– Tal vez esté perdiendo la cabeza, Jackson.
– Y tal vez sólo estés traumatizada, Elle. -Abrió la puerta de una patada e hizo un ademán con la mano hacia el interior, indicando al perro que entrara y buscara. Incluso con Elle en brazos, tenía una mano cerca del arma ajustada en su cinturón. El pastor alemán asomó la cabeza hacia afuera unos minutos más tarde y soltó un ladrido corto, señalando que todo estaba despejado. Jackson entró y bajó a Elle en el centro de la habitación-. No está muy limpio, cariño. No esperaba traerte a casa conmigo.
Elle se giró en un lento círculo para examinar la habitación. Era una habitación de hombre. Techos altos, todo madera brillante. La parte delantera de la casa tenía una serie de ventanas tipo catedral alzándose hasta los altos y brillantes paneles del techo, enmarcados por la misma madera pulida. El suelo iba a juego con el techo y las paredes, como si la habitación entera hubiera sido tallada del mismo pedazo de secoya gigante. Se acercó a la chimenea de piedra, de nuevo una impresionante pieza que parecía masculina.
– Es hermosa, Jackson. Y muy abierta.
– No me gustan los espacios cerrados.
Su mirada saltó a la de él. El fantasma de una sonrisa le tocó la boca.
– A mí tampoco.
– Siéntete libre de echar un vistazo, Elle. Estás en tu casa. Te prepararé un baño. -Mantuvo la voz absolutamente inexpresiva-. Tendré que echar un vistazo a tus heridas y limpiarlas y tenemos que hacer algo con tu cabello.
Su cabello. Su gloriosa corona, como la llamaba su madre. Odiaba su cabello. Odiaba la sensación de Stavros pasando los dedos por él.
– Creo que me lo cortaré. Todo. -Pero todavía podría sentirlo. Todavía deslizando las manos sobre su cabello. Su estómago se revolvió y temió vomitar.
– Eso es un poco drástico, Elle. Puedo deshacer esos enredos.
Pero Jackson estaba en su cabeza. Lo sabía. Lo veía. Siempre iba a saber como Stavros coloreaba todo lo que ella dijera o hiciera durante el resto de su vida. Sostuvo la mirada de Jackson y supo que no podía ocultarse de él. Quiso llorar por ser tan débil, por permitir que Stavros la tocara…
– ¡No! Tú no permitiste nada, Elle.
– Tal vez si hubiera luchado más. No sé. Podría haber saltado del yate antes de que alcanzara la isla. ¿Por qué no lo hice?
Él cruzó la habitación y la arrastró a sus brazos.
– Eres más lista que eso, nena. Eres más fuerte de lo que él cree. Escapaste.
Elle presionó la cara firmemente contra su corazón.
– Sin embargo no lo hice. Él está dentro de mí. Por todas partes. Está en mi cabeza.
Jackson le enmarcó la cara con las manos, obligándola a encontrar su mirada.
– No hay espacio para él en tu cabeza, Elle. Yo estoy ahí. Siempre he estado ahí y si intenta entrar yo le sacaré hasta que estés lo bastante fuerte para hacerlo tú misma. Y nunca hubo espacio para él en tu corazón porque yo ya estaba ahí. No podría tocar tu alma. Esa únicamente te pertenece a ti y a nadie más a menos que decidas compartirla.
– Sé que necesitas espacio, Jackson, pero no puedo quedarme sola.
Le costó decirlo en voz alta y él nunca la habría hecho hacerlo. Estaba intentando ser complaciente, intentando darle algo a cambio cuando le estaba poniendo en peligro, cuando sabía que iba a desquitarse con él.
– Nunca tienes que hacer eso, Elle, no conmigo -dijo, muy en serio-. No necesito eso de ti. No voy a ser perfecto, ambos lo sabemos. Quiero decir que soy una serpiente la mayor parte del tiempo y me gusta salirme con la mía. No he cambiado sólo porque tu desaparición me haya asustado a muerte. No te preocupes por mí.
– No puedo -dijo ella-. Apenas puedo sobrevivir ahora mismo. Tú eres el hombre más duro que conozco y confío en ti con mi cordura. Me estoy entregando a ti, Jackson, mi alma. Dijiste que era mía para darla y tú eres el único que sé que es lo bastante serio y duro para protegerme, para guiarme a través de esto.
Sabía lo que ella quería decir. Básicamente le estaba llamando un cruce entre un bastardo y un santo. Era un bastardo, pero en cuanto a lo de santo… ya se vería. Le tocó el cabello y ella echó la cabeza hacia atrás. Elle sacudió la cabeza, molesta por no poder controlarse a sí misma.
– Lo siento. Él hacía eso. Le gustaba mi cabello. No puedo soportar mirarlo.
– ¿Así que quieres cortártelo? Puedo hacerlo por ti, cariño, pero no tendrá buen aspecto.
Ella tiró de la manta enrollándosela con más firmeza, agradeciendo que él no discutiera.
– Todavía no sé si podré mirarlo. -Se estremeció intentando no sentir a Stavros pasándole los dedos por el cuero cabelludo.
– Siempre puedes hacerte rastas. -Jackson le lanzó una sonrisa mientras alzaba la masa de enredos rojos-. Te verías condenadamente guapa con rastas.
Ella alzó la cabeza, sus ojos pasando a ser muy verdes.
– ¿Rastas? Nunca había pensado en rastas. No tendría que cortarme el cabello y nadie podría pasar los dedos por él.
Jackson se quedó muy quieto. Era la primera vez en tres días que Elle había mostrado un asomo de interés en cualquier cosa.
– Piénsalo, nena. Podría hacértelas.
Ella le estudió la cara.
– Odias la idea.
– Estoy en tu cabeza, Elle. Lo sabrías si la odiara. Me importa una mierda lo que hagas con tu pelo. Si te rapas la cabeza eso no me haría sentir de un modo distinto hacia ti. Si quieres rastas, te trenzaremos el cabello.
– Mis hermanas se horrorizarían.
Le sonrió, una lenta y deliberada sonrisa conspiradora.
– Creo que ya estaban bastante horrorizadas de que estés aquí conmigo. -Señaló hacia el baño con la barbilla-. Yo tengo que alimentar a Bomber. Llevará horas hacer las rastas, especialmente con tu cabello, así que piénsalo esta noche y si realmente quieres hacerlo, conseguiré lo que necesitamos y podemos empezar mañana.
Elle asintió con la cabeza y le observó avanzar con paso lento hacia lo que presumiblemente era la cocina. Su corazón empezó instantáneamente a palpitar demasiado fuerte. Quiso llamarle a gritos… no me dejes sola, no me dejes sola… pero se presionó los dedos contra la boca y escuchó a su corazón esforzarse trabajosamente en respuesta.
Jackson asomó la cabeza por la esquina, sus ojos oscuros y sombríos.
– ¿No puedes sentirme, Elle? Estoy contigo en cada momento. No tienes que usar telepatía, puedo sentirte. No me voy a ninguna parte.
Ella dejó escapar el aliento, sin comprender que lo había estado conteniendo. Esto era como caminar a través de un campo de minas, cada momento puro terror. Tenía que encontrar un modo de vivir de nuevo, averiguar quién era, vivir con lo que había ocurrido. Podía saborear a Jackson en su boca, su fuerza, su determinación, y su ferocidad. Posó la mirada en él mientras le veía entrar completamente en la habitación. No era tan alto como Stavros, pero era más musculoso, con amplios hombros y músculos definidos. Con su cara marcada y su fuerte mandíbula, no era tan guapo como el griego, pero había algo muy atractivo en Jackson. Donde Stavros había sonreído a cada oportunidad, Jackson raramente lo hacía. Stavros raramente maldecía y a Jackson, con sus rudos antecedentes, con frecuencia se le escapaban y utilizaba términos que a menudo la hacían sobresaltarse.
Jackson cruzó la distancia que los separaba, frotándose el costado de la cara.
– ¿Las cicatrices te molestan?
Su voz era seca, inexpresiva, y sus ojos no cedían un ápice. Elle extendió la mano hacia arriba y trazó con los dedos las pequeñas líneas dentadas. Él no se sobresaltó bajo su toque.
– Por supuesto que no me molestan. Siempre pensé en ellas como medallas al valor.
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