Christine Feehan - Corrientes Ocultas

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Elle Drake ha desaparecido. Es una fuerte telépata pero ni siquiera sus seis hermanas mágicas pueden encontrarla, aunque todas están de acuerdo en que está viva. Algo terrible le ha sucedido o habría contactado con ellas y les habría hecho saber donde está. Jackson Deveau, uno de los ayudantes del sheriff del pequeño pueblo de Sea Haven, al norte de la costa de California, ha sabido siempre que Elle está destinada para él. Cuándo ésta desaparece, se reúne con sus amigos, Jonas Harrington e Ilya Prakenskii, y las hermanas de Elle para encontrarla y traerla de vuelta a la seguridad de la casa. Pero Sea Haven ya no es seguro para ninguno de ellos y hará falta cada gramo de la fuerza combinada de todas los Drake y sus hombres para sobrevivir a la tormenta que se avecina.

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Él le cogió la mano y le mordisqueó los dedos, soltando un pequeño resoplido burlón.

– No me sentía muy valiente cuando me las hicieron.

Elle tomó un profundo aliento y dejó caer la manta.

– Tampoco yo.

Todavía llevaba la camisa de él, la que le había dado en el barco, junto con un par de pantalones de deporte prestados por una de sus hermanas y nada debajo. Él podía ver que la tela le hacía daño en la piel cuando se movía y había rastros de sangre cruzando la camisa y los pantalones. Estaba temblado su cuerpo todavía en estado de shock.

Él tomó aliento bruscamente. Había captado un vistazo de su cuerpo roto y magullado cuando la había recogido del suelo, envolviéndola en la sábana, pero la bata la cubría en su mayor parte. Había permanecido oculta después de eso, negándose a que nadie se le acercara. Todos lo habían respetado porque sus ojos habían estado tan hundidos, tan llenos de pena que casi les había desgarrado el corazón. Pero no pudo evitar extender las manos para lentamente desabotonarle la camisa hasta que ésta empezó a abrirse.

Elle permaneció quieta, conteniendo el aliento, con la cabeza en alto y él sabía lo que le costaba eso, esa pequeña muestra de coraje. Jackson apartó la camisa para revelar las marcas de latigazos, algunos cortes eran tan profundos que supo que dejarían cicatriz. Había moratones y mordiscos marcando su suave piel. Sin una palabra, le bajó los pantalones por las caderas para ver las laceraciones que cruzabas sus caderas y nalgas, bajando por los muslos e incluso por su montículo femenino. El aliento le ardió en los pulmones y la rabia estalló como un volcán en explosión, pero la aplastó hasta que siseó bajo un glaciar helado, una masa hirviente de brutal necesidad de venganza.

– Debería llevarte al hospital, Elle -dijo, su voz era una suave cinta de sonido, completamente monótona. Ante la retirada instintiva que siguió, entrelazó sus dedos con los de ella, evitando que se cubriera-. He visto cosas peores, sin embargo, así que creo que podemos ocuparnos nosotros solos. Quiero que tu hermana te ponga una inyección de antibióticos y después que te los prescriba.

– No quiero que ella lo vea.

Le subió los pantalones, cuidando de evitar que la tela le rozara el cuerpo.

– No se entrometerá. Conoces a Libby, de todas tus hermanas, es la menos entrometida. -Empezó a moverla hacia el baño. El pasillo era amplio y se abría a un baño grande con una profunda bañera y una amplia ventana con vistas al océano. Él vio como la mirada de Elle se fijaba en ésta y luego miraba precipitadamente hacia afuera-. ¿Te molesta que la mitad de la casa sean ventanas?

Ella negó con la cabeza.

– No en el sentido en que la villa de Stavros era de cristal. Sé que incluso si hubiera un bote ahí fuera, nadie podría verme así, pero aún así, me siento como si estuviera expuesta al mundo. -Apartó la mirada de él-. A ti.

– No te sientas a sí conmigo, Elle. Cualquier cosa que sepa de ti, tú la sabes de mí. Estamos en esto juntos. Tienes que mirarlo así.

– No tengo elección. No puedo dejarte salir de mi mente y creo que tengo miedo de dejarte salir de mi vista. -Lanzó el fantasma de una sonrisa.

Él le tiró del cabello.

– ¿Baño o ducha? Tenemos que lavar esas heridas y asegurarnos de que no cojas una infección. -Frunció el ceño cuando le sacó la camisa de los hombros-. O no tenía mucha experiencia o es un verdadero sádico.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Cuál era su objetivo? ¿Forzar tu conformidad? ¿Castigarte? ¿Por qué dejarte marcas permanentes? Si era un dominador, no debería haber hecho eso, a menos que en realidad le guste hacer daño a la gente.

– Su hermano le mostró como «castigarme» cuando no fuera complaciente. Tuve el presentimiento de que estaba dándole un cursillo rápido sobre como «romper» a una mujer, aunque lo cogió al vuelo.

– ¿Su hermano? -intervino Jackson, su voz cuidadosamente neutral-. No has contado mucho sobre el hermano. -Sólo sabía que hubiera hablado de él una vez con mucho miedo y odio.

Elle no quería pensar en el hermano de Stavros con sus ojos muertos y su expresión hambrienta. Ahí tenías a un sádico. Definitivamente le gustaba infringir dolor a las mujeres, y había tenido tanto miedo de él, que realmente se había girado hacia Stavros en busca de protección. Estaba tan avergonzada de eso… horrorizada incluso… y no quería ver la reacción de Jackson. Él había estado en su mente y había visto ese momento en que el aliento se le había quedado atascado en la garganta y había hecho un movimiento involuntario hacia Stavros. Había visto el triunfo en los ojos del griego, pero entonces eso no había importado, sólo su protección frente a su hermano todavía más cruel y demasiado hambriento.

– No fue porque yo fuera una mujer deseable -pensó en voz alta-. Ambos presentían que yo era psíquica, aunque yo no sabía que ellos lo fueran. Sólo pensé que tenían barreras naturales como alguna gente, pero les subestimé.

Jackson escogió la ducha por ella. En realidad se estaba tambaleando de debilidad, pero no podía sentarse cómodamente en una bañera. Iba a tener que mojarse para mantenerla en pie, pero su comodidad no importaba… sólo la de ella. Se quitó la camisa y los zapatos, quedándose en vaqueros como concesión a la modestia de ella, antes de comprobar la temperatura del agua.

– ¿Stavros no jugaba normalmente con látigos?

– No me dio esa impresión, pero su hermano obviamente no sólo jugaba, sino que disfrutaba realmente jugando.

– ¿No crees que estuvieran en el tráfico de humanos juntos? -De nuevo mantuvo la voz casual, no queriendo disparar un ataque de pánico. Estaba tanteando el camino con ella, pero su mente era un campo de minas… un paso equivocado y podía retirarse al santuario que había encontrado para sí misma. Un lugar en el que podría acurrucarse profundamente y mantenerse lejos de los brutales crímenes cometidos contra ella.

Elle dejó que el suave sonido del agua y la tranquilizadora presencia de Jackson la consolaran. Estaba a salvo. De vuelta en casa, en su amado Sea Haven. Su océano, con sus olas palpitantes y salvajes, el paisaje indómito, justo afuera. Si quería, podía ir a sentarse en la arena y observar como las olas rompían contra las rocas, en un eterno despliegue de poder y belleza. Tomó aliento y lo dejó escapar.

– Un minuto a la vez, nena -dijo Jackson, girándola para poder quitarle gentilmente la camisa donde la sangre se había secado y la había pegado a la piel.

Mantuvo los ojos sobre su cara, sobre la masa de cabello rojo, concentrándose en las heridas en vez de en su suave piel y las curvas de su cuerpo. Quería que se sintiera tan cómoda como fuera posible cuando ya sabía que no lo estaba. Elle era agudamente consciente de sus manos tocándola, del paño que se deslizaba sobre ella mientras se apoyaba contra él buscando fuerzas. Mantuvo la cara baja, no queriendo que él leyera su expresión, aunque ni una vez apartó su mente de la de él.

Su desnudez la hacía sentir vulnerable, pero las heridas abiertas de su cuerpo empeoraban la exposición. Jackson sabía que ella estaba pensando en como las marcas de latigazos y las largas líneas de moretones habían acabado allí y en lo que Stavros le había hecho después y odiaba ver las imágenes ardiendo en la mente de ella. Mantuvo sus pensamientos controlados, dejando que solo fuerza y calidez fluyeran en ella, agradeciendo la habilidad de aplastar la rabia profunda bajo el glaciar de hielo en el fondo de su alma, donde ella no podía encontrarlo. Sólo existía su necesidad de protegerla, de ayudarla a superar el trauma.

El agua se vertía sobre los dos, Elle descansaba la espalda contra él mientras éste le lavaba los pechos y la caja torácica.

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