Christine Feehan - Corrientes Ocultas

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Elle Drake ha desaparecido. Es una fuerte telépata pero ni siquiera sus seis hermanas mágicas pueden encontrarla, aunque todas están de acuerdo en que está viva. Algo terrible le ha sucedido o habría contactado con ellas y les habría hecho saber donde está. Jackson Deveau, uno de los ayudantes del sheriff del pequeño pueblo de Sea Haven, al norte de la costa de California, ha sabido siempre que Elle está destinada para él. Cuándo ésta desaparece, se reúne con sus amigos, Jonas Harrington e Ilya Prakenskii, y las hermanas de Elle para encontrarla y traerla de vuelta a la seguridad de la casa. Pero Sea Haven ya no es seguro para ninguno de ellos y hará falta cada gramo de la fuerza combinada de todas los Drake y sus hombres para sobrevivir a la tormenta que se avecina.

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Stavros tocó su hombro desnudo, un ligero toque de posesión que hizo que su estómago se revolviera.

– Tendremos otra lección hoy, Sheena, y espero que prestes atención a ésta.

Se le quedó la boca seca. No podía verle, no podía girar su cuerpo, pero las manos de él la recorrieron, tocando lugares íntimos que había reclamado como suyos y sólo suyos. Le acarició gentilmente los verdugones de la espalda y los pechos, provocando deliberadamente dolor con cada falsa caricia. Su cuerpo se estremeció a pesar de su resolución de no dejarle ver como reaccionaba a su tortura. Y Jackson lo sabía. Jackson sentía cada toque, sentía como su alma se encogía de miedo. Podía sentir la furia de él acumulándose, la necesidad de venganza, pero se mantenía en silencio y permanecía con ella. Una parte de ella estaba agradecida, aunque no sabía qué era peor, que compartiera su humillación y vertiera su fuerza en ella, o estar sola y sentirse desesperada.

La puerta se abrió tras ella y oyó pasos pesados. Su corazón comenzó a palpitar con alarma. Hasta el momento el otro único hombre al que Stavros había dejado entrar en la habitación con ella era su hermano, un hombre sádico que disfrutaba rompiendo a las mujeres que utilizaba en las casas de prostitución que tenían en todas las ciudades del mundo. La mayoría de las mujeres eran raptadas y él junto con un equipo de sus hombres, se especializaban en «entrenarlas» antes de colocarlas en las diversas casas. Su hermano la había rodeado sin tocarla, pero instruyendo cuidadosamente a Stavros de donde podía herirla más si desobedecía, jactándose de como él podría conseguir su cooperación en cuestión de horas.

Más de una vez había intentado convencer a Stavros de que se la dejara a él, pero Stavros había sido inflexible respecto a que nadie excepto él la tocara. Al final, su hermano se había marchado después del primer día y ella no había vuelto a ver a nadie excepto a Stavros.

Una mano le agarró el cabello y le tiró de la cabeza hacia atrás. Se encontró mirando a los ojos de Stavros. Él se acercó hasta que su boca estuvo contra su oído y pudo susurrarle.

– Quiero que prestes atención a esta lección, Sheena. Mucha, mucha atención.

Dejó caer su boca sobre la de ella, besándola con fuerza, aplastándole los labios contra los dientes y mordiéndole el labio inferior lo bastante fuerte como para hacerle sangre. Apartó la cabeza y Elle se encogió de miedo ante la mirada de sus ojos. ¿Dónde estaba el hombre guapo y sofisticado ahora? Era en un momento tierno y atento y entonces aparecía el otro lado tan rápidamente que ella apenas podía procesarlo. La dejaba descolocada y temerosa, su atención siempre centrada en él. Un hombre entró en su línea de visión. Ya se estaba frotando la entrepierna con expectación. Estaba claro que Stavros le había dicho que podía tenerla. Alto, de amplios hombros, se acercó con un pavoneo decidido y observó su cuerpo azotado, lamiéndose los labios.

– ¿Te gusta lo que ves? -exigió Stavros-. Mi pequeña mujerzuela tiene una buena boca. Te dije que te debía un favor. Si quieres utilizar esta boquita, es toda tuya.

– Demonios, sí -respondió el hombre.

Algo terrible iba a ocurrir aquí. Elle quiso cerrar los ojos, pero la aterraba hacerlo. Tal vez si reunía suficiente de la energía violenta que rodaba por la habitación, podría o liberarse o matarse a sí misma. Era lo único que le quedaba, porque no iba a pasar por esto.

¡No! No intentarás defenderte, Elle. ¿Me oyes? Haz lo que sea para permanecer viva. Estoy aquí contigo. Sea lo que sea lo que tengas que hacer, hazlo por mí. No estás sola. Permanece viva. Eso es todo lo que importa.

Elle sacudió la cabeza otra vez, sin saber si estaba intentando desalojar a Jackson para ahorrarle lo que fuera que se avecinaba, o se estaba negando a sus demandas. La tormenta se abalanzó sobre la casa, imparable y tan viciosa como los hombres que estaban en la habitación con ella. Jackson. Intentando entrar. No podía salvarla, ni ahora… ni nunca.

Eso no es cierto, nena. Te juro que voy a por ti. Te sacaré de ahí. Te lo juro por cada una de nuestras hijas. Nuestras hijas. Iré a por ti.

Stavros rodeó su cuerpo estremecido, de repente le tiró de la cabeza hacia atrás y aplastó su boca contra la de ella, mordiéndole los labios. De nuevo ella sintió la reacción de Jackson y su creciente furia, su dolor aliviando el de ella y ayudándola a desapegarse de lo que le estaban haciendo. Bruscamente Stavros alzó la cabeza y se limpió la boca, embadurnándose los labios con la sangre de ella.

– Esto me pertenece. Yo digo quien la usa, y nadie más. -Stavros giró la cabeza y miró al hombre que parecía ansioso por participar-. Drako. Ven aquí. ¿Quieres ayudarme a enseñarle a complacerme?

Drako se adelantó con una sonrisa en la cara.

– Me encantará ayudarte.

Stavros atrapó el largo cabello de Elle y le arrastró la cabeza hacia atrás.

– Él va a enseñarte como complacer a un hombre con esa boquita tuya.

En el momento en que le soltó el cabello, ella sacudió la cabeza e intentó patear a Drako cuando se aproximó.

– No lo haré, Stavros. -Se negaba a reconocer al otro hombre, se negaba a mirarlo.

La malevolencia creció en la habitación. Fuera, la furia de la tormenta se incrementó. Podía sentir a Jackson conteniendo el aliento, pero se sentía como si él estuviera abrazándola y eso la hizo apretar los dedos con fuerza alrededor de la cuerda.

– Harás lo que yo te diga que hagas -dijo Stavros. Bajó las cuerdas hasta que Elle quedó de rodillas, todavía sacudiendo la cabeza violentamente.

Drako le sonrió ampliamente.

– Tal vez debería utilizar ese látigo primero, enseñarle modales, jefe.

Parecía ansioso por hacerle daño.

– Empuja tu polla en su garganta y muéstrale lo que es un hombre -exclamó Stavros.

Elle se volvió loca, luchando por liberarse mientras Drako se aproximaba. Stavros se colocó muy cerca, abrumándola, atrapándole las piernas con las suyas, con una mano en el cabello, obligándole a echar la cabeza hacia atrás, con la otra mano en su espalda.

El corazón de Elle palpitaba de miedo.

– ¿Por qué haces esto? -siseó las palabras entre los dientes apretados, manteniendo la mirada de Stavros. No había ninguna piedad allí, ninguna en absoluto, solo un deseo de poder.

Los dedos de Drako le pellizcaron la nariz, evitando que cogiera aliento. El viento aullaba fuera y golpeaba la ventana. Elle luchó contra la necesidad de respirar, le ardían los pulmones, su corazón atronaba. Drako era implacable y Stavros simplemente esperaba hasta que la supervivencia tomara el control. No lo haría. No lo haría. Prefería morir. Utilizaría la tormenta y dejaría que le friera el cerebro, el más mínimo cortocircuito sería suficiente para acabar con la realidad. Sería un vegetal, entonces no importaría lo que Stavros la obligara a hacer.

¡No! Haz lo que sea por sobrevivir, Elle. ¿Me oyes? Por favor, nena. Oh, Dios, Elle. Ellos no valen tu vida. Me quedaré contigo, aquí mismo en tu mente. Piérdete en mí. Nena, por favor no les dejes apartarte de mí. Ámame lo bastante como para vivir.

Casi podía verle, las lágrimas en su cara, en su voz y mente, la frente presionada contra el mosaico de azulejos de sus ancestros. Las voces de sus hermanas alzándose alrededor de él, tenía que ser de ese modo, sosteniendo el puente, manteniéndolo fuerte, sin saber de su destino y que Dios la ayudara, tenía que seguir siendo así, porque nunca podría vivir sabiendo que ellas sabían lo que estos hombres le estaban haciendo.

Su aire se desvanecía. Se acababa. Tenía que tomar una decisión. Vivir o morir. Someterse al horror de esta degradación o matarse.

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