
Aparte del hangar, la pista de aterrizaje y dos surcos en la nieve profunda que alguien había dejado recientemente, no había signo de civilización. Las montañas eran impresionantes mucho más altas, oscuras y agrestes que las suaves colinas del Medio Oeste que conocía. Aunque podía oler a leña quemada, lo que significaba que no estaban tan aislados como parecía.
– Pensé que sería más silencioso.
No pretendía decir nada, pero el ruido la inquietaba.
– El viento entre los árboles -dijo Bran-. Y algunos pájaros que se quedan todo el año. A veces, cuando no hace viento y baja la temperatura, el silencio es tan profundo que puedes sentirlo en los huesos.
A Anna aquello le sonó bastante espeluznante, pero por su voz pudo adivinar que a Bran le encantaba.
Los condujo a la parte trasera del hangar, donde les esperaba la camioneta gris cubierta de nieve. Extrajo una escobilla para la nieve de la parte trasera del vehículo y con ella se puso a golpear el suelo con ímpetu.
– Entra en el coche -le dijo-. Pon en marcha el motor para que se vaya calentando. Las llaves están puestas. -Apartó la nieve que cubría la puerta del pasajero y la sostuvo abierta para que entrara ella.
Anna dejó la caja en el suelo de la cabina y subió al interior. I a caja le dificultó el movimiento de deslizamiento por el asiento de piel desde la posición del pasajero a la del conductor. Charles entró en el vehículo de un salto y cerró la puerta enganchándola con una de sus garras. Pese a tener el pelaje húmedo y tras el estremecimiento inicial, descubrió que generaba un considerable calor corporal. La camioneta se puso en marcha con un roroneo, llenando toda la cabina de aire frío. En cuanto estuvo segura de que continuaría en marcha, se deslizó al asiento central.
Cuando el vehículo quedó prácticamente despejado de nieve, Bran volvió a guardar la escobilla en la parte trasera y subió de un salto al asiento del conductor.
– Hank no tardará mucho. -Se dio cuenta de que Anna estaba temblando y frunció el ceño-. Te buscaremos una chaqueta más gruesa y unas botas apropiadas para el invierno de Montana. Chicago no es exactamente tropical, ¿cómo es que no tenías ropa de abrigo?
Mientras Bran hablaba, Charles pasó por encima de ella, obligándola a trasladarse al asiento más próximo a la ventanilla y acomodándose entre Bran y Anna, apoyando la mitad de su cuerpo en el regazo de esta.
– Tenía muchas facturas que pagar: gas, electricidad, agua, el alquiler -dijo Anna a la ligera-. Uff, Charles, pesas una tonelada. Las camareras no podemos permitirnos muchos lujos.
La puerta trasera se abrió y Hank subió a la camioneta y se puso el cinturón antes de soplarse las manos.
– Este maldito viento se te mete en los huesos.
– Hora de ir a casa -coincidió Bran. Puso en movimiento la camioneta, aunque si circuló por alguna carretera, esta debía de estar enterrada bajo la nieve-. Primero dejaré a Charles y a su pareja.
– ¿Pareja? -Aunque Anna no dejó de mirar al frente, reconoció el tono de sorpresa en la voz de Hank-. No me extraña que el viejo esté tan excitado. Sigues en forma, Charles, buen trabajo. Y además es muy guapa.
A Anna no le hizo mucha gracia que hablaran de ella como si no estuviera presente. Aunque se sentía demasiado intimidada para decirlo en voz alta.
Charles volvió la cabeza hacia Hank y levantó el labio para mostrarle sus afilados colmillos.
El piloto se puso a reír.
– Muy bien, muy bien. Pero buen trabajo, tío.
Fue entonces cuando comprendió algo de lo que no se había dado cuenta en el avión: Hank no era un hombre lobo. Y evidentemente sabía que Charles lo era.
– Pensaba que no podíamos decírselo a nadie -dijo.
– ¿Decirles qué? -preguntó Bran.
Anna miró a Hank.
– Decirles lo que somos.
– Ah, esto es Aspen Creek -le contestó Hank-. Todo el mundo sabe lo de los hombres lobo. Si no estás casado con uno, tu padre lo es… o al menos uno de tus padres lo era. Esto es el territorio del Marrok, y somos una gran familia feliz.
¿Era sarcasmo lo que desprendía su tono de voz? No le conocía lo suficiente para estar segura.
Por fin el aire que le golpeaba la cara se había calentado. Entre eso y Charles, empezaba a sentirse cada vez menos como un cubito de hielo.
– Pensaba que los hombres lobo no tenían familia, solo manada -se aventuró.
Bran le dirigió una rápida mirada antes de volver a concentrarse en la carretera.
– Tú y Charles deberías tener una larga conversación. ¿Desde cuándo eres una mujer lobo?
– Desde hace tres años.
Bran frunció el entrecejo.
– ¿Tienes familia?
– Mi padre y mi hermano. No los he visto desde… -Se encogió de hombros-. Leo me dijo que debía romper toda relación con ellos… porque sino asumiría que eran un riesgo para la manada. Y los mataría.
Bran volvió a fruncir el ceño.
– Lejos de Aspen Creek, los lobos no pueden decirle a nadie, salvo a sus parejas, lo que son; lo de las parejas es para su propia seguridad. Pero no es necesario que dejes de relacionarle con tu familia. -Y casi para sí mismo, añadió-: Supongo que Leo temía que tu familia pudiera interferir con lo que pretendía hacerte.
¿Podía llamar a su familia? Estuvo a punto de preguntárselo, pero decidió esperar a hablar primero con Charles.
* * *
Como con el vuelo, la casa de Charles era distinta a cómo la había imaginado. Al descubrir que estaba en una región apartada de Montana, pensó que viviría en una de aquellas casas enormes de troncos, o algo muy viejo, como la mansión de la manada. Pero la casa donde Bran los dejó no era grande ni estaba hecha de troncos. Todo lo contrario, parecía una casa sencilla al estilo rancho, pintada con una extraña combinación de grises y verdes. Se levantaba en la vertiente de una colina y miraba hacia una serie de campos vallados de pastoreo ocupados por unos cuantos caballos.
Anna se despidió de Bran con un gesto de la mano mientras este se alejaba en la furgoneta. Entonces cargó con la caja, la cual parecía un poco destartalada tras haberse mojado en el suelo de la cabina, y subió las escaleras con Charles pisándole los talones. Pese a que los escalones estaban cubiertos por una ligera capa de nieve, tuvo la sensación de que normalmente los mantenía impolutos.
Tuvo un momento de pánico cuando se dio cuenta de que no le había pedido a Bran que abriera la puerta, pero el pomo cedió fácilmente bajo su mano. Supuso que si todo el mundo en Aspen Creek conocía el secreto de los hombres lobo, evitarían por todos los medios robarles algo. Pese a todo, para su naturaleza de ciudad, le resultaba extraño que Charles dejara su casa abierta mientras estaba en la otra punta del país.
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