Christine Feehan - Lluvia Salvaje

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¿Qué ha hecho ella? Con una nueva identidad, una muerte simulada y una oportunidad de huir de la traición que la acecha, Rachael ha escapado de un asesino anónimo. Ahora, a miles de millas de su casa, bajo el lujurioso dosel de la selva tropical, encuentra refugio.
¿Dónde se puede esconder? En este mundo de extrañas criaturas camina el más exótico de todas ellas. Su nombre es Río. Un nativo del bosque lleno de fuertes destrezas… alguien para ser deseado. Poseído por sus propios secretos, es digno de ser temido.
¿En quién puede confiar? El pasado de Rachael amenaza tan opresivamente como el calor del bosque, y cuando Río libera los secretos instintos animales que corren por su sangre, Rachael teme que su aislado refugio se haya vuelto un infierno inevitable…

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Fue solamente a causa de que tuvieron que parar para inhalar algo de aire que encontró la fuerza para levantar la cabeza. Rachael hundió la cara contra su garganta.

– Esta vez fue mi culpa -sus labios se movieron contra su cuello. Rio cerró los ojos al sentir el reverberante fuego que agitaba su cuerpo con fuertes oleadas debido al roce de su suave boca. Tuvo que hacer un esfuerzo para poder respirar. Dudaba que una simple bocanada de aire pudiera hacer que su cerebro volviera a funcionar correctamente.

La suave tonada se escuchó más cerca esta vez.

– Borraste a Kim de mi cabeza, Rachael -le dijo frotando su cara en la masa de gruesos rizos.

– Es asombroso lo bien que sabes besar.

No pudo evitar la tonta sonrisa que se desparramó por todo su rostro.

– ¿Es cierto eso? Me sorprendo a mi mismo -La sonrisa se desvaneció y volvió a tomarla por la barbilla- No te estoy entregando ni traicionando, Rachael. Conozco a Kim. No pondrá en peligro tu vida, por ningún motivo.

– El dinero habla, Rio. Casi todo el mundo tiene un precio.

– Kim vive sencillamente, pero más que eso, tiene un código de honor.

Rachael asintió. No había mucho más que pudiera hacer. Rio tenía razón respecto a que no podía huir corriendo con su pierna herida.

– Respóndele entonces.

Rio no apartó la mirada, pero entonó una melodiosa nota que sonó exactamente como las de los pájaros que estaban afuera llamándose uno al otro justo fuera de las paredes de su hogar.

Ella metió su rebelde y greñudo cabello detrás de la oreja, permitiendo que sus dedos vagaran por su mandíbula, y frotaran sus labios.

– Tengo miedo.

– Lo sé. Puedo sentir el latido de tu corazón -Le recorrió la muñeca, con el pulgar deslizándolo sobre el pulso- No tienes que temer.

– El pagaría mucho dinero para tenerme de vuelta.

– ¿Tu marido?

Ella negó con la cabeza.

– Mi hermano.

Se llevó la mano hacia el corazón como si lo hubiera apuñalado. Casi al mismo tiempo puso una expresión inaccesible. Tomó aire, lo expulsó; había una mirada vigilante en sus ojos, una sospecha que no había estado allí antes.

– Tu hermano.

– No tienes que creerme -Rachael se apartó, se recostó contra la silla y ajustó la manta más apretada a su alrededor. La humedad era alta, aunque soplara el viento. A través de la ventana de la que Rio había sacado la manta podía verse una espesa neblina colándose entre el follaje y las enredaderas que rodeaban la casa- No debería habértelo contado.

– ¿Por qué querría tu hermano mandarte a matar, Rachael?

– Me cansas. Esas cosas pasan, Rio. Quizás no en tu mundo, pero ciertamente si en el mío.

Rio estudió su cara, tratando de ver a través de la máscara que había alzado, lo que estaba pasando por su mente, su cerebro recorriendo las posibilidades. ¿Había encontrado su hogar por accidente, o la habían mandado para asesinarlo? Había tenido un par de oportunidades. Le había dado un arma. Todavía estaba allí, debajo de la almohada. Quizás no se había ocupado de él porque lo necesitaba hasta que su pierna sanara.

Se enderezó lentamente y caminó hacia el escondrijo de las armas que colgaba en la pared. Se colocó una funda con un cuchillo en la pierna y la tapó con sus pantalones. Tenía un segundo cuchillo entre los omóplatos. Se puso la camisa encima y metió una pistola en la pretina de sus pantalones.

– ¿Estás esperando problemas? Pensé que dijiste que Kim Pang era tu amigo.

– Siempre es mejor estar preparado. No me gustan las sorpresas.

– Me di cuenta -respondió seca, preparada para enojarse con él por la grosera reacción ante su admisión. Fue lo mismo que si la hubiera abofeteado. Le había revelado algo que nunca había admitido ante nadie antes y no le creía. Podía asegurarlo debido a su inmediata retirada.

Rio se arrodilló al lado del gato lastimado, sus manos se mostraban increíblemente gentiles al examinar al leopardo. Su corazón le dio un vuelco en el pecho. Tenía la cabeza inclinada hacia Fritz, con una expresión casi tierna mientras le murmuraba suavemente. Tuvo una repentina visión de él acunando a su hijo, mirándolo amorosamente, su dedo pulgar atrapado por la pequeña mano del bebé. De repente levantó la cabeza y la miró sonriendo.

Si fuera posible derretirse, Rachael estaba segura de que lo había hecho. El arqueó la ceja.

– ¿Qué? ¿Por qué me miras así?

– Estoy tratando de descubrir que pasa contigo -respondió Rachael sinceramente. Su cara no era la de un muchacho. Sus rasgos eran duros y afilados. Sus ojos podían tener la frialdad del hielo, incluso asustaban, aún así a veces cuando lo miraba Rachael no podía respirar a causa del deseo que despertaba en ella.

La mano de Rio se inmovilizó sobre el pequeño leopardo. Ella era capaz de sacudirlo con una simple oración. Era aterrador pensar el poder que ya ejercía sobre él, especialmente desde que hacía tanto tiempo que había aceptado el hecho de que siempre viviría solo. Su vida estaba aquí, en el bosque pluvial. Era adonde pertenecía, donde entendía las reglas y vivía ateniéndose a ellas. Estudió su cara. Una misteriosa mujer con un estúpido nombre falso.

La bestia rugió y Rio abrazó el temperamento que se alzaba. No quería ver la expresión de su cara, la mirada que le dirigía con una mezcla de emociones cruzándola, femenina y confundida, una ternura que no podía permitirse.

– Las reglas son diferentes aquí en el bosque pluvial, Rachael. Ten mucho cuidado.

Como siempre lo sorprendió, su risa invadió sus sentidos y estrujó su corazón.

– Si estas tratando de asustarme, Rio, no hay nada que puedas hacer que no haya visto ya. No soy fácil de impresionar o espantar. El día que mi madre murió, cuando tenía nueve años, supe que el mundo no era un lugar seguro y que había gente mala en él -Ondeó una mano como despidiéndolo, de princesa a campesino- Ahórrate tus tácticas aterradoras para Kim Pang, o para cualquier otro al que quieras impresionar.

Rio palmeó por última vez al leopardo, se estiró casualmente para rascar las orejas de Franz, antes de levantarse en toda su estatura, elevándose sobre ella, llenando la habitación con su extraordinaria presencia. Se veía muy incivilizado, completamente salvaje y entre casa en los remotos parajes del bosque. Cuando se movía, ostentaba una gracia fluida que sólo había observado en animales depredadores. Cuando estaba en reposo, estaba francamente, completamente quieto. Era intimidante, pero Rachael nunca lo admitiría.

– Te sorprenderías de lo que puedo hacer -dijo quedamente, y había una suave, amenaza subyacente en su tono.

El corazón de Rachael se salteó un latido, pero mantuvo su expresión serena y apenas arqueó una ceja en respuesta, un gesto en el que había trabajado duro para perfeccionar.

– ¿Sabes lo que pienso, Rio? Creo que eres tú el que está asustado de mí. Creo que no sabes que hacer conmigo.

– Sé lo que me gustaría hacer -esta vez sonó brusco.

– ¿Qué dije para disgustarte?

Rio se paró en frente de ella sintiéndose como si le hubiera caído un árbol encima. Hacía tanto tiempo que había cerrado esa puerta, con sus emociones desnudas, magulladas y sangrantes, y no estaba dispuesto a abrirla para ella o para nadie más. No podía creer que aún lo sacudieran, aquellos ocasionales pantallazos de un pasado que no quería recordar. Una vida diferente. Una persona diferente

Rachael observó como sus manos se cerraban en puños, la única señal de su agitación. Inadvertidamente había tocado un nervio y no tenía ni idea de que era lo que había hecho para provocarlo. Se encogió.

– Tengo un pasado, tú tienes un pasado, ambos estamos buscando una vida distinta. ¿Acaso importa? No tienes que contármelo, Rio. Me gusta quien eres ahora.

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