– Como hija mía, serías una parte importante de esa familia, con todos los derechos y privilegios que entraña.
– ¿Puedo hacer una pregunta? -dije.
– No creo que…
– Es una pregunta razonable. No es mi intención desafiar o disentir con nada. Solo quisiera esclarecer un punto. Por lo que yo sé, los hechiceros sólo tienen hijos varones, lo cual significa que Savannah sería la única chica de la familia. ¿Cómo afectaría eso a su posición?
– No lo haría. -Nast hizo una pausa y luego continuó-: Permitid que os explique a fondo ese punto. Quiero ser completamente franco contigo, Savannah. Dentro de nuestra Camarilla, el poder de la familia Nast es absoluto. Si decimos que debes ser aceptada, lo serás. Ahora bien, con respecto a los asuntos de la sucesión, es probable que haya alguna que otra disputa acerca de si tú podrías heredar el liderazgo. Sin embargo, ese punto es discutible. Tengo dos hijos muy capaces, y el mayor ya ha sido nombrado mi heredero.
– ¿Entonces qué obtendría yo? -preguntó Savannah.
– Todo lo demás -Nast se inclinó hacia adelante, hacia ella-. Yo soy un hombre muy rico y muy poderoso, Savannah. Alguien capaz de darte todo lo que has deseado siempre. Estoy seguro de que Paige ha hecho todo lo que está a su alcance, pero ella no puede ofrecerte las mismas ventajas que yo. Más que de dinero, Savannah, te estoy hablando de oportunidades, de tener acceso a los mejores tutores, los mejores textos de estudio, los mejores materiales.
– Sí, claro… a cambio de mi alma inmortal. Yo no soy una niña tonta, hechicero. Sé por qué te apoderaste de mí. Es por la ceremonia.
Se me subió el corazón a la boca y le hice señas de que permaneciera en silencio.
– No te preocupes, Paige. Desde ayer por la mañana sabemos que Savannah ha tenido su primera menstruación.
– ¿Antes de que nos trajeran aquí? -pregunté-. ¿Quién se lo dijo?
– Eso lo podemos hablar más tarde. La cuestión es…
– La cuestión es -le interrumpió Savannah- que has secuestrado para poder cambiar la ceremonia y convertirme en esclava de la Camarilla.
– ¿Esclava de la Camarilla? -Nast se echó a reír-. ¿Eso es lo que Paige te ha dicho?
– No fue Paige.
– Ah, entonces Lucas, supongo. Pues bien, por mucho que respeto a los Cortez, debo decir que Lucas Cortez es un joven muy confundido. Ha tenido algunas experiencias desafortunadas en su Camarilla y se ha formado unas opiniones bastante extrañas al respecto. En cuanto a la ceremonia…
– Espera -dijo Savannah-. Primero quiero saber qué ha sido de Lucas. ¿Está bien?
– Está muy bien, Savannah. Ahora…
– ¿Qué le ha ocurrido?
– Eso no es…
– Quiero saberlo.
– Retrasamos su huida de la casa en llamas, pero no excesivamente. La última vez que vimos a Lucas estaba en manos de los enfermeros. Inconsciente por haber inhalado humo, pero por lo demás, estaba ileso.
Mientras hablaba, Savannah no hizo más que lanzarme miradas de preocupación, como queriendo comprobar mi reacción. Gabriel Sandford siguió con mucho interés esas miradas.
– ¿Así que no le hiciste daño? -insistió ella.
– Dañar a Lucas Cortez provocaría un incidente diplomático de proporciones épicas. Matarlo iniciaría un derramamiento de sangre como las Camarillas no han visto en más de un siglo. El hijo del líder de una Camarilla tiene inmunidad absoluta. Eso es lo que te estoy ofreciendo a ti, Savannah. Jamás tendrás que esconderte de nuevo.
Hizo una pausa para comprobar si tenía la atención total de Savannah. Y así era.
– Con respecto a la ceremonia -prosiguió-, sí existe una versión que subraya el papel de una bruja en una Camarilla, aunque es algo totalmente alejado de la esclavitud. Pero tú no tendrás que someterte a eso. Hay varias otras ceremonias entre las que puedes elegir…
– Yo quiero la que Paige iba a hacerme. La que quería mi madre.
– Hecho.
Ella parpadeó, luego se recuperó y se sentó más erguida.
– Y quiero que Paige la realice. Nadie más.
– Hecho. -Nast se puso de pie y atravesó la habitación para sentarse junto a ella-. Yo soy tu padre, Savannah. Quiero lo que es mejor para ti, y en materia de brujería confío en el juicio de tu madre. Si deseas que una bruja más experimentada realice la ceremonia, así será. Pero si quieres que lo haga Paige, también. Ella puede quedarse contigo hasta el próximo miércoles, y realizará la ceremonia que tu madre eligió para ti.
– ¿Y qué le sucederá a Paige después? ¿Después de la ceremonia?
– Tendrá libertad para irse.
Savannah me miró de reojo.
– ¿Y si yo no quiero que se vaya?
Nast vaciló un momento.
– Estoy seguro de que Paige tiene sus propias responsabilidades en el Aquelarre…
– La han echado. Todas son estúpidas e inútiles. De todas formas, Paige es demasiado buena para ellas. Si yo me quedo, Paige también se queda. Ella puede ser mi tutora.
– No quisiera que Paige se ofendiera, pero tenemos maestras de brujería muy superiores a ella.
– Entonces será mi compañera o mi niñera o algo. Eso es lo que tienen los chicos ricos, ¿no es así? ¿Criadas? Yo quiero a Paige. Ella se quedará conmigo y aprenderá todo lo que aprendo yo.
– No me parece que…
– Acuerdo global -dijo Savannah-. Acéptalo o déjalo.
Y él lo aceptó.
Eso no fue lo que yo quise decir-Aclaró Savannah cuando regresamos a nuestro dormitorio, que ahora había sido equipado con una luz de trabajo-. Lo de la criada. Fue un decir, nada más.
Yo casi no la oía. No podía recordar haber caminado de vuelta al cuarto, no podía recordar quién nos había llevado o qué nos habían dicho. Lo único que podía oír era la voz de Savannah aceptando la proposición de Nast.
– Estás furiosa conmigo, ¿no?
– No, no estoy furiosa. Sólo… confundida. Demasiadas cosas que asimilar. Lamento no habértelo dicho antes, lo de que Nast alegaba ser tu padre.
– Todo se nos fue de las manos muy rápido. Tú querías tener pruebas antes. Eso lo entiendo.
Lo cierto era que yo se lo había ocultado por miedo a que algo como esto sucediera, que Nast apareciera y le ofreciera el mundo a Savannah. Al no habérselo dicho yo había perdido mi oportunidad de advertirla. Cualquier cosa que dijera ahora parecerían mentiras groseras y contrariadas urdidas para ponerla de mi lado. Incluso mientras Savannah saltaba de aquí para allá en la habitación, charlando, yo sentí que la estaba perdiendo. Tal como Nast dijo, yo había tenido casi un año para convencerla de que me eligiera a mí. ¿Por qué no había hecho un trabajo mejor? Ella había llamado estúpidas e inútiles a las del Aquelarre. Ésa era la alternativa que yo le había mostrado: un mundo donde las brujas eran estúpidas e inútiles.
Sabía que debía quedarme callada, dejar que ella viera las cosas por sí misma, pero tuve que echar mano de todo mi control para no sacudirla y gritarle «¡Qué estás haciendo!». En cambio, me metí en la cama antes de decirle:
– Me alegra que quieras tenerme cerca, Savannah, pero sabes bien que yo no puedo hacer esto. Soy una líder del Aquelarre. No puedo mudarme como si tal cosa…
– ¡Pero ellas te echaron!
– Sí, están cabreadas, pero…
– Dijiste que te quedarías conmigo. Me lo prometiste.
– Ya lo sé y lo haré, pero…
– Bueno, ésta es mi decisión. Quiero estar aquí, y si tú quieres ayudarme, entonces tendrás que quedarte también.
Se dejó caer en la cama de al lado, me dio la espalda y se cruzó de brazos. Estuvimos sentadas así durante algunos minutos. En varias oportunidades medio se volvió, como si esperara que yo le discutiera algo. Como no lo hice, giró la cabeza para mirarme.
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