Kelley Armstrong - Algo más que magia

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Brujas, hechiceros, vampiros… Descendientes de una antigua raza que lucha por su supervivencia en un mundo hostil.
Cuando a Paige Winterbourne la obligan a renunciar a su cargo de Líder del Aquelarre Norteamericano de Brujas, lo único que quiere hacer es alejarse del mundanal ruido durante una buena temporada y pensar en la posibilidad de formar un aquelarre alternativo con sus seguidoras. Pero, claro está, el destino tiene otros planes para ella.
Un psicópata con poderes sobrehumanos e imparables deseos de venganza anda suelto. Al enterarse de que las víctimas del despiadado asesino son adolescentes, Paige decide involucrarse en la investigación junto con Lucas Cortez, el más joven de la súper poderosa Camarilla Cortez.
Deseosa de proteger a aquellos que ama, Paige se introduce en un mundo de arrogantes hechiceros, nigromantes borrachuzos, dioses druidas con mal genio y turbadores vampiros enfundados en cuero que gustan de celebrar espeluznantes orgías de sangre.

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– Buena idea.

Lucas llamó. Jaime estaba todavía en la cama, pero una vez que se hubo despertado lo suficiente como para comprender lo que se le pedía, aceptó hablar con Faye. Si lo que ella le decía resultaba importante, me llamaría enseguida. De modo que Lucas apagó su móvil, yo puse el mío para que vibrara, y entramos en el hotel.

* * *

– Sí, cómo no -dijo el joven empleado del mostrador, moviendo la cabeza mientras miraba la foto que Lucas le mostraba-. Habitación trescientos diecisiete. Es él.

– ¿Aún sigue aquí?

– Sí.

– ¿Ha ido a alguna parte esta mañana?

– No por esta salida. -Miró su reloj-. Y no tan temprano. Por lo general sale alrededor del mediodía, y vuelve después de mi turno.

Lucas anotó un número de teléfono.

– Si baja, espere hasta que se haya marchado, y entonces llámeme inmediatamente a este número. Pero solamente después de que se haya marchado. No haga nada que pueda resultarle sospechoso.

– Por supuesto. -La cabeza del muchacho se sacudía de arriba abajo-. Por supuesto.

* * *

Lucas se acercó a las puertas delanteras, serio.

– ¿No es hora de llamar al equipo de asalto? -pregunté.

– Me temo que tenemos una preocupación más inmediata. En este mismo momento el empleado está llamando por teléfono a Edward, advirtiéndole de que estamos aquí.

– ¿Qué?

Lucas dio la vuelta a la esquina del edificio, caminando tan rápido que tuve que trotar para mantenerme a su lado.

– Le dije que éramos de la agencia nacional de seguridad, y que necesitábamos encontrar a ese hombre inmediatamente. Lo primero que debería haber pensado, dado el clima que se vive actualmente, es «terrorista» pero no hizo ninguna pregunta, aun después de que yo le dijera que no despertase las sospechas del hombre, dando a entender que es peligroso. Nos dice lo que queremos saber y nos saca del lugar con rapidez para poder llamar a Edward, y recibir cualquier recompensa que Edward le habrá ofrecido por advertirlo de cualquier peligro.

– Y una vez que Edward recibe esa llamada, coge sus cosas y escapa.

– Precisamente. Ahora… -Se detuvo a mitad de camino entre el frente del hotel y la puerta lateral-. Quiero que te quedes aquí. Que lances un hechizo de ocultamiento. Si sale, no hagas nada. Déjalo ir, pero observa hacia dónde se dirige, y entonces avisame. Estaré cerca, vigilando esa puerta.

Moví la cabeza diciéndole que sí, pero Lucas ya había echado a correr, dirigiéndose hacia la parte de atrás del hotel. Me quedé de pie apoyada en la pared opuesta a la del hotel, y me escondí tras un hechizo de ocultamiento.

Menos de dos minutos después, la puerta lateral se abrió. Salió un hombre. Llevaba una cazadora que le quedaba más bien grande, pantalones de jogging, gafas de sol y una gorra deportiva bien encajada en la cabeza, pero nada de todo eso dejaba duda alguna de que era el hombre de la fotografía: Edward.

Edward salió y miró en ambas direcciones. Cuando su mirada me pasó por encima, resistí la urgencia de respirar, y me mantuve totalmente inmóvil. Cerró la puerta con cuidado. Puso entonces su mochila en el suelo, se inclinó y la abrió. Mientras estaba allí inclinado, no pude evitar pensar qué fácil habría sido atraparlo con un hechizo de inmovilización. Lo único que habría tenido que hacer era romper el ocultamiento por un segundo y…, Edward sacó de la mochila una pistola y mi idea se desvaneció a mitad de camino.

Manipuló nerviosamente la pistola, la puso después en el bolsillo de su cazadora, se colocó la mochila en la espalda y se dirigió hacia la parte trasera del edificio. ¡Maldita sea! Si Lucas y yo hubiésemos practicado más mi hechizo de comunicación a larga distancia, habría podido advertirlo. Estaría ocultándose, pero no bajo un hechizo de ocultamiento, puesto que todavía no sabía lanzarlo con seguridad. Me dije que Lucas tenía suficiente criterio como para no salir de su escondite en el momento en que oyese a alguien. Aunque lo más seguro era que no oyese a Edward. El hombre caminaba sobre los cantos rodados como si éstos fueran un colchón de espuma, sin que una sola piedra hiciera ruido bajo sus pies. Caminaba por las sombras, mirando por encima del hombro cada tres o cuatro pasos. Justo antes de alcanzar el fondo del edificio, miró hacia la izquierda y pareció atravesar caminando la pared en que yo me apoyaba.

Conté hasta tres, y entonces rompí el ocultamiento y me incliné para ver que un poco más allá había un callejón que salía de aquél en el que yo me hallaba. Di un paso cauteloso. El ruido de los cantos rodados bajo mis pies resonó como un trueno. Volví a echar rápidamente mi hechizo de ocultamiento, pero Edward no se volvió. Volví a romper el ocultamiento. Otra vez di un único paso. Otra vez resonaron los cantos rodados bajo mi pie. La cosa no funcionaba. Tras pensar un momento, lancé una bola de luz y la envié por el callejón, rezando para que Edward no eligiera ese mismo momento para mirar hacia atrás. Cuando Lucas vio la bola, se asomó por la esquina del edificio detrás de la cual estaba oculto. Le indiqué con la mano el callejón lateral. Dijo que sí con la cabeza, cruzó corriendo la calle, apretándose contra la pared más alejada. Luego, avanzó lentamente hasta la entrada del callejón y miró. Se inclinó hacia atrás y me indicó con la mano que me acercara.

Cuando llegué al callejón, estaba vacío. Lucas me indicó con un movimiento que Edward se había ocultado en un pasillo que estaba más lejos.

– Tiene una pistola -le dije moviendo los labios pero sin emitir sonido, al tiempo que, con la mano, hacía el gesto con el que se imita una pistola.

Lucas me dijo con un gesto que me había entendido, y nos lanzamos en persecución de Edward.

El blanco

Corrimos a lo largo del pasaje, y después espiamos el callejón que lo cruzaba y que Edward había tomado. Desembocaba en una calle. Edward subió a la vereda y giró a la derecha. Nos apresuramos para llegar al final de la callejuela y nos asomamos. Edward estaba parado en el bordillo de una calle con mucho tráfico, como si estuviese considerando la posibilidad de cruzarla corriendo entre los vehículos. Lucas me indicó que me colocara en una posición en la que pudiera ver mejor y lanzara un hechizo de ocultamiento. Lo hice. Tras permanecer un momento de pie en el bordillo de la acera, Edward dio media vuelta y se dirigió hacia la izquierda siguiendo por la acera. En el primer semáforo, se unió a un grupo de gente y esperó, balanceándose sobre los talones. Cuando cambiaron las luces, cruzó deslizándose entre los otros peatones, y enseguida entró corriendo en la primera puerta que había del otro lado de la calle.

Rompí el ocultamiento.

– Ha entrado en una cafetería -dije-. ¿Esperando mejor ocasión?

– Tal vez. Voy a echar un vistazo. Una vez que compruebe que está allí, llamaré para pedir apoyo. Es mejor que no tratemos de capturarlo nosotros solos, y menos si tiene un arma.

– Pero está en un lugar público. No se atrevería a disparar…

– ¿Estás segura?

– Tienes razón. Pero en ese caso, tampoco estoy segura de querer que tú mires por la ventana. Necesitamos un hechizo. ¿Qué te parece el hechizo de fascinación? El que utilizaste con Savannah, para que pareciera que yo era Eve.

– Sólo funciona si el que está mirando quiere ver, o espera ver, a otra persona. No sé cuánta información le habrá dado a Edward ese empleado de la recepción, pero sospecho que sabe de quiénes tiene que cuidarse. Me parece que no nos queda más que la elección más obvia y menos satisfactoria. Que me arme de un buen hechizo, me introduzca allí y espere lo mejor.

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