– ¿Dónde está Clay? -pregunté-. ¿Esperando en el coche? ¿Para, de ese modo, no tener que saludarme?
– Hola, Paige -me llegó un acento sureño desde la sala.
– Hola, Clayton.
Asomé la cabeza por la puerta del dormitorio. El compañero de Elena, Clayton Danvers, estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a mí, y seguro que el gesto no era inconsciente. Como Elena, Clay era rubio, de ojos azules y de constitución robusta. Al igual que Elena, Clay tenía esa belleza que hace que se pare el tráfico…, y todo el encanto de una víbora.
La primera vez que nos vimos, Clay me tiró una bolsa que contenía una cabeza humana, y desde aquel momento las cosas no hicieron sino empeorar. Yo no lo entiendo a él, él no me entiende a mí, y lo único que tenemos en común es Elena, lo cual provoca más problemas de los que resuelve.
Finalmente se dignó mirarme a la cara.
– ¿Has dicho que Lucas no está aquí?
– Tuvo que regresar a Chicago por el caso que lleva en los tribunales.
Clay asintió con la cabeza, claramente decepcionado. Podría argumentarse que esperaba encontrarse con alguien con quien conversar para evitar tener que hacerlo conmigo, pero la verdad era que a Clay parecía gustarle Lucas realmente, cosa que me provocaba sumo disgusto. No porque Lucas no fuera una persona capaz de inspirar simpatía. Sino porque a Clay, bueno, a Clay no le gustaba mucho nadie. Su reacción habitual hacia cualquiera que no perteneciera a su Grupo iba desde la semitolerancia a la aversión manifiesta. Yo había caído en el extremo más remoto posible de la escala, aunque poco a poco me iba alejando del límite.
– ¿Estás lista? -preguntó Clay, mirando a Elena, que estaba detrás de mí.
– Acabo de llegar -respondió ella.
– Tenemos un largo viaje…
– Y todo el tiempo del mundo para hacerlo. -Elena salió del dormitorio y me miró-. Hemos alquilado un coche, de modo que podremos volver a Nueva York en automóvil, tomarnos nuestro tiempo, contemplar el paisaje, convertir el viaje en unas vacaciones. Si alguien está detrás de Savannah, Jeremy pensó que sería prudente que nos moviéramos de un lado a otro durante unos días en lugar de volver volando a casa.
– Buena idea. Dale las gracias de mi parte.
Sonrió.
– Tenernos fuera de su vista durante unos días es todo el agradecimiento que necesita.
– ¿Podemos hacer una parada en Orlando?
– ¿Quieres ir a Disney World? -preguntó Elena.
Savannah levantó los ojos al cielo.
– ¡Ni hablar!
Le dije algo con los labios a Elena. Ella sonrió.
– Ah, a los estudios Universal, entonces. Perdón. Yo creía que Disney World era una buena idea, pero podríamos ir a los estudios Universal, si a Paige le parece bien.
– Pasadlo bien -dije-. He transferido dinero a la cuenta de Savannah, de modo que aseguraos de que pague sus gastos.
Por el movimiento de cabeza de Elena, supe que el dinero de Savannah no se gastaría en ninguna cosa que no fuera comida basura y souvenirs, tal como ocurrió cuando le di dinero para la semana que pasó con ellos en verano.
Supe que no tenía que discutir. Su Alfa, Jeremy Danvers, estaba en muy buena posición, y los tres compartían todo, incluyendo las cuentas bancarias. Si yo insistía en pagar, estaría insultando a Jeremy. Si él se daba el gusto de obrar a su manera, Savannah no usaría su propio dinero ni siquiera para golosinas y camisetas.
– ¿Ya tienes lista la mochila? -le preguntó Clay a Savannah.
– No he llegado a deshacerla.
– Bueno. Cógela y nos vamos.
– Que tengáis buen viaje, vosotros dos -dijo Elena, echándose en el sofá-. Yo he venido a ver a Paige.
Clay hizo un ruido con la garganta.
– Deja de gruñir -dijo Elena-. Ya que estoy aquí, quiero pasar un rato con Paige antes de que nos vayamos. A menos que prefiráis me quede aquí. ¿Sabéis? Puede que no sea mala idea. Podría quedarme, ayudarla…
– No.
– ¿Es una orden?
– Savannah -interrumpí-, hay un Starbucks a unas calles de distancia. ¿Por qué no le muestras a Clay donde está, y nos traéis unos cafés? -Miré a Clay-. Para cuando volváis, probablemente sea ya hora de iros. Benicio vendrá enseguida, y dio a entender que se llevaría a Savannah para protegerla, así que preferiría que no estuviese aquí cuando él llegue.
Clay dijo que sí con la cabeza, caminó hasta la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Savannah. Cuando se cerró tras ellos, Elena me miró.
– Ya veo que, desde que vives con Lucas, estás aprendiendo a hacer de intermediaria. Lamento lo ocurrido. Sé que tienes cosas mejores que hacer que oírnos discutir. -Movió la cabeza de un lado al otro-. Hemos llegado a acuerdos sobre muchas cosas, pero todavía tiene problemas con la idea de que necesito guardarme un rincón de mi vida para mí misma, un rincón que no lo incluye a él.
Me senté en la silla que estaba frente a ella.
– No le agrado. Y lo entiendo.
– No, no eres tú. -Captó mi mirada escéptica-. En serio. Sencillamente, no le gusta que tenga amigos. Vaya, eso no suena nada bien, ¿verdad? A veces me oigo decir esas cosas, que tienen perfecto sentido para mí, y pienso cómo deben de sonar en oídos ajenos… -se interrumpió-. Bueno, háblame de este caso.
– ¡Caray! ¡Menuda manera de cambiar de tema!
Elena se echó a reír.
– Ha sido muy evidente, ¿no?
– En lo que se refiere a que Clay no quiere que tengas amigos, sé que él es así, y sé por qué, de modo que no tienes que preocuparte por eso. No voy a mandarte emails con folletos sobre refugios para mujeres. Reconozco que hubo un tiempo en que estaba un poco preocupada. No es que pensara que pudiera maltratarte, ni nada de eso, pero es que… se preocupa en extremo…
– Hasta la obsesión.
– No quería decirlo.
Se rió y se recostó en el sofá, con los pies sobre la mesa de centro.
– No te preocupes, yo lo digo constantemente. Por lo general, se lo digo a él. A veces hasta se lo grito. En algunas ocasiones, acompañado de un objeto volador. Pero estamos trabajando en el tema. Va aprendiendo a dejarme un poco de espacio, y yo a que él nunca va a sentirse contento con esa situación. ¡Ah! Le conté esa idea que teníamos de ir a esquiar este invierno. Explotó. Entonces le aclaré que la idea era ir los cuatro, no sólo tú y yo, y se tranquilizó, e incluso dijo que le parecía bien. Ésa es la forma, me parece. Sugerir algo que le parezca inadmisible, y ofrecer después una alternativa menos dolorosa.
– Si eso no funciona, recuérdale, la próxima vez que discutáis sobre mí, que podrías hacerte amiga de Cassandra.
Elena contuvo una risa.
– ¡Oh, eso sí que le daría miedo…! Aunque probablemente no me creería. Hablando de creer, ¿me creerías si te dijera que ella me sigue llamando?
– ¿En serio?
– De algún modo ha conseguido el número de mi móvil.
– Yo no…
– Ya sé que tú no, y por eso no te lo pregunté. El problema reside en que ahora tengo que hablar con ella, por lo menos para decirle que no quiero hablar con ella. Cuando llamaba al teléfono de casa, Jeremy le decía que yo no estaba y Clay…, bueno, Clay nunca la dejaba pasar del «hola». -Elena bajó los pies de la mesa y se giró para sentarse en el otro extremo del sofá, frente a mí-. Odio tener que reconocerlo, pero estoy harta. Quiero decir, no puede querer que seamos amigas, no después de lo que hizo, así que ¿qué es lo que de verdad quiere?
– ¿Quieres que te sea sincera? Lo más seguro es que no tenga ningún otro motivo. Pienso que realmente quiere conocerte mejor, y no ve conflicto alguno entre eso y tratar de robarte a tu amante o convencer al Consejo de que te dé por muerta. -Me encogí de hombros-. Es una mujer vampiro. Son diferentes. ¿Qué te puedo decir?
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