Christine Feehan - Corrientes Ocultas

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Elle Drake ha desaparecido. Es una fuerte telépata pero ni siquiera sus seis hermanas mágicas pueden encontrarla, aunque todas están de acuerdo en que está viva. Algo terrible le ha sucedido o habría contactado con ellas y les habría hecho saber donde está. Jackson Deveau, uno de los ayudantes del sheriff del pequeño pueblo de Sea Haven, al norte de la costa de California, ha sabido siempre que Elle está destinada para él. Cuándo ésta desaparece, se reúne con sus amigos, Jonas Harrington e Ilya Prakenskii, y las hermanas de Elle para encontrarla y traerla de vuelta a la seguridad de la casa. Pero Sea Haven ya no es seguro para ninguno de ellos y hará falta cada gramo de la fuerza combinada de todas los Drake y sus hombres para sobrevivir a la tormenta que se avecina.

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La niebla permanecía donde se había acumulado, a cierta distancia de la costa durante la mayor parte de la tarde. Era oscura y simplemente colgaba en el cielo como una pesada cortina a pesar del viento que se había levantado. Jackson mantuvo a Elle puertas adentro, obligándola a jugar a las cartas con él y jactándose cuando la derrotaba concienzudamente.

– Creía que se suponía que eras buena en esto -se burló.

– Sí, bueno, no soy jugadora profesional. Jesús. ¿Qué hiciste? ¿Fuiste a una escuela para esto? Nadie gana todas las manos en el gin rummy.

– Yo sí -dijo él con una pequeña sonrisa burlona-. Hice un montón de dinero jugando a la mayor parte de los juegos de cartas en el ejército.

– Y ahora eres el dueño de una tienda de comestibles.

Él le frunció el ceño.

– Será mejor que no menciones eso a nadie. Ni lo saques a colación otra vez. Es embarazoso. E Inez no se detendrá con lo de las provisiones. Me trae todo tipo de cosas. -Sonaba exasperado-. Le digo que no lo haga, pero no me hace caso. No puedo comerme toda esa comida.

– ¿Qué haces con ella?

Él se encogió de hombros, su ceño se profundizó.

– No sé.

Las cejas de Elle se alzaron y la diversión se arrastró hasta su expresión.

– ¿Encuentran su camino hasta la casa de los Darden?

– Elle -pronunció su nombre como una advertencia, se levantó de un salto y se entretuvo en servirles otra taza de té a ambos. Añadiendo leche, llevó una pequeña bandeja con galletas a la mesa y la colocó delante de ella.

– ¿Haces galletas también? ¿Hay algo que no sepas hacer?

Otro ligero rubor se extendió por el cuello de Jackson mientras se sentaba frente a ella.

– Yo no hago estas malditas cosas. Pero están buenas, así que cómetelas. Todavía estás demasiado delgada.

– Estoy bien. -Pero cogió una galleta de todos modos-. Son geniales. ¿Quién las hace?

Él suspiró.

– Marie.

La sonrisa de Elle se amplió.

– ¿Con los ingredientes que le llevas de las provisiones que te trae Inez? Llevas una vida muy complicada, ¿no?

– Soy un hombre muy complicado. -Tomó cautelosamente un sorbo de té e intentó parecer casual.

Elle rompió a reír.

– Tienes todo un círculo de personas a las que cuidar. Todo este tiempo, todos pensando que eras un solitario, pero estás rodeado de gente.

El ceño volvió.

– Soy ayudante del sheriff. Se supone que tengo que ayudar a la gente cuando lo necesitan.

– Creía que tu trabajo era disparar a los malos.

– Bueno, eso también. Técnicamente, se supone que los arresto. Jonas nos frunce el ceño si disparamos a la gente, pero de vez en cuando, sólo para mantener la práctica…

Ella rió de nuevo, asombrada de que él pudiera lograr que lo hiciera cuando la niebla colgaba pesada fuera de la ventana y el perro se paseaba intranquilo arriba y abajo, manteniendo un ojo cauto sobre la niebla. Bomber podía sentir la energía psíquica buscando un objetivo, y aun así Jackson se las había ingeniado para distraerla. Elle se inclinó sobre la mesa.

– ¿Cómo demonios has llegado a involucrarte con esa gente?

Él se encogió de hombros.

– Las personas raramente prestan atención a los mayores cuando hay mal tiempo y durante las grandes olas de frío. A veces no tienen calefacción o no pueden conducir sus coches hasta la tienda, o no tienen coche y no pueden caminar. Yo sólo les echo un vistazo y me aseguro de que a todo les vaya bien. No es gran cosa.

Elle se recostó hacia atrás, evaluándole con ojos brillantes. Jackson apartó la mirada.

– No me mires así.

– ¿Cómo?

– Como si fuera un jodido santo, Elle. No lo soy.

– No te preocupes, hasta que dejes de usar la palabra por «J», nadie va a confundirte con un santo.

Él le sonrió.

– Tienes ese tonillo de profesora en la voz siempre que me regañas.

– Te gusta -dijo ella.

– Es mono.

Ella le hizo una mueca.

– Sólo por eso voy a decirles a mis hermanas que eres «Jackson Buenas Obras». Nunca dejarán de echártelo en cara.

Él gimió.

– No te atreverías.

La sonrisa se desvaneció de la cara de Elle. Se quedó congelada, giró la cabeza en dirección a la casa Drake. De repente se puso en pie de un salto, casi volcando su taza de té. Jackson, sin estar seguro de lo que estaba ocurriendo, se levantó también, extendiendo la mano hacia el arma en su pistolera oculta. La cara de Elle se había puesto pálida y sus ojos estaban enormes. Miró salvajemente alrededor de la casa y luego comenzó a avanzar hacia la puerta.

Jackson llegó allí antes que ella, insertando su figura grande e inamovible entre ella y la salida.

– Háblame, nena. ¿Qué pasa?

– No lo sé. -Frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello sedoso con agitación, su expresión era lejana, sus ojos un poco embrujados-. Abbey. Está molesta. Se dirige a… -Miró sobre el hombro hacia la creciente masa gris, ahora más cerca de la costa-. Eso.

– ¿Estás segura?

La mirada de ella volvió a su cara y esta vez parecía molesta.

– Por supuesto que estoy segura. Es mi hermana. Todas estamos ligadas. ¿No puedes sentirla tú también? ¿A través de mí?

Jackson se permitió a sí mismo pasar más allá de la mente de Elle y la alarma de Abigail estaba aullando. Estaba casi en estado de pánico. El teléfono los sorprendió a ambos.

– Cógelo, Elle.

– Pero Abbey me necesita.

– Coge el teléfono. Yo iré a por Abbey. -Ya sabía exactamente lo que estaba haciendo Abigail y no iba a permitir de ningún modo que Elle se acercara al mar-. Será Alexandr. Dile que venga aquí ahora mismo y proteja tu culo. Estaba trabajando cerca de Fort Bragg. -Le dio un pequeño empujón hacia el teléfono y corrió hacia su dormitorio.

Cuando volvió minutos después, llevaba un traje de neopreno, aletas en la mano, su equipo de submarinismo y el cinturón de plomos sobre el hombro.

– Te quiero dentro de la casa. ¿Me entiendes? Quédate dentro con la puerta cerrada y el perro contigo. Júramelo, Elle, o no voy.

– Pero debería…

– Júramelo, maldita sea -dijo él, cortándola.

El desasosiego de Abby se incrementaba y los dos podían verla ahora. Pasó como un relámpago junto a la casa corriendo hacia el océano.

– No abandonaré la casa, lo prometo. Ayúdala, Jackson.

La cogió por la nuca, la besó con fuerza, se giró y corrió afuera.

– Abbey, espera. Cogeré el bote. Llevará menos tiempo.

Abby estaba al borde del agua, ajustándose la botella.

– Aprisa, Jackson. Boscoe está atrapado en una red, o algo así. Se está ahogando.

Jackson saltó a su vieja camioneta y encendió el motor. Lanzó la barca al oleaje en cuestión de minutos. Abbey estaba llorando, mirando al mar. El motor se encendió al segundo tirón y partieron a toda velocidad.

– Gracias. No estaba segura de cómo conseguiría volver. Está a cierta distancia.

No le dio un sermón. Ella había vivido cerca del mar toda su vida. Estaba oscureciendo. El viento se había alzado e incluso con la ayuda de las Drake, Abbey no podía luchar contra un mar tormentoso de noche. Eso sin mencionar, y no le emocionaba la idea, que los mayores depredadores salían a esta hora de la noche a alimentarse.

La barca cortaba el oleaje, saltando cuando incrementó la velocidad. Abby miraba hacia las aguas más profundas, silbando de tanto en tanto. Jackson apenas podía oír sobre el ruido del motor, pero ella le dirigía, siguiendo las instrucciones de Kiwi, el otro macho nariz de botella, mientras éste emitía una serie de chillidos y chasquidos. Era inusual que los delfines machos y su grupo pasaran tanto tiempo cerca de Sea Haven, cuando era común que nadaran alrededor de cincuenta millas náuticas al día, pero estos «pasaban el rato por allí» para estar cerca de Abigail.

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