– No lo lamentes. Si no lo hubieses dicho tú, lo habría dicho yo. Conseguiste tranquilizarlo. Eso era lo que necesitaba. En cuanto a hacer la investigación, no será necesario. Mi padre pedirá una investigación, aunque sólo sea para darles a sus empleados la seguridad de que la Camarilla actúa.
* * *
Esta vez, cuando Troy examinó nuestra habitación, encontró a alguien allí. Era Benicio. Lucas echó una mirada a la habitación y se hundió en un sillón, como si la tensión de la noche se le hubiera venido encima de repente.
– ¿Minibar? -pregunté en voz baja.
– Por favor.
Benicio y yo intercambiamos saludos con la cabeza y pasé a su lado camino del minibar. Saqué dos vasos, me detuve y me volví hacia Benicio.
– ¿Quiere tomar algo?
– Agua estaría bien -respondió-. Gracias, Paige.
Me puse a preparar las bebidas mientras los dos hombres hablaban detrás de mí.
– Quiero agradeceros que os unierais a la búsqueda -dijo Benicio-. Significó mucho para todos que hubiera alguien de la familia prestando ayuda.
– Sí, bueno, muchas gracias. Ha sido una noche muy larga. Quizás…
– Tus hermanos no acudieron ni con una orden directa, menos aún voluntariamente. Piensan que el liderazgo se ejerce estando en la oficina todos los días, emitiendo órdenes y firmando papeles. No tienen ninguna idea de lo que esperan los empleados, de lo que necesitan.
Observé con disimulo a Lucas. Allí estaba, con la expresión dolorida de un niño forzado a sentarse y escuchar por enésima vez el discurso favorito de su padre.
– Estoy seguro de que Héctor habría ido.
Benicio resopló.
– Por supuesto que Héctor habría ido. Lo habría hecho porque sabe que yo lo habría querido. Él mismo habría matado al chico, si hubiera pensado que con ello se ganaría mi favor.
Lucas hizo un gesto de disgusto. Le alcancé un whisky solo. Me dio las gracias. Le di a Benicio su agua antes de continuar.
– Hemos tenido más pruebas de que hay un patrón en todo lo que está sucediendo. A un vicepresidente de la St. Cloud le llegaron noticias de nuestro problema, cosa que provocó una llamada de Lionel. Una de las hijas de su nigromante, que vivía con unos parientes tras cierto problema familiar, fue atacada el sábado pasado, la noche anterior a que agredieran a Dana.
– ¿Se encuentra bien? -pregunté.
Benicio negó con la cabeza.
– Como Jacob, se las arregló para llamar a su línea de emergencia diciendo que la estaban siguiendo, pero cuando la encontraron estaba muerta. He llamado a Thomas Nast y a Guy Boyd para preguntarles si saben de algún ataque a los hijos de sus empleados. Thomas respondió vacilante que han tenido dos incidentes, pero no quiso dar detalles por teléfono. Las camarillas se reúnen mañana en Miami para intercambiar información.
– Supongo que van a realizar una investigación conjunta -dijo Lucas.
– Sí, y ésa es la razón por la cual te pido que reconsideres tu decisión.
– ¿Reconsiderar? -pregunté yo-. Si las camarillas están investigando, usted no nos necesita.
– No. Si las camarillas están investigando conjuntamente, necesito vuestra ayuda más que nunca. Como Lucas puede explicarte, una operación intracamarilla…
Lucas levantó una mano.
– Estamos cansados, papá -dijo con tono conciliador-. Ha sido una noche muy larga. Comprendo tu preocupación y coincido en que, efectivamente, es una preocupación. ¿Puedo pedirte, no obstante, que me dejes explicarle la situación a Paige esta noche, tratemos de dormir un poco y luego lo discutamos contigo durante el desayuno?
– Sí, por supuesto -contestó Benicio-. ¿A qué hora tienes que estar en el tribunal mañana?
– A mediodía.
– Entonces, desayunemos a las ocho, en lugar de a las siete, para que podáis dormir un poco más. Dispondré que os lleven a Chicago en jet inmediatamente después.
Lucas vaciló, y luego asintió.
– Gracias.
Después se dirigió hacia la puerta.
– Una última cosa -dijo Benicio.
Lucas se detuvo, mirando todavía la puerta, con una mano en el picaporte y los labios separados en un suspiro silencioso.
– ¿Sí, papá?
– A la vista de esta última tragedia, pienso que debemos suponer que el propósito del asesino es el de dañar a las camarillas donde menos lo esperan y donde más les duela. Siendo así, debemos suponer que su mayor trofeo sería tener en el punto de mira a un miembro de la familia de un CEO.
– Sí, por supuesto, pero podemos discutir esto…
– No estoy hablando por hablar, Lucas. Saco esto a colación porque es obvio que os afecta tanto a ti como a Paige, y debes tenerlo en cuenta.
– Va a por adolescentes. Yo no soy ningún adolesc…
– No me refiero a ti. Este asesino es lo suficientemente inteligente como para atacar en los márgenes, para arrancar del rebaño a los más vulnerables, a esos chicos que están más alejados de la protección de la camarilla. Si quisiera un adolescente de la familia inmediata del CEO, sólo hay uno que no vive con una camarilla y que no está bajo protección las veinticuatro horas del día.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamé-. Savannah.
La chica que más peligro corre en el mundo
Unos meses antes, cuando Kristof Nast reclamó legalmente la custodia de Savannah, lo hizo sosteniendo que era su padre. Al principio, no le creí. Savannah, hija de una mujer de reconocido poder que era bruja y semidemonio a un tiempo, ya daba muestras de igualar o sobrepasar los poderes de su madre, y como tal habría sido una magnífica adquisición para cualquier camarilla.
En cuanto a que Kristof fuera su padre, era absurdo, ninguna bruja se habría involucrado nunca con un hechicero, y mucho menos con uno de alto rango en una camarilla. Después, conocí a Kristof en persona, y al ver en él los ojos de Savannah que miraban a los míos, supe que no había dudas respecto a su paternidad.
Si a pesar de todo yo hubiese seguido con mis dudas, sus actos probaban que no estaba tratando de reclutar a una posible empleada. Kristof había hecho algo más que intentar secuestrar a Savannah. Había puesto todos sus esfuerzos en conseguir la custodia, y había muerto tratando de evitar que Savannah se hiciese daño a sí misma. Un hechicero como Kristof Nast nunca habría hecho eso por una bruja que no fuese su hija.
Esta historia había sido la comidilla de los chismosos de las camarillas durante los últimos meses. Cualquiera que estuviese detrás de los hijos de las camarillas conocería a Savannah. Sabrían también que, a diferencia de cualquier otro hijo o nieto de un CEO de una camarilla, no era conducida a una escuela privada y traída de vuelta en un automóvil blindado lleno de guardaespaldas semidemonios. Ella nos tenía sólo a Lucas y a mí y, en este momento, ni siquiera nos tenía a nosotros.
* * *
He de decir, con cierto orgullo, que no me entró el pánico. Cierto es que pasé por unos breves momentos de palpitaciones cardíacas y respiración acelerada, pero me las arreglé para recuperarme antes de llegar a la fase de ansiedad clínica.
Lucas y su padre emplearon tan sólo unos minutos para elaborar un plan que me impidió salir corriendo por la puerta y coger el siguiente vuelo a casa. Benicio ya había enviado a Portland el jet de la Corporación. En el momento en que mencionó el peligro que Savannah podía correr, unos guardias de la Camarilla iban ya de camino para recogerla. Reconoceré que por un instante pensé con ansiedad: «¿Y qué ocurriría si todo esto no fuese más que un montaje para quedarse con Savannah?», pero logré tranquilizarme antes de que salieran de mi boca acusaciones descomedidas. Lucas confiaba en que su padre traería a Savannah a Miami, de modo que yo confié en Lucas.
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