– Dos palabras: psicoterapia profunda.
Me sonreí.
– Bueno, vamos a medias, y para Navidad le mandamos de regalo un certificado sobre su estado de salud.
Elena estaba a punto de responder cuando se abrió la puerta. Entró Savannah, llevando en una mano mi tarjeta llave y en la otra una taza humeante. Estaba segura de que fuera lo que fuese lo que hubiera en esa taza, no era chocolate caliente, y probablemente tampoco café descafeinado, pero no dije nada. Dudaba de que Clay comprendiera que Savannah era demasiado pequeña para tomar café. Confiaba en que Elena interviniese cuando llegara el turno del vino y del whisky.
Savannah mantuvo la puerta abierta para que pasara Clay, que entró con tres tazas.
– ¡Qué rapidez! -exclamó Elena-. Demasiada. ¿Qué habéis hecho? ¿Echar una carrera? ¿O habéis ido en coche?
– Estaba muy cerquita.
– Ajá.
– Tiene razón -dijo Savannah-. Estaba más cerca de lo que creía Paige, pero nosotros os dejamos con vuestras bebidas y nos vamos a ver los embarcaderos mientras habláis.
Elena le echó una mirada a Clay, tensa, como esperando que se la rebatiera. Cuando él abrió la boca, los dedos de Elena apretaron el almohadón del sofá.
– Antes vamos a llevar tu maleta al automóvil -dijo Clay a Savannah. Se dirigió después a Elena y le entregó su taza de café-. Cuando hayas terminado, baja y búscanos.
Ella le sonrió.
– Gracias. No tardaré.
Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza y me entregó una taza.
– Té -dijo, y miró luego a Savannah-. ¿Correcto?
– Chai -respondió ella.
Tomé la taza al tiempo que le daba las gracias, la dejé sobre la mesa y ayudé a Savannah a prepararse.
Una conjunción de circunstancias
Savannah ya estaba lista, como ella misma había dicho, pero yo no iba a dejarla ir sin unas cuantas instrucciones, la mayoría de las cuales eran meras variantes de «pórtate bien» y «ten cuidado».
Dejar a Savannah con alguien, incluso con personas que yo sabía que la protegerían aun a riesgo de sus vidas, no me resultaba fácil. Pero Elena facilitó las cosas conviniendo en que estableceríamos un horario de control telefónico a las once de la mañana y a las once de la noche. Si cualquiera de nosotras fuera a estar ocupada en el horario establecido, avisaríamos a la otra, de modo que ninguna quedara preocupándose por una llamada no hecha o no respondida. Sí, eso parecía rozar lo obsesivo compulsivo, pero ni Elena ni Clay me hicieron sentir que mi reacción era excesiva, algo que aprecié sinceramente.
Lo preparé todo para que yo bajara con Elena y los viera partir, con el propósito de que Savannah y yo no tuviéramos que vernos envueltas en complicados adioses. Cuando la puerta se cerró detrás de Clay y Savannah, me volví hacia Elena.
– Clay es realmente bueno con Savannah -dije.
– Ajá.
– ¿A ti no te lo parece?
Se dejó caer en el sofá.
– Estoy esperando la segunda parte de ese comentario.
– ¿Te refieres a la parte de: «¿Sabes?, seguro que sería un buen…».
Levantó una mano para detenerme.
– Sí, a esa parte.
Me reí y me dejé caer en la silla.
– ¿Se ha progresado algo en ese frente?
– Ha pasado de insinuaciones disfrazadas de bromas a insinuaciones propiamente dichas. Así se pasó un año, de modo que me imagino que tendrá que pasar otro antes de que él insista en hablarlo abiertamente. Es muy considerado respecto a ese tema: se toma su tiempo y deja que me acostumbre poco a poco a la idea antes de lanzar la pregunta.
– Sabe que no estás lista.
– El problema consiste en que no estoy segura de que llegue a estarlo alguna vez. Quiero tener hijos. Realmente lo quiero. Siempre supuse que me haría mayor, me casaría con un buen tipo, viviría en un barrio agradable y llenaría la casa de niños. Pero con Clay, bueno, siempre he pensado que una vida con él significaba renunciar a todo eso. Incluso a la parte de «hacerme mayor».
– Un precio demasiado alto.
– Creo que sí.
Sonrió y estiró las piernas en el sofá.
– Y los hijos…, bueno, son un paso muy grande, y no sólo por las razones normales. Clay sabe que no salgo a ningún lado, de modo que no es una cuestión de compromiso y dedicación. El problema reside en lo de ser medio lobos. ¿Tener un bebé en esas condiciones? Nunca ha ocurrido. Quién sabe qué… -Se friccionó los antebrazos con las manos-. Bueno, simplemente no estoy preparada, y en este momento no tengo tiempo para preocuparme de eso, y menos con todos estos problemas de reclutamiento.
Dejé mi Chai encima de la mesa.
– Es verdad. Has conocido a ese nuevo recluta esta semana, ¿Qué… tal…
Dos golpes a la puerta me interrumpieron.
– Me parece que Clay está empezando a ponerse nervioso -dije-. Por lo menos lo ha intentado.
Elena negó con la cabeza.
– Ése es un golpe a la puerta demasiado cortés para ser de Clay.
– Y es la otra puerta -dije, siguiendo el sonido-. Es nuestro guardaespaldas.
Elena rió. Abrí la puerta que unía las dos suites y ella vio a Troy.
– Mierda -murmuró-. No era broma.
– Acabo de ver que llegaba el coche del señor Cortez -dijo Troy-. Pensé que te agradaría que te lo advirtiera. Me pareció haber oído… -se asomó a la habitación y vio a Elena-… voces. Hola.
Se inclinó un poco más para ver mejor, y fue obvio que no iba a irse a ningún lado sin que mediara una presentación.
– Troy, Elena; Elena, Troy Morgan, el guardaespaldas de Benicio, temporalmente en préstamo.
Elena se puso de pie y extendió la mano. Troy casi tropezó para estrechársela. Como ocurría normalmente, no creo que Elena advirtiese la atención de que estaba siendo objeto, y ciertamente no la devolvió.
– ¿Eres… amiga de Paige? -preguntó.
– Y compañera del mismo Consejo -dije-. Está de paso y ha hecho un alto para hacerme una visita… con su marido.
– Mari… -Miró la mano de Elena y vio el anillo de compromiso-. Oh. -Retrocedió, a regañadientes-. El Consejo Interracial, ¿no? Así que eres una sobrenatural. Déjame adivinar…
– Discúlpame -dije-. Pero si Benicio sube será mejor dejar que Elena se vaya.
Se oyó otro golpe a la puerta, esta vez desde el vestíbulo.
– Ven -le dijo Troy a Elena-. Saldremos por mi habitación.
– Despídeme de Savannah -le pedí-. Te llamaré esta noche.
Elena se dejó conducir por Troy a la habitación. Esperé un momento y luego abrí la puerta del vestíbulo e invité a Benicio a entrar. Su nuevo guardaespaldas se quedó en el pasillo. Antes de que yo hubiese llegado a cerrar esa puerta, la que comunicaba ambas habitaciones volvió a abrirse y Elena asomó la cabeza. Señaló hacia el vestíbulo diciendo con los labios la palabra «guardia». Con toda discreción le hice una seña para que entrase. Era preferible que ella saliese por la puerta principal y despertase alguna mínima sospecha en Benicio que permitir que el guardia la viera salir subrepticiamente de la habitación de Troy y suscitar en Benicio sospechas mayores. Yo dudaba de que Troy tuviera mujeres que pasaran con él la noche mientras estaba de servicio.
– ¿Está Savannah aquí? -preguntó Benicio mirando a su alrededor. Entonces reparó en Elena.
– Ella ya se marchaba -afirmé.
Elena pasó junto a Benicio con una breve sonrisa y una inclinación de cabeza. Mantuve la puerta abierta, luego la cerré tras ella y me volví hacia Benicio.
– Veamos, ¿dónde estábamos? -pregunté-. Ah, me ha traído los archivos. Gracias.
Cogí los archivos. Benicio dirigió la vista a la puerta del dormitorio semiabierta, tratando de ver por ella.
– ¿Está Savannah…
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