Dudé antes de entrar, produje una bola de fuego y luego la desplacé hacia la entrada, donde iluminaría la habitación interior. Crucé el umbral. La habitación estaba vacía, salvo por un montón de harapos que se veía en un rincón. La presencia que yo percibía venía de ese rincón, de algún lugar bajo los harapos. Cuando acerqué la bola de luz, vi que no eran harapos, sino una manta sucia y apolillada. De ella sobresalía una zapatilla de tobillo alto que llevaba el ubicuo signo de Nike.
Me apresuré a cruzar la habitación, me puse de rodillas y tiré de la manta. Allí yacía un hombre, encogido en posición fetal. Toqué su brazo desnudo. Frío. Muerto. La presencia se había debilitado aún más desde que la detecté por primera vez. Se había ido disipando a medida que desaparecían los últimos signos de calor corporal. Me inundó una tremenda tristeza, y un alivio no exento de culpabilidad al ver que esa persona no era el muchacho que yo buscaba.
Me eché hacia atrás. Al hacerlo, mi sombra se apartó del rostro del hombre y advertí que no era de ningún modo un hombre. El tamaño me había engañado, pero ahora, al ver los rasgos suaves y los ojos asustados, supe que estaba viendo al hijo de Griffin.
Rápidamente le toqué el cuello, para comprobar si había señales de vida, pero era consciente de que no iba a encontrar ninguna. Lo puse boca arriba para verificar si su corazón latía. Cuando le separé los brazos del pecho, contuve la respiración al ver que tenía la camiseta ensangrentada y desgarrada por las puñaladas.
– ¡Paige! -llamó Lucas desde algún lugar del exterior.
– ¡Aquí! -La voz me salió entrecortada. Tragué saliva y lo intenté de nuevo-. ¡Aquí adentro!
Me puse de pie, volví a ver la camiseta ensangrentada de Jacob y me incliné para cubrirlo con la manta. Sus ojos, muy abiertos, parecían clavados en los míos. Mucha gente creía que se podía ver el último momento de la vida de un hombre impreso en sus ojos. Miré los de Jacob y efectivamente contemplé ese último momento. Vi un terror impotente e insondable. Me mordí los labios y me obligué a cubrirlo con la manta.
Sentí un ruido a la puerta. Una sombra grande llenaba el marco de la misma.
– Troy -dije-. Bien. No dejes pasar a nadie hasta que hable con Lucas.
El hombre cruzó la habitación de unas zancadas. Aun antes de verle el rostro supe que no era Troy.
– Griffin -dije, saltando hacia atrás para ocultar el cuerpo de Jacob-. Yo… Me tomó por los hombros y me apartó violentamente de su camino. Me di contra el suelo. Por un momento, permanecí allí, aturdida. Ese momento fue lo suficientemente largo como para que Griffin se arrodillara ante su hijo y retirara la manta.
Un aullido cortó el aire. Una maldición, un grito, otro aullido. El golpe de un puño contra el ladrillo. Otro. Luego otro. Miré hacia arriba y vi una niebla de polvo de ladrillo y cal y, a través de ella, a Griffin golpeando la pared, y con cada golpe un alarido que no parecía de este mundo.
– ¡Griffin! -grité.
No podía oírme. Lancé un hechizo de paralización, demasiado rápido, y falló. De fuera llegaba el sonido de voces y de personas corriendo, pero pronto el furioso dolor de Griffin lo ahogó. Caía un granizo de ladrillos rotos mezclado con astillas de madera y piedra. Un guijarro me rozó el hombro, mientras el edificio se sacudía bajo la fuerza de los golpes de Griffin.
En unos pocos minutos algo iba a ceder -el techo, una pared, algo-. A través del polvo, veía la puerta abierta, que me llamaba a la seguridad. Pero en lugar de moverme, cerré los ojos, me concentré y lancé nuevamente el hechizo de paralización. A mitad de camino del proceso de encantamiento, un pedazo de ladrillo me golpeó el brazo y estuve a punto de caer hacia atrás. Caía ahora más ladrillo, trozos de mayor tamaño, lo bastante grandes como para hacer daño. Apreté los dientes, cerré los ojos y lancé el hechizo una vez más.
El golpeteo cesó. Mantuve el conjuro durante unos pocos segundos antes de atreverme a abrir los ojos. Cuando lo hice, vi a Griffin, con su puño detenido en el aire. Gruñó entre dientes, refunfuñó, trató de liberarse, pero puse todo cuanto tenía para mantenerlo quieto. Nuestras miradas se encontraron. Sus ojos estaban oscurecidos por la ira y el odio.
– Lo lamento -dije.
Lucas y los demás entraron corriendo en la habitación.
Dos atroces horas más tarde, volvimos al vehículo. Los del equipo médico de emergencia habían llevado el cuerpo de Jacob a la morgue de la Camarilla para que se examinara y se le efectuara una autopsia. Un equipo forense estaba estudiando el lugar del crimen. Varios investigadores peinaban el área en busca de testigos y pistas. Un procedimiento estándar para la investigación de un asesinato. Sin embargo, todos y cada uno de esos profesionales, desde el fiscal hasta el fotógrafo, eran sobrenaturales, y empleados de la Camarilla Cortez.
Ninguno de los hechos vinculados con el crimen llegaría al noticiero de las seis. Las camarillas tenían una ley propia, en el más puro sentido de la expresión. Tenían su propio código legal. Hacían cumplir ese código. Ellas mismas castigaban a los transgresores. Y en el mundo humano, nadie se enteraba.
– ¿Quieres quedarte con Griffin? -pregunté a Troy mientras nos seguía hasta el coche-. Estoy segura de que podríamos conseguir otro guardaespaldas del equipo de seguridad.
Troy movió la cabeza.
– Van a llevar a Griffin con sus hijos. Allí no me necesitan.
Cuando nos acercábamos al coche, Troy alzó la radio. Detrás de nosotros se oyeron fuertes pisadas. Era Griffin.
– Quiero hablar contigo -dijo, acercándose a Lucas.
Troy levantó una mano para detenerlo, pero Lucas le dijo que no con un movimiento de cabeza. Yo preparé de nuevo el hechizo de paralización. Griffin se detuvo a unos centímetros de Lucas, bien sobrepasada la zona en la que la proximidad de otro resulta incómoda. Tanto Troy como yo nos pusimos visiblemente tensos. Lucas no hizo más que levantar los ojos para mirar a Griffin.
– Quiero contratarte -dijo Griffin-. Quiero que encuentres a la persona que ha hecho esto, quienquiera que haya sido.
– La Camarilla va a investigarlo. Mi padre se ocupará de eso.
– A la mierda con la Camarilla.
– Griff -le advirtió Troy.
– Sé lo que digo -respondió Griffin-. A la mierda con la Camarilla. No van a hacer nada hasta que le toque al hijo de algún hechicero. Quiero que tú encuentres a ese hijo de puta y me lo traigas. Lo único que quiero es que me lo traigas.
– Yo…
– Te pagaré. Sea cual fuere el precio de una investigación policial, te pagaré el doble. O el triple. -Levantó el puño para dar énfasis a sus palabras, luego se miró la mano, la metió en el bolsillo y bajó la voz-. Tú dime lo que quieres, que yo te lo conseguiré.
– No es preciso que lo hagas, Griffin. Mi padre ordenará que se abra una investigación, y tiene recursos con los que yo ni siquiera podría soñar.
– Yo soy de clase C. No tengo derecho a una investigación.
– Pero te la proporcionará de todas las maneras.
– ¿Y si no es así?
– Entonces yo me encargaré de ella -dije con voz tranquila.
Griffin miró hacia donde yo estaba, como si antes no hubiera advertido mi presencia. Durante un largo minuto, no hizo más que mirarme. Luego, asintió con la cabeza.
– Bien -dijo-. Gracias.
Dio media vuelta y se alejó caminando en medio de la oscuridad.
* * *
– Oh, Dios mío, ¿qué acabo de decir? -murmuré, dándome con la cabeza en el respaldo de cuero del asiento trasero. Miré a Lucas, que estaba a mi lado, abrochándose el cinturón-. Lo lamento mucho.
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