– ¿Es esa tu manera sutil de pedirme que me mantenga alejado de tus asuntos?
Ella alzó una mano para recoger el cabello detrás de su cuello, obviamente acostumbrada a llevarlo más largo.
– Estaba tratando de decirte que no importaba. No, no quiero que te entrometas en mi pasado. No debería haberte contado tanto como te conté -Le sonrió porque no pudo evitarlo. Estaba actuando de una manera desacostumbrada, contándole cosas que mejor sería que se callara. No debería haber provocado que se sintiera herido debido a su renuencia a contarle la historia de su vida. Dudaba que se hubiera ocultado en el bosque pluvial si no fuera por algo traumático que le hubiera pasado en su vida. El hacía que deseara contarle todo- Lo siento hice que te sintieras incomodo, Rio. No lo volveré a hacer.
– Maldición, Rachael. ¿Cómo te las arreglas para hacer eso? -En un instante podía enojarse y al siguiente lo desarmaba completamente- Y, a propósito, ¿cómo lograste escaparte de los mosquitos? Sólo uso el tejido porque me molesta el ruido cuando zumban alrededor mío, pero tú tendrías que estar cubierta de picaduras.
– Los mosquitos no me encuentran apetecible como tú. Noté que todos los de mi grupo tenían que usar repelente todo el tiempo. Creo que a los mosquitos no les gusta mi sabor. ¿Te molesta que me dejen en paz?
Él asintió.
– Es un extraño fenómeno. Los mosquitos no molestan a la gente de la tribu. Tu madre sabe las historias de la gente leopardo. ¿Naciste aquí? ¿Es tu madre oriunda de por aquí?
Rachael se echó a reír nuevamente.
– Creí que habíamos estado de acuerdo en no entrometernos en los asuntos del otro y no puedes dejar pasar tres segundos sin preguntarme algo. Estoy empezando a pensar que tienes un doble estándar, Rio.
Una lenta, sonrisa curvó sus labios.
– Puede que tengas razón. Nunca pensé en ello de esa manera.
– Y pensar que todo este tiempo yo estuve convencida que eras un moderno y sensible hombre de la nueva era -bromeó ella.
Franz gruñó, levantándose. Al mismo tiempo, Rio dio un salto para ir a situarse a un lado de la puerta, de esa casi imposible forma que tenía de cubrir grandes distancias. Le hizo señas al gato para que se mantuviera en silencio, sacó su pistola y sencillamente se quedó esperando.
El silbido vino otra vez, dos notas suaves. El arma nunca se movió, permaneciendo estable y apuntando a la entrada. Rio contestó, usando una combinación diferente de sonidos, pero se quedó inmóvil, a la espera.
– Aparta el arma -dijo Kim Pang y empujó abriendo la puerta. Entró en la casa, sus ropas rasgadas, mojadas y manchadas de sangre, sus rasgos duros una máscara de cansancio. Había estado, obviamente, viajando rápido y ligero. No tenía ningún paquete ni ningún arma que Rachael pudiera ver.
De todos modos Rio permaneció en las sombras, a un lado de la puerta.
– No lo creo, Kim -dijo Rio suavemente- no has venido solo. ¿Quién está contigo?
– Mi hermano, Tama, y Drake Donovan. Has sido lento contestando y Drake está explorando mientras Tama me cubre -Kim permaneció inmóvil, su mirada se movió sobre Rachael, pero no hizo ninguna señal de que la reconociera.
– Tama no está haciendo un buen trabajo, Kim -dijo Rio, pero Rachael podía verlo relajarse visiblemente, aunque no apartara el arma- Hazle la señal para que entre.
Levantó la cabeza y tosió, un peculiar gruñido que sonaba como los animales que Rachael había oído en la distancia cuando anduvo por la selva.
Kim llamó fuerte en otro dialecto, en voz alta y áspera, pero cuando se volvió, estaba sonriendo a Rachael.
– Señorita Wilson, es bueno ver que tuvo éxito saliendo viva del río. Su aparente fallecimiento causó un verdadero alboroto.
Rachael echó un vistazo con aire de culpabilidad a Rio. Había olvidado que había venido a la selva tropical como Rachael Wilson. Rio le sonrió abiertamente, una sonrisa tan insultantemente masculina que le dieron ganas de usar la violencia.
– Encantado de conocerla, señorita Rachael Los-Smith-Wilson -dijo Rio con una leve reverencia- Qué suerte que Kim recordara su nombre para usted.
– Ah, cállate -contestó Rachael groseramente- Kim, está herido. Si trae el botiquín médico de Rio aquí, veré si puedo limpiarle esas laceraciones.
– Usted solamente siéntese y no se mueva, señorita Wilson -dijo Rio- Kim puede quedarse donde está, y cuando Tama y Drake entren, lo arreglaré. No necesita a una mujer mimándole.
Se avergonzó de la tirantez de sus tripas, los nudos que apretaban fuertemente su estómago. Los oscuros celos que los machos de su especie podían experimentar. Reprimió la inclinación natural, pero no pudo evitar el pequeño, involuntario movimiento que lo sacó de la ventaja de las sombras y se colocó ligeramente delante de Rachael.
Kim extendió los dedos para mostrar que no sostenía ningún arma. Su hermano entró en el cuarto sonriendo tímidamente.
– Lo siento, Kim, resbalé sobre una rama húmeda y casi me caigo. Estaba tan ocupado salvando mi propia vida, que no podía salvar muy bien la tuya -Echó un vistazo a Rachael y luego a Rio, luego miró al arma en la mano de Rio- Volviéndote un poco sobreprotector, ¿verdad?
– Volviéndote un poco viejo para escabullirte de una perfectamente amplia rama, ¿verdad? -contestó Rio, pero estaba claramente escuchando algo fuera de la casa.
Con la puerta abierta, Rachael podía oír fácilmente el cambio repentino en el ritmo del bosque. Donde antes había habido chillidos de advertencia y llamadas y gritos, ahora el bosque una vez más vibraba con sus sonidos naturales. Los bramidos de los ciervos, el croar de las ranas, el zumbido y gorjeo de insectos y cigarras. Había siempre una continua llamada de pájaros, diferentes notas, diferentes canciones, pero todo en armonía con la agitación del viento y amortiguada por el repiqueteo continuo de la lluvia.
Franz se levantó y se estiró, aplanó sus orejas y siseó, encarándose a la puerta. Rio gruñó otra vez, un sonido ligeramente diferente.
– Tama, tira un par de pantalones a Drake. No tiene por que entrar y asustar como el infierno a la señorita Wilson.
– Deja de llamarme así -dijo Rachael bruscamente- ¿Y por qué Drake, quienquiera que sea, necesita ropa?
– No sabía que estaría en compañía de una mujer -contestó Rio, como si eso de alguna manera aclarara la pregunta.
Drake Donovan era alto y rubio y se pavoneaba, vestido solo con un par de los pantalones de Rio y una sonrisa. Su pecho era muy musculoso, sus brazos gruesos y poderosos, tenía una constitución como Rio. Su sonrisa se ensanchó cuando vio a Rachael.
– No es sorprendente que no contestaras a la radio, Rio. Preséntanos.
Rachael fue de repente consciente de su aspecto, sus cabellos rebeldes despeinados y sin maquillaje, con cuatro hombres mirándola fijamente. Levantó una mano para poner en orden su pelo. Rio la cogió por la muñeca y tiró hacia su cadera.
– Estás bien, Rachael.
Su voz era brusca. Miró airadamente a Drake como si hubiera acusado a Rachael de estar mal.
– ¡Hey! -Drake extendió las manos delante de él con inocencia- Creo que está bien. Sobre todo para una muerta. Kim pensaba que usted podría haberse ahogado en el río, pero veo que fue rescatada por nuestro hombre residente de la selva.
– Deja de intentar ser encantador -dijo Rio- No te va.
Rachael sonrió al rubio.
– Creo que te va muy bien.
Rio presionó su mano fuertemente contra su cadera, como si la estuviera sosteniendo contra él.
– ¿Qué ha pasado, Kim?
– Fuimos capturados por Tomas Vien y su gente. No iban tras los medicamentos ni el rescate como pensábamos antes -Kim miró a Rachael- Buscaban a la señorita Wilson. Tenían fotos de ella.
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